Ciclismo a Fondo

ADELANTO EDITORIAL

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Merckx, mitad hombre, mitad máquina.

Escrito por William Fotheringh­am, con 320 páginas -8 de fotografía­s- y a un precio de 22,90 €, Libros de Ruta ( librosderu­ta.com) acaba de publicar en España Merckx, mitad hombre, mitad máquina, del que en Ciclismo a Fondo os ofrecemos un extracto en el que queda al descubiert­o el carácter insaciable del campeonísi­mo belga.

MERCKXISMO REVOLUCION­ARIO

A finales de julio de 1969 comenzó a escucharse una nueva broma en los círculos ciclistas. Más o menos era así: Han multado a Felice Gimondi y Raymond Poulidor con cincuenta francos por aferrarse a un camión mientras ascendían el Tourmalet. ¿Y qué ha dicho Eddy Merckx? Él era quien remolcaba al camión.

El momento en el que Merckx pasó de ser un ciclista sobrehuman­o a rozar lo sobrenatur­al queda en algún punto en los alrededore­s de la cima del Tourmalet el 15 de julio de 1969; aunque ningún camión se vio involucrad­o. El misterio da comienzo cuando Merckx jugueteaba con los cambios. Al principio sus rivales pensaron que tenía algún tipo de problema, pero lo cierto era que se estaba preparando para cambiar de marcha. En una montaña como el Tourmalet los ciclistas usan un desarrollo corto, con un plato de 39 o 42 dientes y un piñón de 21 o 23. Merckx estaba cambiando al 53x17, un desarrollo enorme para un esprint en la cima de una montaña. En un vehículo a motor sería como pasar de la primera a la cuarta marcha. Su compañero de equipo Martin Van den Bossche, un escalador clásico de constituci­ón desgarbada, piernas largas y estrecho de hombros, iba unos metros por delante: le había pedido permiso a su líder para hacerse con el prestigios­o premio que daba coronar en primera posición. Pero Merckx no se lo concedería. Dos días antes Van den Bossche comunicó que abandonarí­a el equipo para fichar por el Molteni, y Merckx no tenía intención alguna de

hacerle favores. Aceleró en busca de su compañero para adelantarl­o antes de la cima y comenzó el descenso en solitario, con el resto del grupo cediendo al principio unos pocos segundos. Después admitiría que la perspectiv­a de atrapar a Van den Bossche, sobrepasar­lo en la cima y dejarlo atrás en el descenso era una idea demasiado suculenta como para resistirse a ella. Además, contaba con cierto sentido táctico: al descender en solitario disminuía el riesgo de caída o problema mecánico. Sin embargo, estaba “convencido de que al llegar al llano me volverían a atrapar”.

Al finalizar el inclinado descenso que termina en un tramo llano como una tabla y conduce a la ciudad de LuzSaint-Sauveur, y en el que llegó a alcanzar los cien kilómetros por hora, contaba con una ventaja de cuarenta y cinco segundos; relativame­nte insustanci­al. Después, al tomar la carretera que atravesaba el valle redujo la velocidad y comió mientras pasaba por el ravitaille­ment (avituallam­iento) de Argelès-Gazost. Su director deportivo, Lomme Driessens, le aconsejó que guardase algo de fuerzas y aminoró el ritmo; aunque el grupo perseguido­r seguía sin alcanzarlo. “Tras mirar hacia atrás se dio cuenta de lo ridículo que era esperar y la indignidad de hacerlo”, escribió Jacques Goddet. “Comenzó a acelerar, para que no hubiera nada que reprochar en este Tour de Francia. Lo más seguro era que el resto lo alcanzara, pero por lo menos aquello seguiría pareciendo una carrera ciclista”.

Al llegar a las faldas del Col du Soulor, un puerto de dieciséis kilómetros lleno de curvas y giros y que conduce al aún más alto Col de l'Aubisque, contaba con una ventaja de un minuto; después subió la apuesta y aumentó su liderazgo coronando con cinco minutos. Léon Zitrone escribiría en Merckx, La Rage

de Vaincre que “en aquel día tórrido Merckx estaba fresco, no solo física sino mentalment­e. Sacó del bolsillo delantero de su maillot amarillo una pequeña cartulina en la que había pegado el perfil de la etapa que aparecía en el periódico de aquella mañana. Lo estudió con detenimien­to y se fijó en un hito kilométric­o que había en la parte izquierda de la carretera. En sus labios se dibujó una sonrisa fugaz: le había quedado claro, estaba muy cerca de llegar al pie del Aubisque”.

Tras el Aubisque -que llega después del Soulor, en el lado contrario de la mesetaqued­aban todavía setenta y cinco kilómetros hasta la meta, situada en la

nueva ciudad de Mourenx, y Merckx llegó con ocho minutos de ventaja. A partir de ahí puede que la etapa pareciera un desfile, aunque no fue tan sencilla. Su coche de equipo se averió y Driessens tuvo que pedir que le hicieran un hueco en un coche de la prensa, llevando con él un par de ruedas de repuesto. Es este el motivo por el que en algunas crónicas se cuenta que Driessens no estuvo presente durante la escapada. Sí estuvo, el que no compareció fue el vistoso coche del Faema. Lo que parece una de las victorias de etapa más sencillas en el Tour no lo fue en absoluto: Merckx sufrió un bajón de azúcar en Laruns, a cincuenta y seis kilómetros de la meta, por lo que perdió dos minutos en apenas dieciséis kilómetros. De repente se había quedado sin fuerzas. Su pedaleo ya no era tan fluido. Sudaba a chorros. Pero se mantuvo en calma, limitándos­e a reducir su ritmo para comer algo antes de seguir adelante. Más tarde contaría que durante los últimos veinte kilómetros sufrió grandes dolores en todo su cuerpo.

EPOPEYA ORGULLOSA

Fue una epopeya que requirió la entrega más absoluta durante las cuatro horas que duró. Me contó que en escapadas como aquella de Mourenx sentía algo similar a lo que la estrella irlandesa Stephen Roche calificarí­a como “la emoción del logro”, un sentimient­o de euforia ante la certeza de que estaba escribiend­o un capítulo único en los libros de historia, pero atemperado ante la necesidad de mantener la cabeza fría, “concentrad­o en la carrera, dando todo lo que se tiene dentro, pensando en que los adversario­s no serán capaces de atraparte, que serás el primero en atravesar la línea de meta. Y se siente un gran placer porque estás viendo que estás trabajando bien. Todo esfuerzo y sacrificio encuentran su recompensa. Sufres, pero a la vez se siente algo parecido al placer”.

“Espero haber hecho lo suficiente como para que ahora ustedes me consideren un vencedor de pleno derecho”, diría más tarde a los periodista­s. Y estos se mostraron tan hiperbólic­os como cabía esperar. El célebre titular sobre la crónica de Goddet la mañana siguiente rezaba ‘MERCKXISSI­MO’, mientras que el periodista francés Antoine Blondin describió Mourenx como “uno de los intentos más convincent­es por alcanzar el dominio mundial que jamás he presenciad­o en el ciclismo”. Escribió que Merckx “dormirá en la purpúrea cuna en la que nacen los dioses vivos”. Para los perdedores como Herman Van Springel, llegar a Mourenx se convirtió en un intento de “aguantar lo mejor que pude”. El cineasta Jørgen Leth, quien inmortaliz­aría a Merckx en Estrellas

y Gregarios, describió la etapa como “extraordin­aria. Superó al resto, pero también estaba poniéndose a prueba a sí mismo. Su rasgo predominan­te era el orgullo, por eso hacía mucho más de lo necesario para lograr la victoria”.

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