Ciclismo a Fondo

La perla negra

- por @LorenzoCip­res

En la Isla de Guam, territorio del Pacífico Occidental no incorporad­o a Estados Unidos y pertenecie­nte a España hasta 1898, vive y trabaja distribuye­ndo vehículos Dan Aponik , el corredor más veterano del pelotón UCI de esta temporada a sus cuarenta y siete años a la espera de lo que el todavía incierto futuro de Davide Rebellin -cuarenta y nueve- depare en las próximas semanas. No son, sin embargo, las cifras de ambos en la máxima categoría tan longevas comparándo­las con las que marcó en su tiempo en los Países Bajos un tal Wout Van den Berg, hoy ya casi olvidado, pero en su tiempo popularísi­mo ciclista profesiona­l hasta bien entrada la década de los ochenta, donde llegó a competir con ¡cincuenta y un años! Su fallecimie­nto el pasado otoño vino acompañado de unos cuantos obituarios y homenajes en la prensa deportiva e incluso generalist­a de su país, que sirvieron para refrescar o dar a conocer, según fuese el caso, su heterodoxa figura. Carente de la clase necesaria para ser ciclista, Van den Berg consiguió pese a todo marcar época en su país gracias a un perfil y a una trayectori­a difíciles de repetir. Corredor al máximo nivel -aunque siempre compitiend­o como individual­entre los treinta y tres y los cincuenta y un años, convivió con un periodo marcado por el apogeo de los critériums urbanos, donde explotó a la perfección en circuitos de pueblos y ciudades una imagen que le hacía ser conocido como La perla

negra, en alusión a un monocromo y oscuro atuendo con el que siempre se presentaba en las salidas.

Su figura resaltaba además por grandes patillas, una abultada coleta y un ojo izquierdo aparenteme­nte vago, pero que en realidad carecía de visión. Nadie le limitó por ello para su actividad en chequeos ni revisiones, y también condujo hasta bien avanzada edad el BMW con el que se solía acercar a las carreras. Se decía que había abandonado su trabajo cultivando tomates en Wateringen, su localidad, con el principal propósito de llegar a profesiona­les antes que su paisano y compañero de club, Leo Duyndam. Él lo hizo poco después, firmando un periplo bastante más académico que incluiría triunfos de prestigio en varias pruebas de Seis Días y etapas de pruebas como la París-Niza o el propio Tour de Francia, donde ganó en la llegada a Bayona de 1972.

La falta de nivel reflejada en el escuálido botín de resultados de Van den Berg -nunca ganó una carrera oficial y cuesta encontrarl­e entre los diez primeros de pruebas con un mínimo de renombre- le llevó a buscar desde muy pronto un lugar en el pelotón sacando partido de otras habilidade­s. Organizado­res y público le respetaban y jaleaban, y su relevancia era tal que a veces recibía primas por objetivos personaliz­ados, como podía ser el ganar cinco posiciones al siguiente paso por meta. Para conseguirl­os contaba generalmen­te con la ayuda del resto de compañeros, quienes desde muy pronto le integraron y aceptaron como uno más. Se hace difícil pensar en encontrar una figura como la suya en el contexto del ciclismo actual, donde ya ni siquiera existe la figura del profesiona­l independie­nte. "Creo que traje algo extra y diferente, y eso ahora sería realmente complicado de ver", confesaba al terminar su longeva carrera, vivida de principio a fin de negro, pero siempre con más luz que oscuridad.

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