Ciclismo a Fondo

Delicias de Alaphilipp­e

El arcoíris francés brilló con luz propia en el Muro de Huy para anotarse su tercera Flecha Valona por delante de un valiente Roglic y un estratosfé­rico Valverde, tercero con casi 41 años.

- Texto Ainara Hernando Fotos Bettini Photo

193 kilómetros para apenas menos de uno que vale, que cuenta. El que define si es todo o nada. Así es la Flecha Valona. Sobrevivir a un día entero de badenes, isletas y demás obstáculos modernos enemigos del ciclismo, junto a alguna que otra tachuela, para que lo que al final cuente es cómo se desenvuelv­e uno en un instante vertical. Es una cuesta tan insalvable la del Muro de Huy, casi, como la presión que uno puede meterse a sí mismo cuando hace tiempo que no se ve en una foto con los brazos en alto. Vencedor.

Eso le viene pasando a Julian Alaphilipp­e desde el momento en que el invierno ciclista comienza a quedar atrás, el calendario se pone serio con la floración de la primavera y él ve, se percata porque es evidente, que últimament­e le cuesta más acumular victorias. De esas mismas que antes era todo tan sencillo como acelerar sus piernas, activar su instinto de animal depredador y consumar. Eso

era hasta hace poco Alaphilipp­e, hasta que ganó el Mundial de Imola, tan brillante y certero, tan marca de su casa. Después la cosa empezó a bajar. El marcador. Una sola victoria, la de Chiusdino en la Tirreno-Adriático, en un final también muy suyo pero donde se saltó la norma ética de esperar a que cazasen a su compañero Almeida, que marchaba por delante. Acabó brillando el arcoíris con los brazos en alto y todos contentos. Y así parece el mundo

Loulou desde fuera. Que todo son risas y jolgorio enmarcadas en su perilla siempre perfectame­nte recortada. Pero no.

MANUAL DE INSTRUCCIO­NES

Y con un poco de esa rabia y todas las ganas del mundo se colgó el dorsal en la Flecha Valona. Una carrera en la que si alguien podría escribir un manual de instruccio­nes es él. “Sólo quería demostrar que tengo una cabeza muy fuerte”, asegura. Y quizá es más demostrárs­elo a sí mismo que enseñarle al mundo que sigue aquí, a pesar de los Van Aert y los Van der Poel, a pesar de que ya sea considerad­o de los mayores, a pesar del arcoíris y su maldita maldición. “Desde el inicio de la temporada no he ganado mucho y no es que haya dejado de divertirme encima de la bicicleta, pero quería levantar los brazos otra vez”. Esa sensación tan adictiva y sin igual. Aunque en realidad el francés no las tenía todas consigo y su equipo, Deceuninck-QuickStep, dejó hacer a los demás. Cuando se forma la fuga a ninguna parte de Alex Howes (EF Education-Nippo), Sylvain Moniquet (Lotto-Soudal), Diego Rosa (ArkéaSamsi­c), Louis Vervaeke (Alpecin-Fenix), Simone Velasco (Gazprom), Sander

Armée (Qhubeka Assos), Julian Mertens (Sport Vlaanderen) y Maurits Lammertink (Intermarch­é-Wanty), que sería el que

más aguantaría, Movistar Team hizo toda una declaració­n de intencione­s al ponerse en cabeza del pelotón para endurecer la carrera. Su líder, el incombusti­ble y eterno Valverde, tenía ganas y piernas de fiesta, por lo que su equipo dio la cara por él.

En la Côte du Chemin des Gueuses, a diez kilómetros para la conclusión, agonizaba la escapada cuando Tim Wellens buscó sus opciones desde lejos. Un suicidio en esta carrera tan marcada por el muro vertical final de Huy. Omar Fraile y Richard Carapaz se unieron al belga, pero la osada aventura murió antes incluso de empezar.

REMONTADA DE VALVERDE

En las faldas del Muro de Huy estaban ya todos los que debían. O casi todos. Por ahí se vislumbrab­a a Pidcock, Alaphilipp­e perfectame­nte colocado, el alemán Schachmann, el recuperado Chaves y el explosivo Woods. Pero no se veía ningún maillot azul del Movistar. Valverde había desapareci­do. En la Flecha Valona, la posición de entrada a la ascensión cuenta casi como media carrera ganada. Incluso ahora, que el Covid-19 ha dejado las cunetas vacías de gente, gritos y banderas.

Y de repente, cual ave fénix al que daban por muerto, Alejandro Valverde emergió de la nada y por la misma cuneta remontó posiciones hasta llegar a la rueda de los mejores. Él es uno de ellos; sigue siéndolo. En realidad no lo dejó de ser nunca. Primoz Roglic ya ha lanzado su refriega para dejar secos y sentados a todos menos a Julian Alaphilipp­e y el murciano se pega a ellos. Estratosfé­rico. El campeón del mundo le tiene tan tomada la medida al esloveno como al Muro de Huy. Saca el manual de instruccio­nes de la Flecha, uno que también se sabe al dedillo Valverde.

Loulou se amarra a la rueda de Roglic y en el momento oportuno, justo cuando el muro se hace loma antes de la meta, arranca y le remata. Maestría. “Quería volver a ganar, necesitaba hacerlo con el maillot arcoíris”. Así firma una de sus delicias, la tercera diana en esta Flecha Valona, dos menos de las que tiene Valverde, con sus casi 41 años y colándose en el podio para mostrar una vez más que la clase ni decae ni desvanece. Sólo se transforma.

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 ??  ?? Lammertink estiró la fuga. El del Intermarch­éWanty descuelga a Moniquet y Vervaeke, sus dos últimos compañeros de aventura.
Lammertink estiró la fuga. El del Intermarch­éWanty descuelga a Moniquet y Vervaeke, sus dos últimos compañeros de aventura.
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