David Gail, la doble vida de Husky.
La vida, según rijan las emociones, suele mirarse de un color. En el caso de Husky, dicha posibilidad se multiplica por dos. Así apodan a David Gail desde pequeño. Al igual que dicho animal, tiene un ojo de cada color: el izquierdo es verde; el derecho es azul. Contrastes que corroboran una historia marcada por una doble vida y un doble final feliz.
Al principio, se mezclaron. "Comencé desde pequeñito dedicándome tanto al voleibol como al ciclismo, pero cuando la edad y ambos deportes me exigían una dedicación más plena, tuve que elegir. Aunque en un primer momento opté por el ciclismo, después de varios entrenamientos ocurrieron algunas cosas con las que no estaba muy de acuerdo en cuanto a cómo veía yo el deporte, y dado que mi mejor amigo, Donato, iba a seguir jugando a voleibol, me despedí del equipo y me presenté de nuevo en la cancha", explica con determinación.
En aquella decisión la variable paterna, y más teniendo en cuenta que su padre fue futbolista de primera división, nunca fue un problema. "En mi casa, tanto mi padre como mi madre, sólo me metieron presión por una cosa: ser buena persona. En cuanto al deporte, siempre se me hizo ver que era una forma y no un medio de vida. Me da mucha pena que haya tanta gente que si ve que no destaca o que no va a ganarse la vida con ello lo deja. Creo que el deporte debería formar parte de nuestro día a día en primera persona y no exclusivamente por la televisión. El ser humano no está hecho para el sedentarismo. En la actualidad, diría que es mi madre quien más ejercicio hace de toda la familia. Si hubiese nacido en esta época, se la rifarían para cualquier disciplina", señala con un orgullo filial que no pretende esconder.
Su decisión, desde luego, perfiló su destino, convirtiéndole en jugador de máximo nivel, tras su paso por varios equipos, entre ellos el Numancia. "Fui un jugador más voluntarioso que
talentoso. Pasé unos años magníficos, conocí muchos lugares, competí con y contra muy buenos deportistas, aunque al final lo tuve que dejar por motivos físicos y económicos. Lo mejor fueron las amistades", apunta con modestia, para añadir la guinda de su pastel: "Por encima de todo, lo más maravilloso fue conocer a Ester, mi mujer", desvela.
PEDALEANDO EN PAREJA
Y con ella comenzó su segunda vida, tan altruista como plena de experiencias, donde la bicicleta fue siempre el factor inspirador de felicidad. "Cuando el voleibol desaparece de nuestras vidas, nos pusimos a buscar cómo rellenar ese hueco, hasta hicimos curling un día. En un primer momento fue la escalada en roca la que nos encantó gracias a nuestros vecinos Rultxo y Cristina, pero en verano es complicado por la adherencia de la roca y había que completar esos meses. Hasta que unos amigos, Chisco y Darío, nos recomendaron las bicis gravel", hila en recuerdos.
Desde entonces, David no concibe su vida de otra forma. "Hemos recorrido Europa y subido todo lo que se puede subir, sobre todo en España, Pirineos y Alpes", relata insaciable, dejando hueco para su mejor aventura.
"El viaje que hicimos por Francia e Italia para preparar el Ironman de Vichy, con Ester recién embarazada, fue mágico", enfatiza embriagado de nostalgia.
Sin embargo, el día a día no lo cambiaría por nada. "Las salidas con la grupeta de los Tocinetes, que nos atraparon a Ester y a mí en Valladolid, los ratos en paralelo con mi amigo Roberto, las nuevas amistades que te regala el azar de un recorrido y, por supuesto, el viento a favor", bromea.
Así, el ciclismo para David es "estar concentrado al cien por cien en el equilibrio, la respiración, el esfuerzo, la ruta, la senda o la carretera, el tráfico... No queda espacio para nada más", describe sincero. Un deporte que la genética le ha hecho vivir en dos colores. Y en pareja, al menos de momento. Si todo va bien, el pequeño Adam se sumará pronto a sus salidas.