Ciclismo a Fondo

Las carreteras del Diablo

-

El vacío editorial que existía en España en torno al fenómeno de los escarabajo­s acaba de ser colmado con Bernal y los hijos de la Cordillera, de Guy Roger, de la mano de la editorial Cultura Ciclista. Tomando como pie el triunfo de Egan Bernal en el Tour

2019, el veterano periodista nos sumerge en el fenómeno social, cultural y político en que se ha convertido el ciclismo en Colombia. El resultado es un relato en primera persona, fresco y rico en detalles, con todos los mimbres para convertirs­e en un clásico de la literatura pedalístic­a.

Ese miércoles 10 de mayo, como cada vez que sale a entrenar, Jaime Bolívar, corredor amateur de 26 años, baja del barrio Antioquia por la carretera más empinada. Ha quedado con sus compañeros en El Poblado, un barrio chic a 5 kilómetros de su casa. No le suele pasar, pero aquel miércoles, Jaime va tarde. Son las seis de la mañana, el aire ya es tibio y hace un buen rato que Medellín bulle. La circulació­n es densa. Semáforo en rojo. El joven Bolívar saca una zapatilla del pedal y espera. Una moto, que lo acechaba como a una presa, se pone a su altura y le cierra el paso. Sentado mirando hacia atrás, el pasajero saca un revólver y le ordena soltar la bici: “Plomo o bici”. El discurso de los sicarios, bandas de jóvenes armados, es eficaz. Antes de que el semáforo se ponga en verde, los ladrones en moto y su botín se pierden en medio de la marea de vehículos. Jaime Bolívar, empleado en una carpinterí­a, acaba de ver cómo desaparece­n diez meses de salario. Mil dólares hechos humo. Una máquina con la que por fin podía disputar honrosamen­te las carreras de los domingos.

En Medellín, Bogotá o Cali la violencia funciona como un medio privilegia­do para resolver los problemas. Atracos como aquel se producen a decenas cada día. El de Jaime Bolívar dio pie a algunas líneas en el periódico

El Colombiano, entre un anuncio de pollos Kokorico y otro de productos

cosméticos, porque se trata de un buen corredor del equipo amateur Aguardient­e Néctar, de Antioquia.

Llegué una semana después a Medellín y Bolívar regresaba esta vez de una auténtica salida de entrenamie­nto encima de una bici nueva, comprada con un préstamo. Confesión dolorosa: “Cuanto te pasa algo así es mejor no resistirse. Es una de las primeras cosas que aprendes desde la guardería. No hay nada más importante que la vida”. Acostumbra­dos a estas situacione­s peligrosas, los colombiano­s, con su sentido del humor, intentan quitarles hierro burlándose de sí mismos. Un personaje del novelista Gabriel García Márquez afirma que “América Latina es un hombre con bigote, una guitarra y un revólver”. La caricatura no fue del gusto de todos en Medellín. La capital del departamen­to de Antioquia reivindica el privilegio de haber sido visitada por Dios y se presenta como la cuna del deporte colombiano, con unos mellizos terribles de criar, el fútbol y la bici, y complement­ariamente como capital mundial del tango -Carlos Gardel murió allí en un accidente de avión- (...)

Quizá Dios se haya mostrado generoso con Medellín, tres catedrales en poco más de dos siglos, pero la respuesta del Diablo ha sido demoledora: hizo nacer allí a Pablo Escobar. El jefe del Cártel de Medellín, el más sanguinari­o que ha existido jamás, dio al crimen la faz de la desmesura. Un testigo que pide ocultar su identidad destaca que ‘el Doctor’ -uno de los apodos de Pablo Escobar- también tuvo un papel en el mundo del ciclismo y del deporte. “Los pelados -diminutivo de los niños de los suburbios- podían ir a entrenar a su velódromo privado -hoy abandonado-. Montó su propia fábrica de bicis marca Ositto, antes de lanzar un equipo profesiona­l con el mismo nombre”. Un negocio familiar muy lucrativo que en realidad solo servía para lavar el dinero de la cocaína. Roberto Escobar, antiguo corredor amateur, hermano de Pablo, fue su mánager durante tres años. Pero ¿qué credibilid­ad tiene la versión según la cual ‘el Patrón’ pagó con dineros

calientes, o sea, dinero negro, la diferencia del contrato de Lucho Herrera para que este continuara corriendo en un equipo colombiano? “¡Ninguna!”, contesta indignado Miguel Ángel Bermúdez, expresiden­te de la Federación Colombiana de Ciclismo (1980-1981 y 1982-1990), quien disipa con voz ronca esta niebla legendaria. “Soy yo quien fijé el salario de Lucho Herrera y nunca habría permitido que se colara ni un gramo de cocaína en el contrato del mejor corredor y abanderado de Colombia. Para que se quedara aquí creé ProCiclo, una fundación que estableció los contratos de los ciclistas. Café de Colombia los asumió y lo pagó todo”.

Regreso a Medellín, motor de la economía colombiana, que proporcion­a el 50% del oro y el 30% del café, dos de las principale­s riquezas del país.

Desde siempre el dinero ha sido aquí el rey y todavía hoy los extremos se tocan. Los edificios ultramoder­nos y los comunes, nombre con que se conocen los suburbios; la tecnología punta y los cartoneros, que cuando cae la noche recogen todo lo que queda por las calles con la ayuda de carretilla­s. Todo el mundo quiere dinero. Ganando carreras, consiguien­do un contrato profesiona­l, robando o matando (...)

Pero la vida sigue, febril, en Medellín, ciudad que no cesa de embellecer­se. Para Laura Restrepo, autora de éxito, el modo de vida de los paisas, los habitantes de Medellín, se resume en una sola palabra: “¡Pasión!”. La norma que rige aquí es que “para salir adelante hay que poner más saña, más rabia, más locura incluso”. El porcentaje de los salvados en la jungla de Medellín es, sin embargo, ínfimo, y los dejados de la mano de Dios, cada vez más numerosos. La mayoría tienen entre 8 y 15 años y, para escolariza­rlos, los maestros tienen que hacer turnos seguidos de ocho horas. La mayoría de los niños se han ido de casa o han sido abandonado­s y viven en hospicios o en casas particular­es.

‘MONCADITA’

Alfonso de Jesús Moncada, rostro arrugado como una pasa, a la vez ‘abate Pierre’, educador y director deportivo los domingos -fallecido el 22 de septiembre de 2016 a los 81 años-, fue uno de ellos. Dedicó toda su vida a la bicicleta por rutas que bautizó como “las carreteras del Diablo”. Desde el cerro Nutibara, especie de pan de azúcar de verdor y frescura en el centro de la ciudad, donde hemos quedado, Medellín, con sus barrios más desfavorec­idos amontonado­s en sus laderas, asusta y fascina. Moncada programaba salidas de entrenamie­nto tres veces por semana para mantener a sus muchachos alejados de los problemas.

Aquella tarde comparecen diez. El educador insiste: “Está prohibido dispersars­e. El peligro puede surgir en cualquier sitio”. Expulsado de casa a los 10 años porque no era del agrado del nuevo compañero de su madre, mensajero en una bici a piñón fijo, empleado en una tienda de bicis, corredor amateur... En total, Moncadita, como todo el mundo lo llama aquí, habrá pasado más de 50 años de su vida pedaleando. Un día le atropelló un coche y le dejó cojo. Desde entonces dedica su tiempo, en este no man’s land social, a la miseria de los demás y a estos niños venidos de los suburbios lunares. Ya son 30 años. “No llevo la cuenta exacta, pero diría que son más de 5.000 los que han pasado por aquí y han aprendido a correr en bici conmigo”.

En el cobertizo con suelo de tierra batida, pósteres en las paredes, Cochise, Merckx, Herrera y otros menos conocidos, las bicis quedan bajo llave cuando no se están utilizando. Moncada hace un gesto circular. “Todo lo que hay aquí me lo han dado. Dos veces por semana hago una ronda por las tiendas de los barrios cercanos. Recojo sobre todo ropa, zapatillas, comida. Antes de los entrenamie­ntos les preparo la comida, diseño el circuito y los niños salen a rodar”. En su jeep escacharra­do, una imagen adherida al salpicader­o atestigua que las salidas se hacen bajo la protección de la Virgen del Carmen, cuando el todoterren­o tiene a bien arrancar o hay gasolina en el depósito. Brazo tendido hacia el pequeño grupo, señal de la cruz con la otra mano. “Todo el mundo nos conoce por aquí, pero siempre tengo miedo de que me falte uno al volver. Hace dos meses, tres tipos escondidos detrás de un surtidor de gasolina les dispararon en las ruedas. Los muchachos entraron en pánico. Perdimos cuatro bicis, pero nadie resultó herido. Tan solo algunos rasguños y un gran susto”.

Moncada retomó su actividad sin pestañear. Dentro de una semana solo doce de sus pelados tomarán la salida de la carrera del domingo y otra decena se conformará­n con mirar, “porque nunca ha habido suficiente­s bicis para todos”. Un problema que se soluciona a partir de un criterio de mérito. “Los que corren el domingo son los que están más en forma”. Orgulloso del trabajo hecho y del eslogan que luce en su maillot:

‘Por la paz en Colombia’.

 ??  ??
 ??  ?? Alfonso de Jesús Moncada
Alfonso de Jesús Moncada

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain