Sócrates en bicicleta
Libros de ruta acaba de publicar en castellano -176 páginas, 20,90 €-, con traducción de Marcos Pereda, un libro cuanto menos original: Sócrates en bicicleta. Imaginemos a Sócrates, Aristóteles, Nietzsche u otros filósofos en la línea de salida de una gran carrera y sigamos su preparación hacia el Tour de Francia. Compartamos sus preguntas, dudas, discusiones, pedaleando con estos divertidos deportistas. El autor es Guillaume Martin, ciclista del Cofidis y graduado con un máster en Filosofía. En este extracto el francés desgrana los motivos que le llevaron a escribirlo. ¿POR QUÉ ESCRIBO ESTE LIBRO?
“Tienes que jugar para llegar a ser serio”. Aristóteles.
No estoy quejándome. Me aproveché de esta repentina exposición, de esta expectación que se creó a mi alrededor durante mi primer Tour de Francia. Me ayudó a darme a conocer. Puede que incluso haya exagerado en ocasiones este personaje del ciclista-filósofo. Disfruté,
a fortiori, codeándome con algunas grandes plumas, aureoladas de todas las hazañas que ellos habían visto.
Todo este juego me divirtió, pero también me aburrió pronto. Me di cuenta de que
algunos periodistas querían (o debían) simplemente reescribir ese primer artículo aparecido en Libération. Me preguntaban siempre las mismas cosas, y esas eran las que me había preguntado Pierre Carey en su día: “¿En qué piensas cuando andas en bici?; ¿qué te aporta la filosofía para tu carrera como ciclista?; ¿qué libros has traído al Tour?; ¿tienes tiempo de leer después de las etapas?”; etcétera. Comprendo que el día a día del ciclista y sus sentimientos pudiesen fascinar. El problema es que la mayor parte de las respuestas ya habían quedado escritas en el artículo original, aquel al que, por cierto, se referían explícitamente los periodistas que me entrevistaban. ¿Pensaban que les iba a responder de forma distinta? Entre los tres libros que me había llevado quizá podía destacar uno específicamente sobre los demás, dependiendo de mis ganas o del periodista con el que estaba. Pero, en general, me mantenía fiel a mis ideas. A veces con las mismas palabras.
Hemos descrito antes al ciclista sobre su bicicleta como una máquina: en realidad, la comparación debería hacerse cuando el corredor se pone frente a las cámaras o los micrófonos. Ante un periodismo
en cadena resulta imposible no caer en una cierta forma de automatismo:
esta pregunta provoca esa respuesta, como un algoritmo personal desarrollado a través de las entrevistas. Antes solía burlarme de esos actores que repiten incansablemente las mismas anécdotas durante las giras de promoción de sus películas. Los entiendo mejor ahora. El juego mediático impone, mientras dure el plano, la insignificancia, lo artificial, lo impersonal.
Sin embargo, ya dije que me había aprovechado de la exposición mediática que suscité en el Tour. En concreto, esta me permitió entrar en contacto con la editorial Grasset, gracias a la intermediación de Philippe Brunel, figura en el periódico L´Équipe, autor él mismo en Grasset. El domingo de la llegada a los Campos Elíseos tenía una cita en la sede de la histórica editorial, donde me propusieron escribir un libro, asegurándome total libertad en fondo y forma. Acepté bastante rápido. Veía ahí, precisamente, la ocasión de saltar sobre esta lógica mecánica, algorítmica, de las entrevistas, y explicarme con un poco más de espacio y matices.
¿Por qué este libro? Primeramente para cuestionar la manera en que el gran público percibe a los deportistas en general, y a los ciclistas en particular. Una percepción que me parece a menudo exagerada y parcial.
Entrando a la cuestión: toda esta puesta en escena que existe hoy en día alrededor de los eventos deportivos, y que a veces hace que parezcan una enorme feria donde nosotros, atletas, corredores, seríamos la atracción principal. Lo que, una vez más, tiene su lado bueno (ser el centro de toda la atención es evidentemente algo valioso) pero también su lado malo: la efervescencia acompaña
a los corredores durante el Tour, la gran
celebración de julio, proporcionando a veces la sensación de no ser más que un objeto en venta enjuiciado por un número limitado de sus características. ¿Jiménez hace una larga escapada en montaña? Es un ciclista con panache.
¿Ocaña sufre accidentalmente una caída en una curva de un descenso? Es un mal bajador. ¿Fignon lleva gafitas?
Es el intelectual del pelotón. ¿Poulidor es a menudo batido por Anquetil? Es el eterno segundón. En el Tour, y en el deporte en general, nos encanta categorizar, etiquetar, generalizar. En cierto sentido es normal que los deportistas sean caricaturizados, porque están muy expuestos. Lo más retorcido es que muchos deportistas se conforman, quizá de manera inconsciente, con la etiqueta que se les ha colgado, en una suerte de profecía que se retroalimenta cual círculo vicioso. Para asumir su personaje atacador, Jiménez debería repetir aquella escapada todo el tiempo, incluso si está condenada al fracaso. Fignon tomará ciertos aires de intelectual. Ocaña, falto de confianza, se sentirá incómodo en los descensos. Y Poupou fallará siempre en su intento de vestir el maillot amarillo. La opinión se ve, así, confirmada por sus propias representaciones orientadas.
Y todos terminan usando una máscara, ocultando lo real, desvelando lo falso, sin que nadie sepa realmente dónde está lo auténtico.
Solo para que quede claro: acepto que todo esto es un juego (la competición ciclista en sí misma, el hype mediático que la rodea, el público que asiste a esta gran fiesta...), pero con la condición de que las reglas sean iguales para todos. Estaría dispuesto a ser observado como un fenómeno de feria, pero con
conocimiento de causa. Generalizaciones y clichés tienen parte de verdad, por eso no rechazo el conjunto.
Pero debemos reconocer que no son más que parcialmente ciertas.
LLEGAR A SER
Cuando decimos de alguien “es de esta forma o de esa otra” debemos ser capaces de reconocer que esta caracterización no es más que una forma de hablar. Ese “es” que atribuimos no es sino un atajo del lenguaje. Porque, al contrario que las cosas, los humanos no son, sino que
llegan a ser. Su identidad es siempre fluida, inestable, cambiante. No podemos hablar de ser auténticamente más que cuando llega la muerte. No nacemos ciclista o filósofo, tampoco ciclistafilósofo: llegamos a serlo.
Una vez admitido este razonamiento previo, resultó posible divertirse con las identidades. Jugar al ciclistafilósofo. Hacer malabares con las generalizaciones, rectificaciones, con los clichés. Algo sacaremos de ahí: una verdad, una pregunta, una aclaración, un momento divertido...
Algunos lectores habrán reconocido en estas primeras páginas evocaciones de los pensamientos de Sartre, o los de Simone de Beauvoir. De hecho, serán cuestiones de filosofía las que tratemos a lo largo de este libro. Pero no se asusten aquellos que no sepan nada de esta disciplina, que a veces puede resultar tan oscura. Que no se sientan rechazados quienes piensen que Sartre es un ciclista. La filosofía, a pesar de sus aires austeros, es también una forma de juego. Lo mismo que este libro.