Premio a toda una vida
Cuando uno acaba por soltar al último de sus enemigos como hace Damiano Caruso en las rampas finales de Alpe Motta, la 20ª etapa del Giro que va a hacer suya, después de haberse marcado un ataque arriesgado pero valiente en busca de la gloria, "piensas en mil cosas, especialmente en los últimos 200 metros, una vez que ya ves que vas a vencer", dice. No titubea ni por un segundo, pero piensa Caruso. Él, que nunca ha sido un ganador y raras veces ha saboreado el triunfo, toda una vida entregada a los demás. 33 años ya, el arroz casi pasado en plena madurez cuando todo es más fácil y habla la voz de la experiencia, pero en esa franja de edad en la que pocas veces ocurren cosas que no hayan sucedido.
La suya es una carrera impecable en el servicio a los demás. Seguro que en eso piensa el del Bahrain Victorious cuando pedalea para sí mismo los últimos metros de Alpe Motta, el homenaje que se brinda. Lo que ha costado en llegar hasta ahí. El segundo puesto en la general coronado por una guinda en forma de los brazos en alto que alza bajo la meta, una victoria tan merecida, tan sufrida y tan trabajada. "He pensado en todos los esfuerzos que he hecho durante años en las grandes vueltas, durante tanto tiempo".
Caruso ha sido gregario de todos: de Ivan Basso y de Vincenzo Nibali, de Cadel Evans y de Peter Sagan. Y también de Mikel Landa. Al alavés iba a brindar sus piernas en este Giro hasta que cayó y Pello Bilbao demostró no tener las mejores piernas para sustituirle. Caruso, que contaba con top10 en las tres grandes -8º Giro 2015, 9º Vuelta 2014, 10º Tour 2020-, terminó por liderar el Bahrain Victorious. Se lo ganó a pulso. En la carretera, la que pone a cada uno en su lugar. De la etapa de sterrato ya salió tercero en la general y cuando llegó la montaña demostró ser uno de los hombres más en forma. La carretera y la montaña, que nunca engañan, le colocaron justo detrás de Egan Bernal. Sólo el colombiano fue mejor que él... y por menos de un minuto.
EL HOMBRE MÁS FELIZ DE LA TIERRA
Pocas veces un triunfo de etapa como el de la penúltima etapa y un cajón en el podio han sido tan merecidos como los de Damiano Caruso. Toda una vida dedicada al trabajo para los demás y jamás una palabra más alta que la otra. Siempre con la elegancia y la profesionalidad hablando por él. Sin pedir nada para sí, ganándoselo como lo ha hecho en este Giro.
Las encendidas palabras de elogio de Nibali en ese sentido confirman su silenciosa valía. "Soy el hombre más feliz de la tierra", dijo en la cima de Alpe Motta.
El camino hasta allí fue del todo improvisado. Con un estratosférico Pello Bilbao, vieron la jugada del DSM y el movimiento de Bardet, "y decidimos seguirles porque pensamos que adelantarnos podía ser una buena estrategia. Al final resultó la jugada ganadora". El vizcaíno le hizo el trabajo sucio, ese que él está tan acostumbrado a bordar para todos sin rechistar. Antes de que se descolgara, el siciliano se acercó y le palmeó la espalda en agradecimiento: "Ha estado increíble. El 70% de la victoria de etapa es mérito suyo", dijo acerca del vasco.
El día anterior, en Alpe di Mera, Simon Yates le había asestado un golpe que le puso alerta con su triunfo de etapa y situándose a escasos 20’’ de su segundo puesto. Así que en el descenso del San Bernardino, previo a la ascensión del último puerto del Giro, no se lo pensó: la mejor defensa siempre es un buen ataque.
El resto fue simple y llanamente justicia. Hay veces que el ciclismo lo es con aquellos currantes como Damiano Caruso, tan acostumbrados al segundo plano, a mantenerse lejos de las cámaras y a no salir en las fotos. Ahora ya tiene la suya por partida doble: una con los brazos en alto en una etapa de una grande, la suya, el Giro de Italia. Click. Y otra en el cajón del podio de Milán. Click.
"He hecho realidad un sueño -aseguraba-. Me considero un buen profesional y un buen ciclista; no un campeón. He ganado alguna carrera menor y he logrado un montón de puestos de honor, pero por fin he tenido mi día grande", se congratulaba. Soy el hombre más feliz de la tierra". No merece menos después de toda una vida consagrada a vaciarse por los demás.