La escapada
Si ganar en el debut en el campo profesional es una proeza al alcance de pocos, conseguirlo en la contrarreloj inicial de una prueba de primer nivel hará pensar en el advenimiento de una estrella, o como mínimo y para ese caso, de un nuevo referente contra el crono.
René Koppert, neerlandés de efímero paso por la máxima categoría, fue hace tiempo uno de esos privilegiados capaces de llegar, ver y vencer. Precedido de una brillante trayectoria en juveniles y aficionados, donde destacó como rodador y obtuvo títulos nacionales en carretera y pista, logró llamar la atención del Ti-Raleigh de su país, que le incorporaría en 1982 con la temporada ya iniciada. Dirigido por Peter Post y patrocinado por una firma de bicicletas, este conjunto era uno de los referentes de la época, marcando la pauta en todos los terrenos donde siempre contaba con gente capaz de ganar; uno de los primeros superequipos de la historia.
Su carrera apenas duraría tres años tras los que se dedicaría a proseguir sus estudios en Economía. El rápido desacuerdo con sus compatriotas, ante quienes se mostró excesivamente distante e individualista en los meses de su brillante arranque -ganador de los prólogos de Romandía y Dauphiné Libéré y etapa de la Vuelta a Alemania-, unido a la posterior pérdida de motivación y a los problemas físicos encontrados tras emigrar a Italia acogido por Bruno Reverberi, acabarían a finales de 1984 con su prometedor recorrido. "Me faltaba instinto, pero, aparte, pensaba mucho en mi futuro". Koppert veía que compitiendo se le agotaba el tiempo para reengancharse a estudiar. "Haber sido corredor al menos vale como carta de presentación, sobre todo por la perseverancia y la mentalidad adquiridas que trasladé después a mi forma de ser trabajando".
Pero más allá de méritos deportivos, su paso por profesionales es frecuentemente recordado por una sonada anécdota que protagonizó en su segunda temporada durante el Giro de Italia en que participó con el Termolan- Galli, antecedente directo del actual Bar di ani-CSF. Después de cerrar la segunda semana disputando una contrarreloj en Parma que terminó decimonoveno, en lugar de retirarse a descansar decidió subirse a un coche del equipo y escapar a la búsqueda de una espectadora. La había conocido en la jornada inicial de Brescia y ahora, catorce días después, volvía a identificarla a pie de carretera durante el esfuerzo; la carrera le ponía en bandeja la posibilidad del reencuentro. Con la etapa todavía en marcha, no dudó en dejar sus obligaciones de lado y dedicarse a cuestiones bastante más ociosas.
Horas después, y tras presentarse ya entrada la noche en el hotel, Koppert sería expulsado de inmediato del Giro por Bruno Reverberi, quien sabedor de su talento, pese a lo sucedido le mantendría en el equipo durante el siguiente año y medio. Si bien a finales de ese periodo colgó la bicicleta, cuentan las crónicas que esta historia tuvo final feliz entre el ciclista y aquella aficionada, quien terminaría convertida en su esposa y en la madre de sus dos hijos.