Ciclismo a Fondo

MOTIVACIÓN

Lo que para un amante de las clásicas flamencas simbolizar­ía un viaje de ensueño o una experienci­a que recordará toda la vida, para Iñigo Ezkerra sólo es una salida normal en bicicleta.

- Texto Rafa Simón

Iñigo Ezquerra, el vecino español de Remco Evenepoel.

Como si se mimetizara con su nuevo país, a este bilbaíno de Begoña le describe un físico robusto. Cuádriceps muy musculados bajo una espalda esculpida entre largos de piscina que nada tienen que envidiar a los de sus habituales compañeros de pedaleo. Desde hace 18 años, casado con una belga de origen flamenco y debido a su trabajo de consultor, reside en Dilbeek, un pequeño pueblo de la Bélgica flamenca a las afueras de Bruselas que Remco Evenepoel ha puesto en el mapa.

Pero a pesar de sentirse un privilegia­do, cuando rueda en soledad no puede evitar recordar otro cielo gris. Otra llovizna, similar, aunque en otro lugar y a muchos años de distancia. La que le impregnaba la cara en sus inicios en las escuelas del equipo Ciclos Canales de Bilbao.

Allí le apodaron Toro. "Recuerdo esa etapa con nostalgia, excepto por un par de accidentes que sufrí. El ciclismo es un buen lugar para que un adolescent­e entre 13 y 18 años ocupe su tiempo libre. Una escuela de valores como disciplina y esfuerzo que años más tarde aplicarás en tus estudios y trabajo. Te enseña a gestionar el estrés, a conocer gente y lugares, amistades que a esas edades quedan para toda la vida. Quiero dar las gracias a la familia Canales, que tanto ha hecho por el ciclismo y los adolescent­es de aquella época", apunta en un castellano que, sin darse cuenta, castiga con algunos giros traídos del francés.

Tras un breve paso por la categoría amateur, la burra quedó aparcada muchos años. "La vuelta a la bicicleta fue casi sin darme cuenta. Cuando la dejé me dediqué a mis estudios. Siempre digo que me fueron muy bien gracias a esa disciplina y esfuerzo que aprendí en el mundo del ciclismo. Me fui al extranjero a terminar los dos últimos años de carrera universita­ria y empecé a trabajar fuera. Durante 15 años no supe nada de la bici hasta que me encontré con Ilse, una belga de la región flamenca que se convirtió en mi pareja y me hizo mudarme a Bélgica. Una vez aquí ya no tienes escapatori­a. ¡Forma parte del ADN belga!", describe, para añadir que "viviendo en Bélgica, casado con una flamenca que viene de la zona con mayor arraigo a la bicicleta y toda mi familia política amante del ciclismo, si no me da por volver a pedalear me piden el divorcio", relata entre risas.

Instalarse en un pueblo pequeño, sin apenas conocer la lengua, no era la situación ideal para un emigrante... hasta que retomó la bicicleta. Salir a pedalear, al principio en soledad, le sirvió para conocer lugares y hacer amistades. Entre ellas, Patrick Evenepoel, padre de la nueva sensación del ciclismo mundial. "Hace un tiempo, cuando Remco era un chaval de 10 años, Patrick ya destacaba en la grupeta por el hecho de haber sido ciclista profesiona­l en el pasado, ¡pero quién se iba a imaginar que este hombre sería el progenitor de Remco!", exclama orgulloso.

Sobre Remco, todo son elogios. "Cuando le ves te das cuenta de que todavía es un chaval. No tiene una constituci­ón que impresione, es más bien bajo, sin demasiada musculatur­a y tampoco es que esté fino... Y con todo esto es capaz de poner patas arriba el pelotón en cada carrera que participa. ¡Es impresiona­nte!", reconoce con repetida admiración.

Con el padre de Remco y con el resto de la grupeta de Dilbeek cada salida sería el sueño de cualquier flandrien. "Los recorridos que hago por aquí son típicos de clásicas belgas. En esta región hay mucha carretera estrecha, con subibajas cortos pero con porcentaje­s duros, siempre con viento y cielo gris. Al principio te parece que no tiene nada de agradable; con el paso de los años empiezas incluso a ver un lado bonito, extraño pero cierto. Personalme­nte prefiero subidas más largas, aunque para eso en Bélgica tienes que ir a las Ardenas, que pillan lejos de donde vivo", admite con moderada resignació­n.

Por eso, desde hace años sus habituales "¡aúpa!" al cruzarse con otro cicloturis­ta por las carreteras vizcaínas han cambiado por el "bonjour" o el "goede morgen". No así la cantidad de grupetas con las que se sigue topando. "En Bélgica el ciclismo sólo va después del fútbol. Eso quiere decir que un fin de semana la carretera se llena de gente. Por lo demás no veo excesiva diferencia. Quizás el cicloturis­ta de aquí se guíe menos por el cachondeo, pero esto también pertenece al ADN belga", explica.

Ahora Toro podría sentirse más cómodo hablando en francés. Su acento vasco hace tiempo que fue conquistad­o por el adoquín, el viento y el cielo gris. Por unas carreteras estrechas en las que es normal cruzarse con Remco Evenepoel, Jürgen Roelandts o Álvaro Hodeg. Pero, lo más importante, le ayudaron a hacer amigos con los que se sacude pedaleando el estrés laboral. La mejor inversión de tiempo realizada en un entorno que muchos cicloturis­tas sueñan visitar.

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