Ciclismo a Fondo

Como una aficionada más

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Resulta extraño estar en una carrera y no llevar una acreditaci­ón colgando del cuello ni el ordenador bajo el brazo. Y aún más subir un coloso, una cima mítica, en bicicleta en vez de en coche para apostarte en la meta, esperar la llegada de los ciclistas y correr tras ellos en busca de respuestas y declaracio­nes. Todo cambia y la experienci­a es única. Ni entrevista­s ni coche. Esta vez subimos a

Luz Ardiden en bicicleta y sin credencial. Como una aficionada más. Desde Lourdes hasta la meta de la 18ª etapa dejándome imbuir por la magia del Tour de Francia y siendo parte de esta fiesta tan especial que sólo puede darse en el ciclismo.

Subir este puerto un día cualquiera será bonito; hacerlo cuando llega la ronda gala no tiene precio. El tremendo griterío, las banderas, los coches oficiales de la carrera conducidos por tantos amigos que, ellos sí, suben a trabajar, te empujan. Hace que la escalada sea menos dura. Es trepar hacia el cielo en todos los sentidos estos 13,3 kilómetros. A cada metro que pedaleas te sientes parte de un lugar que respira ciclismo, épica y gestas por todos sus costados, mientras los eslovenos con sus pintadas a Pogacar, los franceses y sus carteles de Alaphilipp­e, los holandeses bebiendo cerveza en una de las curvas y tantas caravanas llenas de gente te gritan y animan. Lo más bonito del ciclismo es esto, un deporte sin fronteras y de todas las banderas. Tras coronar y saludar a esos amigos que esperan para enviar sus crónicas, un breve descenso de tres kilómetros para aguardar el paso de los ciclistas. Primero llega la caravana con su ruido, sus souvenirs y su colorido sin igual. Y por fin, la carrera. Los otros amigos y conocidos que son los verdaderos protagonis­tas. Enric y Valverde los primeros, siguiendo la estela del salvaje Pogacar; Ion Izagirre resoplando poco después; Nairo Quintana, que sonríe al distinguir caras conocidas; o

Víctor de la Parte, tan contento de ver paisanos jaleándole; y Jesús Herrada y Arcas, que devuelven el saludo ante los gritos de ánimo. Con el paso de Cavendish pegado al coche escoba se acaba la fiesta. Descenso y viaje de regreso a casa tras un día mágico e inolvidabl­e.

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