El sueño de una vida
La hazaña de recorrer el trazado del Tour de Francia en paralelo a la disputa de la carrera no es tan novedosa como pueda pensarse. Si bien Lachlan Morton y su
Alt Tour le han dado este año al logro una dimensión y repercusión propias del mundo profesional del que sigue siendo parte, historias como la suya se vienen viviendo desde hace tiempo, con diferentes matices y objetivos.
Hace justo treinta años, durante la edición del primer triunfo de Miguel Indurain, un californiano de la ciudad de Pacifica, David Lockwood, protagonizaba con una motivación muy diferente otra versión más silenciosa de la gesta. Su mente había estado centrada hasta poco antes en viajar a correr a Europa tras destacar en su calendario nacional de critériums, pero un desafortunado incidente compitiendo, saldado con la muerte de una anciana, desbarataría todo. La familia de la finada interpuso una demanda reclamando un millón de dólares que debería cubrir su Federación, pero esta quiso desvincularse y condenar de paso a su protagonista a un ostracismo deportivo del que nunca pudo escapar y que acabaría con su carrera deportiva. Transcurridos dos años en el dique seco, y sin que ningún club quisiera expedirle licencia, optó por escribir su epitafio deportivo a su manera y en el mejor escenario posible en ese momento, la ruta del Tour’91, que recorrería saliendo a diario tres horas antes que los corredores.
Aun a sabiendas de hacerlo parcialmente y de modo muy distinto a como lo imaginó, Lock wood buscó cumplir el sueño de su vida valiéndose de lo imprescindible: su bicicleta, una mochila y como combustible, una espartana dieta a base de pan, Coca-Cola y Vitamina C. Los auxiliares de la ONCE le dejarían descansar además en su autocaravana, toda una novedad en el pelotón de la época, que le serviría para olvidarse de dormir a la intemperie, y Peter Post, director del mítico Panasonic, le cedería un traje de su formación que reemplazaría a otro del PDM que había llevado durante los primeros días. Tras abandonar todos sus integrantes en la décima etapa y estallar la polémica en torno a sus prácticas médicas, decidió olvidarse de él. Además de los equipos, también JeanMarie Leblanc y Bernard Hinault, por entonces principales cabezas visibles de la organización, acudieron a ofrecerle su apoyo en Le Havre al saber de sus intenciones. En su caso sería logístico, en forma de pase de prensa para poder moverse con libertad, y sobre todo anímico. "Cuando escuché a Hinault decirme que podría superar las montañas, creo que fue uno de los mejores momentos de mi vida", reconocería muchos años después.
Con vuelta incluida a los Campos Elíseos gracias a un permiso especial, nuestro protagonista llevó a buen puerto su aventura. Tres décadas después, dirige la seguridad de una empresa constructora californiana, y nada queda de la afilada silueta con que surcó Francia de Lyon a París en veintiún días. La vida siguió y
el ciclista del millón de dólares, como fue conocido por la prensa gala, pasó página, aunque con la enorme satisfacción de haber cumplido su gran sueño a pedales.