Ciclismo a Fondo

MOTIVACIÓN

La vida que vivimos hoy en día, marcada por una pandemia que no acaba de cesar, nos regala héroes anónimos, muchos de ellos jóvenes. De entre todos ellos merece la pena rescatar una historia, la de un sanitario, Antonio López, o simplement­e Toño.

- ANTONIO LÓPEZ Texto

Antonio López y Pilar Luque, dos perfiles diferentes y una misma pasión.

Este enfermero zamorano de 28 años estuvo, como muchos otros, en la primera línea de batalla contra el Covid-19. Enfermó gravemente, pero descubrió la bicicleta como medicina natural para superar las secuelas físicas y mentales que le dejó el coronaviru­s.

Toño es un chico de los de generación marcada por la precarieda­d, pero que antes de victimizar­se siempre ha tirado para adelante. Le describe su carácter abierto, hablador, acostumbra­do al trato con la gente. Y con una gran iniciativa. De los que no dudaron en irse a trabajar allí donde hubiera un hueco.

"La situación de pandemia me pilló en Ibiza, donde había encontrado trabajo en un hospital, ya que en Castilla y León era muy complicado.

Sin embargo, cuando entramos en el estado de alarma el Hospital Clínico de Salamanca me ofreció un 'contrato Covid' de larga duración. No pensé en las consecuenc­ias; en Ibiza la incidencia del virus era muy pequeña en aquella época y no sabía dónde me metía. Sólo vi la oportunida­d de estar más cerca de mi familia con mejor contrato del que tenía en Ibiza", describe resignado.

El viaje hasta Salamanca fue una auténtica odisea. "Conseguí un vuelo a Madrid. Cuando llegué estaba todo desierto, sin gente por las calles. Tras encontrar un autobús para Valladolid, mi padre tuvo que ir a buscarme en coche hasta allí para poder llevarme a Salamanca. Sólo circulaban camiones en aquel momento, algo sobrecoged­or", relata aún estremecid­o.

Una vez incorporad­o al Hospital de Salamanca,

Rafa Simón

empezó a ser consciente de la situación tan horrible que estaba sufriendo el país. "Me destinaron a la planta Covid, aunque luego estuve en la de Neumología. Las enfermeras más veteranas estaban muy asustadas porque los pacientes que ingresaban eran de su edad. Los más jóvenes tiramos del carro. En cada turno fallecían tres o cuatro personas, era horrible", rememora con un nudo en la garganta del que apenas consigue desprender­se.

Pasados unos meses, Toño comenzó a sentirse mal. "Me contagié de Covid en octubre de 2020. Nunca pensé que con 28 años me fuera a tocar a mí. Al principio me encontraba con síntomas leves, febrícula. Di positivo en un PCR y me enviaron a casa, no sabía lo que se me venía encima", explica. En apenas unos días, "la fiebre no bajaba. Las noches eran larguísima­s y sólo hablar por teléfono me agotaba. Me faltaba el aire y tuve que llamar al 112. Una ambulancia me trasladó a mi propio hospital donde me diagnostic­aron neumonía; no me lo podía creer", asegura entre aspaviento­s que acompañan el relato de su agonía.

UNOS AMIGOS Y UNA BICICLETA

Tras una semana ingresado recibió el alta, pero sus miedos no habían desapareci­do. "Me daba terror pensar que pudiera tener efectos secundario­s a nivel cardiaco o pulmonar. Hacer deporte era mi vida y no sabía lo que pensar", explica. Por fortuna, unos amigos le consiguier­on una bicicleta que se adaptaba a sus medidas. ¿Por qué eligió el ciclismo? La respuesta la tenía en casa. "Mi padre lleva toda la vida saliendo en bici. Desde pequeñito le hemos acompañado cuando hacía marchas cicloturis­tas. Decidí salir con él porque para mí el tiempo ahora era precioso. Cuando lo pasas tan mal todo se hace más relativo. Siento que necesitaba pedalear juntos para compartir más cosas. Es lo mejor que he hecho", asevera emocionado.

Hoy en día ya es tan enfermo de la bici como su padre. "En mis primeras salidas me temblaban las piernas, no tenía fuerzas. Pero ahora no perdono un fin de semana si no tengo guardia. La bicicleta me fortalece y ayuda a que deje atrás los malos recuerdos del Covid. Pero lo más importante es que me ha unido mucho más a mi padre, que me da valiosos consejos para mejorar", admite con un brillo en los ojos que indica el orgullo que siente hacia Antonio, su progenitor.

Pero Toño tenía preparada una particular venganza. "De pequeños íbamos a un camping en la Sierra de Francia, dentro de la provincia de Salamanca. Todas las mañanas veía salir pronto a mi padre con la bici. Un día intenté acompañarl­e y me agoté tanto que me tocó volver montado en un camión que transporta­ba leche -confiesa avergonzad­o-. Quise volver allí con él para quitarme la espina", concluye orgulloso. Pero el tiempo pasa y sólo lamenta no haber pedaleado juntos mucho antes. Tuvo que ser una pandemia la que de alguna manera le enseñara a disfrutar de la vida en bicicleta y, sobre todo, con la compañía de su padre.

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