Medalla de oro
Desde los Juegos de Los Ángeles, el ciclismo estadounidense no ha estado en el podio de la competición masculina de fondo en ruta, la considerada como prueba reina del programa olímpico de este deporte. Si bien en Tokio, y gracias a la brillante actuación de Brandon McNulty, pareció albergar fundadas esperanzas de obtener algún metal, o incluso el galardón absoluto, el desenlace le dejó de nuevo a cero y prolongó una sequía en el medallero a la que ninguna de sus figuras de los últimos tiempos ha conseguido poner fin.
En aquella edición californiana del evento, celebrada en 1984 y marcada por el dominio yankee y el boicot del bloque del Este, el triunfo y el oro acabaron en manos de Alexi Grewal, peculiar corredor criado en el más ciclista de los estados del país, Colorado. Steve Bauer y Dag Otto Lauritzen, dos ciclistas de mayor renombre en sus posteriores carreras como profesionales, le secundarían en el podio de Mission Viejo al término de los ciento noventa kilómetros de una competición que tuvo entre sus participantes al propio Miguel Indurain. El navarro abandonó tras un discreto papel, al igual que el resto de sus compatriotas presentes de los que sólo uno, Paco Antequera -seleccionador nacional años después-, consiguió terminar.
La figura de Grewal no escapaba a la típica singularidad de muchos de los estadounidenses que vienen aterrizando en el ciclismo profesional desde los años ochenta. En su caso concreto, estuvo marcada por los problemas y desencuentros que, tanto en su infancia como en el propio ciclismo, provocaban sus rasgos indios heredados de su padre, un inmigrante que regentaba una tienda de bicicletas.
Su relación con el seleccionador y el terceto de compañeros que le iban a acompañar en aquellos Juegos Olímpicos tampoco discurrió por el buen camino y, como reconoció tiempo después, acabó culminando su agónico triunfo ante Bauer tras desertar en carrera de la disciplina colectiva e incluso mentir a su teórico líder, Davis Phinney, para no ayudarle ante los problemas de deshidratación que sufriría.
Avalado por su oro, Grewal dispuso de varias oportunidades en equipos de primer nivel (Panasonic, 7-Eleven y RMO) saldadas siempre con discreto b a l a n c e d e p o r t i v o, p e r o t a m b i é n notorios problemas de integración que le acabarían devolviendo a su país para prolongar su carrera hasta finales de 1993. Después trabajó de teleoperador, carpintero, albañil, pastor de iglesia, entró en política y, con el tiempo y al margen de cuestiones laborales, reconocería antiguas prácticas ilícitas que le supusieron salir del Salón de la Fama del ciclismo estadounidense. Culminó la frenética espiral de cambios a sus cincuenta, cuando trató de volver al ciclismo profesional en un intento frustrado por las dificultades deportivas y económicas que implicaba.
Actualmente parece haber hallado por fin la paz y el equilibrio que nunca tuvo en el ciclismo ni a su salida de este, y vive tranquilamente desde hace tres años en una casa de campo en la India central. Allí, al país de sus abuelos paternos, llegó para casarse y firmar un epílogo a la altura de su singular trayectoria, tanto deportiva como personal.