Un buen Camino
Primoz Roglic dominó con mano férrea la peregrinación hasta Santiago para anotarse su tercera Vuelta, que nos trajo el resurgir de Fabio Jakobsen, los podios de Enric Mas y de Jack Haig, la polémica con Miguel Ángel López y el espectáculo de Egan Bernal.
El grito que resuena sobre los Lagos de Covadonga es ensordecedor. Un estruendo seco y potente que sale desde lo más profundo de la garganta y el cuerpo, aún le quedan fuerzas, de Primoz Roglic. Y no tenía ninguna necesidad de hacer eso, del grito, y lo hizo. No tenía ninguna obligación de ese movimiento que responde, despótico, a Egan Bernal a más de sesenta kilómetros de la meta, y lo llevó a cabo. No tenía por qué atacar en la Huesera, ese momento infernal en el que se roza el límite con el infierno en vertical, las rampas más duras de ascenso a los Lagos de Covadonga. No tenía por qué atacar, pero lo hizo. Arrancó sin mirar atrás, poderoso como siempre, dominador como nunca antes, volando directo a por el rojo que ya se despedaza a trozos del valiente noruego Odd Christian Eiking. Se acabó la fiesta.
CÓMO, CUÁNDO Y DÓNDE QUISO
El peregrinaje hasta Santiago de Compostela que fue La Vuelta se convirtió en el camino que Roglic decidió que fuese. A su manera. Controlando cómo, cuándo, dónde y lo que quiso. El primer golpe de autoridad en la contrarreloj que abrió la prueba en Burgos ya fue un aviso de quién era el dueño del cotarro. Roglic tiene tomada la medida a La Vuelta como nadie. El cóctel, con el recién conquistado título olímpico en la contrarreloj de Tokio y las ganas de dejar atrás la caída, el dolor y la retirada del Tour de Francia, resultó explosivo. Demoledor.
Y a la vez feliz. Cuando llegó la tercera etapa, la del Picón Blanco, se dio una tregua. Entregó La Roja a Rein Taaramäe y se dedicó a disfrutar. De la preciosa fortaleza de Molina de Aragón que fue testigo del emocionante resurgir y las lágrimas de Fabio Jakobsen, un año y una semana después del accidente que casi le cuesta la vida, meses en coma, otros tantos de reconstrucción de su rostro y sus dientes, más la posterior rehabilitación. “Primero la persona y después el ciclista”, ese corredor que llora feliz por volver a ganar en una grande, la misma que le vio estrenarse antes de que la vida se le pasase por delante en un segundo.
Desde su cómoda posición, Roglic se topa casi por accidente, cosas de ser simplemente el mejor, de nuevo de rojo en el horno de Cullera donde sorprende Cort Nielsen y lo porta consigo también en la fatal caída que retira a Valverde camino del Balcón de Alicante sólo un día después, cuando el del Movistar
Team atacaba a los mejores en busca del triunfo de etapa. La Vuelta tuvo que seguir sin él, así de raro se hizo, el que siempre está, el que nunca falla, da alegrías y gana.
Desembocó la peregrinación en tierras almerienses con el primer gran test, el de Velefique, y allí, otro de los que siempre da emociones, ya en las primeras rampas dejó claro que no iba a ser su Vuelta. Motivado como siempre y otra vez rodeado de contratiempos, Mikel Landa (Bahrain Victorious) agonizó en el desierto de Tabernas. Ni oasis ni alucinaciones; era de verdad. Esta vez, tampoco. Mientras su compañero Damiano Caruso se lucía poniendo un broche de oro a la fuga de la que formó parte, él claudicaba del grupo de favoritos al inicio del último puerto. Roto.
ODD CHRISTIAN EIKING EMERGE
Un día después, en el viaje hasta el Rincón de la Victoria, un noruego desconocido se tornó en el absoluto protagonista. Hasta entonces, todo lo que se sabía de Odd Christian Eiking es que hace unos años, disputando también la Vuelta a España con el FDJ, los directores le vieron una noche tomando unas cervezas y le echaron de la carrera. Pero ahora, cuatro años después de aquello, Roglic ataca y se cae, así todo de seguido, porque con él, como dice
su mánager Mattia Galli, “siempre hay emociones y nunca un día tranquilo, aunque sea un sprint. Puede atacar, puede caerse... o hasta puede hacer las dos cosas”. Y las dos cosas hace el esloveno, que después entrega con ganas y serenidad La Roja al noruego, que esta vez ha venido más a competir que a beber cerveza.
Y prosigue la peregrinación de La Vuelta sellando por el Camino, la incursión entre el mar de olivos de Jaén hasta la cuesta de Valdepeñas, donde Enric Mas lo quiere todo y se precipita tanto que no se acuerda que aquí el que manda no es él sino Roglic, que aunque haya cedido el liderato sigue dejando claro que gobierna esta carrera y se impone en el repecho imposible. Cómo quiere, cuándo quiere. Lo que quiere.
FABULOSO CORT
Y el Camino hacia Santiago acelera con la velocidad que imprime Magnus Cort Nielsen, que gana en repechos y al sprint, el ciclista estupendo y combativo de La