Dame aburrimiento
Uno de los mantras que cada temporada circula alrededor del ciclismo profesional es lo aburridos que resultan 275 de los aproximadamente 290 kilómetros de los que consta la Milán-San Remo. Sin embargo, a la hora de la verdad, el año siguiente los aficionados nos sentamos religiosamente a mirar la carrera más sencilla de finalizar y más complicada de ganar de los cinco monumentos. Algún encanto tendrá la Classicissima si tan poco nos cuesta perdonarle ese supuesto pecado del sopor.
Entre las mayores virtudes de la clásica italiana, al menos en sus ediciones más recientes, se encuentra lo complicado que resulta intuir por dónde va a ir su desenlace. Sprints reducidos, alguna volata más numerosa, el que corona el Poggio y aguanta destacado hasta la meta, el que arranca en los dos kilómetros de plano entre la indecisión generalizada como Stuyven en 2021... o el que se marca un Matej Mohoric en la bajada hacia San Remo.
El vigente campeón esloveno rizó el rizo dejando atrás a tipos tan hábiles como Van Aert o Van der Poel en un descenso escalofriante. La ausencia de compañeros de los principales favoritos y su excelsa calidad como rodador -menudo estilazo gasta- hicieron el resto. Cierto que sufrió un par de sustos de consideración que pudieron costarle una caída seria, pero la fortuna suele favorecer a los valientes y arrojo le sobró al del Bahrain Victorious cuando se tiró para abajo en el Poggio.
Tres párrafos ya y aún no he mencionado la dichosa tija telescópica. Anatema. El debate va a seguir ahí y el efecto llamada de la exhibición de Mohoric provocará que se multiplique su utilización en el ciclismo de carretera, pero no achacaría su éxito a la tija. Aunque seguro que le sirvió de ayuda, que por algo optó por llevarla, para bajar el Poggio subiéndose por las paredes se necesita una mezcla de habilidad y temeridad de la que muy poquitos corredores disponen. Mohoric es uno de ellos.