Monegascos
Casi un siglo ha necesitado Mónaco para volver a contar con un ciclista participando en una de las tres grandes rondas. Victor Langellotti, nacido hace veintisiete años en el Principado y desde 2018 corredor del conjunto BurgosBH, puso al país en el candelero ciclista durante esta Vuelta a España gracias a su actuación en las primeros jornadas, con la que por fin hizo olvidar a muchos que el lugar es ciclísticamente algo más que un apetecible destino de residencia de decenas de figuras del pelotón, o también en alguna ocasión de afiliación de equipos.
Llegado de urgencia en sustitución de Ángel Madrazo tras su positivo por Covid detectado en suelo neerlandés, Langellotti consiguió ser protagonista en la etapa de Bilbao y vestirse durante tres días con el maillot de lunares azules de la montaña. Una caída al comienzo de la primera jornada asturiana le mandó al hospital con un traumatismo craneal y le obligó, lógicamente, a abandonar una edición de la prueba que había comenzado con buen pie y notoriedad. Echando la vista atrás, hay que remontarse a la década de los años veinte del siglo pasado para encontrar más ciclistas de Mónaco en pruebas de tres semanas, en concreto en el Tour de Francia, que entonces estaba reducido a dos semanas de duración efectiva, aunque con cuatro transcurridas entre el principio y el final por la longitud de los recorridos y el tiempo necesario para cubrirlos con los medios y las carreteras de la época.
Laurent Devalle, en tres ocasiones entre 1921 y 1924, y Albert Vigna en 1926 eran hasta ahora los dos únicos que habían participado en una gran vuelta. El primero, siempre como corredor individual, conseguiría llegar a París en su segundo y tercer intento en unas más que respetables trigésimo quinta, y quincuagésimo quinta posición, quedando también para los libros de historia el recuerdo de su esfuerzo en la etapa entre Les Sables- d’Olonne y Bayona durante su primera presencia, de casi quinientos kilómetros de recorrido. Empleó... ¡más de veintisiete horas!, ocho por encima del tiempo del vencedor.
En su siguiente participación, en 1922, el propio Devalle protagonizó durante el descenso de un puerto pirenaico otra anécdota digna de recordarse asistiendo a Honoré Barthélémy, un local accidentado al que se recuerda por correr con un ojo de cristal después de perder el suyo por una herida sufrida en plena competición. Barthélémy, que anteriormente había conseguido ser podio y ganador de cinco etapas de esta misma carrera, se encontraba en el fondo de un agujero tras caer y salirse de la carretera. Por fortuna para él, la carga de los bolsillos de su maillot, que en aquella época se llevaban delante, amortiguaron el golpe y evitaron consecuencias peores, pero a Devalle, que presenció la escena en vivo, le asustaron hasta el punto de reclamar la asistencia de un religioso que casualmente se encontraba presenciando la carrera en el mismo lugar. Sería este quien le acabaría rescatando e insuflando ánimos divinos para seguir en competición y lograr alcanzar la meta de esa etapa, algo que finalmente consiguió para delirio del piadoso monegasco.