Un franco, 14 pesetas
Las personas somos nómadas, emigrantes en un mundo que nos regala rincones y recuerdos a lo largo de una vida. Javier es uno de ellos, a los que la bicicleta ha ayudado para una mejor integración. Conozcamos su historia.
Hace más de una década, Carlos Iglesias dirigió 'Un Franco, 14 pesetas', una emotiva película que dibuja con ternura el viaje de dos españoles a Suiza en la década de los sesenta con el fin de conseguir trabajo y sacar adelante a sus familias.
A Javier, la vida le regaló un símil, aunque adaptado a la vida moderna. La empresa de su mujer se fusionó con otra del país helvético, lo que la obligaba a irse a vivir allí. Totalmente decidido a seguirla, se instalaron en Nyon, localidad empujada por los Alpes hacia la frontera francesa.
DISTANCIA SOCIAL
Los inicios no fueron fáciles para él. Pese a encontrar trabajo rápido, al igual que ocurría en la película se dio cuenta de que las costumbres culturales no eran en absoluto las mismas. La distancia social se convirtió en la más próxima de las realidades.
Por suerte, Javier había decidido llevarse la bicicleta. Atrapado por las grandes gestas de Miguel Indurain, se animó con sus primeras pedaladas a comienzos de los años 90. Con mayor o menor regularidad, nunca dejó de darlas. Las siguientes serían muy diferentes. A Nyon le abraza el lago Lemán, uno de los más grandes de Europa y espejo de multitud de montañas que parecen beber de él.
En sus primeras salidas en bicicleta, tímidas y solitarias, en tan sólo 40 kilómetros era capaz de acumular 1.000 metros de desnivel. Rápidamente se percató de que, incluso entrada la primavera, la montaña le invitaba a abrigarse, a ir siempre de largo, lo que no dejaba de ser molesto acostumbrado a su país, donde las estaciones suelen ir vestidas con más lógica. A cambio, notó que los conductores respetaban mucho al ciclista.
"Anda, ¿así que tú también practicas ciclismo? Podemos quedar un día y te enseñamos unas rutas preciosas", le propusieron dos compañeros de trabajo. La oferta era un triunfo. Conseguir un plan fuera del ambiente laboral no tenía la simplicidad que resultaba intrínseca a su cultura mediterránea, labrada en una interacción social sencilla que, como regla general, se solía sellar con unas cervezas.
Salir en compañía supuso un éxito. Con el tiempo, la orografía suiza se acabó abriendo a sus ojos con naturalidad. Relatarla le sale muy natural. La describe un tipo pausado, dotado de una voz tan calmada como limpia de acento francés. Deseoso de destapar con cariño rutas diarias inimaginables para muchos, sin dudarlo rescata de su memoria la Alpenbrevet, un recorrido de alta montaña que enlaza cuatro puertos de más de 2.000 metros de altitud.
Uno de ellos, el San Gotardo, se puede ascender por un serpenteo de pavés.
Otro de sus recorridos preferidos es aquel que le lleva al Puerto de Sanetsch, una subida que aún no se ha ascendido en ninguna carrera y que cuenta con una única cara. Coronarlo es llegar hasta los 2.253 metros de altitud en una hora y media de esfuerzo continuo, que como guinda final no sólo regala la instantánea con la que todo cicloturista culmina su gesta; también ofrece unas vistas que, para completar el bucle, pueden sobrevolarse en teleférico.
Son rutas frías todo el año, marcadas por un asfalto rugoso, en las que rara vez se ha cruzado con algún ciclista profesional. Los más cercanos entrenan del lado francés, en la Alta Saboya. Las bajas temperaturas nunca fueron amigas de los stages de preparación, ubicados sobre todo en España e Italia.
Lleva ya seis años viviendo en Suiza, un país que no le ha regalado nada, distante en el trato social aunque cercano a la hora de ofrecer belleza en cada uno de sus rincones. Él emigró como hicieron los protagonistas de aquella película, pero pudo llevarse su bicicleta. Gracias a ella ha serpenteado una orografía que únicamente resulta accesible para muchos en unas ansiadas vacaciones.
Javier rodó por aquellos parajes primero en solitario, luego en compañía de algún colega. Seguro que ya les ha enseñado la costumbre de invitar a un café en la mitad del recorrido.
Eso sí, el cambio hace tiempo que dejó de ser un franco, 14 pesetas.
Un funcionario en carrera
Confieso que soy un funcionario de los veteranos, cuando acudíamos a oposiciones nacionales sin más méritos que nuestros conocimientos y la preparación personal. Con los años superé diferentes oposiciones que representaban un gran reto, pero he conservado esta mentalidad de esfuerzo y superación gracias a los objetivos deportivos.
El pasado 10 de julio aprobé mi oposición de cada año al acabar la mejor prueba ciclodeportiva del mundo, y en 2019, con otro recorrido, terminé el 5.535 de unos 13.000 participantes. En esos tres años mi vida cambió por completo y llegué a pensar que sería incapaz de repetirlo.
Esta historia no tendría mayor interés si no cuento el calvario vivido a partir de octubre de 2019. Un cálculo renal acabó obstruyendo el uréter, provocando una septicemia seguida de múltiples complicaciones y una intervención de urgencia para solventarlo. Siguió un mes de tratamiento antibiótico exhaustivo... que facilitó una infección gravísima causada por una bacteria.
Perdí 10 kg durante el proceso -antes pesaba 68- y quedé hecho un desastre, agotado y con intolerancia a varios alimentos. Cuando me miré en el espejo no me reconocía. Siguieron dos litotricias y una estenosis de uretra que precisó otra intervención y una sonda durante un mes. Durante estos meses, mi esposa estaba gravemente enferma y falleció a los 59 años el día 3 de abril de 2020, justo antes del confinamiento. Fue un golpe durísimo, Herminia me había acompañado los últimos 20 años en todas mis aventuras deportivas por el mundo. Quisiera rendirle un homenaje, extensivo a todas las esposas y compañeras de tantos ciclistas.
EN MEMORIA DE HERMINIA
Ella hizo todo tipo de proezas para acompañarme. En invierno para practicar esquí nórdico con temperaturas de hasta -25 ºC y en verano era capaz de cruzar Europa conduciendo una autocaravana de 7,5 m siguiendo el Tour de Francia cicloturista de larga distancia, la París-BrestParís y otras brevets. En 2008 participó en la expedición de la Federación Francesa de Cicloturismo de París a Pekín con ocasión de los JJ.OO. como enfermera y conductora de la furgoneta escoba, ¡obteniendo el permiso chino para conducir camiones!
Tras el confinamiento mis ánimos y fuerzas tocaron fondo, pero intenté remontar. Aprovechando la inactividad, me sometí a dos intervenciones pendientes: hernia inguinal bilateral y vesícula biliar. 2021 pasó sin pena ni gloria, y aparte de contagiarme de Covid, seguía pedaleando en unas condiciones penosas.
En 2022 me propuse volver a participar en ciclodeportivas, pero había perdido muchas capacidades físicas y de recuperación, un 10% de fuerza en vatios o de FTP. No me resignaba y no quería renunciar a los puertos largos y duros, así que monté un casete 11-40. No hay pendientes imposibles, sólo desarrollos inadecuados. ¡Voy a compensar la pérdida de fuerza con mayor agilidad!
Mi plan de entreno consistió en un consejo que le di a mi hija: "constancia = resultados". Intentaría hacer de 3 a 4 meses de base saliendo de 3 a 5 días por semana, rodando suave con algún cambio de ritmo y sesión de fuerza. En abril y mayo ya llegué a las 15-20 horas y a 5.000 metros de desnivel por semana.
A pesar de las precauciones, mi cuerpo no se adaptaba al esfuerzo ni a la distancia. Necesitaba mucho tiempo para calentar y no podía rodar con mi peña habitual, ya que su ritmo era excesivo o irregular. En las grupetas cada quedada parece una competición, así que decidí salir solo, con libertad de horario, ritmo y recorrido. Calentaba despacio y no forzaba por encima de 220 W, aparte de alargar las recuperaciones.
Para preparar una cicloturista de alto nivel, lo mejor es acabar otras de dificultad inferior. Programé varias pruebas previas a mi objetivo de julio, y la primera en tres años fue la Amer-Sant Martí Sacalm. De salida me quedé el último, pero terminé remontando y entero. 140 km, 2.880 m y 6h48'. En la Terra de Remences ya tenía mejor ritmo: 175 km, 2.800 m y 7h30'. En Montsec-Montsec regulé para poder finalizar los 190 km con 3.300 m. Con 40 ºC resistí hasta que aparecieron los calambres y me quedé en última posición para concluir en 9h15'. La 3 Nacions es la prueba local. Acabé satisfecho porque pude forzar sin miedo a reventar. 145 km y 2.300 m en 5h18'. L'Ariégeoise XXL, palabras mayores. Tuve que improvisar, cené, dormí y desayuné mal. Pájara y llego a Les Cabannes fuera de control. Ha sido un buen entreno: 160 km, 3.800 m y 8h30'.
El 6 de julio ya estoy en Briançon para participar en mi objetivo del año: L'Étape du Tour. Buena organización y carreteras cerradas al tráfico. Llego con dudas, aunque con los deberes hechos: 6.500 kilómetros, 350 horas y 92.000 metros de desnivel.
La salida escalonada evita prisas y accidentes. Lautaret y Galibier se suben fácilmente. Lo mejor es el descenso hasta Valloire y el Télégraphe, trazando por la izquierda sin peligro. Croix de Fer es duro y muy largo. El calor se hace notar, pero el 34x40 ayuda. La bajada hasta Bourg d'Oisans permite reservas fuerzas.
Me programo la subida al Alpe d'Huez como un vía crucis con estación en cada uno de los pueblos intermedios: parada, comida, descanso y remojo. Se divisa la cima desde bastantes kilómetros antes y te permite disfrutar sin importar el cronómetro ni la clasificación. ¡Sólo quiero acabar entero, ser finisher!
Llego muy satisfecho, sin un sufrimiento excesivo y con ganas de repetir. Soy el 5.697 con 10h25' de 8.684 clasificados entre los 11.000 que salieron. Una nueva oposición aprobada, ¡conservo mi nivel!
Terminé mi 16ª Etapa del Tour, si bien como todas las anteriores, pero con 71 años y después de superar tres años de enfermedades y sufrimientos. Al día siguiente, 11 de julio, mi hija Anna aprobó su oposición para obtener plaza de funcionaria. Y seis meses antes mi hija Neus superó una difícil selección para el Ministerio de Sanidad sueco. Para un padre es una gran satisfacción compartir el momento en que tus hijos siguen tus consejos y te superan. ¡No puedo pedir más!