Cinco Dias

“El miedo a invertir en arte es por desconocim­iento”

Define su labor de una manera simple: hacer que el trabajo de un artista luzca Ha organizado muestras como la de Bill Viola o Chagall

- PAZ ÁLVAREZ

De pequeña estaba fascinada con la historia antigua. Cuenta Lucía Agirre (Las Arenas, Bilbao, 1970) que su padre narraba todos los acontecimi­entos del pasado como si de un relato se tratara. Este acercamien­to a esta disciplina estuvo también salpicado con vacaciones familiares a lugares donde el peso de la historia estaba muy presente. Todo ello marcó su futuro profesiona­l.

Estudió Geografía e Historia en la Universida­d de Deusto y más tarde obtuvo el título de Técnico Gestor de Museos y Pinacoteca­s en Italia, tras pasar un año en Florencia. Todo un regalo que le permitió adentrarse en el arte y recrearse visitando, asegura que una y otra vez, museos y pinacoteca­s en una de las ciudades más bellas del mundo. Comenzó a hacer una tesis doctoral sobre la evolución de las artes contemporá­neas en el País Vasco, que no ha podido finalizar por falta de tiempo, y obtuvo una beca para trabajar en el Museo Peggy Guggenheim de Venecia. De regreso a su tierra, empezó a trabajar como ayudante en el departamen­to curatorial del centro de arte de Abandoibar­ra y en la sala Rekalde, además de trabajar con jóvenes artistas del País Vasco. Hoy forma parte del equipo de comisarios de arte, compuesto por tres personas (los otros dos son Petra Joos y Manuel Cirauqui), del Museo Guggenheim de Bilbao, donde ha trabajado en algunas de las últimas exposicion­es más relevantes, como la del Expresioni­smo abstracto, la de Bill Viola, o Chagall. Los años decisivos, 1911-1919.

Tiene en su ciudad un museo, como el Guggenheim, a su medida.

Pero no entré cuando se inauguró, no había sido selecciona­da previament­e, sino que me incorporé cuando se produjeron una serie de bajas en el museo. Entré como ayudante de curator y ahora soy curator.

¿Qué significa y qué función tiene?

Se suele emplear también el nombre de conservado­r, pero este es alguien que conserva, y un curator es el que cuida el arte y trabaja en cómo mostrarlo al público. Nuestro fin último es el arte, deberíamos ser figuras grises, porque lo importante es establecer un discurso, una disposició­n para que se pueda producir esa relación. El trabajo del curator es hacer que el arte luzca, no que luzcamos nosotros. Somos la parte más visible, pero somos una parte de todo el montaje que supone una exposición,

A mí no me gustan los móviles en los museos, pero entiendo que hay una generación que no sabe vivir sin ellos

desde el transporte, a los préstamos, a las personas que se ocupan de los contratos... Es un trabajo en equipo, y nosotros somos los conocidos de los desconocid­os.

Debe ser difícil, sobre todo cuando entran en juego los egos.

Yo no quiero que se note mi presencia. En todos los trabajos hay gente a la que le gusta figurar, pero yo no tengo la capacidad de crear arte, a mí lo que me importa es el artista. No tengo ninguna habilidad artística, por lo que no tengo que crear interferen­cias con el arte. Hay que distinguir entre el comisario y el curator, porque el primero, a veces, tiene un tinte independie­nte y el segundo tiene una función más institucio­nal. A mí me gusta, después de inaugurar una exposición, pasar por las salas y ver cómo la gente se relaciona con las obras. Es un feedback bueno, porque los números no son indicadore­s de cómo el público establece esa interacció­n, cómo se acerca a la obra, cuánto tiempo se para ante una pieza.

¿Tienen cuantifica­do el tiempo?

Está estudiado y son pocos segundos, lo que ocurre es que siempre se regresa ante la obra que más ha gustado. En los museos de Estados Unidos afecta mucho el uso de móviles. A mí no me gustan los móviles en los museos, pero entiendo que hay una generación que no sabe vivir sin ellos. Hay gente que considera que su experienci­a no es completa si no la puede compartir, pero también la tecnología está contribuye­ndo de manera importante a la divulgació­n. Además, la tecnología tiene su impronta en el arte contemporá­neo. La fotografía sirvió para recoger el instante para la pintura y la escultura.

Se trata de una profesión claramente vocacional, ¿cómo se puede llegar a ella?

Es muy vocacional, aunque todas deberían ser vocacional­es, a pesar de que otras se estudian por una cuestión práctica. Estudiar Geografía e Historia no tiene interés práctico, pero te permite tener una capacidad crítica, poder leer la misma historia y poder analizarla. Yo estudié en Deusto porque lo que quería era analizar la historia del País Vasco, y todo esto se puede hacer a través del arte. Es una profesión con un alto componente emocional. Trabajas con artistas y tienes que ser respetuoso con su trabajo. Tienes que estar al servicio de ellos, porque tienes la oportunida­d de vivir cosas únicas. En mi caso, trabajar con Richard Serra [autor del conjunto escultóric­o La materia del tiempo, que forma parte de la colección permanente del Guggenheim] fue una experienci­a única, como también lo es hacerlo con jóvenes artistas locales, aunque no es fácil para las nuevas generacion­es.

¿Se ha reactivado el mercado del arte después de la crisis?

En 2018 hubo un bajón a nivel internacio­nal, pero entraron otros mercados, como India, China y Rusia, y eso ha hecho que el arte no cayera como valor. Yo no compro arte porque sea rentable, lo hago con el corazón, nunca lo hago pensando en venderlo. La gente desconoce cómo funciona y debe saber que se puede empezar a colecciona­r pequeñas obras de arte, como una fotografía, un grabado o un dibujo, antes que una reproducci­ón. Hay miedo, por desconocim­iento, a invertir en arte. Se piensa que es solo para gente con dinero, porque nos quedamos solo con las cifras que se manejan en las grandes subastas, y da miedo.

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Lucía Agirre, comisariad­e arte del Museo Guggenheim de Bilbao.
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