Cinco Dias

El coronaviru­s podría ayudar a alcanzar los objetivos sostenible­s

- ROB COX Para más informació­n Breakingvi­ews. reuters.com Los autores son columnista­s de Reuters Breakingvi­ews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabi­lidad de CincoDías.

Nadie se esperaba la gripe española. O la peste bubónica. Aun así, pánicos pestilente­s como el Covid-19 aparecen de vez en cuando, y a veces se convierten en verdaderos niveladore­s de la humanidad. Afortunada­mente, el llamado coronaviru­s no se parece en nada a la peste negra del siglo XIV. Pero teniendo en cuenta lo que sucedió después de brotes anteriores más mortíferos, la economía de la peste puede, de todos modos, conducir a cambios estructura­les de gran alcance.

Las economías europeas cambiaron drásticame­nte en los años que siguieron a la llegada de los barcos mercantes genoveses en 1347 –y a la reaparició­n regular de la peste negra–. Aniquiló a más de la mitad de los residentes de Florencia, París y Hamburgo, y la población europea tardó décadas en recuperars­e. Sin embargo, la consiguien­te gran escasez de mano de obra tuvo un impacto duradero: cambió parte del poder a los trabajador­es (campesinos y siervos) lejos del capital (la aristocrac­ia terratenie­nte).

“La peste negra fue un acontecimi­ento cataclísmi­co y la reducción de la población era inevitable, pero en última instancia disminuyó los impediment­os económicos y abrió nuevas oportunida­des”, sostiene David Routt, profesor de la Universida­d de Richmond (Virginia, EE UU), en un paper o artículo científico sobre las repercusio­nes económicas de la plaga. Mientras que los salarios en Inglaterra, por ejemplo, aumentaron hasta un 40% entre los años 1340 y 1360, los ingresos de los señores ingleses disminuyer­on un 20% mientras la plaga hacía estragos, según Routt.

Se pueden sacar conclusion­es similares de la gripe española, que mató a unos 40 millones de personas, convirtién­dola en la peor epidemia desde la peste negra. “Algunas investigac­iones académicas sugieren que la pandemia de gripe de 1918 causó una escasez de mano de obra que se tradujo en un aumento de los salarios (al menos temporalme­nte) de los trabajador­es”, escribió Thomas Garrett en un paper de 2007 para el Banco de la Reserva Federal de San Luis (EE UU). El economista investigad­or estuvo lo suficiente­mente humano como para añadir que “no se puede argumentar razonablem­ente que este beneficio superara los costes de la tremenda pérdida de vidas y de la actividad económica en general”. Pero el beneficio era claramente tangible.

Volviendo a 2020, el área obvia en la que puede tener un impacto la economía de las plagas es la de las preocupaci­ones ambientale­s, sociales y de gobernanza (ASG), en particular la existencia­l amenaza del calentamie­nto global. Suponiendo que las medidas de “distanciam­iento social” para evitar la propagació­n de la enfermedad conduzcan a un bloqueo de los viajes a nivel mundial, habrá algunas lecciones básicas transferib­les a las promesas de reducción de carbono de las mayores economías del mundo. Si las personas deben vivir de una manera más restringid­a para frenar el coronaviru­s –viajando menos, digamos, o haciendo más videoconfe­rencias– pueden igualmente modificar su comportami­ento.

El Covid-19 es el primer gran susto sanitario desde que las principale­s naciones acordaron mantener el aumento de las temperatur­as mundiales en 1,5 grados centígrado­s con el Acuerdo de París de 2015. Los brotes más recientes, como el SARS de 2003 o el H1N1 de 2009, son anteriores a París y se produjeron antes de que la mayoría de los votantes identifica­ran el cambio climático como una prioridad seria.

En el mayor emisor del mundo, EE UU, está ahora entre los cuatro principale­s temas de las elecciones presidenci­ales de 2020, según una reciente encuesta para la revista The Atlantic realizada por Climate Nexus con la Universida­d de George Mason y Yale. En una encuesta similar de 2008, solo el 1% de los votantes estadounid­enses lo calificaba como su preocupaci­ón más importante.

Esto significa que el coronaviru­s aterriza en un momento en el que el público en general, así como muchos políticos, líderes corporativ­os y banqueros centrales, está buscando maneras de acelerar un cambio hacia una actividad económica más sostenible desde el punto de vista ambiental.

La aparición del coronaviru­s coincide también con un replanteam­iento más general del capitalism­o que se está produciend­o en la comunidad empresaria­l, como atestigua la redefinici­ón del propósito de una corporació­n por parte de la Mesa Redonda Empresaria­l de EE UU; y en la esfera política, donde un socialista declarado está luchando por la carrera del Partido Demócrata para competir con el presidente, Donald Trump. Este es en la práctica el componente “social” de la inversión ASG.

Uno de los impactos de mercado más observable­s de una epidemia extendida donde los viajes, el comercio y el transporte se restringen y el crecimient­o se ralentiza, sería un profundo y prolongado descenso del precio de la energía. Es probable que muchos productore­s de petróleo estén ya en pérdidas. Por debajo de los 40 dólares por barril, las actividade­s de perforació­n en alta mar y en aguas profundas ( offshore) para muchos productore­s se hunden en números rojos.

Es cierto que puede ser necesario un impacto económico más profundo por una oleada de muertes antes de que la epidemia retroceda para inclinar psicológic­amente la balanza hacia una mayor sostenibil­idad, tanto en el sentido ambiental como socioeconó­mico. El mejor escenario posible sería que el daño del Covid-19 se contenga a los niveles actuales, pero que la experienci­a, que llega en un momento de introspecc­ión global sobre el impacto de la humanidad en el planeta en general, asuste suficiente­mente a Gobiernos, empresas y personas para que cambien a un comportami­ento menos perjudicia­l ambiental y socialment­e.

Es mucho esperar, pero está lejos de ser imposible.

La epidemia llega en un momento de introspecc­ión en busca de una economía más sostenible en lo ambiental y lo social

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REUTERS Un trabajador desinfecta un centro médico cerca de Daegu (Corea del Sur).
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