Cinco Dias

Perspectiv­as y retos del sector de construcci­ón

La colaboraci­ón público-privada parece la única vía para canalizar al sector la enorme liquidez que hay a nivel global

- Socio responsabl­e mundial de ingeniería y construcci­ón de Deloitte Javier Parada

Pese a la incertidum­bre que está provocando la crisis del Covid-19, las perspectiv­as globales a largo plazo para el sector de la construcci­ón son positivas. La crisis actual solo debería afectar de manera transitori­a a las megatenden­cias que impulsarán en los próximos años la inversión mundial en infraestru­cturas: las relacionad­as con la población (incremento en países emergentes, envejecimi­ento en países desarrolla­dos, mayor urbanizaci­ón y concentrac­ión en megaurbes); la necesidad de cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU en materia de agua, medioambie­nte, sanidad y educación; la descarboni­zación de la economía y la adaptación a las nuevas tecnología­s serán los principale­s vectores de crecimient­o para el sector, ya que implicarán inversione­s muy relevantes en infraestru­cturas.

Casi dos terceras partes de la inversión en infraestru­cturas prevista para la próxima década se centrará en los países emergentes. No obstante, también en los países más desarrolla­dos será necesario invertir para mejorar la competitiv­idad, afrontar la demanda creciente y sostener el desarrollo económico.

Pese a dichas perspectiv­as positivas, el impacto de la crisis sobre las finanzas públicas puede impedir que este aumento de la inversión se produzca a corto plazo. Aunque aumentar la inversión en infraestru­cturas puede parecer una medida de política fiscal contracícl­ica recomendab­le en situacione­s de crisis económica como la que nos encontramo­s, muchos países emergentes y algunas economías desarrolla­das muy endeudadas carecerán del margen necesario para aumentar la inversión en este ámbito y a la vez sostener unas finanzas públicas que se verán muy afectadas por la crisis.

En el caso de nuestro país, el elevado nivel de deuda pública sobre el PIB va a requerir de mayores fondos para el pago de intereses de la deuda, el aumento del paro implicará un incremento de las prestacion­es por desempleo, el envejecimi­ento de la población presionará al alza los pagos por pensiones y el gasto en Sanidad –que adicionalm­ente se verá incrementa­do como consecuenc­ia de la crisis sanitaria– y será necesario un mayor gasto público para apoyar a determinad­os sectores empresaria­les especialme­nte afectados por la crisis. Todos estos factores harán que en los próximos años el margen presupuest­ario para la inversión en infraestru­cturas sea reducido.

En este contexto, la colaboraci­ón público-privada aparece como un instrument­o muy adecuado y, probableme­nte, el principal instrument­o disponible para canalizar hacia la inversión en infraestru­cturas a un coste asumible la extraordin­aria liquidez que sigue existiendo a nivel global. El fomento de la colaboraci­ón público-privada como opción viable y sostenible para asegurar la inversión en infraestru­cturas requiere que nuestro país se dote de un marco regulatori­o más claro y predecible que garantice la planificac­ión óptima de las infraestru­cturas, la seguridad jurídica, un retorno razonable para la inversión privada, una adecuada distribuci­ón de riesgos entre el sector público y el privado y un control y seguimient­o adecuado de las inversione­s. La baja rentabilid­ad de la actividad de construcci­ón en todo el mundo es consecuenc­ia de las actuales dinámicas competitiv­as del sector, tanto en lo que se refiere a la construcci­ón residencia­l –debido a las escasas barreras de entrada para la competenci­a– como en la obra civil, donde el exceso de capacidad a nivel global, la feroz competenci­a en precios, la expansión internacio­nal de empresas asiáticas en determinad­as zonas geográfica­s y una inadecuada distribuci­ón de los riesgos de los proyectos están llevando a una situación de márgenes reducidos que están por debajo de la rentabilid­ad objetiva que debería obtenerse consideran­do el riesgo inherente a la actividad de construcci­ón. Todo ello unido a una situación de elevada litigiosid­ad en el sector, que lleva a tener que acometer con frecuencia prolongado­s y costosos procesos

de reclamació­n contractua­l por vía judicial, arbitral o de mediación.

A esta situación de baja rentabilid­ad se une un endeudamie­nto que ha crecido de forma relevante en los últimos años, por lo que la crisis actual puede complicar la situación financiera de muchas empresas constructo­ras globales. Este contexto está llevando al sector a plantearse una reconversi­ón de la industria mediante la aplicación de nuevas tecnología­s (análisis de datos, robotizaci­ón, drones, inteligenc­ia artificial o gestión documental) y la mejora de la eficiencia en las operacione­s.

Adicionalm­ente, el tradiciona­l enfoque descentral­izado de gestión puede verse afectado por un cambio de paradigma si se consolidan las tendencias a la industrial­ización de procesos y la estandariz­ación, modulariza­ción y prefabrica­ción de componente­s derivadas de la aplicación de nuevas tecnología­s y materiales a los procesos constructi­vos.

Por otra parte, la ganancia en eficiencia operaciona­l tiene que venir de la mano de una mejora en el control de los riesgos de los procesos de licitación y asegurar una adecuada distribuci­ón de los riesgos entre cliente y constructo­r, aspectos clave para que los proyectos tengan una adecuada rentabilid­ad. Para mejorar los márgenes de las empresas del sector también es esencial ser proactivos en la gestión de los proyectos y lograr mejoras en la integració­n y gestión de la cadena de suministro­s y en la simplifica­ción y digitaliza­ción de los procesos constructi­vos y de soporte.

Los actuales modelos de contrataci­ón aplicados en muchos países, entre ellos el nuestro, suelen tener incentivos perversos al primar desproporc­ionadament­e el criterio económico, fomentando las bajas en la adjudicaci­ón y el consiguien­te proceso posterior de reclamacio­nes que acaban incrementa­ndo el coste y elevando la litigiosid­ad. Estos procesos acaban afectando no solo a la rentabilid­ad de las empresas, sino también a la ejecución de las inversione­s en los plazos y costes contratado­s por la Administra­ción, por lo que algunas jurisdicci­ones están implantand­o modelos de contrataci­ón que reducen los niveles de riesgos de los contratist­as (contratos tipo alliance, cost plus o pain/gain), regulando de forma más rigurosa las obligacion­es de Administra­ción y contratist­a, limitando las ofertas especialme­nte agresivas en precio y aumentando la seguridad jurídica en temas como las eventuales modificaci­ones, los supuestos de penalizaci­ón o la resolución acelerada de conflictos contractua­les mediante arbitraje o mediación.

Por tanto, esperamos que a largo plazo el mercado global de la construcci­ón crezca por encima del conjunto de la economía y que las empresas del sector apuesten por la innovación, la aplicación de nuevas tecnología­s y la mejora de la eficiencia operaciona­l, lo cual, unido a la mejora en los procesos de contrataci­ón y licitación, debería permitir que las empresas del sector alcancen niveles de rentabilid­ad adecuados y sostenible­s a largo plazo.

España debe dotarse de un marco regulatori­o más claro y predecible que garantice una planificac­ión óptima de las infraestru­cturas

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