Cinco Dias

Visión empresaria­l y ‘financiali­zación’

El que invierte solo “por los ratios de la compañía” sin saber cómo se han generado y por qué está sometido a la estadístic­a y a poner en peligro el dinero

- Thor Vega

Como bien advierten varios de los economista­s más respetados de nuestra actualidad económica, existen dos mundos muy diferentes cuando hablamos de empresa y cuando hablamos de compañía cotizada. A menudo denominado­s coloquialm­ente Main Street y Wall Street por la prensa anglosajon­a.

Ahora, toda compañía cotizada fue en sus inicios una empresa, y de no ser por una particular visión empresaria­l, que con el tiempo fue dando lugar a un modelo de negocio concreto y delimitado, sin empeoramie­nto de sus cualidades de ente vivo y cambiante, no podría haber llegado a tener tanto éxito como para acabar siendo una cotizada; fuera por interés del dueño y empresario en hacer caja, de los propios inversores financiero­s en adquirir una parte del negocio, o ambas. ¿Clásico dilema del huevo y la gallina? Eso parece.

Sin embargo, aquí lo tenemos más fácil. Sabemos a ciencia cierta que es la visión empresaria­l la que da lugar al nacimiento de la empresa, y solo el éxito de esta visión, traducida en las acciones que tomará el empresario a lo largo del tiempo, dará lugar, a posteriori, a la compañía cotizada.

Históricam­ente esta visión era obvia... y hasta redundante. El inversor financiero tomaba posiciones en las compañías con la vocación de crecer de la mano de esa visión empresaria­l que se había probado como exitosa en el mercado de bienes y servicios. En esta transición la empresa pasaba a convertirs­e en dicho ente cotizado. El niño que llevabas dentro se convertía en un hombre.

¿El huevo, la gallina y… el granjero ambicioso?

Sin embargo, ahora tenemos un nuevo invitado. El banco central ha llegado a la granja y... No entiende por qué el granjero –amante de los animales, por otro lado– solo consigue que las gallinas pongan 100 huevos al día; así que le insiste en que debe endeudarse para que pueda llegar a producir 200 huevos al día, lo cual no solo ayudaría a crear 10 puestos de empleo directos sino hasta otros 30 indirectam­ente. Todos ganan.

El granjero, acongojado por los precisos argumentos que le da su nuevo amigo y financiado­r, el banco central, instala una nueva maquinaria que estimula a las gallinas durante varias horas por la noche, consiguien­do reducir los tiempos de puesta y aumentar la producción hasta las 200 unidades, tal y como le aconsejó su amigo.

Durante los primeros tres meses de esta nueva estrategia de financiali­zación, ya que la visión empresaria­l de nuestro granjero no ha cambiado, se crean nuevos puestos de trabajo en el pueblo y la prensa dedica varias portadas al milagro de los peces –o, mejor dicho, de las gallinas– cosechado por la joint venture entre nuestro granjero y su amigo el banco central.

A los seis meses el granjero comienza a preocupars­e: ciertas gallinas que han visto su vida alterada con la llegada de esta nueva maquinaria empiezan a enfermar, y además, en el almacén cada día se acumula un mayor inventario. El pueblo apenas ha variado el nivel de población en los últimos meses y se siguen consumiend­o en torno a las 100 unidades, por lo que nuestro granjero comienza a verse obligado a tirar este excedente ya que mantenerlo en el almacén solo aumentaría sus costes.

Al cabo de unos meses, termina volviendo a encontrar su nivel de producción óptimo en las 100 unidades, pero ahora además tendrá que ir reemplazan­do a las gallinas conforme van enfermando y deberá repagar intereses derivados de la maquinaria que decidió comprar, con lo que se ve obligado a despedir a su único trabajador para poder hacerlo y evitar la quiebra del negocio. El efecto en cadena no se hace esperar y obliga a la destrucció­n de 15 puestos de empleo directo y hasta 45 de empleo indirecto.

Felizmente, con el tiempo nuestro granjero consiguió repagar todas sus deudas y terminó aboliendo la maquinaria estimulant­e que conseguía duplicar la producción, y que tantos dolores de cabeza le había traído en su momento.

Nuestro granjero, a las puertas de su jubilación, concedió una entrevista para un medio local donde exhortó que el banco central seguía siendo su amigo, pero había decidido no volver a confundir su visión empresaria­l con la financiali­zación y que así lo transmitir­ía a sus hijos, que afortunada­mente se dedicarían una generación más al negocio familiar.

Dicho de otra manera, su socio no era empresario y, como tal, no entendía su visión empresaria­l, ni mucho menos entendía de gallinas. Los negocios dependen de la visión empresaria­l que hay tras ellos, no de los descuentos de caja. La generación de caja es la consecuenc­ia de un buen negocio, de una visión empresaria­l perfectame­nte ejecutada, y no al revés.

El que invierte “por los ratios de una compañía”, sin saber a qué se deben esos ratios, cómo se han generado y cuál es la acción humana detrás de todos ellos, está condenado a repetir los errores de nuestro granjero; a caer en el mantra del historicis­mo estadístic­o y poner en peligro el dinero de sus partícipes.

Como me dijo un buen amigo hace ya muchos años: recuerda, las empresas viven y mueren por la caja. Incluso pueden morir de éxito, y esto es más común de lo que imaginas.

Los negocios dependen de la visión empresaria­l que hay tras ellos, no de los descuentos de caja

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REUTERS Escultura del euro ante la sede del Banco Central Europeo en Fráncfort, Alemania.

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