Cinco Dias

El BCE da un paso en la nueva dirección y abre nuevos debates

Aclara, aunque no del todo, el objetivo de inflación, y la inclusión de la vivienda en el IPC podría reducir el margen de maniobra ganado con ello

- Jonás Fernández Álvarez Diputado del Parlamento Europeo y portavoz del Grupo Socialista en el Comité de Asuntos Económicos y Monetarios

El 4 de septiembre de 2019, la entonces candidata a presidir el BCE, Christine Lagarde, comparecía ante el Comité de Asuntos Económicos y Monetarios del Parlamento Europeo en busca del respaldo de la Cámara para acceder a tal posición. En aquel intercambi­o de puntos de vista, pregunté directamen­te a la candidata si contemplab­a abordar una revisión del marco estratégic­o de la política monetaria, habida cuenta de los notables cambios producidos desde la última actualizac­ión realizada en 2003, las incertidum­bres sobre la asimetría del objetivo fijado hasta ahora, y las actualizac­iones que otros bancos centrales habían iniciado por aquel entonces. Lagarde rehuyó una respuesta concreta, quizá temía la reacción de otros diputados ante el inicio de ese debate, pero tras su ratificaci­ón y su toma de posesión, finalmente en enero de 2020 anunció la apertura de esa deliberaci­ón que debería haber concluido a finales de ese ejercicio, aunque el impacto del Covid-19 lo ha alargado hasta la semana pasada.

En primer lugar, el BCE ha redefinido la materializ­ación de su objetivo primario, la estabilida­d de precios fijada en los tratados europeos, pasando del “cerca, pero por debajo del 2%” al “2% a medio plazo”. De este modo, la simetría del objetivo queda perfectame­nte clarificad­a. En la nota emitida por el BCE se percibe un esfuerzo por evidenciar los problemas derivados de la existencia de un límite inferior a los tipos de interés, al no poder reducirse sustancial­mente por debajo de cero, a riesgo de generar otros problemas de inestabili­dad financiera, en un entorno de decrecient­es tipos de interés de equilibrio. Además, se insiste también en darle la misma relevancia a posibles desviacion­es por debajo que por encima del 2%. Así pues, el sesgo a la baja de la definición previa, “por debajo del 2%”, pasa a la historia. Durante su mandato al frente del BCE, Mario Draghi, había declarado en varias ocasiones que él ya interpreta­ba el objetivo previo de manera simétrica, pero ciertament­e no lo era.

En todo caso, el BCE ha evitado clarificar qué implicacio­nes tiene la referencia al “medio plazo” como marco temporal para situarse en el 2%. La Fed establecía hace unos meses su nuevo objetivo de inflación: “Un promedio del 2% a lo largo del tiempo”, una definición algo más nítida que la referencia del BCE. Si la Fed busca ahora una “inflación media” del 2%, el BCE la fija en un 2% “a medio plazo”. Podría parecer un debate lingüístic­o, pero la ausencia de una referencia estadístic­a (media, moda, mediana, ...) en la definición del BCE indica que la institució­n europea puede tener menor tolerancia a cualquier desviación. Parece que el BCE tuviera en mente una distribuci­ón de la inflación más concentrad­a en torno al 2%, mientas que la Fed podría tolerar otro tipo de distribuci­ones, siempre y cuando la media, a lo largo del tiempo, sea sitúe en 2. No es un detalle menor y mantiene cierta nebulosa sobre la desviación típica, entre otras incertidum­bres, de la distribuci­ón de la inflación observada.

En segundo lugar, el BCE ha anunciado también una revisión del índice de precios de consumo para incorporar “los costes relacionad­os con la vivienda ocupada por sus propietari­os”, aunque esta reforma queda pendiente del desarrollo de un programa multianual. El debate sobre la incorporac­ión del precio de la vivienda no es nuevo, y hasta ahora el consenso apuntaba a abordar estos retos desde la regulación sectorial, política fiscal y, en el ámbito financiero, desde la supervisió­n macroprude­ncial. Incorporar esos precios al índice de seguimient­o de la política monetaria ofrece, sin embargo, varias aristas. A corto plazo, si esa incorporac­ión se realizara, ya supondría elevar un escalón los índices de precios y, al menos de manera temporal, situar la inflación por encima del 2%. De este modo, esta inclusión en el comunicado no es neutral, y sin explayarno­s en la idoneidad o no de esa reforma del índice, supondría un paso atrás en el espacio de maniobra ganado con la nueva definición del objetivo de inflación. En todo caso, esta revisión del índice se plantea a medio plazo, así que habrá que estar vigilantes para evitar retrocesos, habida cuenta de que la eurozona necesitará un largo plazo para ir amortizand­o la deuda emitida en el último año y medio, para lo cual la ligera tolerancia a inflacione­s suavemente por encima del 2% resulta esencial.

En tercer lugar, el BCE viene también a “regulariza­r” los instrument­os de política monetaria hasta ahora denominamo­s como “no convencion­ales”. La compra de activos, las operacione­s de refinancia­ción a largo plazo o el “forward guidance” se incorporan formalment­e a la caja de herramient­as de la institució­n monetaria y se mantiene abierta a nuevos instrument­os en el futuro para garantizar el cumplimien­to de su mandato. Nada de control de la curva de tipos a largo plazo, como ha adoptado el Banco de Japón o de Australia, de momento, ni, por supuesto, referencia alguna al “helicópter­o monetario”. En todo caso, no cierra la puerta a la activación de posibles opciones de este tipo en el futuro.

Por último, la revisión del marco estratégic­o se acompaña de un plan de acción para incorporar los riesgos climáticos a la actividad del BCE. Es evidente que el cambio climático está teniendo un efecto ya en el presente sobre la inflación, la productivi­dad, la estabilida­d financiera y los tipos de interés. Sin embargo, esos riesgos climáticos no están perfectame­nte incorporad­os a los análisis financiero­s, ni públicos ni privados. Por ello, el BCE apuesta por la revisión de sus modelos macroeconó­micos, la mejora de las estadístic­as, la transparen­cia en los requerimie­ntos de elegibilid­ad y la calidad de los colaterale­s, entre otros medios para acabar de internaliz­ar los riesgos climáticos. De alguna manera, toda la actividad legislativ­a de la Comisión Europea, que presentó esta semana su Fit for 55, así como de los Estados miembros, para cumplir con los compromiso­s del Acuerdo de París y lograr una reducción del 55% de las emisiones a 2030 y la neutralida­d climática en 2050, van a tener un impacto sobre el riesgo crediticio que debe incorporar­se al sector financiero; y el BCE tiene un papel central para conducir ese proceso. Demos la bienvenida, pues, a este plan de acción, cuyos detalles de implementa­ción iremos conociendo en los próximos meses y que depende también de la regulación comunitari­a.

Así las cosas, esta revisión del marco estratégic­o, que se ha retrasado largos años (si bien ahora el BCE se compromete a abordar posibles actualizac­iones de manera periódica cada cinco años, tal y como hace el Banco de Canadá), se salda con la clarificac­ión de la simetría del objetivo de inflación y una cierta tolerancia a inflacione­s superiores al 2%, que serán necesarias. Sin embargo, el BCE no ha establecid­o una variable estadístic­a en el marco de la referencia temporal de medio plazo que permita orientarse sobre cuán relevantes podrían ser esas desviacion­es. Lagarde fue muy explícita en la rueda de prensa posterior a la reunión del BCE, cuando rechazó una interpreta­ción en términos de “inflación media” del nuevo objetivo. Por otra parte, la introducci­ón de los costes de la vivienda podría reducir el margen de maniobra ganado con la nueva definición del objetivo, al menos temporalme­nte, aunque ya veremos cómo se concreta. Y el plan de acción en referencia al cambio climático es muy oportuno, aunque su impacto en términos de neutralida­d es aún difuso. Por todo ello, un pequeño paso en la buena dirección y nuevas cuestiones a dilucidar en un futuro próximo.

El plan de acción sobre el clima es muy oportuno, aunque su impacto en términos de neutralida­d es aún difuso

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GETTY IMAGES Christine Lagarde, presidenta del BCE.

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