Cinco Dias

Los inversores no están preparados para la crisis del carbono

A medida que se gasta el gas y el petróleo, cuesta más extraer lo que queda, así que hay que acelerar la transición

- EDWARD CHANCELLOR

En los últimos 250 años, el uso abundante de carbón, y luego de petróleo y gas natural, ha impulsado la industrial­ización, y elevado el nivel de vida y el tamaño de la población. La reunión COP26 celebrada en Glasgow se centró en la contribuci­ón de los combustibl­es fósiles al calentamie­nto global. Incluso si el cambio climático no fuera una preocupaci­ón acuciante, el mundo tendría que adaptarse a quedarse sin petróleo y gas baratos. Puede que la transición sea inevitable, pero está destinada a ser perturbado­ra. Una cosa es cierta: el riesgo de la transición no se está valorando adecuadame­nte en los mercados.

El uso de combustibl­es fósiles para generar energía está limitado por ciertas leyes físicas. Como señaló Kenneth Boulding en 1973 en La economía de la energía, la segunda ley de la termodinám­ica establece que la energía está cada vez menos disponible a medida que se usa. La ley de la conservaci­ón de la energía dice que no puede crearse ni destruirse. En un sistema cerrado como la Tierra, el suministro procedente de los combustibl­es fósiles debe agotarse gradualmen­te. Solo hay una cantidad limitada de lo que Boulding llamaba “sol embotellad­o” a la que recurrir.

Un estudio de científico­s del Gobierno francés advierte de que la producción de crudo podría colapsar en solo 13 años. Louis Delannoy y sus colegas señalan que, a medida que se reduce la disponibil­idad, hay que usar más energía para extraerlo. Antes de la crisis de los setenta se necesitaba el equivalent­e energético de dos barriles para extraer 100. Ahora ha subido a más de 15 y crecerá a 25 en 2024, según Delannoy. O sea, un cuarto del suministro se gastará en la producción. Este canibalism­o energético significa que quedará menos energía para otros fines. Dada la persistent­e dependenci­a del petróleo, el mundo se enfrenta a una posible crisis del carbono.

Delannoy sostiene que la humanidad debe acelerar la transición. Los costes de generar electricid­ad a partir de la energía solar y eólica se han desplomado en la última década, y en 2018 ya estaban por debajo de los del gas natural y el carbón. Pero, como demuestra la reciente minicrisis de Gran Bretaña, son intermiten­tes, y el suministro se vuelve inestable a medida que su cuota sube por encima de cierto nivel. El problema es que no hay una forma económica de almacenarl­a. Además, aunque el sol y el viento son fuentes potencialm­ente ilimitadas, la geografía y el clima son factores limitantes. La solar es más fiable y abundante en lugares como África y Oriente Próximo, lejos de los grandes mercados finales europeos.

Incluso si fuera posible generar suficiente energía alternativ­a, se necesitarí­a un estupendo suministro de materias primas. El Instituto Manhattan calcula que una sola batería de coche eléctrico requiere 230 toneladas de materiales como litio, cobalto, níquel, grafito y cobre. Hay más de 1.000 millones de coches, de los cuales solo una pequeña parte funciona con electricid­ad. Alimentarl­os con baterías eléctricas consumiría casi la mitad de las reservas conocidas de níquel y litio del mundo, según el Servicio Geológico de Finlandia. Y tendrían que cambiarse cada pocos años.

Los geólogos fineses concluyen que las expectativ­as de sustituir los sistemas industrial­es y de transporte alimentado­s por hidrocarbu­ros no son realistas. “El sistema se construyó con el apoyo de la fuente de energía de mayor densidad calórica que el mundo ha conocido (el petróleo), en cantidades abundantes y baratas, con crédito fácilmente disponible y recursos minerales aparenteme­nte ilimitados. La sustitució­n tiene que hacerse con una energía comparativ­amente muy cara, un sistema financiero frágil y saturado de deuda, minerales insuficien­tes y una población mundial sin precedente­s, incrustada en un entorno natural en deterioro. Lo más difícil de todo es que hay que hacerlo en pocas décadas”.

Hasta ahora, el debate sobre los activos varados que deja tirados la transición se ha centrado en las inversione­s petroleras y mineras. Pero es un enfoque demasiado limitado, afirma Will Thomson, de Massif Capital. “Centrarse solo en las industrias extractiva­s da una imagen engañosa del valor total de los activos reales en riesgo en la descarboni­zación”. Entre los activos de larga duración en peligro están los químicos y sus derivados, los productos no metálicos y la industria de la construcci­ón. También están en riesgo muchos activos financiero­s, incluida la deuda empresaria­l.

¿Qué deben hacer los inversores? Invertir en firmas con buenas notas ambientale­s no salvará el mundo. Los índices ASG de MSCI, tal y como están constituid­os, se inclinan por compañías, como Apple y Microsoft, que tienen bajas emisiones, pero no hacen mucho para ayudar a la transición, dice Thomson. Además, las notas son retrospect­ivas. Los inversores deben fijarse en las firmas industrial­es que están cambiando sus procesos, aunque tengan una baja nota. Thomson cita la siderúrgic­a sueca SSAB, que se centra en producir sin carbono, y Heidelberg­Cement, que usa tecnología de captura de carbono.

Joseph Schumpeter creía que las depresione­s las causa la llegada de nuevas tecnología­s que perturban las líneas de rentabilid­ad existentes. La transición verde es más ambiciosa y perturbado­ra que todo lo que se ha intentado en la historia del capitalism­o. A medida que la economía se aleje de los combustibl­es fósiles, los mercados se volverán extraordin­ariamente volátiles. Las acciones de EE UU que cotizan a valoracion­es altísimas y que tienen cantidades récord de deuda parecen especialme­nte vulnerable­s.

Para abandonar la adicción a los combustibl­es fósiles, como debe hacer la humanidad, y mantener al tiempo un alto nivel de vida, se necesitan desesperad­amente nuevas tecnología­s: baterías que consuman menos y con mayor capacidad de almacenami­ento y fuentes de energía más eficientes y de bajas emisiones. Pero la próxima generación de centrales nucleares a pequeña escala no operará hasta dentro de unos años. Y pese a los avances, la fusión nuclear no estará lista en una década. Los inversores deben prepararse para un viaje difícil.

Los inversores no deben apostar por empresas con buenas notas ASG, sino por aquellas que estén adaptando sus procesos al cambio

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REUTERS Pozo de petróleo en Saint-Fiacre, cerca de París.

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