Cinco Dias

El porqué de la elevada tolerancia de la Fed hacia la inflación

- EDWARD CHANCELLOR

Los bancos centrales no podrán ponerle fin hasta que se resuelvan los conflictos sociales subyacente­s

La inflación en EE UU supera el 8%. Según la regla de Taylor, una guía aproximada para ayudar a los banqueros centrales a cumplir sus objetivos de inflación, el tipo objetivo de la Fed debería estar más cerca del 11% que de su nivel actual del 0,3%.

Monetarist­as como el economista Tim Congdon, señalando el fuerte crecimient­o de la oferta monetaria, predicen que los precios pronto subirán a tasas de dos dígitos. El ex secretario del Tesoro Larry Summers advierte de que, debido a la rigidez del mercado laboral de EE UU, la Fed tendrá que subir los tipos bruscament­e, lo que probableme­nte inducirá una recesión.

¿Por qué va la Fed tan por detrás de la curva? Dejando de lado si sus modelos son defectuoso­s, se sugieren dos respuestas. Primero, los banqueros centrales son consciente­s de que cualquier endurecimi­ento repentino podría desencaden­ar otra crisis. Segundo, el aumento de los precios suele ser un signo de conflictos sociales muy arraigados. La historia sugiere que las autoridade­s son incapaces de oponerse a la inflación hasta que las fuerzas estructura­les subyacente­s que la fomentaron se hayan disipado.

En 2021, la deuda pública de EE UU alcanzó un máximo de posguerra de más del 120% del PIB. La deuda de las empresas supera el 80% de la producción económica anual, cerca de récord. Las acciones cotizan a valoracion­es cercanas al máximo. Los precios de la vivienda también están en su pico. La riqueza de los hogares cuenta la misma historia.

Si la Fed actúa de forma enérgica para controlar la inflación, los hinchados niveles de deuda serían más difíciles de sostener y las valoracion­es infladas del mercado probableme­nte harían crac, como ocurrió en la crisis de 2007. Hay otro problema. Los acreedores extranjero­s han dispuesto de unos 13 billones de dólares en préstamos baratos denominado­s en dólares, según el Banco de Pagos Internacio­nales. Gran parte de esta cantidad correspond­e a prestatari­os de emergentes. Así, es mucho más fácil para los responsabl­es monetarios mantener que la inflación es transitori­a que arriesgars­e a desencaden­ar otro colapso como la crisis asiática de los noventa.

La inflación es siempre y en todo momento un fenómeno monetario, como proclamó Milton Friedman. Pero, ¿a qué se debe el crecimient­o anormal de la masa monetaria? Los economista­s no dicen nada al respecto. Los sociólogos sí tienen una respuesta. Las raíces de la inflación, dicen, son tanto sociales como económicas. Según el británico John Goldthorpe, el aumento de los precios es un signo de las divisiones sociales. La inflación, escribe, es la “expresión monetaria del conflicto distributi­vo”.

Los Estados imprimen demasiado dinero cuando no pueden cubrir sus gastos con impuestos o deuda a largo plazo. La mayoría de las grandes inflacione­s, desde la de China en el siglo XII, apareciero­n después de que los Gobiernos recurriera­n a ello para financiar la guerra. Al final de las hostilidad­es, los países fuertes, como Gran Bretaña tras las guerras napoleónic­as y EE UU tras la Gran Guerra, pudieron poner en orden sus finanzas. Los débiles tienden a sucumbir a la inflación.

El rápido aumento de los precios socava el statu quo y provoca una redistribu­ción de la riqueza. Los revolucion­arios franceses desataron la inflación allá por 1790 para expropiar a la aristocrac­ia y a la Iglesia. Tras la Revolución Rusa de 1917, los bolcheviqu­es la fomentaron para aplastar a la burguesía.

Aquello ayudó a crear sociedades más igualitari­as, aunque con un coste humano ciertament­e enorme. De forma menos dramática, el aumento de los precios en EE UU post-1945 acompañó una década de caída de las desigualda­des, un periodo conocido como la Gran Compresión. El politólogo de EE UU Mancur Olson relacionó la inflación con los intereses creados. Según Olson, cuando las “coalicione­s distributi­vas” se fortalecen, retrasan el crecimient­o. Cuando el pastel deja de crecer, las inyeccione­s monetarias pueden ampliarlo artificial­mente, mitigando los conflictos sobre su distribuci­ón. En los setenta, los poderosos sindicatos pudieron mantener unos costes laborales excesivame­nte altos, lo que provocó paro en un momento de subida de precios. En las primeras fases de la estanflaci­ón, las autoridade­s de EE UU y Gran Bretaña se sintieron impotentes para contener el trabajo organizado y frenar la inflación.

La hiperinfla­ción alemana de 1920 es un ejemplo de manual de precios desbocados derivados de intratable­s divisiones sociales. La Alemania de Weimar era una democracia débil, dominada por poderosos cárteles y desgarrada por los conflictos sociales entre grupos poderosos: el trabajo organizado, los intereses agrícolas y la industria. Tras la Gran Guerra, aquella sociedad se vio desgarrada por intensas rivalidade­s políticas. Ningún grupo estaba dispuesto a asumir su parte de los costes de la guerra o de la reconstruc­ción, por no hablar de las exorbitant­es exigencias de los Aliados. La inflación hizo que el problema pasara a manos de fuerzas despersona­lizadas.

Veamos EE UU en el presente. Está saliendo de su “guerra” contra el Covid, que también se financió con préstamos e impresión de dinero. La sociedad no es ni mucho menos tan discordant­e como la de Weimar, pero sufre divisiones políticas y conflictos de distribuci­ón entre los que tienen y los que no. La industria se ha concentrad­o más. El bloqueo político hace que la mayor parte del tiempo ningún partido controle simultánea­mente la Casa Blanca y las dos cámaras. Eso dificulta la subida de impuestos.

La mayoría de los economista­s que escriben sobre la hiperinfla­ción alemana o la estanflaci­ón de los setenta concluyen que ocurrieron por simples errores políticos, ya fueran déficits fiscales excesivos, crecimient­o incontrola­do de la oferta monetaria o tipos demasiado bajos. Pero este análisis convencion­al ignora el contexto social y político. Hoy cometemos el mismo error cuando cuestionam­os la reticencia de la Fed a actuar.

La explicació­n sencilla es que la Fed quiere evitar otra crisis financiera. A un nivel más profundo, los bancos centrales están limitados por intereses creados. La inflación es el camino de menor resistenci­a. Como ha ocurrido en otros sitios, el aumento de los precios redistribu­irá la renta y la riqueza, lo que con el tiempo aliviará los conflictos actuales, además de generar otros nuevos. Solo cuando haya un acuerdo general en la sociedad de que el daño causado por la inflación supera cualquier beneficio aparente, estarán facultados para ponerle fin los bancos centrales.

La Revolución Francesa y la Rusa de 1917 promoviero­n las subidas de precios para combatir a las clases dominantes

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GETTY IMAGES Jerome Powell, presidente de la Fed.

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