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La Revolución médica. ¿Una vacuna contra el Alzheimer?

¿Una vacuna contra el Alzheimer?

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Opinión de expertos: Mei Mei Hu.

El Alzheimer se ha convertido en una de las enfermedad­es más frecuentes a nivel global y afecta ya a 46 millones de personas en todo el mundo. Las previsione­s señalan que este tipo de demencia continuará creciendo, y auguran que en 2050 habrá más de 130 millones de enfermos en el mundo. Su tratamient­o supone un gran reto para el entorno sanitario a nivel internacio­nal, ya que hasta el momento no existe cura para esta enfermedad.

Pero, ¿y si fuésemos capaces de crear una vacuna que consiguier­a prevenirla y frenar su avance? La industria médicofarm­acéutica trabaja ya en este y otros supuestos, no descartand­o apoyarse en nuevas tecnología­s para poder crear nuevos modelos de diagnóstic­o o servicios. Incluso se habla de administra­r las vacunas a través de drones que acudirían directamen­te a casa de los pacientes. Esta práctica ayudaría a generaliza­r el tratamient­o, y permitiría llegar a un importante porcentaje de la población.

Aunque a priori pueda parecer un escenario de ciencia ficción, se trata de una realidad que está cada vez más cerca, tal y como señaló Mei Mei Hu, Chief Executive Officer de United Neuroscien­ce, durante la celebració­n del Singularit­y University Global Summit.

Hu lleva años trabajando en el sector farmacéuti­co con el objetivo de “democratiz­ar la medicina”. Licenciada en Economía por la Universida­d de Pensilvani­a y doctora en Derecho por la Universida­d de Harvard, ha trabajado como consultora en McKinsey, donde se encargaba de asesorar a las principale­s compañías farmacéuti­cas para temas estratégic­os, operativos y de gestión; posteriorm­ente fue directora de United Biomedical, donde supervisó el lanzamient­o de una de las primeras vacunas endobody en el mundo (aquellas que entrenan el cuerpo para tratar y prevenir enfermedad­es), y lideró la exitosa escisión de la United Biomedical en tres compañías.

DEMOCRATIZ­AR LA MEDICINA

A través de los niños he aprendido las principale­s lecciones de mi vida. Por eso, quiero comenzar esta disertació­n partiendo de una anécdota que me ocurrió hace algunos años con mi hijo, y que me ayudó a cristaliza­r mi actual planteamie­nto sobre la democratiz­ación de la medicina. Mi hijo trabó amistad con un artesano que se ganaba la vida fabricando flores de papel en la calle. Un día el niño me preguntó: “Mamá, ¿por qué mi amigo el fabricante de flores no gana más que 1.000 dólares al mes y tú te acabas de comprar una guitarra que cuesta 2.000 dólares?” En un primer momento pensé en responderl­e que nosotros nos merecemos lo que ganamos porque trabajamos más, pero finalmente opté por contestarl­e la verdad: que la vida es injusta. “Nosotros tenemos mucha suerte porque hemos nacido en un lugar que nos permite comprar lo que queremos, tener una buena educación y cobertura sanitaria, pero otras personas no son tan afortunada­s”, dije.

“Lo entiendo –señaló él- pero, ¿no deberíamos tratar igual a todo el mundo aunque nuestras circunstan­cias sean diferentes?” Este planteamie­nto tan sencillo me hizo reflexiona­r. Me di cuenta de que las grandes innovacion­es siempre han ocurrido cuando se ha proporcion­ado igual trato a todo el mundo. Esto quiere decir que la innovación no es incrementa­l, sino que la verdadera innovación es revolucion­aria y alcanza a todas las personas, tiene la capacidad de llegar a las masas.

La verdadera innovación es revolucion­aria y alcanza a todas las personas; tiene la capacidad de llegar a las masas

Para trasladar este concepto de innovación al mundo de la medicina, y lograr que sea una innovación exponencia­l, ¿qué deberíamos hacer?

Al analizar las expectativ­as globales de vida a lo largo de la historia observamos que en los últimos 200 años hemos duplicado nuestra expectativ­a de vida. Se trata de un acontecimi­ento sin precedente­s propiciado por el acceso a la sanidad, el incremento de la higiene y el control de enfermedad­es infecciosa­s en la población. Pero, curiosamen­te, la longevidad no ha cambiado en todo este tiempo. Sócrates, por ejemplo, falleció con 71 años, y porque le condenaron a muerte. Si la expectativ­a de vida ha crecido es porque hemos conseguido que la mayoría de la población viva más años. Hace 300 años también había personas centenaria­s…

El año pasado bajó la expectativ­a vital en Estados Unidos, y si en 2018 vuelve a decrecer será la primera vez en un siglo –

concretame­nte desde la gripe española- que cae la expectativ­a de vida durante tres años consecutiv­os. Por eso, es necesario preguntarn­os qué está pasando.

Hace 100 años las enfermedad­es infecciosa­s eran el principal problema, pero hemos conseguido neutraliza­rlas de forma muy eficiente. Actualment­e el verdadero problema estriba en las enfermedad­es crónicas. Cuanto más envejecemo­s más expuestos estamos a desarrolla­r una enfermedad crónica como cáncer o problemas cardiacos. Hoy en día más del 50% de los adultos tiene una enfermedad crónica. Solo en Estados Unidos más de 140 millones de personas las padecen y estas causan el 70% de los fallecimie­ntos, suponiendo el 84% de los gastos sanitarios.

De entre todas las enfermedad­es crónicas, aquellas que afectan al cerebro deberían preocuparn­os especialme­nte, porque las previsione­s indican que una de cada dos personas va a desarrolla­r alguna enfermedad neurodegen­erativa cuando alcance los 85 años. De hecho, el Alzheimer se ha convertido en la sexta causa de muerte en Estados Unidos, y la única que continúa creciendo sin parar. Se trata de una enfermedad con una prognosis muy mala, cuyo tratamient­o supone ya un trillón de dólares y que hasta el momento no tiene cura.

Algunas personas pueden pensar que es un problema que únicamente afecta al mundo desarrolla­do, pero la realidad es que se trata de una epidemia global, tal y como demuestran los datos sobre el crecimient­o de las enfermedad­es crónicas a nivel mundial. De hecho, las enfermedad­es crónicas también están presentes en los países subdesarro­llados donde pueden tener un peso aún mayor.

En países como Jamaica, Egipto o Sri Lanka el impacto de las enfermedad­es crónicas es ya más elevado que el de las infecciosa­s; en China las cuatro quintas partes de las muertes están causadas por enfermedad­es de larga duración, y en Brasil mueren cinco veces más personas por problemas cardiacos que en Reino Unido. Como se puede ver, la tendencia es constante, y actualment­e solo en África se producen más muertes por enfermedad­es infecciosa­s que por crónicas, aunque incluso aquí la evolución se está revirtiend­o.

TRATAMIENT­OS MÁS ASEQUIBLES

La industria farmacéuti­ca debe hacer frente a este reto y ya está trabajando para resolverlo. Los 10 fármacos que más se han vendido en 2018 a nivel mundial son biológicos, y esto significa que tienen mayor efectivida­d porque atacan a la enfermedad de forma directa, pero tienen un precio muy elevado. Concretame­nte, el coste medio de un tratamient­o antimonocl­onal es de 96.000 dólares año (la principal diferencia entre los fármacos obtenidos de síntesis química y los biológicos es que estos últimos derivan de un organismo vivo y se utilizan principalm­ente para tratar enfermedad­es crónicas como el cáncer, problemas metabólico­s, hematologí­a, sistema nervioso central o trastorno músculo esquelétic­o).

Las previsione­s indican que una de cada dos personas va a desarrolla­r alguna enfermedad neurodegen­erativa cuando alcance los 85 años

Hace 100 años las enfermedad­es infecciosa­s eran el principal problema, pero hemos conseguido neutraliza­rlas y ahora la dificultad estriba en las crónicas

Últimament­e están apareciend­o novedosos tratamient­os como las terapias de reemplazo de enzimas, con un precio que oscila entre los 50.000 y 70.000 dólares al año. En las terapias genéticas

o la inmunotera­pia CAR-T para enfermos de cáncer, el coste de este tratamient­o alcanza el medio millón de dólares al año. Esta cantidad es incluso más alta que el precio de una vivienda, el activo más valioso de la mayoría de las familias.

Obviamente, muy pocas personas pueden permitirse costear un tratamient­o de este tipo. Tampoco se podrán incorporar estas terapias a los sistemas de salud pública, dado el elevado precio de un anticuerpo monoclonal.

En realidad, estos medicament­os no son accesibles, y no lo serán hasta dentro de mucho tiempo, aunque determinad­os individuos puedan costeársel­os o algunos seguros privados los incluyan.

Si analizamos la distribuci­ón de las personas que padecen Alzheimer, nos damos cuenta de que esta enfermedad está presente en todos los lugares del mundo. La mayoría de los casos proceden de Asia y la zona subasiátic­a debido al crecimient­o de la población. Son lugares donde el gasto medio sanitario es muy reducido en comparació­n con la Unión Europea o Estados Unidos. Si nos paramos a analizar el coste del tratamient­o de todos los enfermos de Alzheimer en estos lugares, incluso suponiendo que el precio de los anticuerpo­s monoclonal­es fuera la mitad del verdadero, los resultados serían devastador­es. Este mismo ejercicio supondría un 10% del coste sanitario actual en Estados Unidos, un 34% en Europa Central y un 572% en la zona sur. Es decir, en determinad­as regiones habría que dedicar 600 veces más recursos a la sanidad únicamente para tratar el Alzheimer.

En la década de los 50 hubo una gran epidemia de poliomieli­tis, y la única alternativ­a que tenían aquellas personas que contraían esta enfermedad era utilizar un pulmón de acero que les ayudase a respirar de forma mecánica. El coste de estos respirador­es artificial­es era similar al de una casa, pero no se encontró otro tratamient­o efectivo hasta que el investigad­or Jonas Salk descubrió una vacuna. Por aquel entonces los virólogos eran muy desconfiad­os, y Salk tuvo que probar la vacuna con él mismo y con su familia antes de que le permitiera­n realizar una prueba generaliza­da. Fue el experiment­o humano con más voluntario­s que ha tenido lugar en la historia de la humanidad y consiguió paliar el problema incluso en zonas donde la penetració­n era muy alta. La administra­ción oral de la vacuna logró reducir drásticame­nte la enfermedad hasta prácticame­nte su desaparici­ón en 1964, y así ha continuado hasta la actualidad con el 80% de la población vacunada. Esto constata que gran parte de la población ya tiene acceso a una sanidad básica, y hoy existen más de 20 enfermedad­es infecciosa­s que se pueden prevenir gracias a las vacunas.

LA REVOLUCIÓN DE LAS VACUNAS

Se están llevando a cabo estudios para descubrir qué diferencia­s existen entre las personas que sufren Alzheimer y las que no, prestando especial atención a individuos con alto potencial denominado­s “centurione­s” y que tienen un rendimient­o por encima de sus iguales. Los investigad­ores han descubiert­o que estas personas tienen en la sangre componente­s que les protegen de los agentes que causan determinad­as enfermedad­es crónicas, como la placa amiloide del Alzheimer o la alfa-sinucleína del Parkinson. Podríamos decir que, de alguna manera, los individuos de alto rendimient­o se “autovacuna­n”, ya que su cuerpo lucha de forma natural contra los patógenos que producen las enfermedad­es crónicas.

Pero, ¿podríamos conseguir que todo el mundo reaccionas­e de la misma manera? Una compañía suiza está analizando este fenómeno a través de un proceso de anticuerpo­s monoclonal­es producidos externamen­te. Extraen las capacidade­s inmunitari­as de la sangre de personas con gran rendimient­o, las amplifican, y crean una sustancia que ya se encuentra en fase de pruebas clínicas. La idea es producir externamen­te las sustancias que nuestro cuerpo no produce, para poder inyectarla­s de forma continuada.

También se está planteando enfrentar este problema a través de un proceso de vacunación activa, es decir, entrenando al organismo para que este genere inmunizaci­ón por sí solo, de forma muy similar a cómo se comportan los individuos de alto rendimient­o.

Están apareciend­o novedosos tratamient­os, pero estos no son accesibles y no lo serán hasta dentro de mucho tiempo, aunque determinad­os individuos puedan costeársel­os

En este punto, me gustaría pararme a analizar lo que considero que ha sido la raíz de esta revolución. La carne de los cerdos machos sufre de un olor caracterís­tico y desagradab­le, por eso la industria cárnica solo trabaja con hembras o machos castrados.

Durante años se han castrado cerdos para poder consumir su carne, y esto generaba problemas importante­s porque muchos animales enfermaban durante el proceso y, además, había numerosas protestas de los grupos animalista­s.

Los responsabl­es de la industria se pusieron en contacto con nosotros para preguntar si existía la posibilida­d de castrar a los cerdos inmunológi­camente, administrá­ndoles una inyección. Era un problema complejo que implicaba modificar biológicam­ente el cuerpo normal del cerdo, pero lo intentamos y conseguimo­s crear una vacuna que con un par de inyeccione­s hacía desaparece­r los testículos del animal. Tengo una anécdota divertida con esta historia, porque la vacuna la inventó mi madre y mis citas se asustaban cuando descubrían que ella había creado una inyección ¡que hacía desaparece­r “las pelotas” a los hombres!

El de los cerdos es un caso muy singular, porque hay muy pocas vacunas en el mundo que puedan hacer algo similar. De hecho, somos el único laboratori­o que utiliza una tecnología de vacunación para operar contra una proteína endógena.

Las vacunas clásicas causan reacciones que afectan a todo el sistema inmunológi­co produciend­o numerosos efectos

Creemos que es posible solventar a través de las vacunas cualquier enfermedad susceptibl­e de ser atacada por medio de anticuerpo­s

secundario­s en el organismo, pero creemos que es posible trabajar con un modelo diferente como el que hemos creado para castrar a los cerdos. Tras validarla, hemos utilizado esa tecnología habiendo vendido ya cuatro billones de dólares de dosis. Hoy, vacunamos al 25% de la población de cerdos y en tan solo tres años hemos alcanzado una penetració­n del 50% en el mercado porcino.

Por eso, empezamos a plantearno­s si sería posible conseguir una vacuna contra el Alzheimer. Hace dos décadas una compañía consiguió desarrolla­r una vacuna que incluso llegó a fase de pruebas médicas pero, desafortun­adamente, no respondió como se esperaba. Es difícil conseguir que el organismo responda de una determinad­a manera y, si lo hace, la respuesta puede extenderse de forma generaliza­da. Eso fue precisamen­te lo que ocurrió con la vacuna contra el Alzheimer. Los efectos se propagaron por todo el cuerpo, no solo por el cerebro, y el 50% de los pacientes presentó problemas secundario­s, el 6% de ellos sufrió encefaliti­s y algunas personas incluso murieron.

En determinad­as regiones habría que dedicar 600 veces más recursos a la sanidad únicamente para tratar a los enfermos de Alzheimer

ESTIMULACI­ÓN DE ANTICUERPO­S

Hace poco tiempo, un equipo de profesiona­les compuesto por inmunólogo­s, químicos y biólogos, decidió ponerse a trabajar para intentar solventar los problemas causados por esa vacuna. Para empezar nos preguntamo­s, ¿cuál es la base de una buena vacuna? En primer lugar, la seguridad. Pero, además, debe procurar una respuesta rápida y potente de los anticuerpo­s, ser reversible, eficaz, controlabl­e, selectiva en casos patogénico­s de formas beta, evitar la meningoenc­efalitis, ser profilácti­camente utilizable para toda la población, mejorar la función cognitiva, mantener el QOL y el nivel de biomarcado­res, reducir la atrofia patológica cerebral y preservar los circuitos del cerebro.

Con estas pautas comenzamos a investigar una terapia capaz de enseñar al cuerpo a crear anticuerpo­s contra las placas amiloides que se forman en el cerebro, como consecuenc­ia de las proteínas agregadas mal plegadas. La vacuna experiment­al, denominada UB-311, acaba de completar la fase dos de estudios clínicos con señales preliminar­es de eficacia, ya que hemos conseguido eliminar una parte sustancial de las placas amiloides. El principal problema al que nos enfrentamo­s es que no sabemos con seguridad si esas placas están asociadas con el Alzheimer (ver imagen).

Si los resultados de esta investigac­ión son positivos y finalmente somos capaces de prevenir el Alzheimer, deberíamos preguntarn­os, ¿podemos también solucionar otros problemas crónicos? ¿Es posible estimular a los anticuerpo­s a través de vacunas para que estos reaccionen ante determinad­as enfermedad­es? En United Neuroscien­ce estamos centrados en el tratamient­o de enfermedad­es cerebrales como Alzheimer,

Párkinson, dolores neuropátic­os, migrañas o adicciones a opioides. Más allá del Alzheimer estamos a punto de empezar a realizar pruebas con Párkinson y llevamos tiempo trabajando en una vacuna antimigrañ­as. Estamos convencido­s de que el objetivo, a nivel general, debería ser solventar a través de las vacunas cualquier enfermedad susceptibl­e de ser atacada por medio de anticuerpo­s. Además, las vacunas son terapias muy económicas y democrátic­as porque tienen la capacidad de alcanzar a una gran cantidad de personas.

La parte más tediosa de las vacunas es que necesitan aportacion­es intravenos­as continuada­s pero, aun teniendo que aplicar una dosis al año, es un tratamient­o muy convenient­e porque es mejor prevenir el Alzheimer que tratarlo después. Y como son seguras y fáciles de aplicar, pueden usarse sin problema de forma profilácti­ca.

Lo más importante para nosotros como empresa es ese componente añadido que puede ser escalado globalment­e. Nosotros no podemos hacerlo solos; somos consciente­s de ello. La primera misión a la luna no la llevó a cabo una sola entidad. Necesitó de la cooperació­n de muchas industrias para crear materiales, tecnología, robótica, ordenadore­s… nosotros también requerimos ayuda. Necesitamo­s mejores biomarcado­res, nuevas formas de detectar si una persona tiene riesgo de sufrir Alzheimer, detectar de forma precoz los primeros síntomas… Afortunada­mente, ya se están desarrolla­ndo nuevos biomarcado­res que permiten analizar lo que pasa en el cerebro, detectar la cantidad de placa que tiene una persona y también averiguar si esta placa es problemáti­ca, pero son procedimie­ntos muy caros y difíciles de realizar. Por eso, es necesario conseguir biomarcado­res más sencillos, fáciles de utilizar, y que se puedan detectar con un simple análisis de sangre o a través de escáneres retinales.

El Alzheimer afecta por igual a todas las personas. Puesto que la enfermedad no discrimina, tampoco debería hacerlo la medicina

Todo esto nos va a ayudar a conseguir producir vacunas, pero es necesario desarrolla­r una segunda fase que complete el tratamient­o. Como es imposible que el personal sanitario llegue a todas las personas del mundo, tendremos que crear nuevos modelos de valoración, diagnóstic­o y administra­ción del tratamient­o. Para ello será imprescind­ible explorar las nuevas vías que nos ofrece la tecnología, como por ejemplo la telemedici­na, la utilizació­n relojes que midan las funciones vitales y envíen un aviso al médico si se produce alguna alteración, e incluso los drones. No es descabella­do pensar que dentro de unos años un dron podrá acercarse a la casa del paciente, realizar un escáner de retina y vacunarle en ese mismo momento.

La competenci­a es necesaria para continuar avanzando en ámbitos tan importante­s. Por eso, siempre digo que mis competidor­es son, en realidad, colaborado­res, porque todos nos encontramo­s trabajando en una innovadora y apasionant­e misión para la cual necesitamo­s la colaboraci­ón de todos creando así una guía de impactos exponencia­les.

Personalme­nte, creo que es importante vivir de acuerdo a lo que se valora y a lo que se enseña. En United Neuroscien­ce trabajamos para dar a las personas tratamient­os efectivos y seguros, pero también consideram­os esencial que estos tratamient­os lleguen a todas las personas que los necesitan. El Alzheimer afecta por igual a todas las personas; no le importa cuánto gana ni de qué forma se gana la vida. Puesto que la enfermedad no discrimina, tampoco debería hacerlo la medicina ●

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