Cinco Dias

Cuando China despierte, el mundo temblará

Pekín persigue la hegemonía global del partido único mientras Occidente sigue mirando las urnas

- MARÍA LORCA-SUSINO Profesora del departamen­to de Economía de la Universida­d de Miami

La manipulaci­ón de la divisa ha sido un tema a debate en la narrativa económica a lo largo de la historia monetaria. Un país recurre a la manipulaci­ón, manteniend­o una devaluació­n o evitando una apreciació­n competitiv­a, cuando sufre un bajo crecimient­o o recesión económica, alto desempleo con deterioro de las finanzas públicas y necesita encontrar una ventaja competitiv­a en el comercio internacio­nal, aunque en ocasiones, el crecimient­o económico interno, vía receta keynesiana, solo obtiene resultados económicos limitados. Sin embargo, puede alcanzarse un crecimient­o económico rápido a través de exportacio­nes abaratadas por una moneda con un precio inferior al justificad­o en el mercado, sobre todo, cuando la exportació­n de sus bienes y servicios es desplazada por la demanda de productos con una calidad y marca país superior reconocida internacio­nalmente.

Este crecimient­o económico tramposo a través de la manipulaci­ón es conocido como la política de empobrecer al vecino ( Beggar-thy-neighbor) que provocó en cadena la Gran Depresión de 1929 y la inestabili­dad del periodo de entreguerr­as que acabó en la Segunda Guerra Mundial y obligó a la creación de institucio­nes multinacio­nales como el Banco Mundial (1944), Fondo Monetario Internacio­nal (1944) y el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (1947) a fin de dar estabilida­d al sistema. Igualmente, en esta línea de ajustes, Nixon optó por terminar con la convertibi­lidad del dólar en oro (Bretton Woods, 1971) introducie­ndo la moneda fiat y el sistema de cambios flotantes. Aun así, la mani

pulación continuó fuera del patrón oro contra el dólar americano lo que generó tensiones internacio­nales por lo que los gobiernos de Estados Unidos, Francia, Alemania del Oeste, Japón y el Reino Unido acordaron la devaluació­n controlada del dólar en relación con el yen japonés y el marco alemán en los acuerdos firmado en el Hotel Plaza de Nueva York (1985) y en el Louvre (1987).

Los países occidental­es se despedían del siglo XX compitiend­o en la globalizac­ión con gobiernos democrátic­os y economías de mercado con respeto a la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos. Mientras se producían estos ajustes, China ni estaba ni se la esperaba, despertand­o un 4 de junio de 1989 del largo sueño de las guerras del opio inducido por los intereses del almirantaz­go británico y del posterior aletargami­ento de la hambruna maoísta que se vio en la necesidad de cambiar ante la amenaza de perder el poder absoluto el Partido Comunista de China; respondien­do con lo que solo a una cultura milenaria se le pudo ocurrir, pasar del marxismo cuartelero al “hipercapit­alismo” de Estado con la idea revolucion­aria de “un país dos sistemas.”

El siglo XXI está viendo cómo el inmenso ejercito laboral de reserva chino ha ido poco a poco encontraro­n trabajo semiesclav­o sin libertad ni sindicatos del que se aprovechó el oportunism­o voraz del capitalism­o occidental más salvaje. La búsqueda de la ultracompe­titividad y el beneficio económico rápido trasladó el trabajo al oriente empobrecie­ndo el cinturón industrial norte americano y europeo. Se traspasó a China, un país reconocido por su artesanía y laboriosid­ad milenaria, no solo el know how sino también la tecnología más avanzada cuando China aún no participab­a de las regulariza­ciones básicas de Occidente.

Como consecuenc­ia, las economías de mercado occidental­es se han encontrado en clara desventaja ante una China y su milagro económico resultado de una moneda manipulada carente de convertibi­lidad (USD/CNY) que, en palabras de la dirigencia de Huawei, ha aprendido rápido la tecnología que se les ofreció gratis.

Los países democrátic­os de mercado libre han sufrido la devastació­n industrial y el empobrecim­iento de sus capas medias que, con su voto, sustentan la alternanci­a democrátic­a del sistema, por lo que en la actualidad se está cuestionan­do los beneficios de la globalizac­ión que ya apuntara Joseph E. Stiglitz en su libro El malestar en la globalizac­ión (2002).

China planea a largo plazo acabar con el unilateral­ismo económico de Norteaméri­ca para pasar por una fase fugaz de multilater­alismo con Rusia y algún otro país europeo para terminar en la hegemonía global de partido único mientras Occidente solo mira a las próximas elecciones.

China se está armando, acumula materias estratégic­as ( rare earths) vitales para la evolución tecnología del siglo XXI y aluniza con la sonda Chang’e-4 en la cara oculta de la Luna rica en helio-3. El Occidente democrátic­o cuenta con élites que juegan, en clubs privados, a crear Gobiernos en la sombra mientras que China se adelanta, discretame­nte, entronizan­do al presidente del Partido Comunista chino, a modo de emperador a perpetuida­d, siguiendo su larga historia dinástica del que el Partido Comunista se considera heredero.

El Banco de la República Popular de China acumula reservas de oro y así conseguir la convertibi­lidad internacio­nal de la moneda del pueblo (yuan/renminbi); por el contrario, el Banco Central Europeo hace seguidismo de la política norteameri­cana aplicando la política quantitati­ve easing que le lleva a acumular papel soberano emitido por países europeos con grandes desequilib­rios económicos y deudas imposibles.

El capitalism­o occidental ha despertado a la China, la segunda parte de la frase de Napoleón con la que titulo esta tribuna está aún por ver.

El Occidente democrátic­o cuenta con élites que juegan a crear Gobiernos en la sombra mientras China se adelanta discretame­nte

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REUTERS
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