La transición energética es cara, y seguirá siéndolo: lo limpio no resulta barato
La transición energética es cara, y seguirá siéndolo. Entre el pago de las subvenciones a las renovables (que hace una década alcanzaron niveles de burbuja) y de los derechos de emisión de dióxido de carbono, y el nuevo sistema tarifario, que castiga a los que gastan en hora punta (porque la energía verde no se puede producir a voluntad y su almacenamiento es complejo), los consumidores siguen viendo cómo la factura eléctrica sube y sube, incluso al calor y el sol (que debería hinchar los paneles de solar) de junio.
Hay argumentos para justificar que se costeen las consecuencias perjudiciales de contaminar, pero la subida de la luz es un buen ejemplo de cómo no existen los escenarios idílicos, en los que todo es limpio, instantáneo y además barato. El marketing de la reforma energética preconizada por los Gobiernos occidentales (los otros tienen menos prisa) ha insistido en lo primero y poco en los inconvenientes. Los elevados precios pueden favorecer una reducción del consumo: a veces se abusa, como con el aire acondicionado en verano. Pero algunos no pueden elegir.