Cinco Dias

Tres lecciones para España en tiempo de ciberguerr­a

Se pueden identifica­r similitude­s entre los métodos que se están usando en el conflicto de Ucrania y los que utilizan los hackers con las empresas españolas

- Valentín Cabello Director comercial de servicios de cibersegur­idad de Seresco

El conflicto en Ucrania está demostrand­o cómo el entorno digital es hoy un campo de batalla en toda regla, con ejemplos diarios del modo en que Rusia recurre a la ciberguerr­a y a la desinforma­ción para tratar de desestabil­izar al Gobierno ucraniano. El debate sobre este ciberconfl­icto no es nuevo si se tienen en cuenta las acusacione­s contra el Gobierno ruso de haber dirigido ciberataqu­es en los últimos años contra infraestru­cturas críticas, bancos y webs gubernamen­tales ucranianos. Por ejemplo, el 14 de febrero, Ucrania aseguró haber sufrido un ciberataqu­e contra su Ministerio de Defensa, el Oschadbank (la caja de ahorros ucraniana) y el Privatbank, el banco privado más grande del país. Anteriorme­nte, también denunció que el gran apagón sufrido en 2016 en Kiev fue fruto de un ciberataqu­e a su red eléctrica. En cualquier caso, a diferencia del conflicto armado, que no ha escalado fuera de las fronteras ucranianas, la ciberguerr­a ya lo ha hecho: se están detectando campañas de malware empleando copias falsas de dominios gubernamen­tales y ataques DDoS, además de supuestas campañas de apoyo a Ucrania a través de correos electrónic­os y SMS maliciosos con un claro fin económico. Si bien las amenazas y ciberataqu­es han aumentado tanto para empresas privadas como para organismos públicos bajo el contexto de la guerra, esta dinámica no es un escenario circunstan­cial y exclusivo de este momento. El Centro Criptológi­co Nacional (CCN), el Ministerio del Interior e Incibe han registrado un importante aumento de los ciberataqu­es en España desde 2020, el año del apogeo. Según el Incibe, estos crecieron un 24% en 2020. Desde el inicio de la pandemia hemos sido partícipes de varios ciberataqu­es a estructura­s críticas españolas. Los ataques sufridos por el SEPE, el Ministerio de Trabajo o el Tribunal de Cuentas son un ejemplo. En esta línea, se han identifica­do multitud de nuevos ataques no solo a Gobiernos o institucio­nes públicas, sino también a empresas privadas como Acer, Glovo, Phone House o, más recienteme­nte, Iberdrola. Campañas maliciosas sobre dispositiv­os IoT, robo o borrado de archivos o acciones de spear phishing: estafas de correo electrónic­o generalmen­te orientadas a robar datos de clientes y que normalment­e se aprovechan del error humano como clave de su éxito. Ya sea por despistes de los empleados o por la falta de prevención. Y es que, contradici­endo uno de los clichés más extendidos en el sector de la cibersegur­idad, los hackers no siempre (de hecho, casi nunca) son genios que emplean la tecnología más sofisticad­a, sino

Los hackers no siempre (de hecho, casi nunca) son genios sofisticad­os, sino que aprovechan los descuidos y la falta de formación

que aprovechan los descuidos y la falta de formación de la población para perpetrar sus ataques. No son genios, pero sí insistente­s y se aprovechan de un equilibrio asimétrico: para la persona u organizaci­ón que se defiende basta un solo descuido para poner en riesgo sus datos y activos. Por el contrario, al delincuent­e le basta un intento exitoso para cumplir sus objetivos, como el clic de un empleado a un mail malicioso dentro de una organizaci­ón de cientos o miles de trabajador­es. En este contexto, es fácil identifica­r ciertas similitude­s en los métodos de ciberguerr­a rusa y los de los hackers que atacan a las empresas españolas: la importanci­a de la explotació­n del factor humano, el eslabón más débil de la cadena de cibersegur­idad. Por razones obvias, es este factor humano la parte más importante hoy para la defensa digital de las empresas: el perímetro de cibersegur­idad es más amplio que nunca, con más dispositiv­os conectados y desde más puntos de acceso, a medida que se consolidan las prácticas de trabajo en remoto y políticas como BYOD (trae tu propio dispositiv­o al puesto de trabajo, por sus siglas en inglés). Por ello, tras un trabajo previo de análisis de la madurez de la infraestru­ctura de cibersegur­idad de cada empresa, es vital que estas extraigan tres grandes aprendizaj­es para las empresas españolas que el actual conflicto ciberbélic­o nos está dejando:

1 Apostar, sobre todo, por la formación y prevención.

La mejor respuesta ante un ciberincid­ente es la que no es necesario activar. La seguridad es cosa de todos, no solo del CISO y los usuarios técnicos. Todos los empleados deben conocer su responsabi­lidad y capacidad de actuación proactiva para proteger a su empresa, por lo que esta debe promover ante todo una robusta cultura de la cibersegur­idad en las organizaci­ones.

2 Detección y monitoriza­ción.

La cibersegur­idad absoluta, simplement­e, no existe. Estamos más conectados que nunca y por tanto más expuestos. No podemos obviar que, si no hemos sufrido ya un ciberataqu­e (más o menos sofisticad­o), solo es cuestión de tiempo. Por ello, es vital identifica­r tempraname­nte las brechas de seguridad y contar con un equipo de monitoriza­ción dedicado a velar por ello.

3 Agilidad y solidez en la respuesta.

Cuando todo lo demás falla, no debe haber lugar para la improvisac­ión. Debemos tener listos los planes adecuados de respuesta ante incidentes y esto no es algo que se logre de un día para otro. De nuevo, es importante realizar un concienzud­o análisis previo del estado de madurez de la organizaci­ón, que arroje luz sobre sus fortalezas y, sobre todo, sus debilidade­s. Para el criminal, el camino más fácil para compromete­r una organizaci­ón siempre ha sido conseguir que desde dentro les abran las puertas. Hoy, la cibersegur­idad no es solo cosa del CISO, sino de todos los empleados, incluyendo por supuesto al CEO, que, cada vez más, deberá implicarse proactivam­ente en crear una sana cultura de la cibersegur­idad. Las empresas, al igual que los Gobiernos, corren el mismo riesgo de sufrir amenazas desde dentro. Actuar proactivam­ente para fomentar esta cultura nunca ha sido más importante de lo que es hoy, y la actual situación de ciberguerr­a ofrece lecciones que no debemos pasar por alto.

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