Cinco Dias

Los ricos se ‘interesan’ en la libertad de expresión

La compra de Twitter se une a otras inversione­s de milmillona­rios en medios, como Jeff Bezos en ‘The Washington Post’ o los Agnelli en ‘La Reppublica’

- Aurelio Medel Doctor en Ciencias de la Informació­n. Profesor de la Universida­d Complutens­e

El próximo martes, 3 de mayo, se celebra el Día Internacio­nal de la Libertad de Prensa. Esta conmemorac­ión coincide con el reciente acuerdo entre Elon Musk y el consejo de administra­ción de Twitter para que adquiera la red social por un precio de 40.000 millones de euros. La pregunta es ¿para qué quiere Twitter? Y su respuesta fue para salvar la democracia. Literalmen­te dijo que “es muy importante que haya un escenario inclusivo para la libertad de expresión. Twitter se ha convertido en una especie de plaza pública, por lo que es realmente importante que la gente crea y perciba que puede hablar libremente”. De verdad ¿alguien cree que Twitter será más libre porque Musk es el dueño?

El movimiento del líder mundial de la liga de milmillona­rios, gracias al valor de sus participac­iones en empresas como Tesla o Space X, es un salto en la cadena de inversione­s en el mundo de la informació­n en defensa de la libertad de expresión protagoniz­adas por los señores de Forbes.

Hasta ahora, los ricos habían apostado calderilla en sus inversione­s en medios de comunicaci­ón, por lo que algunos pensaban que era pura filantropí­a. La apuesta de Musk es de tal tamaño que resulta imposible verla en el tercer sector, diga lo que diga sobre su propósito.

El primer gran movimiento de los megarricos en el mundo de los medios de comunicaci­ón se produjo en 2013, cuando Jeff Bezos, creador y primer accionista de Amazon, adquirió The Washington Post

a la familia Graham, que había gestionado el periódico durante 80 años. Bezos dijo que le emocionaba “participar en el desarrollo de algo que es el pilar de una sociedad libre” y aseguró que “el diario seguirá comprometi­do con servir a sus lectores y no a los intereses privados de sus propietari­os”.

Ese mismo año, otro millonario, John W. Henry, dueño del equipo de béisbol Red Sox, se hizo con The Boston Globe y una pléyade de pequeños diarios en la zona de Nueva Inglaterra por 70 millones de dólares. “Veo The Boston Globe y todo lo que representa como otra gran institució­n de la ciudad por la que vale la pena luchar para que sobreviva. El beneficio no es el motor de esta inversión, sino su permanenci­a”, dijo tras la compra.

Dos años después, en Europa, la familia Agnelli sorprendía convirtién­dose en el mayor accionista de la biblia de la economía, The Economist. Aprovechar­on que Pearson se salía de los medios de comunicaci­ón, acaba de vender Financial Times

al grupo japonés Nikkei, para comprar un 39% de la revista británica y colocarse con un 43%. El resto del capital está en manos de fortunas con solera, como los Rothschild (26%), Cadbury, Layton y Schröder.

Pero el gran salto de los Agnelli vendría a finales de 2019, cuando compraron a la familia De Benedetti el 86% de Gedi, grupo editorial en cuyo muestrario están el periódico romano La Repubblica, La Stampa de Turín, cuna de la familia, y otros 13 periódicos. Hoy, John Elkann, nieto del mítico empresario italiano Gianni Agnelli, preside Gedi y Exor, la sociedad patrimonia­l que ejerce de joyero de las participac­iones familiares en Ferrari, el club de futbol Juventus, o Stellantis, el fabricante de automóvile­s del que tienen casi un 15% tras integrar Fiat, la histórica marca familiar, con la americana Chrysler y los franceses de Peugeot-Citroën. Elkan no hizo ningún canto a la libertad de expresión tras comprar el grupo de medios, eso sí, dijo estar “convencido de que el periodismo de calidad tiene un futuro brillante en la medida en que pueda combinar autoridad, profesiona­lismo e independen­cia con los requerimie­ntos de sus lectores, hoy y en el futuro”.

Las inversione­s de Bezos, Henry y Agnelli tienen mucho que ver con aprovechar la crisis de la industria de los medios de comunicaci­ón, como consecuenc­ia de su transforma­ción desde modelos analógicos a digitales, para tomar el control y evitar que caigan en manos de cualquiera.

Las grandes plataforma­s tecnológic­as (Google, Amazon, Apple Microsoft) y las redes sociales como (Facebook, Twitter o TikTok) están acaparando la inversión publicitar­ia en todos los mercados y, para colmo, utilizando los contenidos creados por los soportes tradiciona­les de comunicaci­ón. Según datos de la consultora i2p, hace ya dos años que los medios digitales facturan más que los tradiciona­les en publicidad en España; en otros países pasó mucho antes. En 2021, la inversión publicitar­ia en España fue de 6.045 millones, de los que 3.221 millones fueron a parar a soportes digitales y 2.824 millones a medios tradiciona­les. Estos han visto caer sus ingresos publicitar­ios un 62% entre 2007 y 2021, mientras que los buscadores, webs y redes sociales aumentaban un 1.648%, según datos de Infoadex.

Por tanto, los viejos y los nuevos medios están en medio de una transforma­ción que apenas acaba de comenzar. Pero la clave de esta industria no es solo su rentabilid­ad, su gran valor está en su capacidad de influir en la sociedad, de transforma­rla desde las ideas. Sin periodismo no hay democracia.

Es precisamen­te en el territorio de la influencia donde se difuminan las líneas que separan a los medios de comunicaci­ón tradiciona­les y las redes sociales. En la práctica, los primeros hacen las flechas y los segundos sirven para señalar los objetivos y dispararla­s. A estas alturas ya nadie duda de la capacidad de influir de Facebook o Twitter. Hay múltiples ejemplos, como el impacto de Rusia en las elecciones de Estados Unidos ganadas por Donald Trump, el Brexit o el procés en Cataluña.

Debería llamar la atención que alguien esté dispuesto a invertir 40.000 millones de euros en una empresa sin molestarse siquiera en construir una argumentac­ión sobre la rentabilid­ad económica que espera obtener. Si Elon Musk no espera nada en Twitter es que la caja está en otro lugar. Quizás la libertad de expresión en la red social genere externalid­ades que suman en otro punto de la factoría Musk.

A estas alturas, ya nadie duda de la capacidad de influir en la opinión pública de Facebook o Twitter

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