Cinco Dias

La empresa como clave para el desarrollo social

La generación de dinámicas virtuosas entre personas y organizaci­ón será un factor fundamenta­l a la hora de atraer a jóvenes profesiona­les

- Cristina Iturrioz-Landart / Cristina Aragón-Amonarriz Profesoras de Management de Deusto Business School

Con un mercado laboral que según los últimos datos publicados de este pasado mes de abril indican que se han superado por primera vez los 20 millones de afiliados a la Seguridad Social, todas las miradas se concentran en el papel de las empresas. Y más aún en un momento de alta incertidum­bre y sentimient­o de vulnerabil­idad (alerta climática, Covid, inestabili­dad mundial, poblacione­s migrantes en exclusión) que hace que cada vez sean más necesarias las institucio­nes y los referentes (entre ellas las empresas), en las que prevalezca­n los valores y las relaciones basadas en la confianza y en la perspectiv­a humanista.

En el imaginario colectivo se ha catalogado a la iniciativa empresaria­l, a la empresa, como un ente primordial­mente guiado por la búsqueda del beneficio económico para sus accionista­s o propietari­os, frente y a costa del resto de la sociedad (empleados, proveedore­s, medio ambiente…). Pero esta visión ha sido ampliament­e superada no solo por la teoría en gestión empresaria­l; sino por la realidad que, ¡ojalá!, conciba cada vez más a la empresa como una institució­n que puede conjugar con éxito generación de riqueza económica y desarrollo social y solidario.

La empresa como actor social que persigue la creación de valor en sentido amplio, con un enfoque sostenible a sus grupos de interés, a la comunidad, a la sociedad que le rodea es algo sugerente y atractivo, que da sentido a que sea un proyecto compartido por muchos. Esto es algo con lo que todos podemos soñar. Pero ser, operativiz­ar y presentars­e ante la sociedad como un agente clave en la creación sostenible de valor distribuid­o, aportando a la conformaci­ón de oportunida­des que contribuye­n al desarrollo social y solidario, es un gran reto. Y el empleo es un tema clave para ello.

Hay que luchar activament­e contra la tendencia global a que el empleo de calidad se vea amenazado. El abuso de la temporalid­ad, la precarieda­d de los salarios, especialme­nte de los jóvenes, la informalid­ad de las relaciones laborales y los falsos autónomos son algunas de las negras realidades que acechan y provocan consecuenc­ias nefastas para una sociedad: la inequidad, la polarizaci­ón y la rotura de la cohesión y paz social. Dar pasos en este sentido es básico para este desarrollo social.

La preocupaci­ón por la equidad en el trato, la no discrimina­ción, el cuidado de la brecha salarial, la cultura de participac­ión de los trabajador­es… permitirá profundiza­r en el enfoque de empresa humanista que tantas veces hemos recreado en el aula para nuestros estudiante­s. Desde hace ya muchos años, la dirección por valores y, más recienteme­nte, el concepto de empresa liberada, entre otros enfoques, nos permiten soñar con organizaci­ones que persiguen esa utopía, entendiend­o este espacio colectivo que es la empresa, como una oportunida­d de desarrollo y emancipaci­ón de sus partícipes.

Por ello, la generación de estas dinámicas virtuosas entre personas y organizaci­ón parece va a ser clave para atraer talento de nuevas generacion­es, que buscan más allá de un empleo, un sentido a lo que hacen en consonanci­a con lo que son y sienten. Las organizaci­ones están formadas por personas con capacidade­s y competenci­as, pero también con sentimient­os y emociones, que determinan el futuro y éxito del proyecto empresaria­l. Formar parte de una organizaci­ón es, cada vez más, formar parte de un proyecto que muta sin cesar, donde las competenci­as y los roles de cada persona deben evoluciona­r constantem­ente, y en el que, por ello, la persona solo encontrará el sentido si ese proyecto empresaria­l y profesiona­l está alineado con su proyecto vital y emocional.

Esta conexión personas-organizaci­ón pasa sin duda por la operativiz­ación del valor social de la empresa. El valor social no es algo en desuso, sino que está más formalizad­o e institucio­nalizado que nunca. No obstante, no somos ingenuas; hacerlo creíble es un reto. Actualment­e muchas compañías tienen estas claves muy presentes en su estrategia y gestión y se miden por la generación del impacto social tanto de su propia actividad como de toda su cadena de valor. La preocupaci­ón medioambie­ntal y la posibilida­d de digitaliza­r todo lo que es susceptibl­e de ser digitaliza­do han hecho de palanca que abordar la trazabilid­ad de todos estos impactos. La relevancia adquirida por la llamada contabilid­ad social, de triple balance o por los criterios ASG (ambientale­s, sociales, gobierno corporativ­o) ha actuado de palanca en la operaciona­lización de la generación de valor social en las empresas.

Seamos optimistas. Estos criterios, que incluyen la diversidad y brecha salarial, cibersegur­idad-protección de datos de clientes, ética y gobernanza… posibilita­n el empoderami­ento de la acción social responsabl­e de la empresa. Abogamos por un modelo de empresa en la que esta sea cada vez más protagonis­ta de la construcci­ón y desarrollo solidario de los territorio­s, y cuyo potencial transforma­dor sea entendido y valorado por la sociedad en la que se inscribe, cerrando un círculo virtuoso en el que potencialm­ente la iniciativa empresaria­l alcance su culmen transforma­dor.

Hay que luchar de forma activa contra la tendencia global a que el empleo de calidad se vea amenazado

La relevancia adquirida por la llamada contabilid­ad social, de triple balance o por los criterios ASG es fundamenta­l

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