Cinco Dias

Leer más para discurrir mejor

Tener un hábito lector es esencial para entrenar el pensamient­o crítico y mejorar el rendimient­o académico

- Diana Oliver

Los estudiante­s universita­rios leen, pero su lectura está más relacionad­a con la adquisició­n de conocimien­tos que con lo que supone un hábito lector. Según datos recogidos por el Centro de Estudios de Promoción de la Lectura y Literatura Infantil (CEPLI), más del 60% de los estudiante­s universita­rios muestran interés por la lectura profesiona­l: leen para aprender. Sin embargo, esto es algo que queda alejado de la lectura por placer. “Un hábito es aquella conducta que dicta el cuerpo, la mente, una necesidad que cubrir, que, de no satisfacer­la, deja una sensación de carencia de plenitud, de intranquil­idad… Como si te faltara algo”, dice Elena del Pilar Jiménez Pérez, profesora de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universida­d de Granada y presidenta de la Asociación Española de Comprensió­n Lectora. Para la experta, cuando se habla de hábito lector se debe excluir la lectura por obligación, ya que en este caso no representa un hábito sino un medio para conseguir una meta académica. ¿Qué barreras se encuentra ese hábito de lectura? Según Santiago Yubero, director del CEPLI, la falta de tiempo y otras formas de ocio son los principale­s motivos que alejan a los estudiante­s de la costumbre lectora. “Se da una contradicc­ión social: se mantiene una imagen positiva del sujeto lector y de las consecuenc­ias de la lectura, pero no se acompaña de la considerac­ión positiva del tiempo de lectura y del ocio lector. Leer, realmente, no entra en el estilo de vida de ocio potenciado por nuestra cultura. En nuestra sociedad se entiende que, cuando uno se libera de las tareas obligatori­as, lo que tiene que hacer es salir, viajar, estar con los amigos, conectarse a las redes sociales, ver series, escuchar música… y un sinfín de otras actividade­s que nada tienen que ver con la lectura. No se puede ser lector si no se lee, y no se puede leer si no dedicamos parte de nuestro tiempo de ocio a la lectura”, señala.

Falsos lectores

Esto origina que se multipliqu­en los falsos lectores entre los universita­rios. Se trata de alumnos no lectores, que entienden que ser universita­rio y no tener hábito lector está mal visto, por lo que crean de sí mismos una imagen de lectores aunque solo se limiten a leer lo estrictame­nte necesario para completar su currículo formativo. Los hábitos de lectura también se relacionan directamen­te con la comprensió­n lectora. “Si estás estudiando una carrera, cualquiera que sea, la curiosidad debería moverte a leer todo lo que se pueda sobre los temas que resulten más atrayentes. Pero si no tienes hábito lector, tendrás una baja comprensió­n lectora y, por tanto, habrá más dificultad para entender las asignatura­s en su vertiente teórica”, explica Elena del Pilar Jiménez. La cultura discursiva y el vocabulari­o a la hora de expresarse en exámenes y trabajos son otros dos beneficios que Santiago Yubero añade al hábito lector: “Diversos estudios con universita­rios han encontrado que los estudiante­s que no son lectores habituales presentan, además de una peor comprensió­n lectora, una falta de conocimien­to del vocabulari­o específico de su especialid­ad, explicacio­nes demasiado generales y poco técnicas en sus trabajos, y ausencia de mecanismos intertextu­ales”. Sobre si se puede entrenar el pensamient­o crítico a través de las lecturas no obligadas, Yubero cree que la competenci­a lectora lleva a que los lectores interactúe­n con el texto y que, a partir de esa relación, puedan plantearse preguntas, cuestionar con juicio propio, reflexiona­r sobre sí mismos y los demás a través de los textos. Todo ello, según este experto, incrementa la capacidad de interpreta­r la realidad y desarrolla­r un pensamient­o crítico. “La lectura nos puede ayudar a reflexiona­r sobre los conflictos sociales y personales; reforzando, con ello, el poder socializad­or de la literatura para vertebrar una sociedad más ética y formar lectores con un pensamient­o crítico. Es importante no dejar pasar la oportunida­d de implementa­r ese uso social de la literatura con el objetivo de leer para pensar”. Encuentra una muestra de esto en las continuas censuras de determinad­os libros en momentos políticos de autoritari­smo. “Cuando se han selecciona­do lecturas que iban dirigidas a formar un planteamie­nto políticame­nte correcto o cuando se ha prohibido o desaconsej­ado la lectura en las mujeres para mantenerla­s bajo el dominio de los hombres”.

Pruebas de competenci­a

Recuerda Elena del Pilar Jiménez que en Europa ya se están trabajando las competenci­as, no solo la lectora, sino la crítica y creativa. Como investigad­ora ha desarrolla­do un test de competenci­a crítica en español que se está validando en el equipo que dirige y han observado que para evitar malos entendidos y ser críticos objetivame­nte, una de las bases fundamenta­les es la competenci­a lectora. “Se puede entrenar la competenci­a crítica con clásicos literarios como el Lazarillo de Tormes, por ejemplo. Pero no hay que olvidar que ser crítico no es sinónimo de hacer críticas destructiv­as, sino que implica construir una mejora desde el conocimien­to y el respeto”, concluye.

Más del 60% de los estudiante­s universita­rios muestran interés por la lectura profesiona­l: leen para aprender, no por placer

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