Motivos tanto para la calma como para la preocupación en torno al gas, que sigue volátil
Dice el papa Francisco que la actitud de Occidente, “ladrando” a las puertas de Rusia, puede haber tenido algo que ver en la invasión de Ucrania. Declaraciones así, que rompen cierto consenso sobre quiénes son el bueno y el malo de la película, señalan en todo caso una obviedad: que a Moscú no le gusta que la OTAN crezca. La decisión de Finlandia de incorporarse a ella, junto con el corte del suministro del gas ruso que circula a través de territorio ucraniano, y del que circula por la tubería Yamal, por Polonia, hicieron ayer, por vez enésima, subir los precios. No parece que a Rusia, después de la experiencia en Ucrania, le vayan a quedar medios ni ganas para atacar otros países, por muy locuaces que sean sus portavoces (y a expensas de que recurran a esas bombas de cuyo nombre no queremos acordarnos). Pero tampoco parecía lógico que invadiera el país vecino. La situación del gas sigue escalando, aunque ya es primavera. Hay, por tanto, motivos tanto para la calma como para la preocupación, y el resultado es una intensa volatilidad. Bruselas plantea ahora limitar (topar, según el invento semántico de Pedro Sánchez) el precio del gas en toda Europa. La diferencia no la pagaría Putin, sino el de siempre: el erario.