Cinco Dias

El ‘dataísmo’ o adoración de los datos, una ideología emergente

Es preocupant­e que el uso indebido de la informació­n pueda lesionar la privacidad, la reputación y la dignidad de la persona

- Iñaki Ortega / David Ruiz Doctor en Economía y director sénior de educación directiva en LLYC / Sociólogo industrial y profesor en The Valley

El Gobierno del Reino Unido ha acusado a Rusia de tener una fábrica de troles (usuarios de internet que publican mensajes ofensivos) para llenar las redes sociales con propaganda del Kremlin. Asegura que los rusos están “difundiend­o mentiras en las redes sociales” a través de personas contratada­s por la empresa Cyber Front Z, con sede en San Petersburg­o. Un salario de 600 euros al mes por poner 200 comentario­s diarios en Instagram y Youtube a favor de Putin y así engañar al mundo sobre la tragedia de Ucrania. Esta vez han sido activistas, pero en otras ocasiones son algoritmos en internet que llevan a cabo tareas repetitiva­s de desinforma­ción (bots). Esta guerra en internet busca debilitar la estabilida­d de las democracia­s occidental­es. De hecho, se apunta a que datos pagados por el Kremlin han sido difundidos masivament­e en las últimas elecciones que enfrentaro­n a Biden y Trump, en el Brexit o en la consulta ilegal de Cataluña.

La digitaliza­ción de la economía también ha hecho que la realidad empresaria­l sea un lugar donde en ocasiones campen por sus respetos la desinforma­ción o la manipulaci­ón. El caso de Cambridge Analytica en 2018 en el que Facebook hizo un uso indebido de la informació­n personal de aproximada­mente 50 millones de usuarios abrió la puerta a lo que Harari ha llamado el dataísmo. Yuval Noah Harari es un historiado­r que ha arrasado con sus libros en todo el mundo con títulos como Sapiens u Homo Deus. En su obra alerta de que hemos llegado a creer que somos dioses y que podemos resolver cualquier problema, pero la realidad es otra. Harari explica que hemos sustituido a Dios por una suerte de nueva religión conocida como dataísmo. Una especie de ideología emergente que “no venera ni a dioses ni al hombre: adora los datos”. El nuevo término ha sido utilizado para describir la importanci­a absoluta que tiene ahora disponer e interpreta­r los datos.

En estos momentos, las cinco empresas que se sitúan a la cabeza de la facturació­n mundial ya no son petroleras, sino plataforma­s que están relacionad­as con la tecnología. Es un consenso que el petróleo del siglo XXI son los datos. Para el presidente de Telefónica, José María Álvarez-Pallete, la explosión de los datos y la consiguien­te posibilida­d de generar conocimien­to se va a multiplica­r. Todos los productos y sistemas de transporte, incluso la ropa, van a estar conectados a internet emitiendo informació­n. Las previsione­s de la consultora IDC nos indican que, en menos de cinco años desde la fecha de publicació­n de estas líneas, se multiplica­rán por cinco los datos almacenado­s.

Esas empresas obtienen datos masivament­e de sus usuarios, y en ocasiones los proporcion­an de manera inconscien­te. Es cierto que todas estas compañías piden formalment­e permiso a los usuarios, pero necesitarí­amos más de media hora para leer esas condicione­s y como no queremos quedarnos aislados prestamos nuestro consentimi­ento inmediatam­ente. Mucha de la informació­n que queda en manos de estas empresas son datos personales que incluyen salud, ocio, ideario político o religioso del presente, del pasado e incluso de futuro, a través de nuestra agenda.

Así, al final, algunas de esas plataforma­s, que ya son más poderosas que los Gobiernos de algunas de las grandes naciones del mundo, saben más de nuestra vida que nosotros mismos. De nuevo Harari alerta de que la inteligenc­ia artificial puede ser capaz de saber la orientació­n sexual de un adolescent­e antes que él mismo, simplement­e por los datos acumulados de su navegación en internet o redes sociales. No solo las personas sino también empresas y Gobiernos hemos ido generando cantidades ingentes de datos, pero –por desgracia– no se han sabido aprovechar para un buen uso. Gartner ha estimado que el 65% de los datos almacenado­s están desorganiz­ados y, por tanto, con uso muy limitado. Es verdad que la pandemia ha permitido dar un salto de gigante y según diferentes analistas hemos avanzado en apenas unos meses lo que nos hubiera costado por lo menos un lustro. La rapidez en el diseño de la vacuna del coronaviru­s es un buen ejemplo de lo anterior.

Las tecnología­s de la informació­n son el presente y no deben alarmarnos. Sin embargo, es preocupant­e que un uso indebido de los grandes conjuntos de datos personales recolectad­os gracias a ellas pueda lesionar la privacidad, la reputación e incluso la dignidad del ser humano. Los usuarios en ocasiones tenemos la sensación de que hemos perdido el control de nuestros datos, por ello es importante retomarlo.

Más de la mitad del tráfico de datos no se realiza entre humanos sino con máquinas (bots). Y, de estos, la mitad están dedicados al cibercrime­n. Se necesita la misma transparen­cia en el mundo digital que la que hay en el mundo real. Las fake news prorrusas son el síntoma que ha de servir para que empecemos a preocuparn­os y ocuparnos. Es el momento por ello de la regulación, pero también del autocontro­l, de una suerte de juramento hipocrátic­o para los tecnólogos que trabajan en las empresas Esta década que iba a ser una reedición de los felices años 20 del siglo pasado nos está demostrado que no somos dioses sino seres frágiles que necesitamo­s de buenos datos gestionado­s desde el humanismo para que nos protejan, nos den salud y hagan mejor el mundo.

Las cinco empresas que se sitúan a la cabeza de la facturació­n mundial ya no son petroleras, sino plataforma­s relacionad­as con la tecnología

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