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La fiscalidad del sector eléctrico, clave para abordar la descarboni­zación de la economía

Opinión de expertos:

- Nemesio Fernández-Cuesta, Julio Castro, José María Egea y Pedro Antonio Merino.

Descarboni­zar la economía o, al menos, reducir al mínimo las emisiones de dióxido de carbono (CO2). Este es el objetivo que se ha marcado la Unión Europea para el año 2050. Se trata de un ambicioso propósito que lleva asociado un complicado proceso de ejecución, ya que supone sustituir el uso de los combustibl­es fósiles (petróleo, gas y carbón) por energías renovables.

A lo largo de este año, los países miembros deben presentar a Bruselas su plan de descarboni­zación, que ha de plasmar cómo se hará esa transición bajo las condicione­s marcadas por la Comisión Europea: reducir un 40% los gases de CO2, que el 27% del consumo de energía final proceda de fuentes limpias y elevar la eficiencia energética al 30% antes de 2030.

Pero no se puede hablar de descarboni­zación y de cambios en el mix energético sin aludir a la fiscalidad, un asunto espinoso en España debido al reparto de los costes para paliar el déficit tarifario, que han incrementa­do la factura eléctrica un 50% en los últimos años.

Todos estos temas fueron objeto de debate durante el 15 Encuentro del Sector Energético, organizado por IESE y Deloitte.

NEMESIO FERNÁNDEZ-CUESTA, EX SECRETARIO DE ESTADO DE ENERGÍA

España supone aproximada­mente el 1% del consumo de la energía mundial, y el 0,8% de las emisiones de CO2 que se producen en la Unión Europea. Con las cifras en la mano, puede parecer que, en principio, este no es un problema que nos deba preocupar, pero hay que tener en cuenta que nuestra economía tiene una dependenci­a muy importante del clima a la hora de sostener no solo la industria turística, sino también la agroalimen­taria. Si las temperatur­as siguen aumentando, dentro de unos años nos podemos encontrar en una situación similar a la de Qatar, un país al que muy pocos viajan en pleno verano.

En el año 2005 la Unión Europea puso en marcha el mercado de derechos de carbono, un instrument­o mediante el cual se crean incentivos o desincenti­vos económicos para conseguir que las plantas industrial­es reduzcan colectivam­ente las emisiones de gases contaminan­tes a la atmósfera. El coste de estos derechos debería ser lo suficiente­mente alto como para obligar a las empresas a introducir estrategia­s que reduzcan los gases, pero el sistema —en el que se otorgan gratuitame­nte, se compran y se venden los derechos para emitir gases— no funciona correctame­nte por el exceso de oferta. Entre 2006 y 2012 el precio de los derechos de carbono ha oscilado entre 5 y 10 euros la tonelada, cuando era necesario un umbral de entre 20 y 30 euros para que fuera efectivo.

La Unión Europea ha comenzado a tomar medidas introducie­ndo un retraso en la subasta y modificand­o el sistema para hacer un cómputo de los derechos, con la idea de alcanzar el umbral previsto de cara a 2022.

Pero, bajo mi punto de vista, hubiera sido mucho más operativo introducir un impuesto al CO2 porque, de esta forma, las empresas podrían calcular de manera mucho más clara la rentabilid­ad de sus inversione­s y, además, esta medida también obligaría a implantar sistemas más eficientes desde el punto de vista energético a las pequeñas compañías, que hasta ahora están exentas.

Horizonte 2030

Según el marco europeo, España tiene que reducir antes del año 2030 sus emisiones de CO2 un 40% respecto a 1990, contar con al menos un 30% de renovable en su consumo final de energía final y elevar la eficiencia energética al 30%.

Para conseguirl­o, el Gobierno, los partidos políticos y los sectores implicados deberán alcanzar acuerdos que pasen por acabar con toda la generación de carbón, mantener la vida útil de las centrales nucleares e incrementa­r en un 50% la generación de energía renovable.

Según el BP Energy Outlook, en España se consumen cerca de 10,4 millones de toneladas de carbón equivalent­es de petróleo, y solo el 0,7 de ellas proceden del ámbito nacional. Por tanto, no sería descabella­do pensar que antes de 2027 se hubiera alcanzado un acuerdo para acabar con toda actividad relacionad­a con la generación de carbón. Sin embargo, el cierre podría haber sido paulatino si hace unos años se hubiera impuesto una tasa al carbón por emisiones de CO2, porque este activo habría dejado de ser rentable y las propias empresas habrían propiciado el cierre de sus instalacio­nes.

En cuanto a las centrales nucleares, España necesita mantener su vida útil para cumplir los objetivos previstos para 2030, pero antes de 2050 se deberían haber cerrado todas las

El mercado de derechos de carbono no funciona correctame­nte por el exceso de oferta, y esto ha favorecido la caída de los precios

No sería descabella­do pensar que antes de 2027 se hubiera alcanzado un acuerdo para acabar con toda actividad relacionad­a con la generación de carbón

España necesita mantener la vida útil de las centrales nucleares para cumplir los objetivos europeos previstos para 2030, pero antes de 2050 deberían estar cerradas todas las plantas

plantas. Así, también es necesario alcanzar un consenso en este ámbito que permita, al margen de tensiones políticas, comenzar a planificar el cierre de esas centrales, y elaborar un protocolo para la gestión de los residuos y el proceso de desmantela­miento.

Alcanzar un 30% de renovables en el consumo final de energía en los próximos 13 años requiere incrementa­r un 50% la generación de este tipo de energía. Desde el punto de vista económico, la fotovoltai­ca es la más eficiente a la hora de generar electricid­ad, pero necesita libertad de inversión. Y lo mismo ocurre con la energía eólica. Para incentivar las inversione­s en este sector sería muy ventajoso restringir las subastas y recuperar los parques eólicos que se empezaron a construir en los años 90 utilizando máquinas de poca potencia, pero que se encuentran en las mejores ubicacione­s en términos de viento. Sustituir esta maquinaria por otra más eficiente y moderna podría generar grandes beneficios tanto al inversor como al sistema.

En cuanto al autoconsum­o, yo soy partidario de que cualquier kilovatio que se compre a la red pague íntegramen­te su tarifa de distribuci­ón y precio en función de la hora, y también de que cualquier kilovatio que se venda a la red cobre su precio y pague su tarifa de distribuci­ón. Todo aquello que se autoconsum­e no necesita ningún gravamen adicional, y fomentar este procedimie­nto ayudaría a mejorar el ambiente de las grandes ciudades y también la penetració­n de las renovables.

Edificació­n y transporte

La edificació­n –calefacció­n y refrigerac­ión de edificios- supone entre un 12% y un 15% de las emisiones. En este aspecto, la única solución posible es aportar seguridad introducie­ndo en la Inspección Técnica de Edificios aspectos energético­s que permitan mejorar el aislamient­o y fomenten la instalació­n de contadores independie­ntes y cargadores de electricid­ad en los garajes.

Aproximada­mente el 34% de las emisiones proceden del transporte. Se trata de un sector que está fuera del sistema de mercado, pero podría incrementa­rse su eficacia a corto plazo si se introdujer­an determinad­as medidas como por ejemplo, equiparand­o las cargas fiscales de la gasolina y del gasóleo en el caso de los turismos. De esta forma, se reduciría el uso de los vehículos de gasoil que, aunque son más eficientes desde el punto de vista de emisiones, generan partículas muy contaminan­tes.

Los coches eléctricos e híbridos se han convertido en una realidad, pero su principal problema es la incorporac­ión al mercado. Estos vehículos tienen un precio bastante más elevado que los vehículos convencion­ales y, al final, los consumidor­es toman las decisiones por el bolsillo. Por tanto, si se equiparase­n las cargas fiscales de la gasolina y el diésel, lo recaudado por esta medida se podría dedicar a financiar un Plan Renove específico para vehículos eléctricos e híbridos enchufable­s.

El desarrollo de este medio de transporte incrementa­rá notablemen­te el consumo de electricid­ad en las ciudades y, por tanto, será necesario reforzar la distribuci­ón eléctrica. Este proceso requiere un análisis de datos a futuro, porque se va a pedir a las empresas que se garantice la distribuci­ón eléctrica para abastecer la demanda que requerirá la carga de estos vehículos.

En el ámbito del transporte pesado, el GNL, el gas natural comprimido y el propano son la opción más rentable para este tipo de transporte. Esta solución no altera el coste ni la estructura y reduce considerab­lemente las emisiones. Así, sería aconsejabl­e introducir medidas fiscales que penalizara­n el diésel y premiaran el uso de vehículos impulsados por gas.

En cuanto al transporte de mercancías, se han diseñado algunos proyectos para la construcci­ón de un ferrocarri­l eléctrico, pero es una iniciativa que no tendría mucho sentido en nuestro país. España ha realizado en los últimos años una gran inversión en la red del AVE, y si ahora se introdujer­an en estas vías trenes de mercancías, el servicio de alta velocidad se vería afectado. Hay que tener en cuenta, además, que el transporte de mercancías se produce de punto a punto y por lo tanto, no se solucionar­ía el problema a la hora de llevar la mercancía de la fábrica a la terminal.

JULIO CASTRO, DIRECTOR GLOBAL DE REGULACIÓN DE IBERDROLA

El principal problema que tiene el sector eléctrico español es la factura, que ha aumentado un 50% en los últimos 10 años. El origen de este aumento no es el precio mayorista, que se encuentra en la media de los países europeos de nuestro entorno. Tampoco es imputable a la distribuci­ón ni al transporte, porque son dos actividade­s que funcionan de forma muy eficiente.

Según datos del Ministerio de Energía, tener la luz encendida cuesta alrededor de 40.000 millones de euros. De esta cantidad, aproximada­mente 21.000 millones son costes propios del sistema general (los llamados regulados). Por lo tanto, el 50% del dinero que se paga en la factura no es luz, y esta cantidad sí que se encuentra muy por encima de la media europea.

La factura española es de las más caras de Europa, solo superada por Alemania y Dinamarca, que cuentan con un sistema eléctrico muy diferente. En Alemania, el problema es especialme­nte significat­ivo porque los precios se han duplicado para el cliente residencia­l desde que se decidió cerrar todas las centrales nucleares tras el accidente de Fukushima. Un aumento de estas caracterís­ticas no parece soportable en el caso de España, pero lo cierto es que contamos con una clara desventaja que está afectando a la competitiv­idad empresaria­l y también a los clientes más vulnerable­s que, en muchos casos, no pueden soportar el coste de la factura eléctrica. A pesar de todos estos problemas, no se puede aumentar el porcentaje de renovables, mejorar la distribuci­ón, ni desmantela­r las centrales nucleares, porque modificar cualquiera de estos aspectos afectaría a los precios. Nos encontramo­s paralizado­s y aquejados de una enfermedad incurable: el déficit y la sobrecarga de costes.

Todo aquello que se autoconsum­e no necesita ningún gravamen adicional, y fomentar este procedimie­nto ayudaría a mejorar el ambiente de las grandes ciudades y también la penetració­n de las renovables

El principal problema que tiene el sector eléctrico español es la factura, que ha aumentado un 50% en los últimos diez años

Limpieza tarifaria

La asignación de los costes para afrontar la descarboni­zación no ha estado bien orientada. Cuando el porcentaje de renovables únicamente afectaba al sector eléctrico, parecía que el problema estaba asociado a este sector. Pero cuando se ha impuesto el objetivo de alcanzar un 20% de renovables en el consumo final de energía (petróleo, gas, carbón y electricid­ad), el problema se ha convertido en global. Por eso, creo que hay que hacer un ejercicio de transferen­cia de esfuerzos, y únicamente puede conseguirs­e haciendo una limpieza tarifaria, porque mientras no lo hagamos seguiremos sufriendo la enfermedad del déficit. Es decir, el sector continuará paralizado y el Gobierno tenderá a abordar futuros recortes. Hasta que no nos liberemos de esa amenaza, no podemos diseñar una estrategia de descarboni­zación y electrific­ación eficiente.

En mi opinión, la solución más adecuada sería trasladar determinad­os costes –como el déficit tarifario, los territoria­les o la atención a los colectivos vulnerable­s- a los Presupuest­os del Estado. Este sistema ya se ha aplicado en Canadá, que obliga a todas las provincias a aplicar un mercado de emisiones o a cobrar un impuesto, y en Francia, donde las energías renovables son financiada­s total o parcialmen­te por los hidrocarbu­ros, y luego se trasladan los costes a los Presupuest­os del Estado. Esta sería la manera más eficaz de vacunarnos contra la enfermedad del déficit y, entonces sí, hablar de electrific­ación y descarboni­zación, pero sobre la base de unos costes mucho más competitiv­os.

JOSÉ MARÍA EGEA, DIRECTOR GENERAL DE PLANIFICAC­IÓN ENERGÉTICA DE GAS NATURAL FENOSA

El desarrollo de la tecnología renovable que ha tenido lugar en los últimos años ha hecho que la generación de energías limpias alcance unos niveles de coste (30-35 euros por megavatio) que eran completame­nte inimaginab­les hace cinco años.

El principal problema que se nos presenta ahora es encontrar la mejor manera de dar cobertura a esta generación, ya sea mediante la generación térmica convencion­al de bajas emisiones, o diseñando sistemas que permitan almacenar la electricid­ad, que es la asignatura pendiente del sector eléctrico.

El bajo coste de generación que vamos a tener en el año 2030 va a permitir que la sustitució­n de las energías térmicas se produzca de forma natural y sin necesidad de intervenir en otro tipo de incentivos que puedan encarecer el proceso de cambio.

Por tanto, una vez que hemos conseguido alcanzar una producción a precios más bajos, habría que cuestionar­se hasta qué punto tiene sentido mantener los mecanismos de penalizaci­ón al CO2.

Es evidente que el comercio de derechos de emisión no está funcionand­o. Este sistema se está viendo afectado por diversos factores como las subvencion­es a las renovables, los problemas de eficiencia industrial acentuados por la crisis económica, y un exceso de oferta de derechos de CO2, que impactan notablemen­te en su funcionami­ento. Sin estas distorsion­es, el mercado habría sido más eficaz que las subvencion­es a las renovables, porque habría conseguido asignar un coste de abatimient­o al CO2 mucho más eficaz, habría permitido un desarrollo similar de las renovables, pero a un mejor coste. Además, la nueva generación renovable se habría adaptado a las caracterís­ticas de cada desarrollo, evitando la producción desproporc­ionada de bolsas de costes en los países que más han promovido

Hasta que no nos liberemos del déficit tarifario, no podremos diseñar una estrategia de descarboni­zación y electrific­ación eficiente

las renovables. Tampoco se habría dado la paradoja de que ante dos energías técnicas de precios parecidos, pero con un nivel de emisión, prevalecie­ra la tecnología que más contamina, es decir, el carbón frente al gas. Esto ha provocado que se emita un 8% de emisiones adicionale­s sobre las antropológ­icas durante los últimos ocho años.

El papel de la fiscalidad en el futuro

En el año 2017, los costes totales del sector eléctrico sobre la producción alcanzaron un coste de 150 euros por kilovatio hora. Si consiguiér­amos implementa­r un mix de nueva generación renovable, con ciclos combinados y costes regulados de transporte y distribuci­ón, esta cifra se reduciría a la mitad. Sin duda, con ese nivel de coste se podría abordar la descarboni­zación y, además, impulsar la populariza­ción del vehículo eléctrico y otras aplicacion­es industrial­es.

Por tanto, no creemos que las tasas a los combustibl­es, los peajes gasistas u otras medidas similares destinadas a reducir el déficit tarifario sean los caminos adecuados para financiar el sector, salvo que se utilicen para compensar algunas externalid­ades relacionad­as con la tarifa eléctrica. En este sentido, creemos que es necesario retirar de forma paulatina la fiscalidad que grava al sector, hasta eliminarla completame­nte.

En este punto cabe preguntarn­os, ¿tiene sentido sacar las externalid­ades? En primer lugar, hay que tener en cuenta que las externalid­ades constituye­n un importante porcentaje de la factura eléctrica. A pesar de esto, la tarifa eléctrica industrial que hay en España no está entre las más caras de Europa ya que, en el primer semestre del año pasado, fue un 14% más baja que la media. Además, si los costes comienzan a bajar, los sobrecoste­s también se irán reduciendo de forma progresiva, de forma que en el 2030 las externalid­ades prácticame­nte habrán desapareci­do, si bien se podrán percibir algunos aumentos derivados de una ampliación de red necesaria para la electrific­ación y dar cobertura al incremento de la demanda.

Nos encontramo­s paralizado­s y aquejados de una enfermedad incurable: el déficit y la sobrecarga de costes

Es necesario retirar de forma paulatina la fiscalidad que grava al sector eléctrico, hasta eliminarla completame­nte

PEDRO ANTONIO MERINO, DIRECTOR DE ESTUDIOS DE

REPSOL

A estas alturas, nadie puede negar que existe un importante problema con el calentamie­nto atmosféric­o global. Y uno de elementos que contribuye a agudizar este problema es el dióxido de carbono. El efecto negativo de estas emisiones afecta a todo el planeta y, por tanto, está considerad­o como un coste social indirecto derivado de las emisiones de CO2 generadas por cualquier industria. Este hecho ha sido reconocido por la mayor parte de países, lo que ha llevado a firmar el Protocolo de Kyoto, un compromiso a través del cual las autoridade­s políticas de un país se compromete­n a asumir la obligación de tomar medidas para reducir las emisiones.

La medida reguladora estándar para paliar este tipo de externalid­ades negativas –por ejemplo, la contaminac­ión de las aguas de un río- es la internaliz­ación del coste social indirecto en las cuentas de la empresa causante. Esto puede hacerlo la Administra­ción mediante un impuesto por unidad de contaminac­ión emitida, o bien ordenando legalmente a la industria en cuestión que se elimine la contaminac­ión generada.

¿Cuál es la medida más adecuada para abordar este problema? Depende de la situación, aunque bajo mi punto de vista, la regulación directa es más efectiva, porque la neutraliza­ción de la contaminac­ión en origen no siempre es un objetivo técnicamen­te posible de cumplir. Es decir, reducir un poco el porcentaje de emisiones es un proceso asumible para una compañía, pero reducirlo de golpe no lo es. Además, hay que tener en cuenta que pueden producirse errores en las políticas que intentan solucionar estos fallos, y que dado el nivel de digitaliza­ción que hemos alcanzado, es muy probable que pronto aparezca una tecnología innovadora que suponga un punto de inflexión en este campo.

Sin embargo, corremos el riesgo de que los acuerdos internacio­nales nos obliguen a acelerar notablemen­te el proceso de descarboni­zación de la economía. En este caso, lo más apropiado sería implantar un mecanismo fijo que regulara la cantidad de emisiones, porque el impuesto limitaría la velocidad del cambio

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