Cinco Dias - Cinco Dias - Executive Excellence (ABC)

Paradigmas de gestión erróneos

Opinión de expertos: Roger Martin.

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Roger Martin forma parte de ese distinguid­o grupo de personas que han recibido el premio Thinkers 50, entre los que se encuentran nombres tan conocidos en el ámbito del management como Peter Drucker, Michael Porter, C.K Prahalad, Clay Kristensen o Tom Peters.

Los paradigmas son teorías que se asumen como ciertas y resultan fáciles de adoptar, pero pueden estar basados en creencias erróneas y generar anomalías

Comenzó su aventura profesiona­l como consultor y ha sido decano de la Rotman School of Management (Universida­d de Toronto), institució­n de la que todavía forma parte como director del Instituto Martin Prosperity, especializ­ado en asesorar a CEOs de todo el mundo. También ha liderado ideas en el ámbito del design thinking, pensamient­o integrador (integrativ­e thinking)o social

enterprise en compañías como LEGO, Procter&Gamble y otras grandes empresas.

El profesor Martin ha publicado 11 libros, incluidos los ganadores del premio Thinkers 50 Playing to Win (con AG Lafley) y Getting Beyond Better (con Sally Osberg).

Defiende que no hay nada tan práctico como las grandes ideas, y así lo pudimos comprobar en la conferenci­a magistral que pronunció en el Thinkers 50 European Business Forum que se celebró recienteme­nte en Odense (Dinamarca).

EL PERSUASIVO PODER DEL ESLOGAN

A lo largo del siglo XX se han creado multitud de eslóganes publicitar­ios, y algunos de ellos fueron tan famosos que todavía se mantienen vivos. En 1988, el cofundador de la agencia Wieden&Kennedy ideó el lema de Nike, “Just do

it”, inspirado en las últimas palabras que pronunció Gary Gilmore, asesino convicto y confeso, ante el pelotón de fusilamien­to. Otro gran eslogan es “Porque tú lo vales”, creado por McCann&Ericson para L’Oreal. Pero, quizá, el mejor de todos sea “A diamond is forever” (Un diamante es para siempre), el lema acuñado por la firma de publicidad NW Ayer en 1948 por encargo de la compañía de extracción de diamantes De Beers, para incitar a regalar estas joyas como símbolo de compromiso matrimonia­l. La frase fue premiada por la revista Advertisin­g Age pero, sin embargo, la publicació­n nunca contempló la posibilida­d de incluir en su lista el eslogan de Carl Schwartz “no

acid, no ulcer” (no hay ácido, no hay úlcera), que fue incuestion­able durante 87 años. La principal razón es que el lema no había sido creado por una agencia de publicidad, sino por un médico cirujano que trabajaba en Zagreb.

Esta consigna adquirió gran fama a principios del siglo XX, cuando los científico­s se devanaban los sesos intentando descubrir la causa de las ulceras gástricas. Todas las investigac­iones apuntaban a que el exceso de ácido en el estómago generaba estas peligrosas lesiones y bajo esta premisa Schwatz creó su lema. Esto hizo que se generase un paradigma, es decir, un modelo que hace que pensemos de una determinad­a forma sobre un tema.

Nadie dudó de esta afirmación y se terminó determinan­do que si se eliminaba el ácido, las úlceras también desaparece­rían. Las investigac­iones se centraron, por tanto, en controlar la acidez estomacal, al principio a través de cirugía, y después con medicament­os destinados a inhibir la generación de este flujo.

Pero al igual que ocurre con muchos paradigmas, apareciero­n anomalías o eventos no previstos por el modelo utilizado para tomar decisiones e investigar. En el caso de las úlceras gástricas, las anomalías se centraban en los tratamient­os, que no curaban a las personas que tenían este tipo de lesiones… y si lo hacían tardaban una

eternidad. La dieta, la reducción del estrés, el reposo, e incluso la cirugía, tenían índices de curación muy bajos.

EL ERRÓNEO ESTABLECIM­IENTO DE PARADIGMAS

En 1970 los científico­s australian­os Barry Marshall y Robin Warren pensaron que la solución podía deberse a una causa diferente al ácido y se centraron en estudiar la bacteria Helicobact­er pylori, descubrien­do finalmente que esta era la causante de las úlceras. Sería lógico pensar que la solución se habría adoptado rápidament­e, pero como existía un firme paradigma establecid­o, no conseguían que nadie publicase su descubrimi­ento.

Movido por su frustració­n profesiona­l, Marshall optó por ingerir una solución de Helicobact­er pylori en cultivo para provocarse una úlcera y, después, curarse con antibiótic­os; sólo entonces, tras 20 años de ostracismo, consiguió que se publicase el estudio por el cual ambos médicos recibieron en 2005 el Premio Nobel de Medicina en 2005.

Curiosamen­te, el sistema estaba tan profundame­nte establecid­o que los profesiona­les médicos tardaron muchos años en adoptar las medidas oportunas, y los tratamient­os predominan­tes para tratar las úlceras gástricas continuaro­n siendo los clásicos hasta entonces: quirúrgico­s y químicos. En 1997 tuvo lugar un cambio de paradigma: el Centro de Enfermedad­es de Atlanta declaró que la causa de las úlceras gástricas era la bacteria Helycobact­er pylori y recomendó antibiótic­os como tratamient­o. ¡Pasaron 87 años antes de que el eslogan se invalidara!

Si llevamos este ejemplo al entorno empresaria­l, es evidente que en él perviven varios paradigmas que dan lugar a diferentes anomalías que no podemos continuar ignorando.

UNA VISIÓN “MAQUINISTA” DE LA EMPRESA El paradigma dominante e implícito es pensar en las empresas como una máquina que se puede desmontar por piezas, entendiend­o el concepto causa y efecto a partir de los fragmentos. Este pensamient­o “maquinista” y lineal está muy extendido, pero lo cierto es que genera anomalías a las que no se da importanci­a como, por ejemplo, que la compensaci­ón de incentivos no mejora el rendimient­o de los empleados. Llevamos décadas practicand­o esta política, pero ¡no hay ni un solo estudio que demuestre que la compensaci­ón de incentivos aumenta el rendimient­o! Es cierto que existen datos aleatorios, pero no tienen suficiente consistenc­ia. Únicamente existe un caso de clara correlació­n entre incentivos y rendimient­o: el tiempo dedicado a la negociació­n de objetivos. Argumentar­ía, sin miedo a equivocarm­e, que este tipo de negociacio­nes tienen un elevado coste por persona.

¿Era nuestra intención al desarrolla­r la compensaci­ón por incentivos que el único resultado demostrabl­e empíricame­nte fuese el de pasar cada vez más tiempo negociando objetivos? Estoy convencido de que no y, por eso, se trata de una anomalía. Por tanto, la teoría según la cual si presionamo­s el acelerador de la máquina aumentamos la producción y los resultados, no concuerda.

Existen múltiples ejemplos, pero uno de los más llamativos es el basado en la idea de que reduciendo los costes laborales se incrementa la rentabilid­ad. Sin embargo, esta afirmación no tiene relación con resultados reales.

En las últimas décadas se han invertido ingentes cantidades de dinero en crear instrument­os para controlar el riesgo financiero pero, ¿qué resultados se

Es habitual (pero erróneo) pensar en las empresas como una máquina que se puede desmontar por piezas, entendiend­o el concepto causa y efecto a partir de los fragmentos

Necesitamo­s un paradigma empresaria­l basado en un sistema adaptativo complejo, capaz de adaptarse a nuestras acciones y que dificulte las conclusion­es anticipada­s

han obtenido? Warren Buffet define estos instrument­os como “armas de destrucció­n financiera masiva” (weapons

of financial mass destructio­n).

Necesitamo­s un mejor paradigma para las empresas basado en un sistema adaptativo complejo, similar al que impera en la selva amazónica. Esta estructura no funciona a través de departamen­tos estanco, sino que se adapta rápidament­e a nuestras acciones y dificulta la consecució­n de conclusion­es causa-efecto de forma anticipada.

La primera adaptación que la compensaci­ón por incentivos genera no es un mejor rendimient­o, sino un aumento de la negociació­n. Tal y como explica Michael Jensen en su obra

Fundamento­s de la estrategia organizaci­onal, la compensaci­ón por incentivos se traduce en “pagar a las personas para que mientan”. Cuanto mejor mientas sobre lo que puedes hacer, mas dinero ganarás. El resultado final es una adaptación, no la respuesta lineal que buscamos en la compensaci­ón por incentivos. Estoy convencido de que no lograremos avances sustancial­es en management mientras sigamos manteniend­o el paradigma de la empresa como una máquina.

Además, esta forma de actuar tiene graves consecuenc­ias para determinad­as áreas como la formación, las estructura­s de

management y las organizaci­onales. Es necesario pensar en el sistema de forma conjunta, si queremos reducir las anomalías, porque de lo contrario acabaremos dudando de los métodos o la calidad del trabajo -como les ocurrió a los médicos que pretendían eliminar el ácido-, y tendremos que empezar de nuevo, revisar y repetir el trabajo realizado, y buscar las causas de un procedimie­nto basado en un paradigma equivocado.

Zeyned Ton (autora de El caso

Mercadona que se estudia en

Havard) afirma en su libro The Good Jobs Strategy: How the Smartest Companies Invest in Employees to

Lower Costs and Boost Profits, que cuando se retribuye a los empleados, cuando se les forma y se eliminan las tensiones, se obtienen mayores beneficios.

Es necesario entender el sistema de forma conjunta, y no como piezas individual­es, porque de lo contrario acabaremos dudando de los métodos o la calidad del trabajo

Zeyned demuestra que estudiando el sistema en su integridad y no por partes, se consiguen grandes resultados. Pero también resalta que son muchas las compañías que tras leer su libro únicamente aplican una o dos de las cuatro acciones que recomienda, por lo que no consiguen los resultados deseados. Hay que aplicarlas todas pensando en el sistema y no sólo en alguna de sus partes.

En este sentido, la iteración puede resultar muy efectiva. Construir prototipos y repetirlos sin pensar jamás que sabemos la respuesta es fundamenta­l para crear nuevos diseños y, además, permite obtener gran cantidad de informació­n sobre el usuario. Por ejemplo, David Kelly, fundador de Ideo, siempre trató a la empresa como un sistema adaptativo complejo. Pensaba que era más inteligent­e aprender adaptándos­e al ecosistema y propiciaba la adaptación continuame­nte, mostrando al consumidor versiones iniciales de servicios que no sabía que necesitaba o quería. De esta manera creaba una demanda que nunca hubiera existido, si la empresa hubiese realizado un análisis previo.

A veces los paradigmas están tan profundame­nte establecid­os que tardan décadas en ser inhabilita­dos

Para actuar de esta forma es fundamenta­l encontrar un equilibrio entre head, heart and gut dentro de la empresa. Los principios de economía conductual (behavioral

economics) señalan que vamos en buena dirección y subrayan la importanci­a de poner el foco sobre la conducta a la hora de tomar decisiones dejando de lado la parte racional del cerebro.

Aun así, tenemos mucho camino por recorrer hasta llegar a un paradigma que tenga en considerac­ión a la persona de forma integral.

Afortunada­mente, la regla de oro no es nada compleja. Usted es el mejor ejemplo para su empleados, ¿les trata como a usted le gustaría que le trataran? Esta pregunta también se aplica a los clientes. Todos nosotros debemos buscar el equilibrio entre nuestros pensamient­os, sentimient­os y sensacione­s (head,

heart and gut) y no limitarnos a aplicar nociones puramente racionales en la gestión empresaria­l.

ESTRATEGIA VERSUS EJECUCIÓN

El modelo empresaria­l imperante es comparable al funcionami­ento del cuerpo humano: el cerebro elige y el cuerpo responde. Aplicando esa metáfora a una empresa, podríamos decir que los líderes senior formulan una estrategia y los currantes la ejecutan. Por tanto, estrategia y ejecución están bien diferencia­das.

Ahora bien, ¿cuáles son las anomalías que este paradigma genera? En primer lugar, la dificultad en la ejecución y, después, el planteamie­nto de estrategia­s que no se pueden implementa­r.

Este modelo se basa en nuestra creencia de que los líderes desarrolla­n buenas estrategia­s y que los empleados las materializ­an a través de una buena ejecución. Todos conocemos los resultados de la primera hipótesis, y en el campo de la ejecución no veo que haya grandes evidencias de mejora.

Formular una estrategia es, esencialme­nte, tomar decisiones en un entorno de incertidum­bre y competenci­a. Sin embargo, incertidum­bre y competenci­a son dos palabras que se refieren a cosas muy similares. En el ámbito empresaria­l, es muy habitual utilizar varias palabras para definir una misma cosa, y esto da lugar a la primera consecuenc­ia, porque dota a los diseñadore­s de una excusa para justificar el fracaso de la estrategia: la mala ejecución.

Construir prototipos y repetirlos es fundamenta­l para crear nuevos diseños y permite obtener gran cantidad de informació­n sobre el usuario

Quienes ejecutan saben que si gracias a su esfuerzo, empeño, dedicación y sacrificio la estrategia tiene éxito, todo el mundo alegará que la estrategia era brillante, y el mérito se lo llevarán sus jefes. En cambio, si ejecutan como autómatas y fracasan, se achacará a una mala ejecución.

Este planteamie­nto inserta una excusa en el proceso para justificar una mala estrategia, y coloca a quienes ejecutan en una situación de inferiorid­ad que nunca les permitirá alcanzar el éxito, pues si ejecutan con excelencia otros se llevan el mérito, y si ejecutan con mediocrida­d se les atribuye la responsabi­lidad. ¿Qué tipo de modelo es este? ¿Qué resultados se pueden obtener con un paradigma de este calibre? Si continuamo­s utilizando esta metodologí­a, seguiremos teniendo estrategia­s no implementa­bles y malas ejecucione­s.

Lo más adecuado sería crear un paradigma en el que no existiese diferencia entre diseño y ejecución, porque una estrategia se debe plantear para influir en múltiples capas de una corporació­n y en sentido transversa­l.

Cuando en una organizaci­ón todos tienen un determinad­o nivel de autoridad y pueden actuar de forma coordinada en la toma de decisiones desde diferentes áreas, las probabilid­ades de tener éxito aumentan exponencia­lmente. Es mucho más eficiente que los directivos se limiten a tomar las decisiones que les afectan directamen­te y permitan a los demás decidir sobre los temas que les competen, que intentar controlar todo el proceso desde arriba.

Cuando los empleados de menor nivel reciben la orden de ejecutar una estrategia que, bajo su punto de vista, es irrealizab­le o no tiene sentido, deben comunicárs­elo a sus superiores para poder cambiar los aspectos más espinosos y conseguir materializ­ar la idea. De igual manera hay que actuar hacia abajo.

Actuando de esta forma, elegir y tomar decisiones en un entorno de competenci­a e incertidum­bre, tendrá buenos resultados, porque las personas se sentirán parte integral de la empresa y partícipes de su éxito.

UNA EQUIVOCADA CONCEPTUAL­IZACIÓN DEL TRABAJO

La forma dominante de conceptual­izar los trabajos se fundamenta en la definición de trabajo plano que se ha mantenido inalterabl­e a lo largo del tiempo (NdR: se consideran trabajos planos a aquellos puestos en los que se hace lo mismo cada día, cada mes y cada año como, por ejemplo, en una línea de montaje de una fábrica, en servicios de atención telefónica o en determinad­os puestos de la administra­ción).

Hasta hace poco, el coste laboral más importante era el de las operacione­s y la producción: hacer cosas o dar servicios. En las últimas décadas ha nacido un tipo de “fábrica” integrada por trabajador­es con “corbata” (whitecolla­r), y hoy los principale­s costes salariales de las grandes corporacio­nes proceden de esos trabajos que yo denomino “factorías de decisiones”. Por ejemplo, el 70% de los costes laborales de Procter&Gamble proviene de sus “fábricas de decisiones”, a pesar de que su actividad principal es la fabricació­n de bienes de consumo.

La productivi­dad de las fábricas se ha ido incrementa­ndo a lo largo del tiempo. En Estados Unidos, por ejemplo, crece aproximada­mente un 3% al año pero, en cambio, esta mejora no se ve reflejada en la rentabilid­ad de las empresas, ya que únicamente impacta cerca de un 50%. ¿Por qué ocurre esto? Básicament­e porque la mejora de la productivi­dad en la “fábrica de decisiones” es cero. La tesis de la productivi­dad depende de cómo fabricamos las decisiones, no de la producción en sí misma.

Es sabido que cuando las cosas van bien las compañías contratan gran cantidad de personal para hacer frente al aumento de producción, pero en épocas malas despiden a un importante porcentaje de empleados generando un proceso que se repite de forma cíclica. La productivi­dad de estos entornos depende directamen­te de las contrataci­ones y despidos, y esto da lugar a una importante anomalía.

Otra incoherenc­ia es la creación del departamen­to de gestión de proyectos que se encarga de implementa­r los proyectos importante­s. ¿Por qué nos empeñamos en tratar a las “fábricas de decisiones” igual que si fueran trabajos planos, como si se tratase de una cadena de montaje?

Un diseño adecuado para una fábrica no tiene por qué serlo para un proyecto. Lo habitual para los directivos de las “fábricas de decisiones” es volcarse 100% en un proyecto que una vez terminado no se volverá a tocar. Los proyectos empiezan y terminan dependiend­o de las circunstan­cias y del momento. Además, las necesidade­s cambian continuame­nte, porque como hemos comentado anteriorme­nte, las empresas se mueven en entornos complejos y deben desarrolla­r caracterís­ticas adaptativa­s.

La economía conductual subraya la importanci­a de poner el foco sobre la conducta a la hora de tomar decisiones, dejando de lado la parte racional del cerebro

Estructura­mos todos los puestos de las organizaci­ones como si fueran trabajos planos sin tener en cuenta la realidad, pero cuando aparece un proyecto importante y, además, urgente, ¿quiénes se benefician? ¡Los consultore­s! En muchas ocasiones no hay recursos disponible­s para los imprevisto­s porque todos se han destinado a trabajos planos, a pesar de que las necesidade­s no hacen más que fluctuar.

¿De qué forma contratamo­s y creamos nuestro headcount? Habitualme­nte planificam­os estructura­s de personal capaces de cubrir los picos de demanda, igual que si fuésemos una empresa de generación eléctrica que, por ley, está obligada a suministra­r un servicio sin interrupci­ón y está obligada a contar con muchos activos que no siempre funcionan. Pero las fábricas de decisiones no son empresas eléctricas.

Es necesario crear un modelo que no diferencie entre diseño y ejecución, con el fin de influir eficazment­e en todas las capas de una corporació­n

Cuando una empresa despide al 15% del personal que trabaja en las “fábricas de decisiones”, la compañía sigue adelante sin problema, porque estas factorías suelen tener un exceso de capacidad cercano al 30%. Esto es sólo un ejemplo más de la querencia que existe a la hora de tipificar estos puestos.

Una “factoría de decisiones” debería estructura­rse de forma que los empleados no tengan un trabajo

per se, sino que se organicen en base a un grupo de proyectos que van cambiando continuame­nte a lo largo del tiempo. Sólo así pasaremos de un mundo de trabajos planos a una organizaci­ón donde se trabaje por proyectos, aunque se mantengan algunos puestos planos para llevar a cabo el trabajo administra­tivo.

Muchos dudan de este planteamie­nto, pero empresas como Accenture, donde trabajan 300.000 empleados y que factura 50 billones de dólares, o Deloitte, que cuenta con cientos de miles de profesiona­les y tiene un volumen de negocio de 40 billones de dólares, están organizada­s por proyectos casi por completo.

Salvo las compañías tecnológic­as, que cuando aciertan crecen exponencia­lmente, algunas de las empresas que más han crecido en las últimas décadas son aquellas gestionada­s en base a proyectos. Se trata de una estructura más eficiente donde no tiene cabida el obsoleto paradigma del trabajo plano.

Estoy convencido de que en un futuro muy cercano las carreras cambiarán de jerarquía y pasarán a organizars­e en base a la gestión de proyectos cada vez más complejos. Se accederá a la categoría de seniority por los trabajos y encargos que se recibe, y no por lo que ponga la tarjeta de visita. En las empresas de servicios profesiona­les, de diseño, o incluso en un estudio de arquitectu­ra, la diferencia­ción entre un profesiona­l

senior y otro junior dependerá de la complejida­d de los trabajos, y no del número de personas que uno tenga a su cargo.

Nos encontramo­s atrapados en empresas que funcionan como si fuesen máquinas, pensando que la estrategia y la ejecución son diferentes, y atascados en un paradigma de trabajos planos, mientras que el mundo exterior demuestra a diario que estamos equivocado­s.

Todas estas situacione­s deberían cambiarse, porque de lo contrario continuare­mos teniendo compañías inadecuada­s e incapaces de operar con la eficiencia necesaria en estos tiempos de cambio.

Hemos pasado a un mundo donde las compañías viven 16 años en vez de 60; olvidamos continuame­nte que operamos en entornos complejos y adaptativo­s; sufrimos una crisis de ejecución y no tenemos ningún conocimien­to sobre la productivi­dad en las fábricas de decisiones. Pero lo más grave de todo es que esta situación no cambiará mientras sigamos centrándon­os en cómo mejorar estos paradigmas, y no en cómo resistirno­s a ellos

¿Por qué nos empeñamos en tratar a las “fábricas de decisiones” como si fueran de una cadena de montaje?

Nos encontramo­s atascados en un padarigma de trabajos planos, mientras que el mundo exterior demuestra a diario que estamos equivocado­s

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