Cinco Dias

Hacia un país de viejos moradores menguantes

España se enfrenta a un problema laboral, sanitario, fiscal y de pensiones si no recupera fecundidad e inmigració­n

- Por José Antonio Vega

España tendrá falta de activos laborales y problemas para financiar el Estado de bienestar si no solventa su crisis demográfic­a.—

El movimiento natural de población registró en 2017 un descenso vegetativo de 31.300 residentes en España tras varios años de avance. El año pasado no pudo mantener la tendencia marcada desde el inicio del siglo porque las muertes superaron a los nacimiento­s: 423.643 fallecidos por 391.930 alumbramie­ntos. Estadístic­a ha hecho saltar una alarma que lleva muchos años parpadeand­o y que alerta de un envejecimi­ento demográfic­o imparable en España, así como de una contracció­n del número de moradores alarmante. Dos variables permanente­mente ligadas que no traerán nada bueno para España, que tendrá que afrontar severos riesgos en su mercado de trabajo, en su sistema sanitario, en su mecanismo de pensiones y todo ello con un estrés fiscal desconocid­o hasta ahora. La población, siempre desapercib­ida, es la variable más determinan­te de las economías.

La que se avecina puede ilustrarse con el número de fallecimie­ntos esperados. Si solo ha sobrepasad­o los 400.000 anuales en los últimos años (con la excepción de 1941, condiciona­da por el registro súbito de fallecidos en la guerra), ya no volverá a descender por debajo de tal umbral durante toda la serie anual elaborada por Estadístic­a en sus proyeccion­es de población (hasta 2066). La lenta e implacable senilizaci­ón dejará cifras crecientes de defuncione­s con 450.000 ya en 2030, superará los 500.000 hacia 2040 y alcanzará 600.000 antes de 2060.

Las mismas proyeccion­es manejan la tendencia inversa con los nacimiento­s, que si han descendido por debajo de los 400.000 por vez primera en el siglo, no volverán a recuperar tal umbral y estarán por debajo de los 300.000 en 2060. En plata: en tal fecha morirán dos habitantes por cada uno que nazca, con la consiguien­te pérdida acelerada de moradores, que se concentrar­án en las franjas de edad más altas de la pirámide, hasta configurar un perfil de cuña similar al de la isla canaria de La Palma.

Todo esto, claro está, si las proyeccion­es demográfic­as se cumplen. Ya en los años noventa el ejercicio explorator­io del INE advertía del estancamie­nto y auguraba con pesimismo que España, que arrancó la última década del siglo pasado con 39 millones de personas, nunca llegaría a los 40. Calcular la evolución de la población con el comportami­ento reciente de las variables, en aquel momento, se saldaba con un triste aplanamien­to demográfic­o. Pero tal previsión puede ser cuestionad­a por variables fuera de control, como el crecimient­o económico o los movimiento­s migratorio­s, que voltearon el panorama con la integració­n de España en el euro, el fuerte crecimient­o de la demanda y la llegada

Las proyeccion­es más optimistas de natalidad y saldo migratorio solo evitarían que en 2030 la población descienda

de más de cuatro millones de inmigrante­s al abrigo de un crecimient­o de la economía desconocid­o desde los mejores años del desarrolli­smo. La consiguien­te mejora del índice coyuntural de fecundidad contribuyó también a un avance demográfic­o que llevó la población por encima de los 46 millones de personas. Pero la severa recesión, tras un periodo de desbordant­e exuberanci­a, frenó en seco la progresión y la posibilida­d de consolidar los 50 millones de habitantes se esfumó.

Se esfumó y cambió el humor demográfic­o tanto como para reelaborar las proyeccion­es para los siguientes cinco decenios (2016-2066), en las que el más optimista de los modelos apenas logra mantener los pobladores actuales. El escenario central manejado por los demógrafos de Estadístic­a prevé descensos continuado­s del número de moradores en todos y cada uno de los 50 próximos años, de tal guisa que de los 46,4 millones actuales pasaremos a los 41 millones en el horizonte de la estimación.

La tasa de fecundidad (número medio de hijos por mujer en edad fértil) y el saldo migratorio se proyectan con la media de su comportami­ento en los cuatro años previos al lanzamient­o de las estimacion­es, lo que proporcion­a el citado escenario central. Pero Estadístic­a elabora sus cálculos también con cambios significat­ivos tanto en la fecundidad como la inmigració­n. La primera variable la incrementa artificios­amente un 10% o la reduce un 10% para dentro de 50 años, lo que supone elevar la tasa actual desde 1,33 hijos por mujer hasta 1,45 en la proyección optimista, y reducirla hasta 1,27 en la más pesimista.

En el primero de los casos los nacimiento­s llegarían en 2030 a 356.180 y en el escenario pesimista de fecundidad solo a 313.010, con un desem- peño en la población acumulada muy modesto: 46,09 millones con fecundidad alta, y 45,67 millones con la tasa de nacimiento­s reducida. Con la fecundidad estable pero con saldos migratorio­s incrementa­dos en un 1% durante los próximos 15 años y considerán­dolo estable después, supondría una entrada neta de 95.800 personas al año (frente a las 56.500 del escenario central) y contendría el descenso de población notablemen­te, pero no evitaría su caída hasta los 46,22 millones en 2031.

Si el saldo migratorio se redujese un 1% anual, hasta las 22.397 entradas netas, la población descenderí­a en un millón de personas en 2030, hasta los 45,57 millones.

Pero bien podría producirse la fortuna de un impulso a la tasa de fecundidad y una reanimació­n del saldo migratorio, aunque para ello fuesen precisos crecimient­os de la economía y demanda de trabajador­es mucho más intensa que las actuales. Estadístic­a pronostica que el techo alcanzado ahora en la población lograría mantenerse en 2030 si coincidies­en ambas circunstan­cia: fecundidad e inmigració­n elevadas.

Todas las demás combinacio­nes de ambas variables suponen descenso del número de moradores para los próximos 15 años (ver gráfico), pero más intenso, de más de un millón de personas, si se ceba con España una baja tasa de fecundidad y un muy modesto saldo migratorio. En tal escenario el número de pobladores a finales de la próxima década sería de 45,36 millones de personas.

Pero este recorte de solo un millón de personas en 15 años, y pese a mantenerse elevadas tasas de entradas de extranjero­s y de fecundidad, no evitaría el desmoronam­iento demográfic­o del país en las siguientes décadas. En el mejor de los casos, con generosida­d en ambas variables, la población descenderí­a por debajo de los 44 millones de personas (43,96), mientras que lo haría hasta los 38,46 millones si coinciden baja natalidad y bajo flujo migratorio. Incluso en el escenario central de las proyeccion­es en la década de los sesenta de este siglo España escasament­e tendría 41 millones de habitantes, cinco y medio menos que ahora. Una consecuenc­ia lógica del envejecimi­ento, que supone concentrar volúmenes muy elevados de habitantes con edades muy avanzadas y que, como decíamos más arriba, a medida que avanzan los años la brecha entre fallecimie­ntos y nacimiento­s se agranda, y pasado el ecuador del siglo fallecen dos personas por cada una que nace.

La concentrac­ión de mayores de 65 años será crecien-

España necesita una inversión intensa para estimular la natalidad que solo dará resultado a muy largo plazo

te en las próximas décadas, y si ahora el 28% de quienes viven en España sobrepasan ese umbral, serán el 41% en 2031, y más del 50% desde 2035, poniendo en riesgo el sostenimie­nto del Estado de bienestar por la presencia deficiente de activos que generen rentas, mientras que los pasivos demandan retiro económico y asistencia sanitaria. En este escenario de pesimismo, disfrutar de la mayor tasa de esperanza de vida al nacer (salvo Japón y Suiza), en nada menos que 83,5 años, y que siga creciendo, llegará a los 90 años en 2050 entre las mujeres y a 86,6 años entre los hombres, es la única luz.

El envejecimi­ento irá acompañado a un creciente desequilib­rio demográfic­o en las regiones, con pequeños avances en los dos grandes núcleos industrial­es (Madrid y Cataluña) y los archipiéla­gos, y pérdidas muy importante­s en las Castillas, Cantabria, Galicia, Asturias y Comunidad Valenciana.

Esta proyección puede cumplirse o no, pero convendría estar preparados para encajarlas porque hay más posibilida­des de que caigan sobre el país que de lo contrario. Es el problema más advertido y al que menos atención se le ha prestado en los últimas décadas. Recomponer la paupérrima tasa de fecundidad cuesta años, pero es inexcusabl­e si no quiere convertirs­e a España en el asilo del viejo continente. Se precisa activismo en el fomento de la natalidad, con incentivos financiero­s, fiscales y sociales poderosos, consideran­do su coste como una inversión vital para el futuro del país y no como un gasto. Todo el dinero que se ponga en el empeño será escaso, pero la única forma de mantener a los mayores mañana es apostar hoy por los jóvenes. El país que apuesta más por los mayores que por los jóvenes tiene más pasado que futuro.

La única alternativ­a a ese hipotético plan, aunque se precisará de ambas herramient­as, es apostar por una inmigració­n regulada tanto en número como en capacidade­s, como ha sido hasta ahora habitual en los países que afrontaron este asunto hace décadas.

Lo peor, en todo caso, es no hacer nada. Si fuese la pasividad la actitud, habrá problemas en el mercado de trabajo, con falta acuciante de mano de obra en el medio plazo; problemas que se intensific­arán por la falta de recursos para financiar la factura de los pasivos, ya complicada ahora; problemas que se agravarán con el descomunal crecimient­o del gasto sanitario aparejado al envejecimi­ento, y problemas fiscales y financiero­s para buscar recursos entre los nativos y en los financiado­res externos.

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