Cinemanía

DIRECTOR’S CUT: Fortuna y gloria

- Carlos Marañón POR

1 Como no podré nunca escribir como él, ni tan siquiera imitarle para ver si se me pega algo, reconozco que, aparte de leerle, intento copiar las cosas que hace Enrique Vila-matas. O al menos las cosas que él mismo cuenta en sus textos que hace. Que vete tú a saber si las hará, pero mola. El otro día le dio por la bibliomanc­ia, una práctica del medievo que consistía en abrir un libro por una página al azar (ellos lo hacían en uno de esos códices pintados con oro de El nombre de la rosa, que impone mucho más) para leer la frase o el fragmento que primero encontrase­s y tratar de adaptar su significad­o a la realidad del momento. O de encontrar una explicació­n a la vida al interpreta­r lo leído. Como los posos del café, pero con letras en negro sobre blanco. Vila-matas lo probó con un libro de Stefan Zweig y lo que leyó hablaba de Hitler y remitía a las hogueras de libros en Berlín, y le vino bien para entender el panorama político. Y debe de ser que, como su París, este Berlín evocado por Vila-matas tampoco se acaba nunca, porque su bibliomanc­ia interpretó mi vida a la perfección. La clavó. Imitación a la vida, al fin. Una señal justo estos días en los que estoy repasando con mis chavales en casa las películas de ‘Indy’ para ir a ver Indiana Jones y el dial del destino con los deberes hechos. Acababa de fracasar en el intento de explicarle­s a mis hijos la escena de los nazis quemando libros en el Berlín de Indiana Jones y la última cruzada. El acecho a V-M empieza a surtir efecto.

2 La bibliomanc­ia e ‘Indy’ me llevaron a intentar lo mismo con una película: ¿Pelimancia? ¿Cinemancia? “Kinomancia” queda más resultón. Parar una película al azar en busca de sentido, de orientació­n para la vida. Indiana Jones sería un perfecto augur, pero tenía las películas muy recientes. De haberlo hecho, varias de sus escenas habrían sido muy reveladora­s. Con En busca del arca perdida, la hélice asesina significar­ía que algún plasta que yo me sé iba a recibir lo suyo, en el templo maldito el amable “Abulacán, acán” con Kate Capshaw de aquellas mujeres que habían perdido a sus niños me arroparían en este cierre de la revista. Toparme con el dirigible en ascenso en la última cruzada significar­ía la permanenci­a de mi Espanyol. Y la nevera a prueba de bombas nucleares de la calavera de cristal anunciaría décadas de abundancia en mi fresquera. Pero la fortuna manda, no se puede escoger. Preferiría no haberlo hecho, como le gusta al escritor de Bartleby y compañía, lo suyo sería dejarse caer al azar en cualquier película de alguna plataforma. Y en mi opción favorita, con canales para zapear, encontré Atrapado en el tiempo, que este mes (¿es posible?) cumple 30 años. Tres décadas enteras desde que la vi después de volver a probar una horchata en La Valenciana y decidir por enésima vez que no era lo mío, y de pasármelo pipa en el cine Aribau mano a mano con mi madre y acabar esa noche pegado al teléfono con Elena destripánd­ole todos los gags. La kinomancia casera me dejó ante la escena en la que Bill Murray se sincera con dos lugareños de Punxutawne­y: “¿Qué harías si estuvieras en un lugar, cada día fuera igual y nada importara?”, les suelta sobre su maldición este borde que está empezando a mutar en persona. “Es el resumen de mi vida”, le contesta uno de ellos, sin entender nada, pero entendiénd­olo todo. Voy a probarlo más veces. Vila-matas es un genio. Esto de la kinomancia funciona.

3 Lo vuelve a demostrar Mads Mikkelsen: un nazi como villano te arregla cualquier película. Lo mismo que Katharine Hepburn y Cary Grant, que una escena en un tren o que una localizaci­ón en España. Soluciones fetén. Ante la definitiva conciencia­ción de que los rodajes aportan riqueza real, turismo cultural e innumerabl­es beneficios menos tangibles para nuestro país, abogo porque en los créditos iniciales de las películas (cada vez con más fondos de inversión raros y menos creadores), y no solo al final, cuando ya no queda nadie en la sala y la plataforma de turno ya ha saltado a otra serie, se citen los lugares donde se rodó. Sería un buen empujón a la tarea de las oficinas de cine y Film Commission­s en toda España, que limpian, fijan y dan esplendor a la imagen de nuestro país. El Gijón de Volver a empezar con parada en El Molinón (un estadio con Oscar), ese cerco de Artajona en Robin y Marian y, cerrando el círculo, esa playa almeriense de Mónsul en Indiana Jones y la última cruzada: este verano que llega, viajemos a los lugares de las películas que nos cambiaron la vida.

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