ANÍBAL contra los Pirineos
SIGLO III A.C. PENÍNSULA IBÉRICA. ANÍBAL BARCA, LÍDER DE LOS EJÉRCITOS CARTAGINESES, INICIA SU PEREGRINAJE HACIA ROMA PARA CONQUISTARLA. SIN EMBARGO, ANTES DEBERÁ SORTEAR LOS OBSTÁCULOS QUE SE ENCUENTRE POR SU PASO POR LOS PIRINEOS.
"El ayer está hecho", decía Carl Sandburg, historiador, poeta y novelista estadounidense. Una afirmación categórica e innegable, pero matizable. El pasado es inamovible, pero no nuestra percepción de él, pues continuamente nos replanteamos lo que sabemos gracias al trabajo de los historiadores que sondean esos tiempos que ya se fueron, tratando de deshacer las sombras que persisten. La Historia sigue estando llena de secretos que parecen escapar a los esfuerzos de los investigadores. Sin embargo, estas lagunas son una oportunidad para quienes trabajamos con la imaginación: los escritores.
Hay pocos episodios históricos tan famosos como el gran viaje que realizó Aníbal Barca, el líder cartagi- nés de la Segunda Guerra Púnica que tuvo contra las cuerdas a la mismísima Roma, y que lo llevó hasta suelo itálico. ¿Quién no ha leído alguna novela sobre las andanzas de su grandioso ejército enfrentándose a las inclemencias de los Alpes? La angustiosa lucha contra las fuerzas de la naturaleza desatadas; nieve, viento y hielo azotando a los soberbios elefantes, que tras desfallecer se despeñaban por barrancos y simas... Y el triunfo de contemplar, al fin, tierra romana, tal y como inmortalizó magistralmente Goya en su óleo Aníbal vencedor contempla por primera vez Italia desde los Alpes. De pronto, tras meses de sufrimiento, estaba en la retaguardia de su enemigo, esa Roma engreída que nunca tuvo en cuenta el ingenio del Bárquida. Estaba a punto de pagar las consecuencias de su soberbia.
Los estudios especializados dedicados a este capítulo tan fascinante son innumerables, y se podría pensar que no hay nada desconocido en el viaje de Aníbal. Sin
TITO LIVIO Y POLIBIO prácticamente pasan por alto todo cuanto ocurrió durante el recorrido de Aníbal desde que partiera de Qart Haddast (Cartagena), su principal fuerte, hasta llegar a suelo itálico.
embargo, no es así. Curiosamente, casi la totalidad de trabajos sobre el tema se centran en la segunda etapa del periplo, esto es, una vez el ejército cartaginés alcanza la Galia Narbonense. Conocemos al detalle, por ejemplo, el fascinante modo en que Aníbal y los suyos cruzaron el Ródano mediante la confección de balsas especiales con las que engañar a los elefantes y evitar su miedo; los pueblos con los que se encontró y pactó. Sabemos incluso que ejerció de juez en una disputa local, en territorio de los galos alóbroges; que fue traicionado por algunos de esos pueblos, y que solo su carisma logró que aquel ejército tan dispar sobreviviera a las inclemencias de los Alpes. Solo existe una duda importante que todavía persiste, referente al paso exacto que utilizó para cruzar la temible cordillera: el Mont Genévre o el Col de l'Argen.
¿QUÉ OCURRIÓ?
Tan fascinante como lo que sabemos es la cantidad de momentos que desconocemos. Tito Livio y Polibio, quienes con más profusión narraron aquella hazaña, prácticamente pasan por alto todo cuanto ocurrió durante el recorrido de Aníbal desde que partiera de Qart Haddast (Cartagena), su principal plaza fuerte. Esto es lo que cuenta Livio al respecto en su Ab Urbe condita: "Desde Gades volvió a los cuarteles de invierno de su ejército en Cartagena, y desde Cartagena comenzó su marcha hacia Italia. Pasando por la ciudad de Onusa, marchó a lo largo de la costa hasta el Ebro".
Tras describir una visión en sueños del líder cartaginés, donde este contempló la Gran Serpiente que representaba la devastación de Roma, el historiador romano asegura que cruzó el Ebro con su ejército, en tres grandes grupos. En este punto, el cronista se detiene a mencionar los pueblos íberos con quienes entabló contacto, pero lo hace de modo escueto, sin entrar en detalles de ningún tipo: "Su siguiente paso fue someter a los ilergetes, los bargusios y a los ausetanos, así como el territorio de la Lacetania que se encuentra a los pies de los Pirineos".
La superficialidad de la narración deja enormes dudas. ¿De qué modo los sometió? ¿Fue a través de pactos, o utilizó las armas? No podemos saberlo. Es posible que de haber sobrevivido las crónicas de Sileno, el historiador oficial de Aníbal (que lo acompañó en la aventura), dispondríamos de respuestas para estas incógnitas. Pero los cronistas afines a Roma apenas se detuvieron a la hora de narrar lo que
ocurrió durante todo ese tiempo en el que Aníbal y los suyos peregrinaron hasta alcanzar los Pirineos. Livio solo nos cuenta que cuando el ejército se preparaba para cruzar las montañas, algunos de sus mercenarios, como los carpetanos, desertaron al comprender que el viaje iba a llevarles hasta los Alpes. El temor a enfrentarse a las fuerzas de la naturaleza fue superior a su honor. Un motivo que por otra parte no me convence: no resulta lógico que pueblos tan aislados como los que habitaban en el interior supieran de la existencia de aquella cordillera, ni de la dificultad que suponía su paso. Sea como sea, resulta tan suculento apelar a los miedos ancestrales de estos pueblos que decidí incorporarlo a mi relato.
La siguiente información acerca del recorrido por parte de Livio nos lleva ya a tierras galas: "A continuación, para evitar que sus hombres se desmoralizasen con más retrasos e inactividad, cruzó los Pirineos con el resto de su fuerza y fijó su campamento en la ciudad de Iliberri".
Como vemos, los datos son escasos. El relato de Polibio no difiere mucho del de Livio, a pesar de ser casi contemporáneo a los hechos. ¿A qué se deben estos huecos narrativos tan clamorosos? Quizá se fundamenten en el conocido menosprecio que los griegos y romanos tenían por todas las culturas que consideraban incivilizadas, a quienes no consideraban merecedores de aparecer en un relato pormenorizado. En cualquier caso, sin la imprescindible base de información clásica, los historiadores contemporáneos se encuentran en grave desventaja para rellenar dichos huecos.
EL CAMINO DE ANÍBAL
Lo cierto es que ni siquiera conocemos con certeza algo tan básico como la ruta que siguió el ejército cartaginés en su marcha por el norte de la Península. La mayoría de artículos no especializados asumen que Aníbal siguió una ruta costera que lo llevó hasta el paso del Pertús, el más accesible de los Pirineos orientales. Un camino que, años después, los romanos pavimentarían para dar forma a la Vía Domitia, que se transformaba en la Vía Augusta al entrar en Hispania.
La idea del viaje siguiendo la costa se basa en una larga tradición historio-
gráfica que consolidaría el historiador Dennis Proctor en su La expedición de Aníbal en la Historia. Pero dicha teoría es, por sentido común, muy endeble. Lo razonaremos: si el líder cartaginés desdeñó seguir el borde de la costa durante su camino por la Galia Narbonense, y lanzarse a la aventura de los Alpes, cabe pensar que haría lo mismo en la Península. Los motivos son idénticos: las tierras colindantes con el Mediterráneo eran, más allá de Sagunto, afines a Roma. Lo era Massilia (Marsella), en zona gala, pero también Ampurias, en la actual comarca gerundense del Alto Empurdán. Acercarse a esta última reportaba numerosos inconvenientes a Aníbal, ya que en el mejor de los casos sus movimientos serían trasladados de inmediato a Roma por los ampurianos, algo que no les convenía, puesto que su estrategia se basaba por completo en la sorpresa —de hecho, como ya hemos mencionado antes, muchos de los soldados del ejército no sabían cuál era su destino final—. Y, en el peor, podrían encontrarse una oposición militar que los debilitara o retrasara, algo que tampoco podían permitirse: necesitaban imperiosamente alcanzar y cruzar los Alpes antes del invierno, si querían tener una oportunidad de sobrevivir a la experiencia. Enfrentarse a semejante batalla en plena época de nevadas era un suicidio.
En cualquier caso, un hipotético conflicto con Ampurias habría sido tan relevante que, por fuerza, los historiadores clásicos lo habrían incorporado a sus crónicas del mismo modo que narraron el sitio de Sagunto. Si no fue así, es porque, sencillamente, jamás ocurrió.
Por otra parte, el éxito de la empresa se basaba también en conseguir el apoyo de cuantos pueblos autóctonos
UN CONFLICTO CON AMPURIAS habría sido tan relevante que los historiadores clásicos lo habrían incorporado a sus crónicas, del mismo modo que narraron el sitio de Sagunto.
pudieran, tanto para engrosar sus filas como para reabastecerse y disponer de zonas seguras donde descansar sin miedo a ataques de los locales. No debemos olvidar que el norte de la Península ibérica era un territorio desconocido para Cartago, que apenas había llegado de forma esporádica a zonas de la cuenca del Duero, durante las rebeliones que sofocó en la región de los vacceos en el 221 a.C. Más allá del Ebro, nada.
Con ese fin, tras la toma de Sagunto Aníbal envió mensajeros con promesas de riquezas para todo aquel con quien pensaba cruzarse (y con la sombra de la amenaza que representaba la caída de Sagunto, un velado mensaje de que cualquier oposición sería tratada con contundencia). La ruta costera hubiese complicado semejantes alianzas, debido a la influencia de Roma sobre las colonias griegas y las poblaciones emparentadas con estas.
Así pues, ¿qué otra opción nos queda? ¿Existen datos que nos muestren una ruta alternativa, más lógica? Afortunadamente, sí. Los mismos Tito Livio y Polibio nos ofrecen ciertas pistas que afianzan estas sospechas: como ya hemos visto, ambos mencionan que Aníbal contactó con diversos pueblos íberos del norte peninsular, todos ellos localizados en las zonas interiores de la región catalana: los ilergetes, en Lleida; los ausetanos, en la comarca de Osona; los lacetanos, en el Bages, y los bargusios o bergistanos, en el Alto Llobregat.
Este simple hecho desmontaría la teoría de la ruta costera. El mismo Tito Livio dice que inició su marcha desde Cartagena, pasando por la ciudad de Onusa, "a lo largo de la costa hasta el Ebro". La indicación es muy clara: "hasta el Ebro". Es factible deducir que, una vez traspasó dicho río, desvió su ejército hacia el interior para escapar del control de Ampurias y, además, conseguir el apoyo de los pueblos íberos de aquella región. De otro modo, jamás se habría encontrado con ellos.
LAS CUESTIONES LOGÍSTICAS
Durante el proceso de documentación de mi novela tuve la fortuna de encontrar trabajos de historiadores contemporáneos que apoyan la tesis de la ruta interior. Especialistas como Pedro Bosch Gimpera o J. Avellá Vives apoyaron esta alternativa, que ha ido cobrando peso hasta convertirse en la lógica corriente predominante entre los historiadores actuales.
En cualquier caso, queda claro que Aníbal cruzó el Ebro, pues venía de Sagunto. El viaje hasta allí no suponía impedimento alguno, pues pasaría por territorios ya conquistados o ganados para su causa, así que pudo utilizar el camino costero, que al ser más sencillo les permitiría marchar con rapidez y ahorrar tiempo. Las complicaciones llegaron al alcanzar el gran río. La desembocadura era y es imposible de vadear, especialmente por un ejército que entonces debía contar con unos 50.000 efectivos (cifra más realista que los 90.000 que proponen los historiadores clásicos). Sobre todo, si tenemos en cuenta que, tal y como afirman estudios recientes, el delta del Ebro quizá ya existiera por aquel entonces.
QUEDA CLARO QUE ANÍBAL CRUZÓ EL EBRO, pues venía de Sagunto. El viaje hasta allí no suponía impedimento, pues pasaría por territorios ya conquistados o ganados para su causa, así pudo utilizar el camino costero.
Esta es una apuesta arriesgada para un escritor: decantarse por la información asentada tras décadas o elegir como documentación investigaciones que todavía deben consolidarse (que fue lo que al final hice). La comunidad científica siempre ha sostenido que la formación del delta se inició en el siglo XIV, momento en el que el Ebro empezó a expulsar sedimentos de forma notoria a través de fuertes riadas que darían lugar en distintas fases a la conocida punta de flecha. Sin embargo, las cosas han empezado a cambiar desde hace unos años. Desconcertado por lo inverosímil de este proceso, que va en contra de la formación de otros deltas del Mediterráneo, el estudiante de la Universidad de Cambridge Eliot Carter postuló la teoría de que los orígenes del delta del Ebro eran anteriores. Pero fue el estudio de datación de sedimentos de la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona, realizado en 2015, el que confirmó que el delta podría existir desde hace ocho mil años.
Una zona de humedales como el delta complicaría, sin duda, el paso de un ejército de tal envergadura. Por fuerza, las tropas cartaginesas debieron seguir el cauce hacia el interior hasta encontrar un punto más adecuado para salvarlo, aguas arriba de la actual Mora de Ebro. Es exactamente la misma línea de acción que utilizaron con posterioridad para cruzar el Ródano: alejarse de la desembocadura. En el caso del Ebro, continuaron la marcha hasta encontrar algún vado natural, donde la corriente y la menor anchura del río permitiera a las tropas, elefantes incluidos, cruzarlo.
Algunos historiadores clásicos, como el romano Celio Antípatro, en su obra sobre la Segunda Guerra Púnica (Bellum Poenicum), describe que Magón, el oficial de Aníbal al cargo de la caballería, atravesó el Ebro en primer lugar; siempre según su texto (que tenía en cuenta el relato ya desaparecido de Sileno), el grueso de la tropa lo hizo después por un vado situado más arriba. El método para hacerlo es curioso: dispuso a sus elefantes en fila para amansar la corriente y que así la infantería pudiera cruzar el río. Algo poco realista, por cierto, por lo que cabe imaginar que lo que ocurrió de verdad fue que construyeron un puente de madera. O varios, como propongo en mi novela.
A partir de aquí, cabía buscar un camino que sirviera para trasladar semejante ejército hacia los Pirineos. Probablemente con ayuda de guías locales, ofrecidos por los pueblos que aceptaron las alianzas ofrecidas por Aníbal, se encaminaron en busca de un punto
accesible en la cordillera pirenaica. J. Avellá, en su Tarragona romana (1967) propone una ruta "siguiendo el río Segre", que los llevaría hasta el paso de la Cerdaña y el Coll de la Perxa. Dicho recorrido, a diferencia del costero, permitiría el encuentro del ejército cartaginés con los pueblos íberos que mencionan los historiadores grecoromanos.
MESES OSCUROS
El tránsito por tierras catalanas no debió ser sencillo para Aníbal. Así nos lo da a entender el hecho de que el contingente militar se demorara tanto en aquella región, aproximadamente unos tres meses frente a los cuatro días que solo necesitó para alcanzar el Ródano desde los Pirineos. Probablemente tuvo que enfrentarse a la oposición de unos pueblos que, aislados de la influencia helena y púnica, eran reticentes al paso de un ejército tan monumental. Tal vez algunos aceptaran de buen grado los tesoros ofrecidos por el líder cartaginés como pago por su hospitalidad, pero habría otros cuyo orgullo no sería tan fácil de calmar. Teniendo en cuenta las anteriores actuaciones de Aníbal, dispuesto a tender la mano tanto como la espada, cabe suponer que no debió rechazar ninguna de las dos vías de acción, en función de las circunstancias.
Este es, sin duda, el punto del viaje más misterioso de todos. Más allá de lo que podemos deducir, nada sabemos de cómo Aníbal sometió o se ganó a todos esos pueblos. Pero lo hizo, porque los historiadores clásicos aseguran que se vio obligado a dejar en la región a su oficial Hannón, a quien confió la supervisión de la zona al norte del Ebro. Para ello lo dotó de unos 10.000 infantes y 1.000 jinetes, entre los que estaban los pueblos íberos que mostraron su negativa a seguir adelante con el viaje. La decisión, muy acertada, resultaba vital para el éxito de su empresa: era prioritaria la necesidad de mantener abierto un enlace entre la Península ibérica, la Galia y la zona itálica, en aras de enviar posibles refuerzos en el futuro. Ese, precisamente, fue uno de los motivos de que la campaña de Aníbal en Italia fracasara: Roma, a través de Escipión el Africano, empezó a imponerse en Iberia, arrebatando plazas como Cartagena y cortando dicha línea.
Como decíamos anteriormente, tomando el ríos Segre como guía del ejér- cito cartaginés, Aníbal probablemente alcanzó la Galia a través del Coll de la Perxa, de 1.579 metros de altitud. Aquellas condiciones lo hacían factible para un conjunto de tropas tan numeroso y con unidades de complicado tránsito, como los elefantes. En aquel punto, por cierto, pasaría con posterioridad una vía romana, lo cual da fe de que era un camino aceptable.
Para finalizar, quisiera insistir en que, por desgracia, la mayoría de estas reflexiones no cuentan con una base documental lo bastante sólida como para descartar por completo las teorías más comunes. Las crónicas antiguas tienen limitaciones evidentes en muchos aspectos, y sin evidencias arqueológicas solo queda el ejercicio del sentido común. Es evidente que todos estos vacíos históricos son un incordio (y un reto) para los especialistas. Sin embargo, para el escritor suponen la oportunidad de utilizar su mejor herramienta: la imaginación. La palabra ficción cobra sentido cuando el autor tiene libertad para fabular y moldear una historia que, en cualquier caso, nunca puede ser incoherente con lo que sí sabemos con certeza.