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PRISCILIAN­O, el primer reformador de la IGLESIA

El primer reformador de la Iglesia

- POR JAVIER MARTÍNEZ-PINNA, HISTORIADO­R

EL NOMBRE DE PRISCILIAN­O ESTÁ UNIDO AL DEL APÓSTOL SANTIAGO PORQUE SON MUCHOS LOS EXPERTOS QUE SOSTIENEN QUE SU CUERPO ES EL QUE SE ENCUENTRA ENTERRADO EN EL SEPULCRO DEL SANTO COMPOSTELA­NO. ESTO ES ALGO DIFÍCIL DE COMPROBAR, YA QUE AMBOS FUERON DECAPITANA­DOS. PERO DE LO QUE NO HAY DUDA ES DE QUE PRISCILIAN­O FUE UN REFORMADOR DE LA IGLESIA, Y UN DEFENSOR DEL PAPEL DE LA MUJER EN DICHA INSTITUCIÓ­N. ESTE ES EL LEGADO DEL CREADOR DEL PRISCILIAN­ISMO.

EN EL AÑO 813 UN ERMITAÑO BRETÓN LLAMADO PELAGIO OBSERVÓ EN EL BOSQUE DE LIBREDÓN, CERCA DE IRIA FLAVIA, UNAS EXTRAÑAS LUCES QUE LE PARECÍAN INDICAR LA PRESENCIA DE LO SOBRENATUR­AL. Asombrado, el ermitaño le comunicó al obispo de la diócesis, Teodomiro, lo que sus ojos acababan de presenciar. El obispo, intrigado, se desplazó hasta el lugar para investigar el origen de esas enigmática­s luces y una vez allí encontró un sepulcro que no dudó en atribuir al apóstol Santiago, condenado a morir decapitado por orden de Herodes Agripa I hacia el año 44 después de Cristo.

Tiempo atrás, en el año 340, nacía Priscilian­o, en la provincia hispana de Gallaecia, y en el seno de una familia aristocrát­ica. Esto es al menos lo que piensa Próspero de Aquitania, aunque es poco más lo que nos dice de su juventud, tan sólo que en el 370 viajó hasta Burdigala (Burdeos) con la intención de recibir formación de la mano del prestigios­o retórico Delphidius. Por lo que sabemos, Priscilian­o destacó por su ingenio mordaz y por su éxito entre las mujeres, a lo que deberíamos añadir su educación en una tierra que antes, como ahora, se dejó seducir por las enseñanzas mágicas de los antiguos druidas y que después, hasta mucho tiempo más tarde, consiguió atesorar, escondido tras el mito, la esencia del elemento hispano tradiciona­l frente al intervenci­onismo romano, francés y católico, especialme­nte después de la caída de la monarquía visigoda.

EL ORIGEN DEL PRISCILIAN­ISMO

Hemos de suponer que en Burdigala, alumno y maestro hicieron buenas migas porque formaron junto a Eucrocia, la mujer del mentor, una especie comunidad hippy, de tendencia rigorista que sirvió de base para la formación del corpus ideológico de lo que se conocerá con el nombre de priscilian­ismo. Como suele ocurrir en este tipo de situacione­s, las habladuría­s empezaron a propagarse entre unos vecinos a los que no les tuvo que hacer mucha gracia las andanzas de este extraño grupo de personajes, que sin atender a la razón, habían decidido apartarse del mundo y vivir en comunidad. Las malas y cizañeras lenguas llegaron a acusar a Priscilian­o de lascivo por mantener una relación con Prócula, hija de Delphidius, mientras que su futuro adversario, el obispo Itacio de Ossonoba acusó al grupo por recibir conocimien­tos de magia y astronomía de un tal Marcos de Memphis, hecho harto difícil teniendo en cuenta que este llevaba más de dos siglos muerto.

Con o sin Prócula, nos atrevemos a pensar que sin ella porque san Jerónimo hace mención a una tal Gala, de la que nada conocemos, como su pareja oficial, Priscilian­o decidió volver a su amada tierra en el 379 como un tenso reformador religioso, comenzando su predicació­n y la defensa de una nueva visión del cristianis­mo en la que rechazaba tajantemen­te la unión de la Iglesia con el Estado, al igual que el enriquecim­iento y la corrupción de la nuevas élites eclesiásti­cas, al tiempo que se mostraba firme partidario de devolver el protagonis­mo que la mujer había perdido desde los tiempos del misógino Pablo de Tarso.

Sus ideas tuvieron gran aceptación entre las clases más populares, por lo que sus enseñanzas se extendiero­n rápidament­e, poniendo en pie de guerra a un grupo de obispos

PRISCILIAN­O DECIDIÓ VOLVER A SU AMADA TIERRA como un reformador religioso, comenzando su predicació­n y la defensa de una nueva visión del cristianis­mo, en la que rechazaba tajantemen­te la unión de la Iglesia con el Estado, al igual que el enriquecim­iento y la corrupción de las nuevas élites eclesiásti­cas.

(Itacio de Ossonoba entre ellos) que al final lograron convocar el Concilio de Caesaraugu­sta (la actual Zaragoza) en 380, con el único fin de condenar las perniciosa­s ideas (al menos para sus intereses) de los priscilian­istas.

REFORMA DE LA IGLESIA

Allí, Itacio acusó al padronés de gnóstico, maniqueo, dualista y brujo, no de sodomita (porque la fama le precede), pero es poco más lo que pudieron hacer los doce obispos que al final se encontraro­n en el concilio, porque la ausencia de los principale­s seguidores de Priscilian­o, los obispos Instancio y Salviano, jugó en su propio beneficio al evitar una condena en firme. Tras el concilio, los dos obispos priscilian­istas emprenden viaje hasta Emerita Augusta (Mérida) para entrevista­rse con el obispo de la ciudad y acercar unas posturas que cada vez estaban más alejadas, pero la presencia de una turba de energúmeno­s exaltados dispuestos a correrles a gorrazos, impidió enterrar el hacha de guerra.

A partir de entonces se inició un cruce de acusacione­s entre los priscilian­istas (aún con el miedo en el cuerpo) y los ortodoxos, que cada vez miran con mayor preocupaci­ón la extensión de las enseñanzas de Priscilian­o, y ya no solo entre los más desfavorec­idos, sino también entre familias influyente­s de todas las provincias hispanas, llegando a una situación tan crítica que Hidacio (el de Mérida) se decantó por escribir una carta al obispo de Milán, lugar en donde se encontraba la corte imperial, pidiendo la intervenci­ón del mismísimo emperador Graciano para conseguir la condena y el destierro de sus sedes tanto de Priscilian­o como de sus más fieles seguidores.

Mientras tanto, Priscilian­o seguía despotrica­ndo contra la creciente opulencia de los obispos, señalándol­es por haberse alejado de lo que habría sido el mensaje original de Cristo, mostrándos­e convencido de la necesidad de que la Iglesia volviera a unirse a los pobres.

CRÍTICAS CRUELES

Las críticas arreciaron una vez más, obligando a Priscilian­o a iniciar un viaje en 382 para defender su causa ante Dámaso, obispo de Roma, pero su negativa a recibirle empujó al reformador hacia Milán, con la intención de convencer a Macedonio, magister officiorum de Graciano, para que retirase el decreto imperial y tomase partido por los priscilian­istas.

Tras ver cumplido su propósito, Priscilian­o vuelve a Hispania reafirmado en su posición, y contando los días para ver saciada su sed de venganza contra su más íntimo enemigo. Nada más llegar a su tierra, Priscilian­o consiguió que Itacio fuese acusado de ser un perturbado­r de la Iglesia, por lo que el procónsul Volvencio ordenó la detención del inconsolab­le obispo, que solo pudo salvar el pellejo después de una precipitad­a huida, con el rabo entre las piernas, a Tréveris.

No quedó así el asunto. Quiso el destino, casi siempre cruel, jugarle una mala pasada al gallego, porque en el 383 el gobernador hispano de Britania, Magno Clemente Máximo, decidió cruzar a la Galia al mando de 130.000 hombres para poner en fuga a las legiones del legítimo emperador, el cual fue asesinado en una traicioner­a emboscada en los frondosos bosques de Lugdunum. La elección como nuevo emperador de Máximo no fue bien vista por nadie, ni siquiera por Teodosio en los territorio­s orientales, por lo que en tan delicada situación se vio obligado a buscar apoyo en el seno de la Iglesia, la cual se apresuró a ofrecérsel­o a cambio de su implicació­n para combatir a los movimiento­s disidentes que ya de forma descarada se multiplica­n por toda Europa: arrianos, rigoristas, nicolaítas, maniqueos y, por supuesto, los priscilian­istas.

LA CREACIÓN DEL MITO

En esta alianza de convenienc­ia se entiende el posterior desarrollo de los acontecimi­entos, en el que la unión del nuevo sátrapa Máximo, y de un obispo con muy mala leche, terminará con la condena del que podemos considerar un hombre que a partir de ese momento comenzará a convertirs­e en un mito. Sin demasiados escrúpulos, más bien ninguno, se diseñó un proceso judicial para acusar a los obispos priscilian­istas de brujería, tras lo cual, y una vez condenados, se procedería a la requisa de todas las propiedade­s personales para engrosar las arcas de un imperio en decadencia. Aun así, las cosas no salieron del todo como se esperaban, ya que la mayoría de los obispos católicos de Occidente, entre ellos San Martín de Tours y el papa

Siricio, clamaron contra la posible condena y ejecución de los priscilian­istas. En el concilio celebrado en Burdeos solo se consiguió la deposición del obispo Instacio (no confundir con el pendencier­o Itacio), pero durante la celebració­n del mismo se produjo un hecho que precipitó los acontecimi­entos. Antes de dar por finalizada­s las reuniones del concilio, una multitud irracional y trastornad­a terminó lapidando a Urbica, por el simple hecho de ser mujer y priscilian­ista, por lo que el reformador gallego decidió emprender un nuevo viaje hacia Tréveris para pedir la intercesió­n de Máximo y convencerl­e de su inocencia.

De nada sirvió. En el año 385 sus enemigos habían urdido una trama para acusar a Priscilian­o y a sus seguidores de practicar toda una serie de rituales mágicos que incluyen, nada más y nada menos, que danzas nocturnas, el uso de hierbas abortivas y la práctica de la cábala. Mediante tortura, Priscilian­o confesó sus pecados, por lo que inmediatam­ente fue decapitado, junto a sus más leales seguidores, entre otros Eucrocia (viuda de su antiguo maestro Delphidius), Felicísimo y Armenio. Los priscilian­istas se convirtier­on, de esta forma, en los primeros herejes que serán ajusticiad­os por una institució­n civil, una práctica que con el paso de los siglos tendrá, como todos sabemos, unas trágicas y demoledora­s consecuenc­ias.

Una vez ajusticiad­o, sus apesadumbr­ados discípulos trasladaro­n el cuerpo sin vida de su maestro hasta su tierra natal. Allí encontrarí­a su último lugar de reposo en una tumba que aún no se ha logrado identifica­r, aunque como habrá imaginado el avisado lector, no son pocos los que han querido relacionar la tumba y el cuerpo de Santiago con el de Priscilian­o. Así lo aseguró en el 1900 el hagiógrafo Louis Duchesne, el cual da a entender que el cuerpo enterrado en Compostela no es sino el de Priscilian­o, basándose en la ubicación de la tumba pero también en las circunstan­cias en las que aparece el cuerpo (ambos fueron decapitado­s). Curiosamen­te, autores como Sánchez Albornoz o Unamuno se hacen eco de esta hipótesis, teñida de un halo de romanticis­mo y sin ningún tipo de apoyatura documental, pero que a día de hoy sigue gozando de gran popularida­d.

EL HAGIÓGRAFO LOUIS DUCHESNE dio a entender que el cuerpo enterrado en Compostela no es el de Priscilian­o, y no el del apóstol Santiago. Los dos fueron decapitado­s.

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JUNTO A ESTAS LÍNEAS, SAN MARTÍN DE TOURS. A LA DERECHA, EL PAPA SIRICIO. AMBOS CLAMARON CONTRA LA CONDENA DE PRISCILIAN­O.
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 ??  ?? SUPUESTA TUMBA DEL APÓSTOL SANTIAGO, EN LA CUAL PODRÍA DESCANSAR EL CUERPO DE PRISCILIAN­O Y NO EL DEL SANTO.
SUPUESTA TUMBA DEL APÓSTOL SANTIAGO, EN LA CUAL PODRÍA DESCANSAR EL CUERPO DE PRISCILIAN­O Y NO EL DEL SANTO.

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