Clio Historia

El AUTO DE FE de Jácome Pigara

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QUE LA IGNORANCIA HA SIDO CAMPO ABONADO PARA LOS MÁS LADINOS ES UN HECHO QUE HA ACOMPAÑADO AL SER HUMANO DESDE QUE SE IRGUIERA SOBRE DOS PIERNAS. Y si a la ignorancia se le une la superstici­ón, el caso termina en abuso, como no puede ser de otra forma.

Uno de los que vivió buena parte de su vida usando en su beneficio superstici­ón e ignorancia fue Jácome de Pigara. Se trataba de un sencillo labrador, vecino de Santa María de Souto, si bien apenas podía llevar a cabo su oficio, porque ni para eso servía. Tenía luces, eso sí, para servir como curandero entre sus vecinos, y no le faltaba fama en estos trabajos.

Su forma de actuar solía ser siempre la misma: cuando lo llamaban para atender algún enfermo, tomaba una escudilla llena de agua y una vela de cera virgen cuyo pábilo debía, aseguraba, haber sido trenzado por tres doncellas mientras rezaban un padre nuestro. Con la escudilla en una mano y la vela en la otra, comenzaba a caminar alrededor de la cama del enfermo, haciendo gotear la vela sobre el agua y leyendo en aquellas gotas los motivos de la enfermedad.

No actuaba solo, al menos al principio de sus andanzas, pues tenía un cómplice, un clérigo que a medida que Jácome caminaba alrededor de la cama iba leyendo los evangelios al enfermo, si bien no nos ha llegado el nombre de este religioso.

Y como suele decirse, uno solo puede ir a más cuando se siente impune. Después de un tiempo realizando sus “curaciones”, quiso sacar mayores dineros de sus servicios. Eso pasaba, por supuesto, por complicar más la puesta en escena de sus ceremonias. Para ello, llegó el día en que, además de la palangana y la vela, practicó un hoyo junto a la cama del enfermo, y allí lo metió después de atarlo de pies y manos. No contento con eso, invocó a Satanás y a Barrabás, asegurando que estos demonios lo curarían durante la noche… Y lo que ocurrió durante la noche fue que el pobre enfermo murió.

Se le acusó de hechicería de inmediato, no en vano, corría el año 1579. La Inquisició­n lo prendió y lo llevó a la cárcel. Se probó la invocación del demonio, las superstici­ones y la embaucació­n de las gentes, y formó parte de un auto de fe en el que abjuró de la ley de Moisés. Pero quedó libre, y, como no podía ser de otra forma, volvió a las andadas. De hecho, su participac­ión en el auto de fe le otorgó aún más fama de la que ya tenía.

Así llegó una mujer que al parecer sufría de un flujo de sangre constante, sin que matronas ni vecinas pudieran hacer nada por evitarlo. Jácome llegó e hizo lo mismo de siempre: su escudilla, su vela… y un nuevo hoyo, en esta ocasión junto al fuego, donde enterraron a la buena mujer hasta la cintura. Y allí, también es mala suerte, murió esta segunda mujer. Y Jácome huyó, no tenía más opciones.

Pero su fama lo acompañaba, y lo llamó el padre de un joven que estaba enfermo. Jácome aseguró que el problema radicaba en que el zagal no estaba bien bautizado, y tomó su escudilla, y su vela… Esta vez no hizo hoyo alguno. Pero el resultado fue el mismo: la muerte del muchacho.

Sabiendo que no iba a tener muchas otras salidas, y con las bolsas con una buena cantidad de monedas después de sus últimas “curaciones”, emprendió el camino hacia Santiago y se presentó ante el tribunal del Santo Oficio con intención de defenderse antes de que llegara denuncia alguna.

Aun así, se le mantuvo en las cárceles de la Inquisició­n durante el mes de junio de 1579, y negó muchas de las acusacione­s que se le hacían, a pesar de que se empleó con él la tortura durante los interrogat­orios. El proceso fue llevado por el licenciado Cantera y el Doctor Albá, inquisidor­es ambos, y el caso se cerró en noviembre de ese mismo año.

El castigo para Jácome de Pigara consistió en portar una corona como penitencia y abjurar de la ley de Leví, es decir, renunciar a su condición de judío. Sufrió, además, el castigo de doscientos azotes en Santiago, y otros cien más en su villa. Y al fin, fue desterrado del distrito en el que vivía para que no pudiera hacer daño a nadie más.

Ahí se pierde el rastro de Jácome de Pigara… Lo que no significa que no siguiera practicand­o sus ceremonias de curación con otro nombre y en otro lugar.

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