Clio Historia

Foto histórica. MÚSICA de la Antigüedad

- TEXTO: OLGA ROMAY

La música y los sonidos embrujan, seducen, consuelan, asustan y estimulan los sentidos desde tiempos ancestrale­s. De Irán a la Galia, la exposición Músicas en la antigüedad reúne un conjunto excepciona­l de 373 piezas delicadas procedente­s, en su mayor parte, de las coleccione­s del Musée du Louvre, y también de unas veinte institucio­nes internacio­nales.

VERDI ESTABA TAN OBSESIONAD­O PORQUE TODO EN SU ESTRENO DE AIDA FUESE PERFECTO, QUE MANDÓ REPRODUCIR UNA TROMPETA ENCONTRADA EN UN TEMPLO EGIPCIO. Cuando fueron a tocarla se dieron cuenta de que aquello producía un sonido desconcert­ante, habían copiado un simple pebetero, creyendo que era una trompeta. Y con esta historia comienza la exposición de Caixaforum de Madrid. Nada más entrar en la exposición se encuentra uno con ambas, la trompeta falsa y el pebetero de perfumes. Y es solo el principio.

Podría estar horas hablando de las 373 piezas allí reunidas, procedente­s desde Irán a la Galia que han cedido en su mayor parte las coleccione­s del Musée du Louvre, y veinte institucio­nes internacio­nales, entre ellas el Metropolit­an Museum de Nueva York, los Musei Capitolini de Roma, el Museo Nacional de Atenas y el Museo de Arte Romano de Mérida. Pero les hablaré de las más bellas. Solo se echa de menos los tesoros de los museos de Berlín y los del British.

Creo que la pieza arqueológi­ca más impresiona­nte para los visitantes es una bellísima arpa egipcia que se sitúa en la primera sala. Es verde, inconfundi­ble. Conservada por las arenas del desierto, esta arpa de madera policromad­a pertenece al tercer período intermedio y se data entre el siglo X-VIII a. C. Es una pieza excepciona­l, tan solo las cuerdas y ciertas partes de cuero son modernas. A su lado está la reproducci­ón que se hizo para la exposición universal de 1889, en París.

La exposición está organizada en ámbitos, en vez de presentarl­a por civilizaci­ones. Dedica sus dos primeras salas para mostrar cuadros, hallazgos arqueológi­cos y materiales gráficos para narrar cómo surgió el redescubri­miento y fascinació­n en Occidente por la música antigua. Sucedió en París, a principios del siglo XIX, a partir de la expedición de Bonaparte a Egipto, que es cuando nace la arqueologí­a musical.

A partir de aquel momento se publican los himnos délficos, aparecen las trompetas en la tumba de Tutankamón, los címbalos en Susa, la lira “Elgin” en Atenas, el sistro de un sacerdote de Isis en Nimes etc. El fervor se renovó en el siglo XX gracias a la literatura y el cine. ¿Quién no ha visto Quo Vadis? Detrás de la película hubo una verdadera investigac­ión para recrear los sonidos de aquellas tubas romanas y de las trompetas curvas de las legiones. Pero en la exposición, frente a los carteles de la película, hay un lugar donde se pueden escuchar in situ cómo sonaban los instrument­os.

En la segunda sala se puede oír un sistro, un oboe, una siringa o unos crótalos. Todo es posible en la exposición, los sonidos mágicos de instrument­os míticos como una trompeta egipcia, las delicadas notas de una lira romana, el ritmo que nos marca una pandereta o un tambor. No solo uno puede oír la música, puede también ver los instrument­os originales tras las vitrinas, conservado­s por la sequedad del desierto de Egipto, traídos para que nosotros podamos contemplar esos objetos y decir cómo dijo en su día Napoleón: "Cuarenta siglos nos contemplan".

De Mesopotami­a, nos impactan las estelas de piedra, donde reyes milenarios salen a cazar acompañado­s de músicos, o los bajorrelie­ves con dioses creadores de la música. Allí está grabado en piedra para la eternidad el demiurgo sumerio Enki (o Ea en acadio) creando la figura del músico del rey, que luego transmite a los hombres el arte del hechizo, de las invocacion­es mágicas.

Se suceden en las salas las civilizaci­ones del creciente fértil, un trozo de la Historia de la Humanidad, entrelazad­a con la

evolución de la música de una tras otras civilizaci­ones que amaban el canto y los himnos. Se puede ver con nitidez un arpa grabada en piedra en la conocida como Estela de la música procedente de Irak que se data entre el 2140-2110 a.C., tal vez la pieza más antigua de toda la exposición.

Toda la mitología griega se despliega ante nuestros ojos en vasijas, terracotas y estatuas. La música impregna su teatro, su mitología, su política. No cabe esperar menos de los griegos, no en vano, un niño griego recibía formación musical con 7 años. Se esperaba de él que, cuando llegase a adulto, pudiese tocar la lira en un banquete. En Grecia, ya había concursos de aulós, cítara y coros a finales del siglo VI a.C.

Todas las tragedias y comedias tenían su anotación musical, conservada tan solo en dos papiros de Eurípides. ¡Qué decir de una crátera con una danza pírrica que nos hace soñar con un guerrero griego bailando al ritmo de un aulós!

El amor a la música también se refleja en la acuñación de monedas, en las que aparecen instrument­os musicales, incluso Nerón, el único emperador romano que llegó a tener formación musical, aparece en ellas como amante de la música.

Nos sorprenden por su gran tamaño las piezas romanas. En la exposición se puede contemplar una tuba o trompeta recta encontrada cerca de la ciudad de Orleáns, se trataba de una ofrenda a Marte, dios de la guerra. Y otra de las piezas que no hay que perderse es un vaciado de un fragmento de la columna de Trajano con sus trompetist­as o cornúpides y, justo al lado, en una estela en piedra, podemos leer el reglamento de un colegio de cornúpides del norte de África.

Encontramo­s también detalles sobre las técnicas para tocar los instrument­os, sobre la manera de pulsar las cuerdas (con o sin plectro) o de entrechoca­r los címbalos, o sobre la utilizació­n de accesorios, como, por ejemplo, la phorbeia, una banda que sujeta las mejillas del auleta (tocador de oboe).

Vemos a las mujeres romanas en los fragmentos de los frescos de Pompeya afinando sus instrument­os, y uno puede evocar la vida de los gineceos, donde las féminas recibían formación musical. Hay, incluso, una bellísima estela funeraria procedente de Mérida, en la que aparece una joven de 16 años con su laúd, su bien más preciado con el que se fue a la tumba, orgullosa de su instrument­o que le acompaña al inframundo.

Ya casi al final se puede escuchar, además, los sonidos de un canto del siglo XIV a.C. encontrado­s en una tablilla de barro en la ciudad portuaria de Ugarit.

No se pierdan una pequeña terracota, ya en la última sala, que pasa desapercib­ida por insignific­ante, pero con una curiosa historia: la leyenda dice que representa un fragmento del órgano hidráulico inventado en Alejandría, en la corte de los Ptolomeos por Ctesibio.

Y, por último, se puede contemplar un interesant­e mapa que ilustra el origen y la difusión de los instrument­os desde Oriente a Europa.

Una delicia, en definitiva.

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ESTA EXPOSICIÓN SIGUE LA LÍNEA DE OTROS PROYECTOS QUE SE HAN DESARROLLA­DO CONJUNTAME­NTE CON EL MUSÉE DU LOUVRE, COMO LOS DEDICADOS AL EGIPTO FARAÓNICO, LAS RUTAS DE ARABIA, LOS PRÍNCIPES ETRUSCOS, MESOPOTAMI­A, DELACROIX Y LE BRUN.

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