Españoles en CAMPOS DE CONCENTRACIÓN
UNA DE LAS CONSECUENCIAS DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA FUE EL PRESIDIO DE MUCHOS ESPAÑOLES EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN ALEMANES, COMO EL DE MAUTHAUSEN, EL CUAL LLEGÓ A SER CONOCIDO COMO "EL CAMPO DE LOS ESPAÑOLES".
LA GUERRA CIVIL FUE EL HECHO MÁS RELEVANTE DE NUESTRA HISTORIA PATRIA DURANTE EL SIGLO XX, pero para entender los motivos por los que los españoles fueron empujados hacia el campo de batalla para luchar en un conflicto fratricida debemos retroceder hasta el siglo XIX, y más concretamente al momento en el que se inician las revoluciones liberales que provocaron enfrentamientos entre los grupos tradicionalmente dominantes en España y las nuevas fuerzas emergentes, cuyo objetivo es la modernización política y económica de un país todavía anclado en el pasado. La guerra no fue únicamente el lógico resultado de las tensiones acumuladas en España en los últimos cien años, sino que también debe enmarcarse en un contexto europeo, en el que la crisis económica y la debilidad
LA IMAGEN DE MILES DE REFUGIADOS huyendo del territorio en el que se encontraban por temor a las persecuciones y las ejecuciones masivas se hizo habitual en nuestros pueblos y ciudades.
de los partidos democráticos tradicionales provocan el triunfo de los totalitarismos y el auge del extremismo ideológico de uno y otro signo.
En medio de esta situación se produce un alzamiento militar pocos días después del asesinato de José Calvo Sotelo, líder del partido monárquico Renovación Española, pero el fracaso de la sublevación provocó el estallido de una guerra de tres años de duración, cuyas consecuencias fueron dramáticas.
EL RESULTADO DE LA GUERRA Entre julio de 1936 y abril de 1939 la guerra ocasionó miseria, destrucción y muerte para miles de personas, principalmente civiles, de uno y otro bando. Pero las bajas no solo fueron resultado de unas operaciones militares y de unas batallas en las que se vieron implicados una gran cantidad de combatientes que, en la mayor parte de las ocasiones, ni siquiera entendían los motivos por los que se habían visto obligados a empuñar un arma para utilizarla contra sus propios compatriotas. Las muertes también fueron el resultado de la carestía, la enfermedad, el frío y, peor aún, de la nauseabunda represión ejercida sobre militares y civiles de ambos bandos desde los primeros días de la guerra.
La imagen de miles de refugiados huyendo del territorio en el que se encontraban por temor a las persecuciones y las ejecuciones masivas se hizo habitual en nuestros pueblos y ciudades. Así, numerosos miembros de la izquierda, como sindicalistas y profesores de reconocidas tendencias republicanas, se vieron obligados a huir de la zona sublevada, mientras que miles de empresarios, miembros del clero, monárquicos y simples católicos dirigieron sus pasos hacia la zona considerada nacional para evitar los terribles “paseos”.
Conforme fue avanzando la guerra, la situación se hizo trágica, sobre todo para los refugiados republicanos, ya que el imparable avance de las tropas franquistas obligó a miles de personas a abandonar sus hogares para dirigirse a la zona de Levante y a Cataluña, en donde se llegaron a concentrar casi un millón de refugiados durante el año de 1938, la mayor
parte de ellos ancianos, mujeres y niños.
BUSCANDO REFUGIO
Cuando la derrota se hizo evidente para el gobierno de la República, y ante la imposibilidad de evacuar a toda la población civil, se dio prioridad a los niños, muchos de los cuales fueron embarcados para llevarlos hasta diversos países americanos y a la Unión Soviética.
El resto inició una penosa marcha hasta cruzar la frontera francesa y buscar refugio en un país vecino que, en la mayor parte de las ocasiones, recibió a los exiliados españoles con una indiferencia insultante.
Entre todos ellos, una gran parte pudieron volver a España después del final de la guerra (sobre todo aquellos a los que no se les acusaba de haber cometido delitos de sangre), pero otros fueron internados en improvisados campos de concentración franceses situados en las playas cercanas de Argelès y St. Cyprien, aunque también hubo quien decidió seguir luchando, en esta ocasión contra el nazismo, cuando en mayo del 1940 la Wehrmacht cayó sobre Francia para derrotarla después de unas pocas semanas de lucha.
Fue así cómo el suplicio de miles de excombatientes republicanos se perpetuó durante los años que duró la Segunda Guerra Mundial, puesto que, si bien algunos lograron sobrevivir y servir como guerrilleros de la Francia Libre o en alguna de la sus divisiones blindadas, como La Nueve (División Leclerc), que fue de las primeras en entrar en París en agosto del 44, otros muchos excombatientes españoles republicanos fueron capturados después de ser derrotados cuando se encontraban defendiendo los Países Bajos ante el más que previsible ataque germano.
LA LLEGADA A LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN
Casi todos los prisioneros españoles fueron internados en campos de concentración alemanes,
mientras que de forma paradójica otros tantos republicanos que se habían negado a luchar en las filas del Ejército Rojo de Stalin fueron recluidos en los gulags soviéticos, en donde llegarían a coincidir con miembros de la División Azul (con los que llegaron a confraternizar), estos últimos capturados mientras luchaban en los campos de batalla del este como parte de la alianza internacional patrocinada por los alemanes para derrotar al comunismo.
En el caso alemán, los españoles que sufrieron represión por parte del régimen nacionalsocialista fueron, en primer lugar, los deportados que se resistieron al régimen de trabajo obligatorio y después los capturados en los campos de batalla franceses y los políticamente peligrosos, entre ellos los Rotspanienkämpfer, o combatientes de la España Roja. La gran mayoría, se calcula que unos 7.200, acabaron con sus huesos en el campo de Mauthausen, en Austria, un lugar situado cerca de una cantera en donde los prisioneros eran obligados a trabajar hasta la extenuación, en condiciones extremas, junto al resto de prisioneros de otras nacionalidades. Otros muchos fueron ubicados en distintos campos de concentración, en Buchenwald, Dachau y Sachsenhausen, este último situado a escasos treinta kilómetros de la capital alemana, elegido para recluir a los políticos y sindicalistas más activos de la República, entre ellos al socialista Francisco Largo Caballero, presidente del Gobierno de la Segunda República desde
EL PRESIDENTE DE LA SEGUNDA REPÚBLICA, FRANCISCO LARGO CABALLERO fue recluido en el campo de concentración alemán Sachsenhausen.
septiembre del 1936, quien ya contaba con 74 años cuando llegó al campo en 1943 con una salud tan precaria que fue internado inmediatamente en la enfermería para pasar allí la mayor parte del tiempo hasta que el 24 de abril del 45 fue liberado por una unidad polaca del Ejército Rojo.
Desgraciadamente, la vida no resultó tan “plácida” para el resto de españoles internados en Sachsenhausen, ya que, según palabras de uno de los supervivientes del campo, el francés Roger Bordage, los prisioneros se vieron sometidos a una presión extrema: "golpes, lavarse la cara con agua helada, y con una reducida ración que incluía un líquido negro que decían era café, un pedazo de pan y una salchicha". A pesar de los horrores sufridos en este campo, las condiciones de vida no fueron tan dramátifsa como en Mauthausen, en donde murieron unos 4.800 españoles de los cerca de 8.000 que fueron internados hasta 1945.
MAUTHAUSEN, EL CAMPO DE LOS ESPAÑOLES
Este campo de concentración se levantó en 1938, pero en un prin- cipio solo contaba con escasos barracones, en los que fueron internados algunos judíos y opositores alemanes al régimen impuesto por Hitler desde 1933.
De los cerca de 5.000 compatriotas muertos en el campo (se decía que cada piedra de Mauthausen representaba la vida de un español) muchos fallecieron entre 1941 y 1942, pero a partir de 1943 la situación mejoró relativamente ya que la falta de mano de obra esclava hizo que para los alemanes la aniquilación de los prisioneros dejase de ser la prioridad. Además, en el caso de los españoles, se debe de tener en cuenta que muchos habían estado en el ejército y otros estaban habituados a la disciplina de partido, sobre todo los comunistas, por lo tanto utilizaron esa capacidad de organización para sobrevivir en medio de la locura.
En Mauthausen el eje de la vida lo constituía la cantera de granito, en donde los prisioneros eran obligados a trabajar, en ocasiones hasta su muerte. Para llegar hasta ella, los reclusos tenían que subir 186 peldaños cargados con enormes piedras a la espalda, una labor mucho más compleja si tenemos en cuenta la debilidad física provocada por la situación de subalimentación en la que se encontraban la mayor parte de los trabajadores (algunos prisioneros que pesaban 75 kilos cuando fueron internados fueron liberados pensando solo 30 kilos).
Por si esto pudiese parecer poco, los reclusos también tuvieron que lidiar con los capataces polacos que les empujaban y golpeaban impunemente con unos bastones rígidos. La situación debía de ser dantesca, inhumana, pero la solidaridad entre los reclusos españo-
les y su ansia de supervivencia no disminuyó ni ante las más adversas circunstancias.
El 26 de agosto de 1940 murió el primer español en el campo, pero la reacción de sus compatriotas causó asombro entre los internos de Mauthausen, más aún de los verdugos, cuando observaron cómo el resto de los españoles guardaba un minuto de silencio por el recuerdo del compañero fallecido (situación que lamentablemente se repetiría con demasiada frecuencia en los meses posteriores).
COLABORACIÓN ESPAÑOLA Resulta lógico pensar que el sometimiento a este brutal régimen de trabajo reducía las posibilidades de supervivencia, por los que los españoles decidieron colaborar entre ellos y asegurarse los trabajos especializados. De esta forma, a partir del año 1943, empezaron a servir como albañiles, administrativos, peluqueros, limpiadores, sastres e incluso intérpretes del alemán.
Su labor fue tan destacable que los antiguos combatientes republicanos crearon una organización clandestina que logró funcionar desde mediados de 1941, de forma tan efectiva que cuando el campo empezó a poblarse con reclusos procedentes del frente ruso, no dudaron en transmitir sus conocimientos a los recién llegados para hacer más llevadera su estancia en el lugar.
No menos loable fue su fe en la derrota del nazismo, incluso en los primeros años, cuando tan solo los británicos resistían a duras penas el empuje de los ejércitos alemanes que, hasta ese momento, se habían paseado victoriosos por los campos de batalla de media Europa.
Según algunos supervivientes, no resultaba extraño escuchar a los españoles pronunciar la frase: "una victoria más", cada vez que llegaban al último de los famosos 186 escalones que separaban los barracones de Mauthausen de la cantera.
Es más, tan seguros estaban de la victoria aliada que los republicanos se preocuparon por conservar pruebas de las atrocidades pergeñadas por nazis, especialmente por los SS, para utilizarlas
EL 26 DE 1940 MURIÓ EL PRIMER ESPAÑOL EN EL CAMPO. La reacción de sus compatriotras causó asombro entre los internos de Mauthausen, cuando observaron cómo guardaban un minuto de silencio por el fallecido.
posteriormente y condenarles por sus crímenes de guerra.
Llama la atención, en este sentido, la figura del fotógrafo español Francisco Boix, quien logró hacer copias de todas las imágenes que pasaron por sus manos y posteriormente las escondió hasta el final de la guerra.
Estas fotos realizadas por Boix fueron utilizadas, precisamente, durante los juicios de Núremberg para desmotar el alegato de algunos jerarcas del nazismo como Albert Speer, quienes aseguraron no saber nada de lo que estaba sucediendo en los campos de concentración alemanes.
Al final, todos los padecimientos sufridos por los excombatientes republicanos españoles tuvieron su recompensa. El 5 de mayo de 1945 una unidad del ejército de EE.UU. llegaba a Mauthausen para encontrarse con un conjunto de banderas españolas y unas pancartas en donde se podía leer: "Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas libertadoras". Muchos de nuestros compatriotas habían logrado salvarse, pero otros tantos encontraron una muerte injusta en un enclave maldito y muy lejos del país por el que tanto habían luchado. La liberación del campo no significó el final de los padecimientos para los republicanos españoles, ya que una gran parte no pudo regresar a sus hogares y se vieron obligados a solicitar asilo, sobre todo en Francia, en donde terminarían sus días sin poder olvidar los padecimientos sufridos durante su estancia en los campos de concentración de los nazis.