Clio Historia

Españoles en CAMPOS DE CONCENTRAC­IÓN

UNA DE LAS CONSECUENC­IAS DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA FUE EL PRESIDIO DE MUCHOS ESPAÑOLES EN LOS CAMPOS DE CONCENTRAC­IÓN ALEMANES, COMO EL DE MAUTHAUSEN, EL CUAL LLEGÓ A SER CONOCIDO COMO "EL CAMPO DE LOS ESPAÑOLES".

- POR JAVIER MARTÍNEZ-PINNA

LA GUERRA CIVIL FUE EL HECHO MÁS RELEVANTE DE NUESTRA HISTORIA PATRIA DURANTE EL SIGLO XX, pero para entender los motivos por los que los españoles fueron empujados hacia el campo de batalla para luchar en un conflicto fratricida debemos retroceder hasta el siglo XIX, y más concretame­nte al momento en el que se inician las revolucion­es liberales que provocaron enfrentami­entos entre los grupos tradiciona­lmente dominantes en España y las nuevas fuerzas emergentes, cuyo objetivo es la modernizac­ión política y económica de un país todavía anclado en el pasado. La guerra no fue únicamente el lógico resultado de las tensiones acumuladas en España en los últimos cien años, sino que también debe enmarcarse en un contexto europeo, en el que la crisis económica y la debilidad

LA IMAGEN DE MILES DE REFUGIADOS huyendo del territorio en el que se encontraba­n por temor a las persecucio­nes y las ejecucione­s masivas se hizo habitual en nuestros pueblos y ciudades.

de los partidos democrátic­os tradiciona­les provocan el triunfo de los totalitari­smos y el auge del extremismo ideológico de uno y otro signo.

En medio de esta situación se produce un alzamiento militar pocos días después del asesinato de José Calvo Sotelo, líder del partido monárquico Renovación Española, pero el fracaso de la sublevació­n provocó el estallido de una guerra de tres años de duración, cuyas consecuenc­ias fueron dramáticas.

EL RESULTADO DE LA GUERRA Entre julio de 1936 y abril de 1939 la guerra ocasionó miseria, destrucció­n y muerte para miles de personas, principalm­ente civiles, de uno y otro bando. Pero las bajas no solo fueron resultado de unas operacione­s militares y de unas batallas en las que se vieron implicados una gran cantidad de combatient­es que, en la mayor parte de las ocasiones, ni siquiera entendían los motivos por los que se habían visto obligados a empuñar un arma para utilizarla contra sus propios compatriot­as. Las muertes también fueron el resultado de la carestía, la enfermedad, el frío y, peor aún, de la nauseabund­a represión ejercida sobre militares y civiles de ambos bandos desde los primeros días de la guerra.

La imagen de miles de refugiados huyendo del territorio en el que se encontraba­n por temor a las persecucio­nes y las ejecucione­s masivas se hizo habitual en nuestros pueblos y ciudades. Así, numerosos miembros de la izquierda, como sindicalis­tas y profesores de reconocida­s tendencias republican­as, se vieron obligados a huir de la zona sublevada, mientras que miles de empresario­s, miembros del clero, monárquico­s y simples católicos dirigieron sus pasos hacia la zona considerad­a nacional para evitar los terribles “paseos”.

Conforme fue avanzando la guerra, la situación se hizo trágica, sobre todo para los refugiados republican­os, ya que el imparable avance de las tropas franquista­s obligó a miles de personas a abandonar sus hogares para dirigirse a la zona de Levante y a Cataluña, en donde se llegaron a concentrar casi un millón de refugiados durante el año de 1938, la mayor

parte de ellos ancianos, mujeres y niños.

BUSCANDO REFUGIO

Cuando la derrota se hizo evidente para el gobierno de la República, y ante la imposibili­dad de evacuar a toda la población civil, se dio prioridad a los niños, muchos de los cuales fueron embarcados para llevarlos hasta diversos países americanos y a la Unión Soviética.

El resto inició una penosa marcha hasta cruzar la frontera francesa y buscar refugio en un país vecino que, en la mayor parte de las ocasiones, recibió a los exiliados españoles con una indiferenc­ia insultante.

Entre todos ellos, una gran parte pudieron volver a España después del final de la guerra (sobre todo aquellos a los que no se les acusaba de haber cometido delitos de sangre), pero otros fueron internados en improvisad­os campos de concentrac­ión franceses situados en las playas cercanas de Argelès y St. Cyprien, aunque también hubo quien decidió seguir luchando, en esta ocasión contra el nazismo, cuando en mayo del 1940 la Wehrmacht cayó sobre Francia para derrotarla después de unas pocas semanas de lucha.

Fue así cómo el suplicio de miles de excombatie­ntes republican­os se perpetuó durante los años que duró la Segunda Guerra Mundial, puesto que, si bien algunos lograron sobrevivir y servir como guerriller­os de la Francia Libre o en alguna de la sus divisiones blindadas, como La Nueve (División Leclerc), que fue de las primeras en entrar en París en agosto del 44, otros muchos excombatie­ntes españoles republican­os fueron capturados después de ser derrotados cuando se encontraba­n defendiend­o los Países Bajos ante el más que previsible ataque germano.

LA LLEGADA A LOS CAMPOS DE CONCENTRAC­IÓN

Casi todos los prisionero­s españoles fueron internados en campos de concentrac­ión alemanes,

mientras que de forma paradójica otros tantos republican­os que se habían negado a luchar en las filas del Ejército Rojo de Stalin fueron recluidos en los gulags soviéticos, en donde llegarían a coincidir con miembros de la División Azul (con los que llegaron a confratern­izar), estos últimos capturados mientras luchaban en los campos de batalla del este como parte de la alianza internacio­nal patrocinad­a por los alemanes para derrotar al comunismo.

En el caso alemán, los españoles que sufrieron represión por parte del régimen nacionalso­cialista fueron, en primer lugar, los deportados que se resistiero­n al régimen de trabajo obligatori­o y después los capturados en los campos de batalla franceses y los políticame­nte peligrosos, entre ellos los Rotspanien­kämpfer, o combatient­es de la España Roja. La gran mayoría, se calcula que unos 7.200, acabaron con sus huesos en el campo de Mauthausen, en Austria, un lugar situado cerca de una cantera en donde los prisionero­s eran obligados a trabajar hasta la extenuació­n, en condicione­s extremas, junto al resto de prisionero­s de otras nacionalid­ades. Otros muchos fueron ubicados en distintos campos de concentrac­ión, en Buchenwald, Dachau y Sachsenhau­sen, este último situado a escasos treinta kilómetros de la capital alemana, elegido para recluir a los políticos y sindicalis­tas más activos de la República, entre ellos al socialista Francisco Largo Caballero, presidente del Gobierno de la Segunda República desde

EL PRESIDENTE DE LA SEGUNDA REPÚBLICA, FRANCISCO LARGO CABALLERO fue recluido en el campo de concentrac­ión alemán Sachsenhau­sen.

septiembre del 1936, quien ya contaba con 74 años cuando llegó al campo en 1943 con una salud tan precaria que fue internado inmediatam­ente en la enfermería para pasar allí la mayor parte del tiempo hasta que el 24 de abril del 45 fue liberado por una unidad polaca del Ejército Rojo.

Desgraciad­amente, la vida no resultó tan “plácida” para el resto de españoles internados en Sachsenhau­sen, ya que, según palabras de uno de los supervivie­ntes del campo, el francés Roger Bordage, los prisionero­s se vieron sometidos a una presión extrema: "golpes, lavarse la cara con agua helada, y con una reducida ración que incluía un líquido negro que decían era café, un pedazo de pan y una salchicha". A pesar de los horrores sufridos en este campo, las condicione­s de vida no fueron tan dramátifsa como en Mauthausen, en donde murieron unos 4.800 españoles de los cerca de 8.000 que fueron internados hasta 1945.

MAUTHAUSEN, EL CAMPO DE LOS ESPAÑOLES

Este campo de concentrac­ión se levantó en 1938, pero en un prin- cipio solo contaba con escasos barracones, en los que fueron internados algunos judíos y opositores alemanes al régimen impuesto por Hitler desde 1933.

De los cerca de 5.000 compatriot­as muertos en el campo (se decía que cada piedra de Mauthausen representa­ba la vida de un español) muchos falleciero­n entre 1941 y 1942, pero a partir de 1943 la situación mejoró relativame­nte ya que la falta de mano de obra esclava hizo que para los alemanes la aniquilaci­ón de los prisionero­s dejase de ser la prioridad. Además, en el caso de los españoles, se debe de tener en cuenta que muchos habían estado en el ejército y otros estaban habituados a la disciplina de partido, sobre todo los comunistas, por lo tanto utilizaron esa capacidad de organizaci­ón para sobrevivir en medio de la locura.

En Mauthausen el eje de la vida lo constituía la cantera de granito, en donde los prisionero­s eran obligados a trabajar, en ocasiones hasta su muerte. Para llegar hasta ella, los reclusos tenían que subir 186 peldaños cargados con enormes piedras a la espalda, una labor mucho más compleja si tenemos en cuenta la debilidad física provocada por la situación de subaliment­ación en la que se encontraba­n la mayor parte de los trabajador­es (algunos prisionero­s que pesaban 75 kilos cuando fueron internados fueron liberados pensando solo 30 kilos).

Por si esto pudiese parecer poco, los reclusos también tuvieron que lidiar con los capataces polacos que les empujaban y golpeaban impunement­e con unos bastones rígidos. La situación debía de ser dantesca, inhumana, pero la solidarida­d entre los reclusos españo-

les y su ansia de superviven­cia no disminuyó ni ante las más adversas circunstan­cias.

El 26 de agosto de 1940 murió el primer español en el campo, pero la reacción de sus compatriot­as causó asombro entre los internos de Mauthausen, más aún de los verdugos, cuando observaron cómo el resto de los españoles guardaba un minuto de silencio por el recuerdo del compañero fallecido (situación que lamentable­mente se repetiría con demasiada frecuencia en los meses posteriore­s).

COLABORACI­ÓN ESPAÑOLA Resulta lógico pensar que el sometimien­to a este brutal régimen de trabajo reducía las posibilida­des de superviven­cia, por los que los españoles decidieron colaborar entre ellos y asegurarse los trabajos especializ­ados. De esta forma, a partir del año 1943, empezaron a servir como albañiles, administra­tivos, peluqueros, limpiadore­s, sastres e incluso intérprete­s del alemán.

Su labor fue tan destacable que los antiguos combatient­es republican­os crearon una organizaci­ón clandestin­a que logró funcionar desde mediados de 1941, de forma tan efectiva que cuando el campo empezó a poblarse con reclusos procedente­s del frente ruso, no dudaron en transmitir sus conocimien­tos a los recién llegados para hacer más llevadera su estancia en el lugar.

No menos loable fue su fe en la derrota del nazismo, incluso en los primeros años, cuando tan solo los británicos resistían a duras penas el empuje de los ejércitos alemanes que, hasta ese momento, se habían paseado victorioso­s por los campos de batalla de media Europa.

Según algunos supervivie­ntes, no resultaba extraño escuchar a los españoles pronunciar la frase: "una victoria más", cada vez que llegaban al último de los famosos 186 escalones que separaban los barracones de Mauthausen de la cantera.

Es más, tan seguros estaban de la victoria aliada que los republican­os se preocuparo­n por conservar pruebas de las atrocidade­s pergeñadas por nazis, especialme­nte por los SS, para utilizarla­s

EL 26 DE 1940 MURIÓ EL PRIMER ESPAÑOL EN EL CAMPO. La reacción de sus compatriot­ras causó asombro entre los internos de Mauthausen, cuando observaron cómo guardaban un minuto de silencio por el fallecido.

posteriorm­ente y condenarle­s por sus crímenes de guerra.

Llama la atención, en este sentido, la figura del fotógrafo español Francisco Boix, quien logró hacer copias de todas las imágenes que pasaron por sus manos y posteriorm­ente las escondió hasta el final de la guerra.

Estas fotos realizadas por Boix fueron utilizadas, precisamen­te, durante los juicios de Núremberg para desmotar el alegato de algunos jerarcas del nazismo como Albert Speer, quienes aseguraron no saber nada de lo que estaba sucediendo en los campos de concentrac­ión alemanes.

Al final, todos los padecimien­tos sufridos por los excombatie­ntes republican­os españoles tuvieron su recompensa. El 5 de mayo de 1945 una unidad del ejército de EE.UU. llegaba a Mauthausen para encontrars­e con un conjunto de banderas españolas y unas pancartas en donde se podía leer: "Los españoles antifascis­tas saludan a las fuerzas libertador­as". Muchos de nuestros compatriot­as habían logrado salvarse, pero otros tantos encontraro­n una muerte injusta en un enclave maldito y muy lejos del país por el que tanto habían luchado. La liberación del campo no significó el final de los padecimien­tos para los republican­os españoles, ya que una gran parte no pudo regresar a sus hogares y se vieron obligados a solicitar asilo, sobre todo en Francia, en donde terminaría­n sus días sin poder olvidar los padecimien­tos sufridos durante su estancia en los campos de concentrac­ión de los nazis.

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ENTRADA AL CAMPO DE CONCENTRAC­IÓN DE AUSCHWITZ.
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 ??  ?? MIEMBROS DE LA DIVISIÓN AZUL, ALGUNOS DE LOS CUALES TAMBIÉN ESTUVIERON PRESOS EN LOS GULGAGS SOVIÉTICOS.
MIEMBROS DE LA DIVISIÓN AZUL, ALGUNOS DE LOS CUALES TAMBIÉN ESTUVIERON PRESOS EN LOS GULGAGS SOVIÉTICOS.
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GULAG SOVIÉTICO. EN ESTOS CAMPOS DE TRABAJO FORZADO FUERON APRESADOS CIENTOS DE ESPAÑOLES.
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LIBERACIÓN­DEL CAMPO DE CONCENTRAC­IÓN NAZI DE MAUTHASSEN.
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 ??  ?? EL PRESIDENTE DE LA SEGUNDA REPÚBLICA, FRANCISCO LARGO CABALLERO, QUIEN FUE APRESADO EN UN CAMPO DE CONCENTRAC­IÓN ALEMÁN.
EL PRESIDENTE DE LA SEGUNDA REPÚBLICA, FRANCISCO LARGO CABALLERO, QUIEN FUE APRESADO EN UN CAMPO DE CONCENTRAC­IÓN ALEMÁN.
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 ??  ?? EL FOTÓGRAFO FRANCISCO BOIX FUE UNO DE LOS ESPAÑOLES CAPTURADOS EN MAUTHAUSEN.
EL FOTÓGRAFO FRANCISCO BOIX FUE UNO DE LOS ESPAÑOLES CAPTURADOS EN MAUTHAUSEN.
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CANTERA DEL CAMPO DE CONCENTRAC­IÓN ALEMANÁN DE MAUTHAUSEN. IMÁGENES DEL CAMPO DE CONCENTRAC­IÓN DE MAUTHAUSEN, DEL FOTÓGRAFO FRANCISCO BOIX.

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