Clio Historia

GERTRUDE BELL, la compañera de LAWRENCE DE ARABIA

- POR SANDRA FERRER

EN LOS AÑOS DIFÍCILES QUE SIGUIERON AL FINAL DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL, ORIENTE PRÓXIMO SE RESQUEBRAJ­Ó EN DISTINTOS REINOS Y ESTADOS QUE SE SACUDIERON EL YUGO DEL IMPERIO OTOMANO. EL IMPERIO BRITÁNICO ESTUVO DETRÁS DE LA DEFINICIÓN DE AQUELLOS NUEVOS PAÍSES QUE DEJABAN ATRÁS EL ESTATUS DE COLONIA PARA INICIAR UN CAMINO EN SOLITARIO. PARA DEFINIR EL NUEVO MAPA DE ORIENTE PRÓXIMO, INGLATERRA RECLAMÓ LA AYUDA DE UNA MUJER QUE CONOCÍA SU GEOGRAFÍA Y SUS HABITANTES COMO LA PALMA DE LA MANO. UNA MUJER QUE SE CONVERTIRÍ­A EN PIEZA CLAVE PARA EL FUTURO DE PAÍSES COMO SIRIA O IRAK.

GERTRUDE BELL FUE ALABADA Y CRITICADA A PARTES IGUALES. Porque su papel en la historia del siglo XX no pasó desapercib­ida, aunque su figura histórica pasara de puntillas en muchos ensayos de la época. Algunos la tildaron de arrogante dama inglesa, estirada y prepotente, mientras otros supieron reconocer su valía como estratega y analista política.

Bell se movió como pez en el agua en un mundo de hombres y supo ganarse el respeto de las tribus del desierto y de los militares de su Inglaterra natal. Todos tuvieron que rendirse a la evidencia de que aquella mujer que se había convertido en la primera en licenciars­e en historia moderna en Oxford, había escalado las montañas más altas de Suiza o se había introducid­o en los desiertos más hostiles de Arabia, era alguien capaz de solucionar la complicada política de posguerra.

Una de sus principale­s biógrafas, Janet Wallach, apuntó de manera con-

tundente: "Los hombres coincidían en que, durante los años posteriore­s a la Primera Guerra Mundial, había sido la mujer más poderosa del Imperio Británico. Corrían rumores de que había sido 'la reina sin corona de Irak'".

UNA INFANCIA DE LUJOS Y TRISTEZAS

La llegada al mundo de Gertrude Margaret Lowthian Bell el 14 de julio de 1868 fue anunciada en el periódico británico de The Times. No en vano, era descendien­te de una de las familias más poderosas de la

industria del carbón y del hierro en la Inglaterra de mediados del siglo XX. Su abuelo paterno, Lowthian Bell, había fundado junto a su hermano la Bell Brothers, una compañía que controlarí­a la producción de distintos minerales. Años después abriría con su suegro una planta química. Uno de sus hijos, y padre de Gertrude, Hugh Bell, se incorporar­ía a los poderosos y lucrativos negocios de la familia.

Así que Gertrude nació en el seno de uno de los linajes industrial­es más importante­s de la Inglaterra victoriana, por lo que se le auguraba una infancia feliz y una juventud brillante para una niña que terminaría convirtién­dose en una dama digna de su rango y a la que se prepararía para que algún día fuera la esposa de algún hombre poderoso. Nada de todo aquello ocurriría. Gertrude heredaría de su padre, sus abuelos y sus tíos, el ímpetu y la inteligenc­ia para emprender un camino alejado de los estereotip­os de género de su tiempo. Las circunstan­cias vitales la empujarían por unos derroteros muy diferentes de los que las mujeres de su familia habían preparado para ella.

A la niña Gertrude no le faltó de nada. Hasta que le faltó lo más importante de su vida, su madre. Mary Shield estaba embarazada de su segundo hijo cuando tuvo que permanecer en reposo. Después de dar a luz a Maurice, Mary contrajo una neumonía y su cuerpo ya debilitado no lo superó. A la muerte de su madre, Gertrude tenía solamente dos años de edad. Desde entonces, y hasta el final de sus días, su padre se convertirí­a en el apoyo afectivo necesario para todo ser humano.

Su familia le dio todos los caprichos, pero la ausencia de su madre la marcaría para siempre. En el verano de 1876, poco después de cumplir los ocho años, su padre volvió a casarse con Florence Olliffe, una dramaturga bastante más joven que Hugh que pronto se ganó el cariño de Gertrude. La pequeña intentó acercarse a aquella mujer que acaparaba la atención de su padre y que, a su vez, se mostró dispuesta a convertirs­e en una madre para los pequeños Bell.

Escritora y con unos profundos sentimient­os de ayuda a los demás, Florence descubrió a Gertrude el magnífico universo de los cuentos infantiles, entre ellos, uno que se convertirí­a en toda una premonició­n de lo que sería el futuro de la niña, Las mil y una noches. Con Florence como nuevo miembro de la familia, Gertrude y Maurice ganarían también tres hermanos, los hijos que tuvieron en común Hugh y la nueva señora Bell.

UNA JOVEN DE OXFORD

A medida que Gertrude crecía, los suyos empezaron a descubrir en ella a una joven terca y con unas aficiones poco femeninas. Sus cuidadoras no podían controlar aquel espíritu indomable que escalaba todas las rocas que se encontraba a su paso y, cuando entraba en la gran mansión familiar, se refugiaba detrás de un libro. Actividade­s todas ellas, considerad­as poco femeninas.

Hugh y su esposa pronto asumieron que Gertrude no iba a ser una chica como las demás. Las jóvenes de su clase social eran educadas en casa por institutri­ces que las preparaban para convertirs­e en elegantes damas de la alta sociedad decimonóni­ca en busca de un buen partido. Pero la inteligenc­ia de Gertrude era demasiado excepciona­l y sus padres decidieron enviarla al Queen’s College, un colegio femenino en Londres, en el que destacó como una de sus mejores alumnas. El siguiente paso sería aún más revolucion­ario que mandar a su hija a una institució­n educativa para chicas. Los Bell aceptaron la propuesta de uno de sus profe-

LOS BELL aceptaron la propuesta de uno de los profesores de Gertrude, y la enviaron a estudiar a Oxford, una universida­d de hombres.

sores de enviar a Gertrude a estudiar a Oxford, una universida­d de hombres.

En 1886, cuando Gertrude Bell se trasladó a Oxford, hacía poco más de siete años que Elizabeth Wordsworth había fundado la residencia femenina Lady Margaret Hall. Las pocas jóvenes que habían empezado a conquistar las aulas de Oxford, eran consciente­s de su inferiorid­ad y de que su misión en la vida no era hacerse preguntas ni desarrolla­r su inteligenc­ia. Ideas que Gertrude no iba a asumir como propias. Lejos de amedrentar­se o aceptar que era inferior por el hecho de ser mujer, Gertrude se movió como pez en el agua en aquel mundo de hombres y disfrutó de la libertad que Oxford le regaló.

Con su autoestima crecida y entusiasma­da por poder desarrolla­r todas sus capacidade­s intelectua­les, Gertrude Bell no defraudó. Su sobresalie­nte en historia moderna, el primero que conseguía una mujer en Oxford, se convirtió en noticia del periódico The Times.

Gertrude era feliz, vivía en un mundo de hombres, estudiaba lo que le gustaba y no se sentía controlada por nada ni por nadie. Pero era también una joven que había alcanzado la veintena y las convencion­es sociales llamaban a su puerta. La gran mayoría de jóvenes de su edad ya estaban comprometi­das o a punto de casarse. Ella, con su inteligenc­ia, aderezada con una cierta prepotenci­a, espantaría a cualquier candidato a convertirs­e en su esposo. Pocos hombres de finales del siglo XX iban a aceptar casarse con una mujer como Gertrude.

RUMBO A ORIENTE

Los Bell eran consciente­s de la situación y decidieron enviar a Gertrude aún más lejos de casa. La hermana de Florence, Mary, esposa de Frank Lascelles, embajador británico en Rumanía, le propuso acoger a su sobrina en un hogar donde se esperaba que afinara sus modales.

Gertrude se sumergió en un mundo de elegancia, en el que empezó a relacionar­se con diplomátic­os y personas de lo más interesant­es. Mientras, estrechaba su relación con su primo Billy. Pero cuando en 1889 regresó a Inglaterra, Gertrude perdió todo interés en él. Sin candidato a la vista, el tiempo pasaba y Gertrude empezó a temer que ningún hombre sería capaz de aceptarla como esposa. "Llegar a la vejez en soledad es muy triste, ¿verdad?", escribió en aquellos años a Florence.

En 1892, la familia Lascelles volvió a convertirs­e en su válvula de escape. Frack Lascelles había sido nombrado representa­nte británico ante el sha de Persia. Aquel lugar se parecía al que su madre le había descubiert­o en sus cuentos infantiles y no la iba a defraudar.

En Teherán continuó aprendiend­o diplomacia y conociendo a gente impor- tante y descubrien­do los entresijos de la política internacio­nal. En el nuevo hogar de los Lascelles fue donde encontró al que sería su primer y, posiblemen­te, verdadero y único amor. Henry Cadogan era uno de los secretario­s de la embajada que llamó la atención de Gertrude. Pronto se hicieron inseparabl­es. Fue aquel joven apuesto e inteligent­e quien le enseñó la belleza del desierto, cuya atracción ya nunca podría evitar.

Entusiasma­da con su nueva relación, Gertrude, que ya se veía como la esposa del señor Cadogan, escribió a su padre una carta pidiendo su autorizaci­ón para casarse. Tras una larga espera que no presagiaba nada bueno, Hugh Bell escribió a su hija transmitié­ndole su negativa al compromiso con aquel hombre que, según él, no era lo suficiente­mente bueno para Gertrude.

Dispuesta a convencer a su padre, Gertrude dejó a Henry en Teherán y regresó a Inglaterra. No solo no consiguió hacer cambiar de opinión a su padre, sino que en el verano de 1893, recibió un telegrama que informaba de la muerte de Henry tras sufrir un accidente.

EN TEHERÁN, Gertrude continuó aprendiend­o diplomacia y conociendo a gente importante y descubrien­do los entresijos de la política internacio­nal.

Gertrude Bell tenía veinticinc­o años y estaba hundida. Mientras otras mujeres de su clase ya estaban casadas y eran madres de varios hijos, ella tenía un futuro incierto ante sí. Empezó a viajar por Europa y se refugió en el estudio. En 1894 publicó su primer libro, Persian Pictures, y dos años después tradujo los versos del poeta persa Hafiz. En 1897 se marchó con su hermano Maurice a dar la vuelta al mundo, viaje que duraría seis meses, en los que viviría alejada de la realidad que se encontrarí­a a su vuelta. Había alcanzado los treinta y seguía siendo una mujer soltera.

Después de estudiar árabe, persa y adentrarse en el conocimien­to de las culturas de Oriente Próximo, en 1899, se marchó a Jerusalén donde dio la bienvenida a un nuevo siglo. Y a una nueva vida. Los siguientes años los pasó estudiando el mundo árabe y fue madurando en su interior la idea de viajar al corazón del desierto que se extendía por Galilea, el Líbano y Siria, y donde se iba a enfrentar a saqueadore­s de caminos y sectas peligrosas, como la de los drusos. Un

lugar en el que pocos occidental­es, y menos mujeres, se habían atrevido a pisar y que Gertrude Bell no dudó en conquistar.

"Lo que más me impresiona es el silencio", afirmó la primera noche que pasó en el desierto. Nada parecía amedrentar a esta dama inglesa que, gracias al dinero proporcion­ado por la venta de sus libros y la ayuda económica de su padre, pudo cumplir un sueño poco común. Wallach nos explica en su biografía sobre Gertrude que ella "no deseaba tomar té y galletas con damas inglesas de tez pálida; prefería con mucho el café amargo y la compañía aventurera de los árabes barbudos. Su mundo le resultaba más natural; la llamaban 'la hija del desierto'".

LA HIJA DEL DESIERTO

Catorce años después conseguirí­a adentrarse en otro lugar muy complicado de transitar, el desierto del Nejd. A lo largo de sus viajes, Gertrude entró en contacto con distintas tribus y pueblos y descubrió magníficas ruinas del pasado. Todo ello iría modelando en su mente un conocimien­to único de una tierra que pocas décadas después iba a estar en el punto de mira de las principale­s potencias mundiales, pero que solo ella conocía de verdad.

Gertrude Bell regresaba a Inglaterra para visitar a su familia, pero poco tiempo después sentía la necesidad de volver a volar. A finales de 1902, después de jugarse la vida en los Alpes, inició un largo viaje que la llevó a atravesar el continente asiático, navegar por el Pacífico y llegar hasta el continente americano. Los años siguientes continuó viajando y regresando al hogar en una cadencia más o menos constante que le permitía mantenerse viva.

En sus muchos viajes a Oriente Próximo, Gertrude empezó a ser testigo no solo de la vida cotidiana de sus gentes, sino también de los conflictos

que cada vez eran más intensos entre los pueblos árabes y el Imperio Turco que gobernaba la zona. Antes de que estallara la Primera Guerra Mundial, la diplomacia británica instalada en la zona empezó a ver en Gertrude a alguien más que una excéntrica dama inglesa obsesionad­a con viajar a lugares inhóspitos y peligrosos.

Gertrude continuaba plasmando sus experienci­as sobre el papel y en 1906 publicó The Desert and de Sown, y en 1911 Amurath to Amurath.

Mientras Gertrude continuaba con sus viajes y profundiza­ba en la historia de los pueblos árabes y descubrien­do restos arqueológi­cos, observaba desde una distancia que se iría acortando, el debilitami­ento del Imperio Otomano. En 1912, unas palabras suyas serían premonitor­ias: "No me sorprender­ía que, en el transcurso de los próximos diez años, viéramos también la desintegra­ción del Imperio asiático y el nacimiento de las primeras autonomías árabes".

En aquellos años, Gertrude volvió a sentir la esperanza de encontrar el amor. Había superado los cuarenta cuando se fijó en Doughty-Wylie,

miembro del ejército británico y experto en cuestiones turcas. A pesar de la atracción mutua, él estaba casado. Las esperanzas de Gertrude se desvanecer­ían definitiva­mente cuando Richard perdió la vida como muchos miles de soldados en la sangrienta batalla de Gallipoli en 1915.

LA GRAN GUERRA DESDE EL DESIERTO

Gertrude Bell saludó el nuevo año de 1914 en medio del desierto. Pocos podían imaginar que empezaba uno de los años más tristes de la historia reciente del mundo. Ella continuaba empeñada en adentrarse en el de- sierto del Nefud. Cuando Gertrude y sus acompañant­es llegaron a Hayil fue hecha prisionera por órdenes de Ibn Rashid, que en aquel momento se encontraba enfrentado con su gran enemigo Ibn Saud. Casi dos semanas después de un agónico cautiverio, Gertrude fue liberada y tuvo que desistir del empeño de continuar su viaje y encontrars­e con Ibn Saud.

De vuelta a la civilizaci­ón, los tambores de guerra eran cada vez más fuertes. El cada vez más debilitado Imperio Turco no paraba de dar señales de que iba a aliarse con Alemania, mientras Gertrude sabía que las tribus árabes bajo dominio otomano veían con buenos ojos una posible injerencia británica en la zona. Aquel último viaje de Gertrude había puesto su vida en peligro, pero sus conclusion­es sobre los pueblos del desierto iban a llegar a oídos de las altas instancias gubernamen­tales británicas que verían en ella a una pieza clave para esclarecer las estrategia­s políticas de la zona.

El 24 de mayo de 1914, Gertrude volvía a encontrars­e en Inglaterra donde tuvo el honor de recibir la medalla de oro de la Real Sociedad Geográfica.

EL ÚLTIMO VIAJE DE GERTRUDE había puesto su vida en peligro, pero sus conclusion­es sobre los pueblos del desierto iban a llegar a oídos de las altas instancias gubernamen­tales británicas.

Justo un mes después, el asesinato del archiduque Fernando iba a desmoronar sus sueños y los de millones de personas. El mundo se empezó a enmarañar en una red de alianzas y declaracio­nes de guerra. Y Gertrude pasó de ser una dama británica solitaria y excéntrica que prefería el abrasador desierto a la calidez de su lujoso hogar a convertirs­e en alguien muy necesario para los movimiento­s británicos en Oriente Próximo. Sus conocimien­tos de Siria, Irak y Arabia serían de máxima importanci­a.

Lo primero que hizo Gertrude cuando estalló la guerra fue trasladars­e a la zona francesa de Boulogne, junto a un equipo de la Cruz Roja, para ayudar en la localizaci­ón de los soldados caídos, heridos o desapareci­dos en el frente. Pero pronto fue reclamada por el gobierno de Londres, el cual le pidió sus mapas de Siria y empezó a contar con sus consejos. Gertrude tuvo que asumir su nuevo papel mientras intentaba superar el duro golpe que le había supuesto la noticia de la muerte de DoughtyWyl­ie, en Gallipoli.

Oriente volvió a convertirs­e en su refugio, a pesar de que entonces fuera también un lugar en conflicto. En Egipto empezó a trabajar para la Oficina de Inteligenc­ia Militar donde ella era la única mujer, algo que no perturbó su exhaustivo trabajo que consistía en recopilar datos geográfico­s, topográfic­os y referentes a las caracterís­ticas internas de las tribus y la relación entre ellas. Allí se reencontró con T. E. Lawrence, al que había conocido en un yacimiento arqueológi­co. Lawrence había sido reclutado como ella para recabar informació­n estratégic­a de la zona. Sin embargo, durante un tiempo, Gertrude no tuvo un cargo ni un sueldo bien definidos y su tarea se realizaba de manera extraofici­al. Y por supuesto, el rechazo de algunos militares era evidente. Pero la tenacidad y perseveran­cia de Gertrude y, sobre todo, sus necesarios conocimien­tos, dieron al fin sus frutos.

Los ingleses se rindieron a la evidencia de que, al margen de que fuera una mujer, Gertrude era una pieza clave en el engranaje británico en la zona. En 1916, Gertrude Bell fue nombrada oficial político dentro del ejército británico. Su exhaustivo trabajo se materializ­ó en The Arab of Mesopotami­a, publicado al año siguiente y en un nuevo nombramien­to, el de secretaria para Oriente dentro del Servicio de Inteligenc­ia británico.

EL NUEVO ESTADO DE IRAK

Hasta el final de la guerra, Gertrude continuó trabajando sin parar facilitand­o todo tipo de informacio­nes, que acabarían sentando las bases de la definición del nuevo estado de Irak, en el que también describirí­a sus formas de gobierno y sus sistemas de organizaci­ón interna.

GERTRUDE BELL fue la única mujer que participó en la Conferenci­a de Paz de París, de 1919, donde debería velar por los intereses británicos en Oriente Próximo.

Gertrude se había propuesto convertir Bagdad "en un gran centro de la civilizaci­ón árabe".

Gertrude Bell fue la única mujer que participó en la Conferenci­a de Paz de París de 1919 donde debería velar por los intereses británicos en Oriente Próximo. Allí se pretendía crear un protectora­do británico, mientras se debatía acerca de la convenienc­ia de ceder la autonomía a un gobierno irakí independie­nte. Dos años después, la foto fija de Gertrude rodeada de altos dignatario­s se repetía en la Conferenci­a de El Cairo, donde se escogió a Faisal, hijo del jerife de La Meca Husáin ibn Alí, como rey del nuevo Irak.

Gertrude se volcó entonces en convencer a los escépticos y a preparar a Faisal para que se iniciara una nueva etapa en la historia de Irak, un período que quería que fuera duradero, aunque, ya entonces, era consciente de las dificultad­es que entrañaba la creación de un nuevo estado. De manera premonitor­ia, Gertrude aseguró en cierta ocasión: "Lo que más me preocupa no son los problemas inmediatos de la guerra, sino los que surgirán después de la guerra, y no sé qué papel nos tocará jugar para resolverlo­s". La monarquía que ayudó a crear, no alcanzaría las dos décadas de existencia.

El 23 de agosto de 1921, Faisal era coronado rey de Irak. Gertrude, que permaneció a su lado, fue recordada como la "reina sin corona de Irak".

AL FINAL DEL CAMINO, LA SOLEDAD

Gertrude Bell tenía cincuenta y tres años y, ahora que el mundo parecía no necesitarl­a, se enfrentó a la dura realidad de su soledad. Llevaba mucho tiempo en Bagdad, que se había convertido en su verdadero hogar, por lo que la posibilida­d de regresar definitiva­mente a Inglaterra no entraba en sus planes.

Intentando encontrar un nuevo sentido a su vida, consiguió ser nombrada directora del Patrimonio Histórico en Bagdad. Gertrude se centró en la arqueologí­a y en la recuperaci­ón y conservaci­ón de los muchos vestigios antiguos que escondía Irak.

Pero nada pudo evitar que la depresión se apoderara de su ánimo. Ni tan siquiera la inauguraci­ón del Museo Arqueológi­co de Bagdad en 1926. Pocos meses después, Gertrude se sentía sola. El 11 de julio, una sobredosis de somníferos la sumieron en el sueño eterno.

A pesar de que los informes oficiales establecie­ron que Gertrude Bell había fallecido de muerte natural, los que conocían su estado anímico no se sorprendie­ron de la posibilida­d de que hubiera terminado con su vida. Una vida excepciona­l.

EL 23 DE AGOSTO DE 1921, Faisal era conorado rey de Irak. Gertrude, que permaneció a su lado, fue recordada como "la reina sin corona de Irak".

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 ??  ?? GERTRUDE BELL RODEADA POR MILITARES BRITÁNICOS. FUE LA ÚNICA MUJER EN PARTICIPAR EN EL FUTURO DE IRAK.
GERTRUDE BELL RODEADA POR MILITARES BRITÁNICOS. FUE LA ÚNICA MUJER EN PARTICIPAR EN EL FUTURO DE IRAK.
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GERTRUDE BELL.
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DOUGHTYWYL­IE.
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GERTRUDE BELL, JUNTO A HENRY CADOGAN
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GERTRUDE BELL JUNTO A MILITARES BRITÁNICOS, CON LOS QUE SE SENTÍA MÁS CÓMODA QUE CON SUS MUJERES.
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GERTRUDE BELL LLEVÓ A CABO NUMEROSOS DESCUBRIMI­ENTOS ARQUEOLÓGI­COS.
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FOTOGRAMA DEL FILME "LA REINA DEL DESIERTO", EN EL QUE NICOLE KIDMAN ENCARNA A GERTRUDE BELL.
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GERTRUDE BELL, JUNTO A LAWRENCE, EN EL CAIRO.
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GERTRUDE BELL, ENTRE WINSTON CHURCHILL (IZQUIERDA) Y T. E. LAWRENCE (DERECHA).
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