El origen del PATRIARCADO. ¿Existió un MATRIARCADO?
Historia no contada de cuando las mujeres dejaron de ser libres
LAS RECIENTES MOVILIZACIONES REIVINDICANDO LA DEFENSA DE LA MUJER FRENTE A UNA SOCIEDAD PATRIARCAL QUE HA LEGITIMADO SU SUBORDINACIÓN, HAN GENERADO UN DEBATE SIN PRECEDENTES. ¿EXISTEN EVIDENCIAS HISTÓRICAS QUE DEMUESTRAN LA CREACIÓN DE UN PATRIARCADO QUE HA INVISIBILIZADO LA FIGURA DE LA MUJER A LO LARGO DE LA HISTORIA? TODO APUNTA A QUE SÍ…
PATRIARCADO ES HOY UNA PALABRA DE USO FRECUENTE EN EL MANIFIESTO FEMINISTA PARA SEÑALAR EL ESTADO DE OPRESIÓN EN EL QUE SE ENCUENTRA LA MUJER EN NUESTRA SOCIEDAD. Sin embargo, lejos de su inserción en el discurso ideológico, lo cierto es que el Patriarcado encuentra una perfecta definición desde el ámbito académico. Desprendiéndose de la visión sesgada con el que el androcentrismo ha distorsionado la realidad histórica, un análisis no sesgado de los orígenes de la civilización actual permite descubrir cómo se ha institucionalizado una situación de subordinación en la mujer. No obstante, para conocer esa otra versión de la Historia, silenciada durante siglos, que da cuenta de los orígenes del Patriarcado, será necesario desprendernos de los prejuicios e ideas estereotipadas que, desde nuestra infancia, el sistema se ha encargado de inculcarnos a través de su propio sistema donde, la mitad de la población, ha sido excluida. Esta es la auténtica Historia que nunca nos enseñaron en los colegios…
¿QUIÉNES CAZABAN EN LA PREHISTORIA?
Si en Google tecleamos las palabras caza y prehistoria, la pantalla nos devolverá, entre las primeras imágenes, la estampa de un grupo de hombres viriles acorralando con sus primitivas lanzas a un gigantesco mamut. Sin embargo, esta escena, que ilustra los libros de texto de nuestra época escolar, únicamente responde a un romanticismo inventado. La dificultad –con primitivas herramientas de la Edad de Piedra que debían atravesar la gruesa capa de piel de estos animales–, y el coste que significaba, relega la caza de mamuts a una práctica muy ocasional entre las primeras comunidades
de Homo Sapiens y no tan frecuente como ha pretendido la iconografía de los libros de texto. Hoy sabemos que la principal provisión de alimento dependió, aparte de la recolección, de la caza de pequeños animales. Y, muy probablemente, estas batidas de cacería no estuvieran solamente integradas por hombres, sino que también participaban mujeres y niños.
Este es tan solo un ejemplo de cómo, desde nuestros primeros años de escolaridad, hemos sido manipulados por un sistema patriarcal que ha excluido la figura de la mujer de cualquier ecuación histórica. Tradicionalmente se nos ha educado con la idea de que el hombre antiguo era el que provisionaba el mantenimiento del clan familiar, mientras la mujer se relegaba a un segundo plano. Esta idea del “hombre cazador”, sesgada por una visión androcéntrica, fue refutada en 1975 gracias a los a la antropóloga Sally Linton Slocum y sus estudios en primates: la mayor parte de la dieta no procedía de la caza, sino de la recolección; lo que otorga a la mujer un papel mucho más preponderante en el abastecimiento de comida.
Asimismo –y ante la dificultad de extraer conclusiones a partir de los siempre escasos hallazgos arqueológicos–, ha sido única y exclusivamente un prejuicio sexista el que ha dibujado esa imagen del “hombre cazador” que todos tenemos en mente. Fue a mediados del siglo XIX cuando al sistema patriarcal, inculcado por las religiones, se le otorgó una pátina de cientificismo a través de una recién inaugurada corriente interpretativa: el darwinismo social. La idea de una supremacía determinada biológicamente en un sexo y en detrimento del otro fue lo que asignó dos roles a los que se atribuyó un origen innato. Esta idea, que se antoja completamente sesgada, se nos
FUE A MEDIADOS DEL SIGLO XIX cuando el sistema patriarcal, inculcado por las religiones, se le otorgó una pátina de cientificismo a través de una recién inaugurada corrientes interpretativa: el darwinismo social.
ha inculcado de tal manera en nuestras mentes que es muy difícil de erradicar. En el marco de la ciencia actual, no hay ninguna sola evidencia para designar roles de género distintos.
El mejor ejemplo de que no existe un argumento biológico para conceder un papel predominante al varón lo encontramos en el reino animal. Por todos es sabido que, entre los leones o las hienas, son las hembras las que se dedican a la caza y tienen la capacidad de excluir de su manada al macho. Las abejas o las hormigas son otro ejemplo evidente de matriarcado, donde el varón solo sirve con fines exclusivamente reproductivos. Más cercanos a nosotros filogenéticamente encontramos a los bonobos, que viven en comunidades matriarcales, donde las hembras también desempeñan labores de caza.
¿SOCIEDADES IGUALITARIAS EN LA PREHISTORIA?
Desde el punto de vista científico, la asignación de distintas tareas entre hombres y mujeres no tiene un origen genético o innato –tal y como se ilustra en el reino animal–, sino que ha sido impuesto culturalmente por el patriarcado. Si hace tan solo seis millones de años –tal y como demuestran los estudios en los primates más cercanos a nosotros–, nuestros ancestros pudieron haber vivido en sociedades igualitarias, nada nos hace suponer que exista un determinismo biológico para la desigualdad de género.
A partir de esta evidencia, y siguiendo a la historiadora y activista por la causa femenina Gerda Lerner (1920-2013), se ha desarrollado dos corrientes principales que niegan la universalidad del patriarcado: la teoría marxista y la teoría maternalista.
La teoría marxista tiene como libro de cabecera el ensayo El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), de Friedrich Engels (18201895). Engels ofrece una visión, que algunos pueden calificar de idílica, de un pasado prehistórico, en el que los seres humanos convivían en sociedades igualitarias donde no existía la propiedad privada, tal y como aspira el discurso marxista. Básicamente, Engels no hace otra cosa que difundir los estudios del antropólogo Lewis H. Morgan (1818-1881), que define los tres estadios en la evolución de toda sociedad humana –sin que estas etiquetas tengan connotación peyorativa–: salvajismo (dominio del fuego hasta la invención del arco y la flecha), barbarie (desde la alfarería hasta el uso del metal) y civilización.
A partir de lo que se conocía entonces del pasado –recuérdese que estamos en la segunda mitad del XIX–, Engels asume que en la prehistoria existía un reparto del trabajo –donde el hombre va de caza y la mujer realiza las tareas domésticas–, pero que esta división de género es asumida sin sumisión y dentro de un esquema igualitario de relaciones de parentesco. Sin embargo, a Engels se le ha reprochado la influencia que en su análisis pudo haber ejercido el contexto de su época, al proyectar la imagen de la sociedad campesina en su visión de la prehistoria.
Siguiendo el marco interpretativo de Engels, fue la domesticación animal la que originó un excedente de ganadería que se convirtió en propiedad privada. El comercio de estos rebaños, convertiría a determinados cabezas de familia en los primeros generadores la futura sociedad capitalista que va a dinamitar estos esquemas de igualdad.
Como la única manera de legitimarse la sucesión de esta propiedad privada es a través de padres a hijos; la sociedad igualitaria basada en relaciones de parentesco pasa a convertirse en una sociedad jerarquizada, cuya piedra angular es la familia. Con el surgimiento de la familia como unidad social (y económica), comienza a degradarse a la mujer, que se cosifica sexualmente (debe ser fiel al marido) y se subordina como sirvienta al “cabeza de familia” dentro de un sistema de patriarcado.
¿EXISTIÓ UN MATRIARCADO?
Paralelamente al enfoque de Engels, se sitúa la teoría maternalista, que adquiere un carácter todavía más reivindicativo dentro del feminismo. Aunque no se sustrae a la estereotipada idea de una división del trabajo acorde a las diferencias biológicas, la visión maternalista argumenta que hubo sociedades no solo igualitarias (como defiende el marxismo), sino que se sustentaron en una preponderancia jerárquica de la mujer. Es el concepto de ginecocracia o matriarcado.
Es El matriarcado (1861), del antropólogo suizo J. J. Bachofen (18151887), el texto que sienta las bases históricas sobre una pretendida sociedad matriarcal en el pasado. Tras hallar referencias a la existencia de ginecocracias en el pasado –principalmente en el ámbito de influencia griega–, Bachofen llega a la conclusión de que el matriarcado es un estadio cultural que puede universalizarse en la evolución de las sociedades. Como ejemplo más paradigmático menciona al pueblo licio, que se desarrolló en el Asia Menor (actual Turquía) a lo largo del primer milenio antes de nuestra era, y que fue helenizada a partir de los siglos VII-VI a.C. Según el controvertido testimonio ofrecido por Herodoto (484-425 a.C.), en contraste con los griegos, los licios recibían su nombre a partir de la madre, y solo consideraban relevante su genealogía materna.
Bachofen concede un papel tan relevante a la mujer que, incluso, la convierte en artífice de la transición del Paleolítico al Neolítico, con la domesticación de la agricultura: “La observación de pueblos actuales ha dejado fuera de duda el hecho de que la sociedad humana se mueve por el esfuerzo de las mujeres por la agricultura, que el hombre rechazó por mucho tiempo”. Aunque, desde esta perspectiva, Bachofen no ofrece una visión necesariamente negativa del patriarcado. Según él, el patriarcado viene a reemplazar al sistema matriarcal cuando la sociedad abandona su íntima conexión con la Naturaleza y se consolida evolucionando hasta una organización religiosa y política superior.
Hoy, la presumible existencia de matriarcados en la antigüedad, no se mantiene. En la consulta de sus fuentes, Bachofen no tuvo en cuenta el escaso rigor de autores como Herodoto al describir la sociedad licia y su presunta organización matriarcal. Asimismo, la matrilinealidad atribuida a determinados clanes tribales –que responde a una lógica de sentido común, donde uno puede identificar a su madre antes que a su padre–, no tiene por qué necesariamente definir a una sociedad como matriarcal, que implica una prevalencia de la mujer con respecto al hombre en la administración jerárquica de poder.
Sin embargo, la influencia de Bachofen –cuya propuesta no debe deslegitimarse completamente, a pesar de sus desaciertos– ha llegado hasta nuestros días nutriendo buena parte del actual discurso feminista. Queda por demostrar si alguna vez existió una sociedad matriarcal previa al patriarcado…
EL OCASO DE LAS DIOSAS MADRE
Otro de los argumentos esgrimidos a favor de la universalización de un matriarcado en épocas prehistóricas, anterior al sistema patriarcal, anida en la existencia de un pretendido antiguo culto a la diosa madre.
La representación, desde el último período del Paleolítico, de estatuillas femeninas como la Venus de Willendorf (25000 a.C.), alimenta la idea de un primitivo sentimiento religioso, que se dirigió identificando como objeto de culto a la madre Tierra. Como en todas las expresiones artísticas propias del Paleolítico, los arqueólogos coinciden en señalar que estas figuras tuvieron que tener algún tipo de interpretación mágico religiosa,
aunque solo sea como simple fetiche que acompañara a un pueblo seminómada. Es por ello por lo que la mayoría de los historiadores han descartado que las “Venus del Paleolítico” sean simples representaciones de ideales de belleza, al mostrar rasgos exagerados de cuerpos celulíticos y ausentes de estética, para otorgarles una significación más trascedente.
Obviamente, la arqueología interpreta estas pequeñas esculturas dentro del campo especulativo. En cualquier caso, admitiendo que existiera una primera identificación de la deidad con lo femenino, todo apunta a que esta creencia habría persistido durante el Neolítico a través del culto a la fertilidad, presente en casi todas las religiones previas al cristianismo.
En la mitología mesopotámica, es la diosa babilónica Ishtar la que, identificada con la fertilidad, se convierte en “cortesana” ,en el contexto de la “prostitución sagrada”. Y en la religión védica (anterior al hinduismo), Aditi es la madre de todos los dioses.
Más cercanas a nuestro contexto cultural, encontramos a Cibeles, Gea, Afrodita… y otras diosas que adquirieron un especial protagonismo en el panteón grecorromano. Esta primera identificación de la divinidad con lo femenino tuvo un carácter universal, tal y como se evidencia en las mitologías precolombinas, que se refieren a la madre Tierra o Pachamama. Incluso el cristianismo ha asimilado esta creencia en la “diosa madre” a través de la veneración a la Virgen María, con la que pretende suplantar antiguos cultos paganos.
¿Sugiere esta ancestral creencia en una “diosa madre” que las sociedades primitivas se rigieron por un sistema de matriarcado”? Gerda
ESTA PRIMERA IDENTIFICACIÓN DE LA DIVINIDAD CON LO FEMENINO tuvo un carácter universal, tal y como se evidencia en las mitologías precolombinas, que se refieren a la madre Tierra o Pachamama.
Lerner, la opinión más autorizada en el discurso histórico feminista, se muestra escéptica: “Parte esencial de este argumento en pro de un matriarcado eran las pruebas, que aparecían por doquier, de estatuillas de diosas-madre en muchas religiones antiguas, a partir de las cuales las maTERNALISTAS AfiRMABAN LA EXISTENCIA Y la realidad del poder femenino en el pasado. (Sin embargo), tenemos que SUBRAYAR LA DIfiCULTAD QUE ENTRAñA deducir a partir de estas evidencias la construcción de organizaciones sociales en las cuales dominaban las mujeres”.
Así pues, desde un punto de vista estrictamente académico todavía queda por demostrar que existió una sociedad alternativa y previa al patriarcado, de naturaleza matriarcal, cuyo ocaso significó el comienzo de la subordinación de la mujer.
INSTITUCIONALIZACIÓN DEL PATRIARCADO
En La Creación del Patriarcado (1986), Gerda Lerner señala que la Historia ha sido escrita reflejando exclusivamente el punto de vista de la mitad masculina de la Humanidad, excluyendo así a las mujeres en razón de su sexo.
Aunque no exista una evidencia suficientemente sólida de la existencia una ginecocracia universal en el pasado, sí la hay de la creación de un patriarcado que ha sometido a las mujeres imposibilitando su plena realización personal.
Sin necesidad de que se estableciera un sistema matriarcal, en un pasado que puede alcanzar hasta el Neolítico, existen evidencias arqueológicas que parecen sugerir que la mujer gozó de cierto poder. La capacidad de la mujer, primero como dadora de vida, y luego materializando su amor sobre unos retoños, cuya supervivencia dependía de sus cuidados, debió permitirle cierto grado de reconocimiento en el seno del clan.
Sin embargo, hubo un punto de inflexión a lo largo de la Historia donde se produjo la “derrota del sexo femenino”: “En algún momento –argumenta Lerner– durante la revolución agrícola, unas sociedades relativamente IGUALITARIAS, CON UNA DIVISIóN SEXUAL del trabajo basada en las necesidades biológicas, dieron paso a unas sociedades muchísimo más estructuradas en las que, tanto la propiedad privada como el intercambio de mujeres (…), eran comunes”.
Gerda Lerner sitúa en la formación de los primeros Estados arcaicos –como Mesopotamia, cuna de la civilización–, el inicio de la instauración del patriarcado en un proceso que se remonta hacia el año 3100 a.C.
La ascensión de dioses masculinos –a la divinidad se la identifica ahora como el Rey y Señor– y la institucionalización de una religión burocratizada son algunos de los factores que se señalan como principales impulsores del sistema patriarcal.
El intercambio de mujeres entre unos poblados y otros, mercantiliza primero a la mitad de la población para someterla luego a una situación de cautividad cuando se convierte en “trofeo de guerra” durante los primeros conflictos entre sociedades.
La civilización, tal y como la conocemos hoy día, se asienta relegando de sus pilares a la figura de la mujer. De ahí que en los libros de Historia, se le otorgue un papel secundario, restando importancia a su situación de cautividad en tiempos de guerra, distorsionando su imagen cuando ha desempeñado un liderazgo o silenciando sus méritos en el ámbito académico y científico (véanse cuadros).
Hoy, en el siglo XXI, parece una ironía que la figura de la Dama de la Justicia se identifique precisamente con varias deidades femeninas de la mitología grecorromana; aunque algunos de sus funcionarios valedores prefieran apropiarse de su venda en los ojos para desequilibrar la balanza.