DIOCLES, el Cristiano Ronaldo de la ANTIGÜEDAD
El Cristiano Ronaldo de la Antigüedad
LOS AURIGAS DE LA ANTIGUA ROMA SE CONVIRTIERON EN VERDADEROS DEPORTISTAS DE ÉLITE, LOS CUALES PODÍAN LLEGAR A AMASAR GRANDES FORTUNAS. DIOCLES, SIN DUDA, FUE EL MÁS DESTACADO DE TODOS ELLOS. PESE A SU ORIGEN HUMILDE Y SER UN ESCLAVO, PUDO COMPRAR SU LIBERTAD GRACIAS A LA GRAN RIQUEZA QUE HIZO MEDIANTE INSÓLITAS CARRERAS. ESTA ES SU HISTORIA.
JUNTO CON LAS LUCHAS DE GLADIADORES, LAS CARRERAS DE CARROS SE CONVIRTIERON EN EL ESPECTÁCULO MÁS POPULAR ENTRE LOS CIUDADANOS DE LA ROMA ANTIGUA. El Circo Máximo, como el escenario más grande que había en la capital del Imperio (podía albergar hasta 150.000 espectadores en la época augustea), era el lugar escogido donde se batían los héroes de la arena y verdaderos protagonistas del espectáculo: los aurigas, auténticos ídolos populares al servicio de la política imperial. Y de entre la pléyade que encandiló a emperadores, magistrados, hombres libres y populacho, destacó uno sobre el resto uno, Diocles. Fue el primero que ganó mil carreras en tiempos de Trajano y Adriano (siglo II de nuestra era), un verdadero ídolo de masas en Roma.
Pequeño, moreno y nervudo, los orígenes de Diocles son un tanto turbios. Fue esclavo, mozo de cuadra de un noble hispano y con posterioridad comprado por un patricio enamorado por la habilidad que mostraba con los caballos. Debutó en el Circo Máximo con 24 años, y pronto ganó el dinero necesario para comprar su libertad. Invirtió buena parte de sus beneficios en comprar más equinos, a los que entrenaba personalmente, y también adquirió su propia cuadriga.
Diocles continuó incrementando sus ingresos mediante carreras insólitas, en las que las grandes apuestas eran las protagonistas, como, por ejemplo, correr dos veces en un día para ganar 40.000 sestercios, competir con siete caballos solo con las riendas (le reportó 50.000 sestercios), o ganar una carrera sin utilizar el látigo con una apuesta de por medio de 30.000 sestercios. La fusta no la empleaban los aurigas para golpear a los caballos, sino para guiarlos en los giros. Diocles era siempre el favorito en las apuestas. Su impoluta trayectoria le avalaba. “Si pierde, afectará más a la economía nacional que si ocurriera una derrota militar”, se lamentaba del auriga un senador romano. En el año 146, cuando tenía 42 años, colgó el látigo y se retiró después de haber cometido durante veinticuatro años.
PROPAGANDA POLÍTICA
Las carreras daban inicio tras un solemne desfile denominado pompa, a la cabeza del cual iba en un magnífico carro la autoridad que ofrecía los juegos, seguida de jóvenes, danzarines, músicos... El editor que los financiaba aprovechaba para hacer campaña; daba vueltas al escenario mientras saludaba y sonreía al público con el fin de que le adularan. Entre carreras se lanzaban donativos al público o se celebraban banquetes, incluso espectáculos de cacerías, la mayoría de las veces a cuenta del erario público. Las competiciones comenzaban al amanecer y duraban hasta el ocaso. Los espectadores no tenían un minuto de tregua. Con Augusto de emperador, no se celebraban más de doce carreras diarias; con Calígula, se elevó a 34; y con los Flavios, a 100.
Ese tipo de manifestaciones se desarrollaba en el circo, construcción de tipo longitudinal dominada por una pista de arena dividida por una spina, o mediana, en torno a la cual se efectuaban un número indeterminado de vueltas. La spina iba generalmente adornada con estatuas sobre columnas, fuentes de agua perfumada, obeliscos, altares a los dioses e incluso un pequeño templo dedicado a la Venus del Mar, la diosa patrona de los aurigas. Cerca del final de la spina había dos columnas, cada una coronada por un travesaño de mármol. En uno de ellos se encon-
DIOCLES AUMENTÓ SUS INGRESOS mediante carreras insólitas, en las que las grandes apuestas eran las protagonistas, como, por ejemplo, correr dos veces en un día para ganar 40.000 sestercios o competir con siete caballos solo con las riendas.