MITOLOGÍA: El origen celta de HALLOWEEN
AUNQUE PUEDA PARECER UNA FESTIVIDAD MODERNA, LA CELEBRACIÓN DE HALLOWEEN HUNDE SU RAÍCES EN LA TRADICIÓN CELTA. LOS RITOS más complejos comenzaban con la consagración de la partida del alma mediante vigilias, lamentaciones y muestras exageradas de duelo. Posteriormente, se llevaba a cabo el enterramiento, que podía constar de una o varias fases.
ALO LARGO DE LA HISTORIA LA MUERTE SE HA CONSIDERADO, MÁS QUE COMO EL CESE COMPLETO Y DEFINITIVO DE LA VIDA, como la separación del cuerpo y el alma y el paso a un nuevo tipo de existencia de tipo espiritual. La importancia de este momento, al que los hombres y mujeres de distintas culturas y creencias han mirado con una mezcla de temor y esperanza, ha llevado a todas las sociedades a desarrollar algún tipo de ritual funerario con el fin de garantizar para el fallecido este tránsito entre el mundo de lo material y el de lo trascendente pero, del mismo modo, el carácter misterioso de la muerte y todos los sufrimientos con los que se relaciona ha provocado el surgimiento de un sentimiento de terror hacia el espíritu de la persona fallecida.
EL CULTO A LOS MUERTOS Tradicionalmente los pueblos de la Antigüedad desarrollaron la creencia de que los muertos continuaban llevando un tipo de existencia muy similar a la terrestre, tal y como podemos comprobar cuando estudiamos el registro arqueológico asociado a contextos funerarios.
Pero, de igual forma, se tenía el convencimiento de que aquellos que habían abandonado la compañía de los vivos seguían ejerciendo una enorme influencia en los hechos cotidianos de los que no habían iniciado su viaje hacia el más allá. El culto a los muertos constituye, por todo lo dicho hasta ahora, un rasgo típico no solo de las religiones ancestrales, sino también de muchas sociedades actuales con un alto grado de desarrollo.
De forma habitual (es el caso de la religión druídica) los pueblos de la Antigüedad sintieron una auténtica preocupación por el hecho de que los muertos tuviesen la necesidad de llevarse consigo a aquellos con los que más vínculos establecieron en su vida terrenal, por lo que se generaron rituales tendentes a conciliarse con el espíritu del fallecido e, incluso, para que sirviesen de intermediarios entre la comunidad y el mundo sobrenatural.
Los ritos más complejos comenzaban con la consagración de la partida del alma mediante vigilias, lamentaciones y muestras exageradas de duelo. Posteriormente, se llevaba a cabo el enterramiento que podía constar de una o varias fases. Y es que, en algunas ocasiones, se realizaba un primer entierro con el objetivo inmediato de impedir el regreso del muerto (por eso la costumbre constatada desde época prehistórica de atar el cadáver) y, después, en un período comprendido entre varios meses y los dos o tres años, se seguía con un segundo enterramiento, solo del esqueleto, con una serie de ritos para hacer del muerto un antepasado benéfico y poder honrarle y rendirle culto.
Los ritos no solo afectaban al muerto, sino también a los parientes y, por extensión, a todos los miembros de la comunidad, de ahí la necesidad de realizar correctamente todo el ritual funerario.
DE SAMAÍN A HALLOWEEN
A pesar de las precauciones, ciertos momentos del año se consideraban especialmente complicados, ya que podían resultar propicios para establecer una comunicación directa entre los vivos y los espíritus de los muertos, por lo que, nuevamente, se establecieron una serie de pautas mágico-religiosas para salir bien parados de este posible encuentro con los seres del más allá. En la actualidad se conservan muchas tradiciones y festividades que nos recuerdan, ahora con menos dramatismo, la extraña relación entre dos mundos distintos, pero estrechamente entrelazados.
Una de las fiestas más populares era la del Samaín, de tradición celta, celebrada a principios de noviembre para conmemorar el final de la temporada de cosechas y el inicio de la estación oscura en la que el contacto con los que habitaban en el más allá era más probable, puesto que, según la mitología céltica, la línea que separaba los dos mundos se estrechaba con la llegada de este período. La fiesta del Samaín duraba alrededor de una semana y terminaba con la celebración del día de los espíritus, unos seres que, según la religión de los druidas, habitaban en un lugar en donde no se conocía el dolor, el hambre, el pesar o el sufrimiento. Durante este día los druidas actuaban como médiums y se comunicaban con los antepasados con la esperanza de ser instruidos y así comprender el significado de lo trascendente.
Lógicamente, los ancestros familiares eran homenajeados y se les daba la bienvenida, pero, al mismo tiempo, se hacía todo lo posible por alejar a los espíritus dañinos, llegando incluso a utilizar trajes y terroríficas máscaras para causar temor entre estos poco deseados visitantes. Con el paso del tiempo, los inmigrantes irlandeses transmitieron esta creencia y la costumbre de utilizar calabazas huecas con una vela en su interior con la intención de ahuyentar a los espíritus. Durante las noches también era algo habitual apagar todos los fuegos de la casa y dejar solo el de la chimenea y allí arrojaban los huesos de los animales sacrificados. También tenía cabida durante esta festividad la realización de prácticas mágicas y adivinatorias, al igual que una serie de banquetes en donde se consumían los más exquisitos manjares (en Asturias estos banquetes se llegaron a realizar sobre las tumbas de los antepasados).
Como habrá adivinado el lector, la fiesta del Samaín evolucionó hasta dar lugar a Halloween, un nombre que tenemos constatado por vez primera en el siglo XV, y cuyos orígenes están vinculados a un proceso de sincretismo entre las tradiciones paganas célticas (Samaín) y la festividad del Día de Todos los Santos (de tradición cristiana).
Uno de los elementos más llamativos de la festividad de Halloween era el que hacía referencia al truco o trato, relacionado con una antigua leyenda popular céltica, según la cual, durante esta noche los espíritus de los difuntos deambulaban libremente por la Tierra, pero no lo hacían solos porque junto a ellos también era posible encontrar otro tipo de seres con muy malas intenciones, como Jack of the Lantern, que iban de casa en casa sometiendo a los vivos a la prueba del “trick or treat”. Todos aquellos que no tenían ningún interés en meterse en líos no dudaban en hacer trato, costase lo que costase, ya que de esta manera evitaban que Jack hiciese sus trucos como maldecir la casa y a todos sus habitantes, provocando todo tipo de infortunios y maldiciones como hacer enfermar a la familia o matar al ganado.
En el siglo XIX renació la fiesta de Samaín gracias al despertar del movimiento neopagano llegando a EE.UU. y Canadá hacia el 1840, aunque la fiesta no empezó a celebrarse de forma masiva hasta 1921, año en el que se realizó el primer desfile de Halloween en la ciudad de Minnesota. En nuestros días niños y niñas de todas las partes del mundo se disfrazan la noche del 31 de octubre y pasean por la calles, de puerta en puerta, pidiendo dulces tras pronunciar la famosa frase de “truco o trato”.
Los adultos, casi siempre ajenos a esta antigua tradición, suelen recompensar a los pequeños con todo tipo de dulces y golosinas dándoles a entender que aceptan el trato. Si, por el contrario, se negasen no tardarán en ser víctimas de las bromas de estos niños que, como venganza, cometerán todo tipo de tropelías como llenar de espuma de afeitar la puerta del adulto o arrojar huevos sobre sus ventanas.
EN LA ACTUALIDAD se conservan muchas tradiciones y festividades que nos recuerdan, ahora con menos dramatismo, la extraña relación entre dos mundos distintos, pero estrechamente relacionados: el de los vivos y el espiritual.