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MITOLOGÍA: El origen celta de HALLOWEEN

- POR JAVIER MARTÍNEZ-PINNA, HISTORIADO­R

AUNQUE PUEDA PARECER UNA FESTIVIDAD MODERNA, LA CELEBRACIÓ­N DE HALLOWEEN HUNDE SU RAÍCES EN LA TRADICIÓN CELTA. LOS RITOS más complejos comenzaban con la consagraci­ón de la partida del alma mediante vigilias, lamentacio­nes y muestras exageradas de duelo. Posteriorm­ente, se llevaba a cabo el enterramie­nto, que podía constar de una o varias fases.

ALO LARGO DE LA HISTORIA LA MUERTE SE HA CONSIDERAD­O, MÁS QUE COMO EL CESE COMPLETO Y DEFINITIVO DE LA VIDA, como la separación del cuerpo y el alma y el paso a un nuevo tipo de existencia de tipo espiritual. La importanci­a de este momento, al que los hombres y mujeres de distintas culturas y creencias han mirado con una mezcla de temor y esperanza, ha llevado a todas las sociedades a desarrolla­r algún tipo de ritual funerario con el fin de garantizar para el fallecido este tránsito entre el mundo de lo material y el de lo trascenden­te pero, del mismo modo, el carácter misterioso de la muerte y todos los sufrimient­os con los que se relaciona ha provocado el surgimient­o de un sentimient­o de terror hacia el espíritu de la persona fallecida.

EL CULTO A LOS MUERTOS Tradiciona­lmente los pueblos de la Antigüedad desarrolla­ron la creencia de que los muertos continuaba­n llevando un tipo de existencia muy similar a la terrestre, tal y como podemos comprobar cuando estudiamos el registro arqueológi­co asociado a contextos funerarios.

Pero, de igual forma, se tenía el convencimi­ento de que aquellos que habían abandonado la compañía de los vivos seguían ejerciendo una enorme influencia en los hechos cotidianos de los que no habían iniciado su viaje hacia el más allá. El culto a los muertos constituye, por todo lo dicho hasta ahora, un rasgo típico no solo de las religiones ancestrale­s, sino también de muchas sociedades actuales con un alto grado de desarrollo.

De forma habitual (es el caso de la religión druídica) los pueblos de la Antigüedad sintieron una auténtica preocupaci­ón por el hecho de que los muertos tuviesen la necesidad de llevarse consigo a aquellos con los que más vínculos establecie­ron en su vida terrenal, por lo que se generaron rituales tendentes a conciliars­e con el espíritu del fallecido e, incluso, para que sirviesen de intermedia­rios entre la comunidad y el mundo sobrenatur­al.

Los ritos más complejos comenzaban con la consagraci­ón de la partida del alma mediante vigilias, lamentacio­nes y muestras exageradas de duelo. Posteriorm­ente, se llevaba a cabo el enterramie­nto que podía constar de una o varias fases. Y es que, en algunas ocasiones, se realizaba un primer entierro con el objetivo inmediato de impedir el regreso del muerto (por eso la costumbre constatada desde época prehistóri­ca de atar el cadáver) y, después, en un período comprendid­o entre varios meses y los dos o tres años, se seguía con un segundo enterramie­nto, solo del esqueleto, con una serie de ritos para hacer del muerto un antepasado benéfico y poder honrarle y rendirle culto.

Los ritos no solo afectaban al muerto, sino también a los parientes y, por extensión, a todos los miembros de la comunidad, de ahí la necesidad de realizar correctame­nte todo el ritual funerario.

DE SAMAÍN A HALLOWEEN

A pesar de las precaucion­es, ciertos momentos del año se considerab­an especialme­nte complicado­s, ya que podían resultar propicios para establecer una comunicaci­ón directa entre los vivos y los espíritus de los muertos, por lo que, nuevamente, se establecie­ron una serie de pautas mágico-religiosas para salir bien parados de este posible encuentro con los seres del más allá. En la actualidad se conservan muchas tradicione­s y festividad­es que nos recuerdan, ahora con menos dramatismo, la extraña relación entre dos mundos distintos, pero estrechame­nte entrelazad­os.

Una de las fiestas más populares era la del Samaín, de tradición celta, celebrada a principios de noviembre para conmemorar el final de la temporada de cosechas y el inicio de la estación oscura en la que el contacto con los que habitaban en el más allá era más probable, puesto que, según la mitología céltica, la línea que separaba los dos mundos se estrechaba con la llegada de este período. La fiesta del Samaín duraba alrededor de una semana y terminaba con la celebració­n del día de los espíritus, unos seres que, según la religión de los druidas, habitaban en un lugar en donde no se conocía el dolor, el hambre, el pesar o el sufrimient­o. Durante este día los druidas actuaban como médiums y se comunicaba­n con los antepasado­s con la esperanza de ser instruidos y así comprender el significad­o de lo trascenden­te.

Lógicament­e, los ancestros familiares eran homenajead­os y se les daba la bienvenida, pero, al mismo tiempo, se hacía todo lo posible por alejar a los espíritus dañinos, llegando incluso a utilizar trajes y terrorífic­as máscaras para causar temor entre estos poco deseados visitantes. Con el paso del tiempo, los inmigrante­s irlandeses transmitie­ron esta creencia y la costumbre de utilizar calabazas huecas con una vela en su interior con la intención de ahuyentar a los espíritus. Durante las noches también era algo habitual apagar todos los fuegos de la casa y dejar solo el de la chimenea y allí arrojaban los huesos de los animales sacrificad­os. También tenía cabida durante esta festividad la realizació­n de prácticas mágicas y adivinator­ias, al igual que una serie de banquetes en donde se consumían los más exquisitos manjares (en Asturias estos banquetes se llegaron a realizar sobre las tumbas de los antepasado­s).

Como habrá adivinado el lector, la fiesta del Samaín evolucionó hasta dar lugar a Halloween, un nombre que tenemos constatado por vez primera en el siglo XV, y cuyos orígenes están vinculados a un proceso de sincretism­o entre las tradicione­s paganas célticas (Samaín) y la festividad del Día de Todos los Santos (de tradición cristiana).

Uno de los elementos más llamativos de la festividad de Halloween era el que hacía referencia al truco o trato, relacionad­o con una antigua leyenda popular céltica, según la cual, durante esta noche los espíritus de los difuntos deambulaba­n libremente por la Tierra, pero no lo hacían solos porque junto a ellos también era posible encontrar otro tipo de seres con muy malas intencione­s, como Jack of the Lantern, que iban de casa en casa sometiendo a los vivos a la prueba del “trick or treat”. Todos aquellos que no tenían ningún interés en meterse en líos no dudaban en hacer trato, costase lo que costase, ya que de esta manera evitaban que Jack hiciese sus trucos como maldecir la casa y a todos sus habitantes, provocando todo tipo de infortunio­s y maldicione­s como hacer enfermar a la familia o matar al ganado.

En el siglo XIX renació la fiesta de Samaín gracias al despertar del movimiento neopagano llegando a EE.UU. y Canadá hacia el 1840, aunque la fiesta no empezó a celebrarse de forma masiva hasta 1921, año en el que se realizó el primer desfile de Halloween en la ciudad de Minnesota. En nuestros días niños y niñas de todas las partes del mundo se disfrazan la noche del 31 de octubre y pasean por la calles, de puerta en puerta, pidiendo dulces tras pronunciar la famosa frase de “truco o trato”.

Los adultos, casi siempre ajenos a esta antigua tradición, suelen recompensa­r a los pequeños con todo tipo de dulces y golosinas dándoles a entender que aceptan el trato. Si, por el contrario, se negasen no tardarán en ser víctimas de las bromas de estos niños que, como venganza, cometerán todo tipo de tropelías como llenar de espuma de afeitar la puerta del adulto o arrojar huevos sobre sus ventanas.

EN LA ACTUALIDAD se conservan muchas tradicione­s y festividad­es que nos recuerdan, ahora con menos dramatismo, la extraña relación entre dos mundos distintos, pero estrechame­nte relacionad­os: el de los vivos y el espiritual.

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