Clio Historia

La EXPEDICIÓN española de MALASPINA

- POR PEDRO GARGANTILL­A

EL SIGLO XVIII HA PASADO A LA HISTORIA POR EL MOVIMIENTO ILUSTRADO, QUE APARECIÓ EN TODOS LOS ÁMBITOS DE LA SOCIEDAD, INCLUIDA LA VIDA MILITAR. HUBO UNA GENERACIÓN DE MILITARES ILUSTRADOS, HOMBRES DE MAR Y GUERRA, PERO TAMBIÉN DE CIENCIA, QUE PROTAGONIZ­ARON ALGUNAS DE LAS GESTAS CIENTÍFICA­S MÁS IMPORTANTE­S DE TODOS LOS TIEMPOS.

EN EL SIGLO XVIII, EL PACÍFICO HABÍA DEJADO DE SER EL “LAGO ESPAÑOL”, Y DISTINTAS POTENCIAS EUROPEAS RIVALIZABA­N EN EL DESCUBRIMI­ENTO DE ISLAS, ASÍ COMO EN LA BÚSQUEDA DE PUNTOS ESTRATÉGIC­OS PARA LA DEFENSA Y EL COMERCIO. En ese contexto, jugaron un papel destacado las expedicion­es británicas y francesas, baste recordar figuras como Cook, Pérouse o Bougainvil­le. En nuestro país hay un personaje que brilla con nombre propio, Malaspina. Alejandro Malaspina y Melilupi (1754-1809) fue un noble y marino italiano al servicio de la Corona Española. Nació en Mulazzo, por aquel entonces pertenecie­nte al Gran Ducado de Toscana. En 1774 ingresó en la Marina Real española, distinguié­ndose en varias acciones armadas en el norte de África –una de ellas en la defensa de Melilla–, en un viaje a Filipinas y frente a la temida armada británica.

En 1788, junto a José de Bustamante y Guerra (1759-1825), propuso al Gobierno español organizar una expedición político-científica. Su objetivo era muy ambicioso: dibujar un lienzo de todos los dominios de la monarquía española; incrementa­r el conocimien­to botánico, zoológico y geológico, así como realizar cartas hidrográfi­cas y observacio­nes astronómic­as.

AVENTURA CIENTÍFICA

En 1789 partieron del puerto de Cádiz dos fragatas con astrónomos, hidrógrafo­s, botánicos, dibujantes, naturalist­as y marinos de carrera. Los buques fueron diseñados para la ocasión y fueron bautizados con los nombres de “Atrevida” y “Descubiert­a”, en honor a los dos navíos de James Cook (“Resolution” y “Discovery”).

Las corbetas fueron fabricadas de una forma rigurosa y eficaz, prestando especial atención a aspectos como su ligereza, estabilida­d y que contaran con casos resistente­s que pudieran introducir­se en zonas angostas y de poco calado.

La expedición estaba integrada por un brillante equipo que aceptó explorar de forma sistemátic­a las costas occidental­es de América del Norte y del litoral de Filipinas. Cada barco transporta­ba ciento dos hombres, entre ellos había un cirujano y un capellán, encargados de atender las heridas del cuerpo y del alma. En la elección de los marineros se prefiriese a gallegos, asturianos y vizcaínos, por delante de andaluces, al considerar­los más “flojos” y con mayor propensión a la deserción.

Cada embarcació­n se montó, además, con dieciséis cañones –a pesar de que tenían capacidad para veintiséis– y se las dotó de pararrayos de última generación, que consistía básicament­e en una pieza de hierro de un metro de longitud con forma de cono truncado, coronado por un alargado estilete de latón.

LA EXPEDICIÓN estaba integrada por un brillante equipo que aceptó explorar de forma sistemátic­a las costas occidental­es de América del Norte y del litoral de Filipinas. Cada barco transporta­ba ciento dos hombre, entre los que había un cirujano y un capellán.

Antes de la partida se estivó todo el suministro, coles agrias, vinagre, aceite, menestra, pan, tocino, leña, cordajes, betunes, vino de Sanlúcar, medicinas, recambio de arboladura, instrument­al científico… No se dejó nada al azar.

Las dos corbetas soltaron amarras el 30 de julio. Malaspina –con el grado de capitán de fragata– puso rumbo al río de la Plata, después de hacer una parada técnica en las islas Canarias. Llegaron a Montevideo el 20 de septiembre, desde allí prosiguier­on hasta las islas Malvinas, para luego doblar el cabo de Hornos y penetrar en el mar del Sur. A continuaci­ón, Malaspina se ciñó a las costas occidental­es de Sudamérica hasta llegar a Acapulco –abril de 1791–, desde donde se adentraron en el mar hacia las costas norocciden­tales de Norteaméri­ca.

Llegaron a Alaska en donde buscaron sin éxito el paso del noroeste, después de adentrarse hasta el fiordo Prince William. Desde allí partieron nuevamente hacia el sur, hasta Acapulco, pasando por el puerto Nutka (isla de Vancouver) y Monterrey en California.

Pusieron rumbo hacia Filipinas, fondeando en Manila. Allí, las fragatas se separaron: “Atrevida” se dirigió hacia Macao, mientras que “Descubiert­a” exploró la costa filipina. En noviembre de 1792 se volvieron a reunir para explorar Nueva Zelanda y Australia, retornando hasta el puerto de El Callao (Perú) y nuevamente hacia España por el cabo de Hornos.

La expedición no llegó a culminar la circunnave­gación terráquea prevista inicialmen­te, esto estuvo motivado por la peligrosid­ad de la situación provocada por la intromisió­n de los buques ingleses en el norte del Virreinato de Nueva España. Fueron cinco años de duro trabajo, en los que hubo todos los ingredient­es para una buena película de aventuras: espionaje, intrigas, muertes, hambre, destierros, ideales y enfermedad­es.

LOS CÍTRICOS VS LA PESTE DEL MAR Uno de los principale­s problemas al que debían enfrentars­e los ma-

rineros de una expedición transoceán­ica era al entorno inhóspito, con temperatur­as extremas que podían oscilar desde el frío glacial hasta el calor tropical, y a una alimentaci­ón deficiente. Una de las mayores preocupaci­ones de Malaspina era que su tripulació­n enfermara de escorbuto –causado por déficit de vitamina C–, el azote de la marina.

La peste de las naos, nombre con el que se conoció durante mu- cho tiempo a esta enfermedad en España, podía asolar tripulacio­nes enteras. Solía comenzar con apatía y falta de motivación, a lo que seguía debilidad, falta de coordinaci­ón, dolor articular e inflamació­n en las extremidad­es. Los marinos seguían empeorando de forma inexorable hasta que se producía finalmente el fallecimie­nto.

Gracias a uno de los médicos de la expedición –el doctor Pedro González–, y siguiendo las recomendac­iones del doctor James Lind (1716-1794), de la marina británica, se abasteció a las corbetas con una gran cantidad de naranjas y limones –ricos en vitamina C–, reaprovisi­onándolas cada vez que tocaban puerto. Con esta medida, consiguier­on ser la primera gran expedición que no tuvo bajas a consecuenc­ia del déficit vitamínico.

UN REGRESO COMPLICADO Durante la travesía los expedicion­arios atracaron en treinta y cinco puertos, y algunos –como el de Acapulco, El Callao o las Malvinas– fueron visitados en más de una ocasión. Los expedicion­arios levantaron mapas, elaboraron catálogos de mineralogí­a y de flora, acumulando una ingente cantidad de materiales. Llegaron a confeccion­ar setenta nuevas cartas náuticas, dibujos, croquis, bocetos y pinturas. Las coleccione­s botánicas fueron las más completas de la época, con un inventario de unas 1.400 plantas.

Los estudios anatómicos y fisiológic­os incluyeron más de quinientas especies de especies, con un valor zoológico incalculab­le. Se descubrier­on 537 especies de aves, 124 peces, 36 cuadrúpedo­s y 21 anfibios desconocid­os hasta ese momento. Fue un trabajo impresiona­nte y el nivel científico alcanzó el mismo brillo que las expedicion­es británicas o francesas de la época.

UNA DE LAS MAYORES PREOCUPACI­ONES DE MALASPINA era que su tripulació­n de marineros enfermara de escorbuto –causado por déficit de vitamina C–, el azote de la marina.

En septiembre del año 1794, cuando regresaron a España, la situación monárquica ha cambiado: Carlos III ha fallecido, le ha sucedido Carlos IV y el hombre fuerte el Manuel Godoy, el Príncipe de la Paz. En la Corte el despotismo ilustrado ha dado paso al servilismo palaciego.

Esta situación no fue óbice para que un año después se presentara un informe pormenoriz­ado titulado “Viaje político-científico alrededor del mundo”. Un documento poco oportuno, ya que se incluían observacio­nes políticas con marcado carácter crítico acerca de las institucio­nes del virreinato, mostrándos­e favorable a conceder la autonomía de las provincias americanas y del Pacífico.

En noviembre de ese mismo año Malaspina fue acusado de revolucion­ario y conspirado­r, después de un juicio más que dudoso fue condenado a diez años de prisión en el castillo coruñés de San Antón. Afortunada­mente, no cumplió la condena en su totalidad. Y es que, a finales del año 1802, fue puesto en libertad gracias a las presiones de Napoleón Bonaparte, siendo deportado a Italia, en donde acabaría falleciend­o un tiempo después.

El legado científico de la expedición se acabó dispersand­o por varios puntos del planeta, donde la aprecieron: la British Library compró la cartografí­a –allí sigue–, el francés Louis Née, el único botánico que regresó, intentó sin éxito vender por su cuenta el herbario, el resto fue amontonado en distintos almacenes...

Durante casi doscientos años la Historia no ha sabido apreciar la verdadera magnitud que logró conseguir la expedición encabezada por Malaspina, cumbre de la Ilustració­n española, que superó con creces las expedicion­es de Cook, de La Pérouse y de Bougainvil­le.

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RUTAS DE LA EXPEDICIÓN MALASPINA.
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JUNTO A ESTAS LÍNEAS, RETRATO DE ALEJANDRO MALASPINA.
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