La GRAN GUERRA. Mujeres en el frente
LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL, DE CUYO FINAL SE CUMPLEN CIEN AÑOS. LLEGÓ A MOVILIZAR A MÁS DE SETENTA MILLONES DE SOLDADOS DE DISTINTAS NACIONALIDADES. CONVERTIDA EN EL PRIMER CONFLICTO BÉLICO A ESCALA MUNDIAL, LA GUERRA QUE ESTALLÓ EN EUROPA EN 1914 Y TERMINÓ AFECTANDO A PAÍSES DE OTROS CONTINENTES COMO JAPÓN O LOS ESTADOS UNIDOS SACUDIÓ LOS CIMIENTOS DE LA SOCIEDAD DE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX. LAS MUJERES NO FUERON LLAMADAS A FILAS Y NO TUVIERON UNA PARTICIPACIÓN DIRECTA EN LOS CENTROS DE PODER NI DE CONFLICTO PERO SUS VIDAS DARÍAN UN GIRO DE TRESCIENTOS SESENTA GRADOS Y SE COLARÍAN EN LA GUERRA, CONSIDERADA HASTA ENTONCES ESPACIO EXCLUSIVO DE LOS HOMBRES.
CUANDO EL 28 DE JULIO DE 1914 EL HEREDERO DE LA CORONA DEL IMPERIO AUSTRO-HÚNGARO ERA ASESINADO EN SARAJEVO, empezaba una guerra que nadie esperó que se alargara cuatro años ni que se internacionalizara como lo hizo. Pero la Gran Guerra tuvo un efecto profundo en la población. Mientras millones de hombres eran llamados a filas y sus vidas se veían interrumpidas, las mujeres que quedaron en la retaguardia tuvieron que asumir nuevos roles. A pesar de que a las mujeres no se las esperaba en las trincheras empuñando un arma, su papel cerca de los campos de batalla fue imprescindible para curar a los enfermos y heridos. Y cuando la guerra se prolongó más de lo esperado, empezaron a tener un rol más activo y necesario en los nuevos cuerpos auxiliares que se crearon en algunos ejércitos, como el británico o el norteamericano. El ejército ruso daría un paso más creando las primera unidades femeninas de combate. EN UN MUNDO DE HOMBRES Tradicionalmente, la guerra se ha considerado una cuestión masculina. Han sido ellos a lo largo de la Historia los que han iniciado conflictos a pequeña o gran escala y se han enfrentado cuerpo a cuerpo con el enemigo. Las mujeres aparecen en la historiografía bélica como participantes secundarias. En algunos conflictos, como las cruzadas medievales o las guerras napoleónicas en la época moderna, las esposas de los caballeros, generales o soldados solían acompañar a sus
maridos a las zonas de conflicto. Aunque también había mujeres consideradas de baja reputación las que acudían al frente para hacer más llevadera la dura vida en la guerra. También hubo mujeres que participaron activamente en conflictos, como fue el caso de las amazonas, o algunas mujeres que, en solitario, y ataviadas con uniformes masculinos, se unieron al ejército ocultando su verdadera identidad. Casos que se consideraron, en cualquier caso, excepcionales. Pero la presencia de mujeres en los ejércitos de prácticamente todos los países del mundo que hoy en día es habitual, no se convirtió en realidad hasta que estalló la Primera Guerra Mundial y modificó muchas de las estructuras y modelos sociales, políticos o militares. Antes de la guerra del 14, pocos se podían imaginar que las mujeres acabarían incorporándose a filas y participar de manera activa en un conflicto bélico.
Los mismos actores que protagonizaron el conflicto, ni pensaron que este se prolongaría como tan dramáticamente se prolongó ni que, por tanto, necesitarían de todos los efectivos posibles. Ya fueran hombres o mujeres. Lejos del frente, las mujeres ya habían sido requeridas para ocupar los puestos que sus hermanos, hijos o maridos habían dejado vacantes al tener que acudir al frente. Algo que los detractores de los derechos de las mujeres y quienes creían que su lugar debía estar tras los muros del hogar tuvieron que aceptar a regañadientes. Estas mismas voces contrarias a la emancipación de la mujer eran plenamente conscientes de que permitir que ellas se encargaran de algo más que las tareas del hogar sería un acicate perfecto para feministas y sufragistas. Por eso evitaron por todos los medios que pudieran dar un paso más y acercarse peligrosamente al frente. Algo que las complicaciones de la guerra no pudieron evitar.
Los primeros pasos para viajar al frente los hicieron como civiles, profesionales o voluntarias de alguna organización de ayuda sanitaria o de apoyo logístico a las tropas. Pocas lo harían como miembros del ejército en un primer momento.
LABORES SANITARIAS EN EL EJÉRCITO A finales del siglo XIX, las puertas de las universidades empezaban a abrirse tímidamente a las mujeres de algunos luga- res del mundo. A pesar de que continuaron sintiendo el rechazo generalizado y les fue negado durante muchas décadas el poder conseguir un título oficial, continuaron estudiando. La medicina y la enfermería fueron disciplinas habituales entre las mujeres universitarias. Cuando estalló la guerra, a pesar de que muchas mujeres ofrecieron sus servicios sanitarios a ejércitos como el británico o el norteamericano, estos fueron rechazados.
Había ejércitos que contaban con algunos cuerpos auxiliares de ayuda sanitaria. En Inglaterra, por ejemplo, el Queen Alexandra's Imperial Military Nursing Service (QAIMNS), reclutó a a unas diez mil enfermeras que operarían en Europa y en los frentes abiertos de Oriente Próximo. La Army Nurse Corps y la Navy Nurse Corps, ambas pertenecientes al ejército de los Estados Unidos, enviaron a miles de enfermeras al Frente del Oeste.
Al margen de las organizaciones militares oficiales, una ola de solidaridad, cada vez más necesaria con la prolongación de la guerra, movilizó a enfermeras de distintos países que se organizaron en distintos grupos de ayuda sanitaria y humanitaria. Pero también se crearon grupos de apoyo en los que las mujeres estaban dispuestas a ejercer otras tareas sanitarias, además de la estrictamente de enfermeras. Mujeres que se empeñaron en romper con los estereotipos que afirmaban categóricamente la sumisión de las mujeres en la esfera sanitaria, como hizo entonces un médico francés: "A los médicos, la herida; a las enfermeras, los heridos".
El inicio de la guerra impulsó el nacimiento del Scottish Women’s Hospital (SWH) que dotó más de una decena de unidades médicas que operaron en distintos frentes de la Europa en conflicto superando el millar de efectivos al final del conflicto. Fundado gracias al impulso de dos sufragistas, Elsie Inglis y Millicent Garrett Fawcett, permitió a muchas mujeres, doctoras y enfermeras, que habían visto cerradas las puertas de los Royal Army Medical Corps, prestar una ayuda indispensable en un frente que cada vez era más letal. Los mismos responsables
CUANDO ESTALLÓ LA GUERRA, a pesar de que muchas mujeres ofrecieron sus servicios sanitarios a los ejércitos, estos fueron rechazados.
de la Royal Army Medical Corps habían respondido a la petición de ingreso de Inglis con estas palabras: "Mi querida dama, váyase a casa y quédese sentada".
En 1909, con la colaboración de la Cruz Roja y la Orden de Saint Jonh, había nacido el Voluntary Aid Detachment (VAD), una organización formada mayoritariamente por mujeres que pretendía prepararlas para una eventual situación de conflicto. Sin embargo, sus miembros se encontrarían con muchas negativas por parte de la propia Cruz Roja y del ejército cuando la guerra estalló y pretendieron viajar al frente como fuerzas auxiliares de apoyo. Con el mismo espíritu había nacido dos años antes la First Aid Nursing Yeomanry (FANY). Edward Baker, un capitán de la armada británica que había vivido conflictos bélicos como la guerra de Sudán en 1890 y había observado cómo la asistencia en primera línea de combate ayudaba a salvar muchas vidas. Baker ideó un equipo de caballería en el que las enfermeras fueran capaces de cabalgar hasta el frente y conducir las ambulancias movidas por caballos. A las aspirantes a ingresar en la FANY eran entrenadas también para disparar para poder participar en una situación de conflicto. La FANY era una organización al margen del ejército y se sufragaba con donaciones voluntarias. Buena parte de sus miembros eran mujeres de clase media alta que ya eran buenas amazonas y estaban familiarizadas con la
caza. Ellas mismas se financiaban sus uniformes, mantenían a sus caballos y se pagaban las clases de entrenamiento.
Después de algunos conflictos con su fundador, algunas de las participantes en la organización de caballería revisaron sus principios hasta que la FANY se reconvirtió en una entidad especializada en transportar provisiones hasta la línea del frente. A su sombra nacerían los Women’s Sick and Wounded Convoy Corps que, junto a labores de transporte logístico, mejoraron los servicios médicos entre los hospitales de campaña, los centros sanitarios situados en la retaguardia y la primera línea de combate. Sus miembros eran mujeres voluntarias sin conocimientos previos de medicina, así como enfermeras, doctoras y cirujanas profesionales.
Todas estas organizaciones serían clave para transformar edificios abandonados en zonas de conflicto en hospitales de campaña y facilitar el transporte de servicios sanitarios indispensables para curar a los heridos. Las mujeres que se preparaban para entrar en combate aprendieron a cocinar para un regimiento y primeros auxilios. Pero también fueron entrenadas para conducir ambulancias (primero rudimentarios carros tirados por caballos, más adelante vehículos motorizados) y construir trincheras.
LA GUERRA DE LOS BALCANES La Primera Guerra de los Balcanes que estalló en el verano de 1912 sería un campo de entrenamiento real para el conflicto mundial que estaba a punto de estallar. A pesar del interés de organiza- ciones como la Women’s Sick and Wounded Convoy Corps de viajar al frente de los Balcanes, aún continuaban recibiendo el rechazo público. Sir Frederick Treves, responsable de la Cruz Roja Británica, denegó el permiso para viajar a las mujeres de la WSWCC, lideradas entonces por Mabel St. Clair Stobart, negando la importancia de estos grupos de mujeres porque, según él, "una mujer sería incapaz de operar en un hospital de guerra". Solo el empeño de Stobart y el apoyo incondicional de su marido consiguieron que la WSWCC viajara hasta Bulgaria donde, después de recibir la autorización del ejército búlgaro, empezó a colaborar con la Cruz Roja búlgara.
La FANY, liderada entonces por Grace Ashley-Smith, encontró en el conflicto del Ulster en Irlanda en 1913 su propio campo de entrenamiento. El ejército del Ulster aceptó la ayuda de este grupo formado exclusivamente por mujeres a pesar de las reticencias de algunos militares que se empeñaron en vigilar de cerca sus movimientos.
El inicio de la guerra en 1914 abrió las puertas de distintas organizaciones sanitarias oficiales, como la Cruz Roja o las ra-
LAS MUJERES que se preparaban para entrar en combate aprendieron a cocinar para un regimiento y primeros auxilios, así como a conducir ambulancias y construir trincheras.
mas militares de algunos ejércitos, como el Queen Alexandra’s Imperial Military Nursing Service británico, que aceptaron un número reducido de enfermeras, para que las mujeres se incorporaran a ellas. Pero al margen de la oficialidad, fueron muchas mujeres, sobre todo de clase media-alta, con estudios de medicina o implicadas activamente en movimientos en favor del sufragio femenino, las que crearon una red asistencial que fue determinante en el frente.
En Inglaterra, la VAD se especializó en proveer profesionales sanitarias. Cuando la necesidad de efectivos sanitarios se hizo evidente, unidades de la VAD se trasladaron al continente para organizar hospitales de campaña. En los últimos meses de la guerra, la VAD había conseguido aglutinar a más de ochenta mil efectivos entre profesionales sanitarios y voluntarios que operaron en el frente del Oeste y el frente oriental.
Por su parte, la FANY realizó un trabajo determinante con su servicio de ambulancias en primera linea del frente. El SWH llevó a los hospitales de campaña expertas doctoras y cirujanas. En una hola de patriotismo sin precedentes, las mujeres
se unieron a estas organizaciones para aportar su ayuda. Algunas de las principales organizaciones sufragistas que habían puesto en jaque en más de una ocasión al gobierno británico a causa de sus métodos violentos, decidieron dejar sus reivindicaciones feministas en favor de la defensa de la patria. A pesar de las reticencias de algunas de sus miembros, la National Union of Women’s Suffrage Societies, presidida por Millicent Garrett Fawcett, suspendió sus actividades y formó la London Society for Women’s Service, mientras que la Women’s Social and Political Union derivó sus esfuerzos en la Women’s Emergency Corps, bajo el liderazgo de Evelina Haverfield.
Todas estas organizaciones británicas, continuaron trabajando al margen de las instituciones oficiales que seguían negando su colaboración. La Cruz Roja Británica se negó a autorizar que operaran en el frente porque aún prevalecían profundos prejuicios que veían con malos ojos que el papel de las mujeres en el frente sobrepasara sus funciones como enfermeras. No así sucedió con la Cruz Roja Belga, que, ante la amenaza de las tropas alemanas que a mediados de agosto avanzaban sobre Bélgica, aceptó de muy buen grado la ayuda de la nueva organización fundada por Stobar, la Women’s National Servi-
ce League. Un ejército de enfermeras se preparó para transformar un edificio universitario en el centro de Bruselas en un hospital de guerra; lo mismo harían con el edificio de la Filarmónica de la localidad de Amberes. Ashley-Smith, por su parte, consiguió el permiso de la Army Medical Services para trasladar un equipo de la FANY a Bélgica.
Pocos días después de que las organizaciones de Stobart y Ashley-Smith se instalaran en el frente belga con sus equipos de doctoras, enfermeras y personal de apoyo, un afamado empresario reclutó a un pequeño grupo de enfermeras que se diferenciaban de las otras organizaciones en un aspecto: Mientras que la FANY basaba sus movimientos en ambulancias tiradas por caballos, el doctor Hector Munro pensó en utilizar motocicletas. Munro encontró a un puñado de mujeres amantes del motor que se unieron a su pequeña gran causa. Dos apasionadas de las motocicletas y con conocimientos de mecánica, Elsie Knocker y Mairi Chilsom y una conductora de ambulancias y con experiencia en la Cruz Roja, Dorothy Feilding fueron algunos de los nombres que Munro reclutó y con quienes se trasladó al frente belga donde organizó con sus dos ambulancias operaciones de salvamento en la retaguardia. Con el tiempo, Knocker y Chilsom se instalarían por su cuenta en una pequeña localidad arrasada por la guerra, convirtiéndose en heroínas en el frente bajo el nombre de "Los ángeles de Pervyse". Un caso similar fue el de dos norteamericanas, Barbara Lowther y Norah Hackett, que organizaron una unidad de ambulancias en Francia. Barbara y Norah terminaron uniéndose al ejército francés que las correspondió con el cargo de tenientes dentro del French Army Ambulance Corps. Una doctora de Nueva York, Marguerite Cockett, creó su propia unidad americana de ambulancias viajando primero por el frente francés y posteriormente colaborando con la Cruz Roja serbia.
Todas estas organizaciones, grandes y pequeñas, al no recibir financiación estatal tuvieron que hacer también un sobreesfuerzo viajando a sus países de origen para recabar fondos en fiestas benéficas o dando conferencias. Su labor consiguió salvar vidas al poder atender a los heridos prácticamente en primera línea de combate. Mujeres que trabajaban sin descanso cambiando vendas, cosiendo heridas o mitigando como podían el dolor de los heridos mientras buscaban la manera de conseguir telas para realizar inacabables vendajes. "La señora Stobart –explicaba un soldado– nunca descansa. Creo que debe estar hecha de alguna substancia que el resto de nosotros aún no ha descubierto".
Las mujeres debían estar preparadas para eventuales evacuaciones cuando el enemigo se acercaba demasiado. Entonces tenían que trasladar con sus ambulancias a los enfermos y heridos a lugares más seguros, mientras ellas mismas se jugaban la vida en los muchos bombardeos que se sucedían. Cuando Amberes cayó bajo las pesadas ruedas de los tanques alemanes, las mujeres del equipo de Stobart fueron las últimas en abandonar el lugar: "Fuimos los últimos del personal del hospital y probablemente de todos los habitantes [de Amberes], que dejamos la ciudad y cruzamos el río en barcos". Lejos de abandonar el frente, continuarían buscando un lugar más o menos seguro para seguir con su labor sanitaria.
En Francia, como el Bélgica, estas organizaciones se situaban en lugares clave como París, Boulogne, Calais o Cherburgo. En todas ellas, las mujeres trabajaban como enfermeras, pero también como doctoras y cirujanas y lo hacían al margen de las autoridades británicas. Se adentraban en zonas peligrosas, demasiado cercanas al frente, visualizando las trincheras desde sus puestos operativos y el ejército, a pesar de intentarlo, no pudo evitar prohibir su presencia en la zona de combate. Y cuando la guerra se alargó más de lo que muchos pensaban y las tropas alemanas avanzaban peligrosamente hacia el oeste, los ejércitos británico y francés tuvieron que rendirse a la evidencia de que aquellas mujeres que montaban hospitales de campaña, conducían ambulancias y suturaban las heridas de los sol-
CUANDO AMBERES CAYÓ bajo las pesadas ruedas de los tanques alemanes, las mujeres del equipo de Stobart fueron las últimas en abandonar el lugar.
dados eran necesarias. A pesar de que lo hicieran al margen del orden militar establecido. Los gobiernos se negaban a reconocer el importante papel de estas mujeres pensando que su participación activa y masiva en la guerra podría ser el paso decisivo para que las sufragistas y feministas reclamaran con más fuerza sus reivindicaciones. Las autoridades francesas aseguraban en 1915 que "el soporte activo de las mujeres podía ser, a veces, necesario".
En 1917, la Royal Army Medical Corps aceptó la creación de la Women’s Army Auxiliary Corps, en la que pudieron trabajar doctoras. Sin embargo, y a pesar de que ya podían formar parte de un cuerpo militar, se les denegó el acceso a los rangos militares y sus sueldos eran inferiores a los de los médicos.
En el frente oriental, las cosas fueron un poco mejor para las mujeres, pues el ejército ruso aceptó desde un primer momento a doctoras en sus hospitales militares, aunque también sufrieron la desigualdad salarial respecto de sus compañeros.
Cuando, en la primavera de 1917, los Estados Unidos declararon la guerra a Alemania, las fuerzas aliadas, Inglaterra y Francia pidieron ayuda militar, logística y sanitaria urgente. Para entonces, las mujeres norteamericanas habían observado los movimientos que francesas e inglesas llevaban realizando en la contienda. De hecho, como fuerza neutral, los Estados Unidos había trasladado alguna unidad voluntaria al frente, como la American Unit que colaboró con los contingentes del SWH instalados en el frente oriental. El debate acerca de la idoneidad de la participación activa de las mujeres en el ejército ya se había abierto en Estados Unidos antes de entrar en guerra. Josephus Daniels, secretario de la Armada norteamericana, defendió su participación pero solo en tareas consideradas no combativas. A la primera llamada de reclutamiento respondieron alrededor de doscientas en menos de un mes. En 1918 la cifra había sobrepasado las once mil.
Estas mujeres no fueron reclutadas como civiles, sino como miembros de pleno derecho del ejército, por lo que cobraban lo mismo que cualquier militar y, en un futuro, tendrían derecho a recibir una pensión como veteranas. Sin embargo, al finalizar la guerra, las cosas no serían tan fáciles como se les habría prometido y los litigios entre el Departa- mento de Guerra norteamericano y las mujeres que participaron en la Primera Guerra Mundial se alargaron hasta 1979. Las principales tareas se realizaron desde el otro lado del Atlántico, pocas pisaron suelo europeo, como teleoperadoras (conocidas popularmente como las Hello Girls), telegrafistas o administrativas. Otras viajaron a Europa como enfermeras a las órdenes de la Cruz Roja y organizaciones voluntarias.
MUJERES ARMADAS
La guerra continuaba y los efectivos eran cada vez más escasos. Las mujeres podían resultar necesarias en campos reservados tradicionalmente a los soldados, pero aún se encontraban el recelo como respuesta. Si su presencia en primera línea de combate en tierra fue contundentemente prohibido en ejércitos como el francés, británico o alemán, en el aire lo tuvieron mucho más complicado. Desde que en 1908 Thérèse Peltier se convirtiera en la primera mujer en pilotar en avión, fueron muchas las que soñaron con surcar los cielos en los primeros y rudimentarios aviones. En tiempos de conflicto, a alguna de ellas no les tembló el pulso para intentar convertirse en pilotos de guerra. Ese fue el caso de Ruth Law Oliver, una piloto norteamericana, quien, después de que los Estados Uni-
EL EJÉRCITO RUSO aceptó desde un primer momento a doctoras en sus hospitales militares, aunque también sufrieron la desigualdad salarial.
dos se incorporaran a la Gran Guerra, reclamó, sin éxito, al ejército su papel en las fuerzas aéreas. La misma respuesta negativa recibiría Marthe Riche, fundadora de la Union patriotique des aviatrices françaises, ante las autoridades militares francesas. De modo que la presencia de mujeres en los cielos de la Europa en guerra, como Marie Marvingt, que se subió a bordo de un bombardero francés disfrazada de soldado, se convirtió en algo excepcional.
El debate sobre si las mujeres, que daban la vida como madres y la mantenían como enfermeras, eran capaces de empuñar un arma y matar a un ser humano se extendió de manera irreversible, pero no consiguió que las mujeres pudieran conquistar el espacio de las trincheras, al menos en el frente del oeste. En Rusia, a pesar de las prohibiciones expresas de las leyes imperiales, hubo mujeres que fueron a la guerra. Se estima que entre cuatrocientas y mil mujeres rusas se disfrazaron de hombres para empuñar un arma en el frente, aunque las cifras oscilan entre datos tan amplios porque muchas de ellas pasaron desapercibidas o sus superiores miraron hacia otro lado. Solo las que fueron heridas y tuvieron que ser atendidas desvelaron su identidad. Muchas murieron sin ser identificadas o volvieron a casa sin ser descubiertas.
En mitad de la guerra, el ejército ruso aceptó la creación de unos grupos formados exclusivamente por mujeres. Nacieron a mediados de 1917 de la mano de Maria Bochkareva (18891920), una de las mujeres soldado más famosas de la Historia. De origen humilde y con un triste pasado de maltratos de la mano de un padre alcohólico y los abusos por parte de los dos maridos que tuvo, Bochkareva decidió alistarse en el 25º Batallón de Reserva acuartelado en Tomsk. Insistió una y otra vez e hizo oídos sordos a las burlas de los que la veían acudir al cuartel a pedir su ingreso en el ejército. Hasta que lo consiguió. Ella misma escribió: "Gradualmente, me gané su respecto y confianza". Bochkareva se convirtió en una experta empuñando el rifle y se incorporó como un soldado más al frente polaco, donde fue enviada su compañía. Herida en varias ocasiones, su valentía en el campo de batalla, donde también salvó la vida de algunos de sus compañeros heridos, le valió ser ascendida a cabo aunque se le denegó la Cruz de San Jorge por ser mujer.
Convertida en toda una celebridad en Rusia, Maria Bochjareva propuso la creación de batallones femeninos. A su primera llamada, dos mil mujeres respondieron. "Ya no sois mujeres, sois soldados", les dijo Bochkareva en sus
muchos discursos de reclutamiento. Conocido como el Batallón Femenino de Mujeres (Women’s Battalion of Death), en junio de 1917 marchó al frente con las pocas mujeres, unas trescientas, que habían sobrevivido al duro entrenamiento. A pesar de que Bochkareva fue herida en combate, el fervor patriótico femenino se extendió por Rusia y el gobierno aprobó la creación de hasta dieciséis unidades militares de mujeres entre mayo y octubre de 1917, aunque solo cuatro entraron en combate.
La militarización de las mujeres a un nivel sin precedentes en la Historia no solo les insufló confianza, sino que demostraron al mundo que eran capaces de ejercer como enfermeras, doctoras, cirujanas o conductoras de ambulancias en situaciones extremas. Incluso empuñar un arma.
Mientras las bombas caían sobre sus cabezas, ataviadas con trajes de estilo militar de color caqui, continuaron curando a los heridos y buscando recursos para alimentarlos y mantenerlos con vida. Las mujeres reclamaron su derecho a estar en el frente, primero como personal de apoyo sanitario y logístico y posteriormente como miembros activos de un ejército que aún tardaría un tiempo en aceptar que un mundo tradicionalmente masculino podría ser también de las mujeres.