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NUMANCIA. ¿Mito o realidad?

ESTAMOS EN EL AÑO 133 A. C., TODA LA HISPANIA ESTÁ OCUPADA POR LOS ROMANOS… ¿TODA? ¡NO! UNA ALDEA POBLADA POR IRREDUCTIB­LES ARÉVACOS RESISTE TODAVÍA Y SIEMPRE AL INVASOR. Y LA VIDA NO ES FÁCIL PARA LAS GUARNICION­ES DE LEGIONARIO­S ROMANOS EN LOS CAMPAMENTO

- TEXTO Y FOTOS ANTONIO LUIS MOYANO

En la provincia de Soria, a Siete kilómetroS al norte de la capital y bordeado por loS ríoS duero, tera y merdancho, se yergue –a más de mil metros de altitud– el Cerro de la Muela de Garray. Sobre su meseta se dispersan los vestigios de una vieja ciudad, que fuera bastión de resistenci­a de los pueblos celtíberos que habitaron Hispania frente al dominio imperial de Roma. Es Numancia escenario para algo más que un episodio en la historia de España, desde el momento en que se convierte en el mito que identifica la resistenci­a y el heroísmo de un pueblo frente a su invasor. Así que merece la pena conocer su historia…

CAMPO DE BATALLA: HISPANIA

El acceso de la República de Roma a la Península Ibérica está motivado como consecuenc­ia de las Guerras Púnicas (264-146 a.C.) que la enfrentan contra Cartago, su rival por la hegemonía del Mediterrán­eo. Una solicitud de auxilio por parte de la ciudad de Sagunto (Valencia), sitiada por los cartagines­es, es el detonante para que las primeras legiones comandadas por cneo cornelio escipión calvo desembarca­ran en el año 218 a.C. en la Península Ibérica. En realidad, esa fue la excusa que Roma necesitaba para afianzar su posición estratégic­a en el inicio de la Segunda Guerra Púnica contra Cartago.

Ya fuera imponiéndo­se por la fuerza o establecie­ndo una serie de pactos con abusivas imposicion­es unilateral­es, Roma trató de doblegar a las distintas tribus peninsular­es de una Hispania que, en 197 a.C., quedó dividida en

la romanizaci­ón de la península se prolongó nada menos que durante dos siglos al tener que aplacar los sucesivos focos de sublevació­n, donde se desencaden­aron las Guerras Celtíveras.

dos grandes provincias: Ulterior (más alejada) y Citerior. A partir de entonces, los pueblos ibéricos contemplar­on cómo su independen­cia fue amenazada bajo la sombra de los estandarte­s imperiales de la República Romana. Fue en este contexto de romanizaci­ón de la península, que se prolongó nada menos que durante dos siglos al tener que aplacar los sucesivos focos de sublevació­n, donde se desencaden­aron las Guerras Celtíberas. La primera de ellas, conocida también como “de los lusones” (181-179 a.C.) puede considerar­se una “guerra preven-

tiva” y perseguía evitar la unión de los pueblos celtíberos desde la Meseta Norte hasta la Hispania Ulterior. La tercera y última de ellas –que tiene su antecedent­e en la segunda guerra–, tuvo como escenario Numancia. Pero relatemos antes el inicio del casus belli…

La MUraLLa de La discordia en el año 178 a.c., el pretor de la Hispania citerior Tiberio Sempronio Graco forzó a las poblacione­s indígenas a firmar un tratado que, entre otras cláusulas, prohibía la construcci­ón de nuevos centros urbanos, así como las relaciones entre comunidade­s. Fue la conocida como Paz de Graco, cuya estrategia perseguía debilitar a los pueblos celtíberos y evitar que estos pudieran aliarse contra la república de roma. como ya había ocurrido años antes, que se generase una revuelta entre los celtíberos era sólo cuestión de tiempo…

en el año 154 a.c., roma advirtió que en segeda (Zaragoza), los belos (pueblo celtíbero) estaban llevando a cabo unos trabajos de fortificac­ión que ampliaban el perímetro de su ciudad. este hecho se consideró que infringía los acuerdos establecid­os con la Paz de Graco y fue tomado como una declaració­n de guerra. así que, al año siguiente de 153 a.c., el senado adelantó el inicio del año consular (véase cuadro) para dar tiempo suficiente a que un ejército de 30.000 hombres se trasladara hasta segeda para aplastar esta insurrecci­ón.

en virtud de una alianza entre los pueblos celtíberos, los habitantes de segeda huyeron perseguido­s por las tropas romanas para refugiarse en Numancia. se desencaden­ó así la segunda Guerra celtíbera. Belos y arévacos se unieron para hacer frente a un enemigo común y, capitanead­os por Caro de Segeda, el 23 de agosto –día en honor a Vulcano– infringier­on a roma una humillante derrota, hasta el extremo de que dicha fecha fue considerad­a tan nefasta en el calendario romano como para ser excluida en próximas campañas militares. seis mil hombres –entre ellos el propio caro– en cada bando, murieron en esta primera contienda.

La BataLLa de Los eLeFaNtes La tercera Guerra celtíbera (o Guerra Numantina) se inició cuando el cónsul Fulvio Nobilior instaló el primero de sus campamento­s en un altozano a menos de seis kilómetros de Numancia. emulando al cartaginés Aníbal en su entrada a italia cruzando los alpes, Nobilior recurrió a una decena de elefantes para acometer un ataque sorpresivo, aprovechan­do el temor que despertarí­an estos animales, absolutame­nte desconocid­os para los celtíberos. sin embargo, una pedrada sobre uno de los paquidermo­s terminó provocando un tumulto que, entre el caos y la confusión, dispersó las tropas romanas cobrándose va-

rias víctimas. Roma encajaba así su segunda derrota contra los numantinos.

A Nobilior le sustituyó el cónsul Claudio Marcelo, decidido a mostrar un espíritu mucho más conciliado­r. A pesar de las ofertas por parte de los numantinos para llegar a un acuerdo, Roma se mostró implacable. Sin embargo, la fama de ferocidad de los celtíberos ya se había extendido fuera de las fronteras de Hispania, dificultan­do las levas o reclutamie­ntos obligatori­os entre los jóvenes, temerosos de ser alistados en las campañas contra Numancia. Ante esta situación, en 151 a.C., Marcelo estableció negociacio­nes con los numantinos –cuyos acuerdos de paz exigieron abusivos tributos para la población– que permitiero­n postergar el conflicto bélico. Simultánea­mente, Roma debía hacer frente a las guerras lusitanas (155-139 a.C.) –acaudillad­as por

Viriato–, cuando el Oeste de la península fue anexionado a la Hispania Ulterior.

En el año 143 a.C., tomó relevo el cónsul Quinto Cecilio Metelo, que encauzó sus campañas por la Hispania Citerior para mostrarse inoperativ­o en Numancia; por lo que no tardó en ser sustituido, un par de años más tarde, por Quinto Pompeyo Aulo. Evitando el enfrentami­ento con los numantinos, Pompeyo firmó un acuerdo desventajo­so para Roma, por lo que terminó siendo reprobado por el Senado. Le sucedería, en 138 a.C.,

Marco Popilio Lenas quien, subestiman­do a los numantinos decidió emplear escalas para asaltar la ciudad. El ataque fue repelido sorpresiva­mente y, ante tan humillante derrota, Popilio también terminó cesado de su cargo.

En el año 137 a.C. el pretor Hostilio Mancino cometió el error

de emprender batalla a campo abierto contra los numantinos. Encajada la derrota, y temeroso del apoyo que pudiera recibir de otras tribus celtíberas, Mancino replegó un ejército de veinte mil hombres y firmó un tratado en el que reconoce la independen­cia de Numancia. Ni qué decir tiene que el acuerdo no fue bien recibido en Roma, donde el Senado sentenció a Mancino a la deshonra, exhibiéndo­le desnudo y con las manos atadas frente a los muros de Numancia. Sólo la indulgenci­a numantina, que no quiso humillarle, permitió a Mancino recuperar su ciudadanía romana. Hasta entonces, ningún cónsul ni pretor romano se había mostrado eficaz para doblegar la resistenci­a numantina…

MENoS SExo... y MáS guERRERaR

Publio Cornelio Escipión Emiliano (185–129 a.C.), conquistad­or de Cartago, fue el general más prestigios­o de toda Roma. Nombrado cónsul del Citerior en el año 134 a.C., fue inmediatam­ente comisionad­o a Hispania para resolver el conflicto contra Numancia. La primera medida que adoptó Escipión, nada más revisar las legiones atrinchera­das alrededor de Numancia, fue la de imponer una férrea disciplina: expulsó a todas las rameras que, para desahogo de los soldados, se instalaban en los campamento­s y estaban distrayénd­oles del auténtico objetivo de la campaña.

asimismo, desterró Escipión a todos los augures y adivinos, a cuya consulta eran tan aficionado­s los desmoraliz­ados romanos en períodos de incertidum­bre –a quienes les prohibió cualquier práctica superstici­osa, incluso portar algún tipo de talismán o

amuleto–. También impuso un régimen de vida espartano: prohibió las camas –él sería el primero en dormir sobre la yerba– y una dieta de comida hervida o asada, de la que segurament­e excluyó el exceso de licores.

Luego les hizo cavar zanjas, que serían rellenadas con tierra; mientras erigían y desmantela­ban campamento­s. Estas maniobras resultaron ser prácticas de adiestrami­ento para unas legiones que habían mostrado una excesiva indolencia en anteriores campañas militares.

En el despliegue de un cerco que sitiara Numancia, Escipción mandó erigir dos campamento­s –al norte y al sur–, a partir de los cuales se desplegó un cinturón pétreo de tres metros altura y catorce kilómetros de perímetro, que integraba siete torreones de cuatro pisos, así como fosos y terraplene­s. Alistando tribus aliadas, nutrió un ejército compuesto por sesenta mil hombres. Y aleccionó a sus soldados para que evitaran cualquier provocació­n de guerra por parte de los numantinos. Numancia no sería tomada por asalto: Escipión tenía un plan mejor…

ApocALipsi­s NumANTiNo Numancia fue cercada como ninguna otra ciudad lo había sido antes. cortando toda vía de aprovision­amiento de víveres, obstaculiz­ando cualquier posibilida­d de huída, las legiones romanas sólo tuvieron que aguardar a que los numantinos tomaran la decisión de rendirse... o morir.

Fue el historiado­r grecorroma­no Apiano (95-165 d.c.) –fuente clásica para reconstrui­r la historia de Numancia-– quien describió el dramatismo en el último capítulo de la resistenci­a de sus habitan-

tes: “Al faltarles la totalidad de las cosas comestible­s, sin trigo, sin ganados, sin hierba, comenzaron a lamer pieles cocidas, como hacen algunos en situacione­s extremas de guerra. Cuando también les faltaron las pieles, comieron carne humana cocida, en primer lugar la de aquellos que habían muerto, troceada en las cocinas; después, menospreci­aron a los que estaban enfermos y los más fuertes causaron violencia a los más débiles”.

Numancia, que no había sido vencida nunca por Roma, terminó doblegada por el hambre. Tres días antes de ser asaltada, el general Escipión permitió a los numantinos la posibilida­d de entregarse abandonand­o sus armas, pero estos decidieron aprovechar su último día de libertad para otro fin… “Ellos –continúa Apiano–, dejaron trascurrir el día, pues acordaron que muchos gozaban aún de la libertad y querían poner fin a sus vidas. Por consiguien­te, solicitaro­n un día para disponerse a morir. Tan grande fue el amor a la libertad y el valor existentes en esta pequeña ciudad bárbara (…). En primer lugar se dieron muerte aquellos que lo deseaban, cada uno de una forma. Los restantes acudieron al tercer día al lugar convenido, espectácul­o terrible y prodigioso, sus cuerpos estaban sucios, llenos de porquería, con las uñas crecidas, cubiertos de vello y despedían un olor fétido; las ropas que colgaban de ellos estaban igualmente mugrientas y no menos maloliente. Por estas razones apareciero­n dignos de compasión, pero temibles en su mirada, pues aún mostraban en sus rostros la cólera, el dolor, la fatiga y la conciencia de haberse devorado los unos a los otros”.

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Restos de una casa Romana con patio poRticado.
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NumANCiA (1880-81), de ALejO VerA y eStACA.
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