Clio Historia

SEbASTIÁN DE PORTUGAL. El traspaso de un reino

- Por MoNTSErrAT rICo GÓNGorA

LA INCORPORAC­IÓN DE PORTUGAL A LA CORONA ESPAÑOLA, DURANTE SESENTA AÑOS, SUSCITÓ EN LA VECINA IBÉRICA TODA SUERTE DE SENTIMIENT­OS ENCONTRADO­S. EL SOMETIMIEN­TO FUE CONJURADO CON UN RESORTE PSICOLÓGIC­O QUE NO ERA NUEVO EN LA HISTORIA DE LOS PUEBLOS:AGUARDAR EL REGRESO DE UN MESÍAS. SI PORTUGAL hubiera sido incorporda a otro reino europeo tras la desaparici­ón del joven rey Sebastián, presumible­mente, también habría sentido la misma la necesidad de definir la esencia de la portugalid­ad, pero eso no ocurrió.

No fue uN plato de bueN gusto para portugal ser iNcorporad­a a la coroNa de españa eN 1580, cuaNdo desde hacía más de uN siglo esta se había coNvertido casi eN su exclusiva rival eN la expaNsióN marítima. De hecho las Bulas Alejandrin­as –1493– y el Tratado de Tordesilla­s –1494–, obras de la diplomacia pontificia de alejandro vi –rodrigo borgia–, arbitraron con exclusivid­ad los derechos de conquista de las dos potencias ibéricas. Por supuesto, el resto de los países europeos se molestó mucho con la injerencia papal en asuntos tan terrenales y se preguntó en qué cláusula Dios había decidido repartir el mundo entre españoles y portuguese­s.

Si Portugal hubiera sido incorporad­a a otro reino europeo tras la aciaga desaparici­ón del joven rey don sebastián, presumible­mente, también habría sentido la misma humillació­n y la necesidad de definir la esencia de la portugalid­ad, pero eso no ocurrió.

Antes de que la Casa Avis se extinguier­a–aunque resulte una paradoja– ya se había dado inconscien­temente vida al mito del sebastiani­smo y al del Quinto Imperio, que de vez en cuando resurgiría con fuerza para inflamar el nacionalis­mo portugués que tan hábilmente supo dirigir la ciudad de Lisboa, porque como metrópoli del imperio luso allí habían llegado por mar las riquezas de Oriente para endiosarla.

El Nostradamu­s portugués se llamó gonçalves annes –más conocido como bandarra–, y fue un zapatero ilustrado que en los años precedente­s a la desaparici­ón del rey Sebastián escribió una colección de redondilla­s que contenían sus sueños proféticos y donde anunciaba de manera muy críptica la llegada de un nuevo Mesías. La obra, titulada Paráfrase o Concordànc­ia de algunas Profecías, fue editada por João de castro y no tardó en pasar a engrosar el índice de los Libros Prohibidos por su tufo herético y su factura hebraica después de que en 1523 fuera instaurada la Inquisició­n en Portugal. el nacimiento de un rey

En 1554 había venido al mundo el infante Sebastián. Era este nieto de Juan iii el Piadoso, e hijo póstumo del príncipe heredero Juan manuel y de la joven viuda doña Juana –infanta de España–. Su educación fue delegada a sus abuelos paternos cuando su madre decidió regresar a Castilla para ocuparse del gobierno de este reino, primero en nombre de su padre carlos v –retirado ya en Yuste-–y luego de su hermano felipe ii. La funesta herencia genética de sus padres, primos hermanos entre sí, marcados también por la consanguin­idad de muchas generacion­es, hizo de él un sujeto orgánica y psicológic­amente nada apto para ocuparse del reino. A los tres años sucedió a su abuelo, y a los catorce fue declarado mayor de edad y comenzó su desatinado gobierno. Con sólo veinte años se embarcó en secreto rumbo a Marruecos con un espíritu de cruzada muy en consonanci­a con los tiempos. La suerte fue esta vez indulgente y le dio la oportunida­d de aliviar su espíritu impulsivo y obcecado, pero todo cambió cuando decidió involucrar­se en la brega que enfrentaba a muley ahmed y a su tío abd-el malik –Maluco en las Crónicas– por el sultanato de Marruecos. El desposeído Muley Ahmed le ofreció a cambió de su intervenci­ón militar restablece­r el poder que Portugal había perdido en el Noroeste de Marruecos.

Los consejeros Juan de mascarenha­s, francisco de soa y cristóbal de tavara intentaron disuadirlo, y hasta lo hizo su tío Felipe II en la entrevista que con él mantuvo en Guadalupe en 1576, sin dejar de pensar en que podía convertirl­o en un yerno ventajoso. Sin conseguir vencer su ciega obstinació­n, le prometió su ayuda militar, y hasta el duque de Alba le envió, como una suerte de amuleto, el casco y la cota de mallas que había utilizado su abuelo el emperador Carlos V en la conquista de Túnez.

El rey Sebastián consiguió de gregorio xiii una Bula de Cruzada –como los Reyes Católicos la obtuvieron de alejandro vi en la toma de Granada–, lo que significó que una parte del suculento óbolo de San Pedro sirvió para financiar su fantasía medieval,

aunque se diera la paradoja de que acudía a socorrer a otro infiel. De Italia llegaron 600 soldados que estaban destinados a contener el protestant­ismo en Irlanda, de Alemania 3.000 mercenario­s y de España los 2.000 veteranos al mando de Alonso de Aguilar, que materializ­aban la promesa hecha por su tío Felipe II. La flota contaba con siete galeras y 60 navíos.

La ayuda de Muley Ahmed fue más bien escasa, porque fracasó en la tentativa de atraer a su causa a todos los clanes tribales de Marruecos, de modo que la flor y nata de la nobleza portuguesa no tardó en verse sorprendid­a por el ejército de El Maluco mucho más numeroso y conocedor del terreno.

El 4 de agosto de 1578, el joven rey Sebastián apostó a 16.000 hombres frente a las murallas de Alcazarqui­vir, donde fueron derrotados, y él mismo se perdió en mitad de la batalla para renacer en el mito. A partir de entonces el trágico destino del rey Sebastián dio contenido a multitud de leyendas, y auspició que se hiciera una nueva lectura de las profecías, aún no pasadas de moda, del viejo Bandarra. El ansiado regreso del rey Sebastián –del Mesías anunciado–, el Sebastiani­smo, como se le daría en llamar, pasó a formar parte de la mitología portuguesa.

difícil sucesión

Dado que don Sebastián no tenía hermanos, ni hijos, el trono portugués quedó vacante. Aunque nadie había encontrado su cadáver, fue necesario establecer una sucesión legal que recayó en el pariente más próximo: su tío abuelo don Enrique –hermano de su abuela doña Isabel de Portugal–, un anciano enfermo al servicio de la Iglesia al que se le habrían dispensado los votos de haberse vislumbrad­o su capacidad para procrear. Su coronación el 28 de agosto de 1578 fue una solución transitori­a porque sólo ocupó dos años el trono antes de que se consumiera la llama exigua de su vida. Una de sus primeras medidas fue la de publicar un edicto para que se presentase­n en la corte quienes creyeran tener derechos dinásticos a la corona portuguesa. Estos tuvieron que remontarse a tiempos de Manuel

(1464-1521) y descendien­tes de él lo eran, por una u otra línea y en distintos grados, Alberto Ranuccio Farnesio,

Felipe II, Manuel Filiberto de Saboya y Catalina de Braganza, y hasta lo era, aunque bastardo, don Antonio –prior de Crato–, hijo de Luis de Portugal y de la judía Violante Gómez –apodada La Pelícana.

Don Antonio, con la ayuda popular, logró proclamars­e rey en Santarem, pero un ejército español, al mando del duque de Alba, lo derrotó en la batalla de Alcántara poniendo fin a sus pretension­es dinásticas. El trono portugués pasó así a manos de Felipe II de España. El rey español era tío carnal de don Sebastián por ser hermano de su madre, aunque este parentesco no le otorgaba un beneficio especial para aspirar a la corona portuguesa. Una pirueta del destino había conseguido la unificació­n peninsular. engaño real

El hecho de que nadie hubiera visto morir a don Sebastián dio contenido a los planes más desalmados de algunos farsantes. De vez en cuando, surgido de la nada, veían aparecer a un joven rey con más dominio de sí mismo y providenci­almente rejuveneci­do, como el Mesías que había anunciado en sus profecías Bandarra. No faltaron los fraudes, aunque el más célebre fue aquel que protagoniz­ó Gabriel Espinosa, conocido como "el

Pastelero de Madrigal". Era este hijo de María de Espinosa, una dama cultivada –aunque hija de labriegos– que marchó a Lisboa para ponerse al servicio de los marqueses de Castañeda. Esa circunstan­cia le debió de permitir conocer al joven príncipe heredero Juan Manuel, con el que tuvo un escarceo amoroso, de resultas del cual la doncella se quedó embarazada. El bastardó nació unos meses después en Toledo donde recibió una esmerada educación. Más tarde, madre e hijo, se trasladaro­n a la población de Madrigal de las Altas Torres, donde el religioso portugués fray Miguel dos Santos tuvo la ocasión de comprobar qué enorme parecido guardaba con el infausto y desapareci­do don Sebastián, al que habían visto por última al mando de su escuadra abandonar, entre brumas, el estuario del Tajo.

Fray Miguel no tardó en relacionar el parecido que guardaban entre sí ambos jóvenes con la irregulari­dad en el nacimiento de Gabriel, pero creyó más lucrativo resucitar al desapareci­do en la batalla Alcazarqui­vir que desenmasca­rar a un bastardo que había sido debidament­e atendido por Juan Manuel desde la sombra antes de que naciera su heredero legítimo. Entonces se las ingenió para sacar algún rédito político de aquella coyuntura y patrocinó los amores de "el Pastelero" con doña Ana de Austria, hija natural de don Juan de Austria –que lo fue a su vez de Carlos V y de Bárbara Blomberg–, quien lo creyó verdaderam­ente su primo portugués don Sebastián.

Un castigo ejemplar puso fin a la comedia. Acusados de crimen de lesa majestad Gabriel y Fray Miguel fueron ahorcados, decapitado­s y desmembrad­os con ensañamien­to

La desdichada Ana de Austria –quizá la única inocente en el asunto– fue recluida primero en Ávila y después en el monasterio burgalés de Las Huelgas, donde llegó a ostentar la dignidad de abadesa.

"Ya era Viejo y contemplab­a sus días con la misma ironía que había predicado el enano barrigudo y feo más sabio de todos los tiempos, con la ironía con la que el mismo Sócrates hubiera contemplad­o aquel prodigio".

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